Una noticia me impactó mientras leía los titulares del matutino.
_ Escuche esto, Dortmund_ le dije a
amigo con interés.
_ Déjeme adivinar, doctor_ me
retrucó el inspector inescrupulosamente sarcástico._ Un hombre metió la cabeza
adentro del horno porque su mujer lo dejó… No.
Lo miré con indignación. Pero
Dortmund seguía divirtiéndose a costa mía.
_ No, no. Un hombre ganó la
lotería, dejó a la mujer, huyó con la amante pero esta se fue con otro hombre
porque se cansó de esperar y se suicidó frustrado por la imparable cadena de
amores fracasados que lo perseguían.
Me reí por el ingenio que el
inspector expresaba en cada una de sus ocurrencias.
_ ¡Ah! ¡Lo tengo! Un mayordomo
saltó al vacío porque estaba cansado de su amo, con tanta mala suerte que cayó
sobre una superficie acolchonada que le amortiguó la caída y le salvó la vida.
Y como no logró su cometido, se resignó y le inició un juicio laboral a su
patrón, y otro en simultáneo por daños y perjuicios.
_ Parece que se levantó de muy buen
humor hoy_ le dije con sombría impertinencia.
_ Lo lamento, doctor. Dígame, ¿qué
es tan importante?_ se disculpó Sean Dortmund, sinceramente.
_ A diferencia del mayordomo al que
hizo alusión en su humorada reciente, este hombre sí logró su cometido: Alfredo
Retamozo.
Sean Dortmund se puso serio
bruscamente.
_ El nombre me resulta familiar.
_ Es el acusado de los tres
homicidios que hubo en la fiesta del hotel de Mar de Ajó hace dos años.
_ ¡Lo recuerdo! Alegó inocencia
todo el tiempo. Pero la Justicia no le creyó.
_ Su condena se fundó simplemente
en que era el único que no disponía de ninguna coartada sólida y verificable al
momento de ocurridos los tres homicidios. Y como no había evidencia empírica que
apuntase a que el responsable podía ser alguien más, lo juzgaron y hace dos
días el tribunal lo condenó a perpetua. Estaba libre porque dispusieron que se
lo encarcelara una vez que el fallo quedara firme.
_ Se refirió al señor Retamozo en
tiempo pasado, doctor.
_ Se suicidó ayer por la tarde.
_ Es una triste tragedia.
Seguramente, no soportó la injusticia con la que fue tratado y condenado, y al
conocer su destino, decidió quitarse la vida antes que ir a la prisión por una
serie de homicidios que él no cometió. Recuerdo que proclamó su inocencia hasta
el cansancio. Incluso, la remarcó con el último suspiro. Pero los jueces no
fueron misericordiosos y lo condenaron con pruebas puramente especulativas y
circunstanciales.
_ Es razonable su hipótesis y la
compartiría en su totalidad si no fuese por un detalle, que para la Justicia es
decisivo: la carta suicida. En la nota, Alfredo Retamozo se responsabilizó de
los tres asesinatos. Confesó que asesinó
a Leonela Quintana porque iba a abandonarlo y a casarse con otro hombre.
Juliana Molina lo descubrió y la asesinó para evitar que lo delatase. Y a
Martín Ojeda porque supuso que Juliana, que era su pareja, le habría contado lo
que sabía respecto del asesinato de la señorita Quintana y el señor Retamozo no
quiso arriesgarse a dejar ningún cabo suelto.
_ ¿Eso decía la nota suicida que le
encontraron?_ preguntó Dortmund sumamente reflexivo.
_ La noticia la replicó exactamente
igual. Palabra por palabra, letra por letra, acento por acento. ¿Qué piensa?
_ Que me resulta demasiado dudoso que alguien que haya
negado los asesinatos todo este tiempo y haya proclamado vehementemente su
inocencia hasta el último día de juicio, de golpe decida suicidarse y confesar
su pecado.
_ Yo también pensé lo mismo. Pero la nota era clara. Los
investigadores compararon el estilo de la carta con la máquina de escribir del
señor Retamozo y coincide. Revisaron todo y no encontraron otras huellas que
las propias de la víctima. Así que, para la Justicia todo cuadra.
_ Pero para mí, no. ¿Cómo se suicidó el señor Alfredo
Retamozo?
_ De una sobredosis de un medicamento que tomaba para la
presión por prescripción médica. No encontraron ninguna huella más que las
propias del señor Retamozo.
_ Muy bien. Esto se pone interesante y tengo una vaga idea
al respecto. Vamos, doctor.
_ ¿A dónde, Dortmund?_ le pregunté con ingenuidad.
_ A limpiar el nombre del señor Retamozo y a desenmascarar
al verdadero asesino de esos crímenes ocurridos hace dos años atrás en el hotel
de Mar de Ajó_ me replicó mi amigo fuertemente convencido y seguro de sus
acciones.
_ ¿Sabe quién lo hizo?
_ No. Pero no será difícil averiguarlo. Recuerdo el caso y solamente
tres personas pudieron haber cometido, aparte del señor Retamozo, esos asesinatos.
_ ¿Cómo piensa hacerlo?
_ Hay un error fundamental en esa carta suicida. Y ese error
es el que me llevará indefectiblemente a la solución de este caso. Vámonos ya
mismo, doctor. No podemos perder más el tiempo.
La primera diligencia fue a casa de la víctima y como
siempre, para acceder a ese privilegio, le solicitamos apoyo al capitán Riestra.
Una vez otorgado el permiso correspondiente,
notamos que la cerradura de entrada no había sido forzada. Entramos con la llave que nos facilitó el
capitán Riestra y mi amigo realizó una inspección ocular minuciosa. Después de
inspeccionada la morada, revisó la basura que aún no había sido retirada y
simplemente, nos retiramos. Hasta ese
momento, Dortmund había hecho votos de silencio respecto al caso.
Los otros tres sospechosos que pudieron haber cometido los
tres crímenes, según el inspector, eran Leticia Pascual, Juan Di Zeo y Julia
Calvo. Supuse que nuestra próxima visita sería a cada uno de ellos tres por
separado, pero Dortmund me dijo que no era preciso perder el tiempo hablando
con cada uno de ellos cuando podía llegarse igualmente a descubrir al asesino de
forma más sencilla y directa. Reconozco que estaba absolutamente desconcertado.
_ ¿No notó nada llamativo cuando revisamos la casa del señor
Rafael Retamozo, doctor?
_ Para serle sincero, no.
_ Su poder de deducción tan banal ya se asemeja al del
capitán Riestra. ¡Piense en la puerta de entrada, doctor?
_ Estaba con llave, aunque se notaba que la cerradura había
sido levemente forzada.
_ ¡Exacto! La forzaron los investigadores para ingresar a la
vivienda. Y recogieron la llave como evidencia una vez peritada la escena. Y
esa llave es la misma que nos facilitó el capitán Riestra a nosotros para
ingresar.
_ Sigo sin comprenderlo, Dortmund_ le dije a mi amigo con el
mismo desmán que antes.
_ Si tuvo que ser forzada por la Policía para ingresar,
significa que estaba cerrada con llave.
_ Es lógico. No veo nada raro en eso.
_ ¡No ve nada, que es muy diferente a no ver nada raro!_
enfatizó el inspector con irritación._ Pero qué ciego es usted. Vamos a la
inmobiliaria donde la casa del señor Alfredo Retamozo está inscripta.
No entendía el propósito de dicha directriz, pero preferí no
preguntar y seguir tajantemente al pie de la letra los pasos de Dortmund. Cuando
llegamos a la inmobiliaria en cuestión, el inspector me ordenó que esperara afuera,
que no iba a demorarse más de cinco minutos. Exactamente, cinco minutos fue lo
que mi amigo tardó en entrar y salir del establecimiento.
_ Explíqueme su idea porque definitivamente no lo comprendo_
le exigí al inspector con prudencia.
_ Bien_ se resignó Dortmund._ Ya que usted no lo ve todo tan
claro como yo, voy a iluminarlo, doctor. Me pareció raro que una persona que
mantuvo firme su inocencia desde el momento en que fue imputado por tres
asesinatos hasta el veredicto del tribunal, de golpe decida suicidarse y
confesar un hecho por el juró solemnemente ser inocente. La pregunta que me
surgió entonces fue, ¿a quién beneficiaba esta circunstancia? Naturalmente, al verdadero asesino.
_ ¿Sugiere que a Alfredo Retamozo lo mataron y lo hicieron
parecer un suicidio?
_ No. Alfredo Retamozo realmente se quitó la vida por las
mismas razones expuestas al momento de enterarnos de su deceso. Un hombre como
él que tuvo un juicio injusto y que fue juzgado por tres crímenes con pruebas
insuficientes y circunstanciales, no pudo soportar más ése peso sobre sus
hombros y decidió suicidarse. No lo resistió, era natural. La muerte era su
única salvación para encontrar ésa paz que tanto anhelaba tener. Y aquí está la prueba.
Extrajo del bolsillo de su saco una nota escrita a máquina.
Decía: “Me condenaron injustamente por
tres crímenes que cometió alguien más. No voy a soportarlo. No fui hecho para
sufrir de esta manera y con tanta crueldad. Mi decisión es irrevocable. Espero
me entiendan y sepan perdonarme. Y les pido perdón a todas las personas a las
que les fallé a lo largo de mi vida. No puedo seguir más así, espero lo
entiendan y no me juzguen al respecto. Hasta siempre. A.R.”.
_ Es una carta suicida_ dije completamente azorado.
_ La verdadera carta suicida escrita por el señor Alfredo
Retamozo. La hallé cuando hurgué en su basura_ contestó Dortmund, triunfante. _
El asesino se entera de su muerte y ve allí la clara posibilidad de, como se
dice vulgarmente, colocarle la frutilla a la torta. Pero se le presentaba un
obstáculo no menor: ingresar a la morada. Si forzaba la cerradura, todo su
ingenioso plan se caería, la culpabilidad del señor Retamozo se pondría en duda
y tarde o temprano todo sería descubierto. Entonces, ¿cómo entrar a la casa de
Alfredo Retamozo sin levantar sospechas y limpiamente? Consiguiendo la llave,
lógicamente. ¿Pero, cómo obtenerla? Y se le ocurrió usar el suicidio y algunos
datos que publicaron los medios al respecto para ir a la inmobiliaria donde
nuestra víctima tenía registrada su casa, hacerse pasar por un familiar directo
suyo y obtener con ese ingenioso ardid la llave que tanto le urgía tener. Una
vez conseguida con éxito, se dirige a la morada, entra no sin antes colocarse guantes, escribe
una segunda nota suicida con los detalles y la culpabilidad de los tres
crímenes por los que fue juzgado y la reemplaza por la nota original escrita
por el señor Retamozo. Se deshace de ella arrojándola debidamente a la basura y
tomando todas las precauciones al respecto para que no sea hallada con
facilidad, y se retira de la misma manera y con la misma tranquilidad con la
que entró. Y descubrí a esa persona:
Julia Calvo, la más inocente criatura que jamás hubiera imaginado capaz de algo
así. Pero la persona más dulce y cautivadora muchas veces suele ser la más
peligrosa.
Este razonamiento, realmente admirable, le bastó al capitán
Riestra para obtener una orden de detención en contra de la señorita Calvo. Una
vez detenida, Dortmund la confrontó de frente con la verdad. El semblante de
ella estaba terriblemente pálido. Así comprendió que todo finalmente había
terminado.
_ Casi logra su cometido, señorita Calvo_ adujo el inspector
con soberbia._ Pero lamento decepcionarla. Si a usted no se le hubiera ocurrido
jamás cambiar la carta suicida original por la falsa que usted redactó, la
verdad no se hubiese descubierto nunca. Usted estaba comprometida con Martín
Ojeda, me acordaba muy bien de eso cuando estudié el caso hace dos años. Por
eso me pareció raro leer en su carta suicida que el señor Ojeda fuera asesinado
porque descubrió que Juliana Molina fue asesinada por el señor Retamozo. Porque
me acordaba perfectamente que Juliana Molina era la esposa del señor Martín
Ojeda y no del señor Retamozo, como pretendió hacernos creer con su farsa. Usted
se enteró que el señor Martín Ojeda le era infiel con la señorita Molina y que
iba a dejarla por ella porque ya no soportaba la relación que ustedes tenían,
tan agobiante y asfixiante. Usted, señorita Calvo, enloqueció y mató primero al
señor Ojeda y después asesinó a la señorita Molina, pero se las ingenió implacablemente
para confundir a la Policía haciéndole creer que el primer crimen que se cometió
fue en realidad el de Juliana Molina y le siguió en tercer lugar el señor
Martín Ojeda. Eso les hizo cambiar su versión de los hechos y plantear otras
teorías erróneas. La felicito, admirable. ¿Pero, por qué deshacerse de la
señorita Leonela Quintana? Porque ella sabía de los planes del señor Ojeda de
divorciarse de usted para casarse con la señorita Molina. Ellos eran muy amigos
y lo supo, conocía todos los secretos. Y era peligroso dejarla con vida porque
si relacionaba los hechos, sabría que usted era la asesina y prefirió no
arriesgarse asesinándola a ella también. Y cometió los tres asesinatos de forma
dispersa para que la Policía no pudiese hallar un hilo conductor directo que
contara la historia que acabo de exponerle, sino otras muy diferentes.
_ Es una historia extraordinaria y tiene usted una
imaginación envidiable. Pero no puede demostrar nada porque no existen pruebas_
desafió Julia Calvo a mi amigo con altivez._ Así que, es solo eso: una estúpida
historia inventada por un estúpido policía como usted.
Y se rió desaforadamente con malicia.
_ Recuerde, señorita Calvo_ le reprochó el inspector con
altura_ que fue a la inmobiliaria a conseguir la llave para entrar a casa del
señor Retamozo. Allí dejó una gran evidencia que no puede borrar con el codo.
Julia Calvo se puso seria de golpe y se la llevaron
detenida.
_ Otra vez Dortmund prestando sus servicios a la Policía
Federal_ lanzó el capitán Riestra con ironía y admiración conjuntas.
_ Ustedes nunca aprenderán_ refutó Sean Dortmund_ que cuando
un hombre no tiene coartada al momento de un asesinato es porque es inocente.
Porque un inocente no la necesita porque no hizo nada. En cambio, el culpable
sí la precisa para cubrir la huella de su delito. Simple lógica detectivesca.
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