6. Una visita a la Fiscalía
A la mañana siguiente, empecé con las diligencias desde
temprano, aunque prometía ser una jornada de rutina y no tan exhaustiva como
las precedentes. Por una cuestión simplemente de principios, constaté con los
bancos que la cuenta que figuraba en las cartas anónimas que recibió la señora
Consuelo Irurtia había sido abierta bajo una identidad falsa y que también
había sido cerrada hacía unos días atrás.
Estas averiguaciones de rigor no me demandaron demasiado
tiempo y tuve un amplio margen de horario para ir a la Fiscalía Penal
nº47 de Capital Federal, que tramitaba la instrucción en contra del señor
Raimundo Cisneros y su consecuente elevación a juicio oral.
Me anuncié en la administración con la secretaria, le expuse
los motivos de mi consulta, ella amablemente se los hizo llegar al fiscal y a
su vez aquél me hizo llegar su respuesta por los mismos medios.
_ La dra. Ravazzo dice que no dispone de tiempo para
atenderlo_ me dijo la muchacha, gentilmente.
_ ¿La dra. Ravazzo?_ pregunté ligeramente sorprendido._
Pensé que la causa la llevaba adelante un fiscal.
_ Sí. El dr. Bermúdez. Pero se licenció a las pocas semanas
de iniciada la investigación por problemas de salud y lo subroga hasta su
retorno la dra. Melina Ravazzo.
_ Muy clarificadora su explicación, señorita… E hice una
pausa intencional para que la dulce muchacha se identificara.
_ María_ remarcó la secretaria con diplomacia.
_ María. Bien, necesito hablar con la dra. Ravazzo. No le quitaré
más de cinco minutos de su valioso tiempo.
_ Lo lamento, señor… ¿Dortmund, me dijo que se llama?
_ Así es.
_ Le decía que lo lamento, señor Dortmund. Pero la dra. es implacable
con este tipo de decisiones.
_ Sólo serán cinco minutos. Tiene mi palabra de honor,
señorita María.
La secretaria se apenó muy a pesar suyo.
_ Lo lamento realmente_ me replicó, afligida._ Si usted
insiste e ingresa a su despacho, puedo perder mi trabajo. ¿Me entiende?
_ Perfectamente.
Una mujer vestida elegantemente, que evidentemente había
estado escuchando mis insistencias desde el interior de su despacho, se
apersonó con una actitud imperiosa y ofuscada.
_ Soy la fiscal Melina Ravazzo_ y me estrechó la mano con desprecio._
Dos minutos y acá mismo. ¿Qué quiere saber?
_ ¿Podemos hablar en privado?
_ No. Acá mismo. Dígame qué necesita o me retiro
inmediatamente.
_ ¿Por qué procesó al señor Cisneros por el homicidio
de la señora Irurtia?
_ La interfecta fue hallada en su domicilio desfallecida a
causa de la ingesta de una dosis elevadamente letal de morfina, la misma que
los peritos recuperaron de entre los efectos personales del acusado. El
análisis patológico confirmó que el tóxico le fue suministrado a la occisa diez
minutos antes de su deceso, en tiempo coincidente con el arribo al hogar del
señor Cisneros. Una testigo dijo que el acusado estaba al tanto de una aventura
romántica que la señora Irurtia mantenía con el señor Barreto y él lo confesó.
Todo cuadra. Las evidencias son las evidencias. Motivo y oportunidad claras
para el asesinato. ¿Algo más?
_ ¿Él lo confesó, Señora Fiscal? ¿Quién es él
específicamente?
_ El señor Cisneros.
_ Supongo que habrá hablado con el señor Barreto, en efecto.
_ No fue necesario. Con la información y las pruebas que
reuní, me bastó para mandar a juicio al señor Cisneros. Y el tribunal estuvo de
acuerdo conmigo.
_ Usted bien sabe, Señora Fiscal, que los testigos no son
del todo confiables.
_ ¿Insinúa que hago mal mi trabajo?
_ Insinúo, con todo respeto, que lo deja inconcluso. El
señor Fabián Barreto puede ratificar o rectificar los dichos de su testigo. Su
labor es entrevistar a todos los involucrados en el caso, cruzar todos los
testimonios entre sí y sacar
conclusiones.
_ Terminamos.
_ ¿Y si le digo que el señor Cisneros puede llegar a ser
inocente?
_ ¿Y si le digo que no?
Refunfuñó y regresó a su oficina de forma poco amable e inmoral.
Le agradecí a la señorita María, su secretaria, la gentileza y me retiré.
Pobre señorita María, tener que soportar a una fiscal con el
temperamento de la dra. Melina Ravazzo era digno de ser santificado. Mi
compasión para con esa pobre criatura.
La fiscal se encerró en una teoría totalmente vulgar y
superficial. Y omitió lo más importante: hablar con el señor Fabián
Barreto. Así que, tenía que hacerlo yo
sin más alternativa.
No fue difícil ubicarlo. Me recibió gentilmente en su morada
porque quería que se aclarase lo de Consuelo Irurtia. Era un hombre delgado,
alto, de espesas barbas y ojos enormes. De temperamento refinado y ademanes
ligeros.
En resumen, me confirmó la historia que me contara el señor
Raimundo Cisneros cuando me visitó la primera vez. Que ellos dos se conocieron
en la Secundaria y que se pelearon por el amor de la señora Irurtia. Me ahondó
en algunos detalles que no son esenciales para el caso, pero al final me
confesó algo que dio por concluida mi investigación. Le agradecí enormemente al
señor Barreto su tiempo y predisposición para recibirme y me fui corriendo a mi
departamento, empujado por la emoción de un caso que resultó de lo más enrevesado
e intrincado posible. Pero de una solución digna y extraordinaria como pocas.
Sólo restaba organizarme y ponerle las manos encima al asesino. ¡Lo había
atrapado!
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