I
Zulma Ponce reunió a sus cinco parientes más cercanos en su
chacra de Chascomús un domingo a la tarde con motivo de notificarles la
decisión que tomó respecto a la repartición de sus bienes y su patrimonio una
vez que muriera a causa de una infección que la tenía a mal traer. Eran tres hijos (dos mujeres y un hombre), un
sobrino y una hermana, en lo que ella consideraba podía ser su última reunión
familiar.
Después de compartir el típico asado familiar de los
domingos, Zulma pidió silencio y solicitó que nadie la interrumpiera durante su
disertación. Todos aceptaron y la escucharon sin oponerse.
_ No me queda mucho en este mundo_ dijo Zulma Ponce,
entristecida._ Ustedes saben perfectamente que mi partida es inminente. Y tenía
ganas de verlos a todos reunidos una vez más antes de mi despedida definitiva
de esta Tierra.
Zulma Ponce percibió la conmoción que emanaba de los rostros
de cada uno de sus familiares.
_ No finjan más, señores_ aclaró Zulma con soberbia audacia
y sin rodeos._ Todos ustedes me odian porque me consideran una arpía, una mala
persona que lo único que hizo durante sus 77 años de vida fue arruinarles la
suya de todas las formas posibles. No nos engañemos más, por favor. Para
ustedes, soy la oveja negra de esta mísera y desgraciada familia. Y todos están
deseando verme muerta cuanto antes.
Y lanzó una risa burlona. Al ver que uno de sus hijos iba a
emitir opinión, lo acalló previstamente con un ademán que ejecutó con el dedo
índice.
_ Dije que nada de interrupciones_ aclaró impasible Zulma
Ponce. Y se dirigió primero a Lucas, su
hijo mayor._ Vos hace seis años que te casaste con Brenda, ¿no? Y seguís casado
con ella todavía, pese a las innumerables veces que se pelearon por mi culpa.
Sí, por mi culpa. Por culpa de esta vieja metiche que siempre te dijo que
Brenda no era para vos. Que no era tu tipo de mujer porque vos no le importabas,
sino tu fortuna. Discutieron infinidad
de veces por esta razón hasta que Brenda empezó a llenarte la cabeza en contra
mía, a manipularte y me recriminaste por eso. Dejaste de llamarme, de
visitarme, de atenderme los llamados. ¿Y qué empezaste a notar? Que tu cuenta
de ahorro se vaciaba sospechosamente. La única persona capaz de sacar plata de
tu cuenta era justamente Brenda porque tienen cuenta compartida. Pero ella te
lo negó y vos le creíste, porque no la gastaba, eso se notaba. Y decidiste averiguar
por tu propia cuenta el destino de ese faltante. ¿Y qué descubriste? Que había
sido transferida a mi caja de ahorro. Lo atribuiste a una artimaña mía para
alejarte de Brenda. Pero lo cierto es que fue Brenda quien transfirió la plata
a mi cuenta a tus espaldas para hacerte creer a vos que yo te estaba robando. Y
te lo creíste. Porque Brenda quería sacarme del camino porque yo era como una
piedra en el zapato para ella. Una estafa simple pero efectiva, porque le
resultó. Pero te estarás preguntando Lucas porqué yo supongo que viniste a esta
cita familiar. Y mi respuesta es simple: viniste
para matarme. Porque creo que en realidad vos mismo me transferiste ese
dinero a mi cuenta para culpar a Brenda. ¿Y por qué? Porque hay otra mujer en
tu vida, ¿no es así, Lucas? Las madres nos damos cuenta de todo y las esposas
son intuitivas. Asesinarme te iba a resultar mucho más fácil que separarte de
Brenda. Mucho más sencillo y menos conflictivo. Tu plan era matarme a mí y
culpar a Brenda. Y con el antecedente de la transferencia bancaria, era una
buena sospechosa para la Policía. Le habrás pedido que venga a cierta hora para
poder culparla y crearte a su vez tu propia coartada. Ibas a matarme poniéndote
ropa de ella para confundir al resto si te veía y sembrando objetos personales
suyos. Así, matabas dos pájaros de un solo tiro: castigabas a tu madre por
entrometerse en tu vida personal y no dejarte en paz, y te deshacías de Brenda
para empezar desde cero con tu amante. ¿Pero, a qué viene eso de las mujeres
intuitivas que dije antes? Porque Brenda
pensaba culparte a vos del crimen para quedarte con toda tu fortuna, tu
casa, todas tus cosas, culpando a su vez a tu amante. ¿Te creés que no se dio
cuenta? Qué iluso que sos, Lucas.
Un clima de estupor y tensión se apropió del ambiente
poderosamente. Pero ninguno se atrevió a decir nada y dejaron que Zulma
siguiera con las acusaciones que aún le quedaban por clamar.
_ Soledad_ siguió Zulma Ponce con su discurso._ Mi hermosa y
adorable hija Soledad. Que hace treinta y tres años que no me hablás porque
alegaste que perdiste el embarazo por culpa mía. Me acusaste solemnemente de
haberte echado en todas tus infusiones gradualmente por al menos una semana pequeñas
dosis de Fludarabina, una droga
anticancerígena, que todos sabemos, las drogas de esta naturaleza producen
pérdida de embarazo. Me culpaste de envenenarte porque no aprobaba tu
matrimonio con ése hombre con el que estabas, creo que se llamaba Juan o José
Luis, no me acuerdo bien ahora. Y él, después de ese episodio, te dejó por
otra. Y vos le tomaste desprecio a las relaciones, pero en especial me tomaste
desprecio a mí, a tu madre. Y viniste después de treinta y tres años por la
misma razón que Lucas: a matarme. El
odio y el resentimiento viven en la inmortalidad de sus cuerpos. Con otra
potencial asesina entre ustedes, Lucas seguramente debes estar suspirando de
alivio. Y cuando se entere Brenda…
Hubo unos segundos de silencio que fueron sinuosos. Zulma
testeó las expresiones de todos por turnos, sonrió con malicia y continuó.
_ Sofía, mi otra hija, la menor de mis tres retoños. Lo tuyo
es más sencillo. Me acusaste de robarme a tu marido. Pero no fui yo la que te
robó a tu hombre, Sofía querida. ¿No es verdad, Soledad? Soledad necesitaba
crearse un chivo expiatorio para que vos Sofía no te dieras cuenta de la
verdad. Y yo, según Soledad, con el tema del embarazo, le di los motivos
suficientes. Ahora, me queda una duda. ¿El embarazo que según vos Soledad perdiste
por mi culpa, quién era padre? ¿Realmente te separaste por mi culpa después que
surgió tu disparatada teoría de que te envenené o porque tu hombre se dio cuenta
de que le eras infiel con tu cuñado? Me queda la gran duda.
La incomodidad y los nervios iban en crecimiento constante.
Zulma Ponce seguía hablando.
_ Alejo, mi sobrino del alma, hijo de mi fallecido y querido
hermano Aurelio. Pobre, se hacía mala sangre por todo, pero él no me hacía caso
y la presión se le fue por las nubes y bueno, le dio un ataque al corazón
fulminante. Pero mi querido Alejo cree que yo lo maté por envidia, porque
Aurelio llevó la vida que yo siempre deseé y por esas vueltas de la vida, no
pudo ser. Y si a eso le sumamos el hecho de que mi relación con Aurelio era
áspera, tienen a la asesina perfecta. Tenía un vínculo conflictivo con Aurelio,
pero eso producto de su fuerte y varonil temperamento. Pero Alejo sigue sin
creerme y vino a vengarse. Y por último, Vilma, mi hermana de sangre, que tan
falsamente me acusaste de manipular a papá para que me cediera toda su herencia
a mí y a vos dejarte sin nada. Pero las dos sabemos muy bien que vos tuviste
muchos problemas con papá, serios problemas con él. La decisión de desheredarte
por completo fue toda suya, pero vos seguís insistiendo en que yo me aproveché
de esa situación para manipularlo y quedarme con todo. Por eso maté a Aurelio,
según tu lógica, ¿no? Para no tener que compartir la herencia con él. Sobrino y
hermana con dos perspectivas diferentes sobre una misma muerte familiar. Qué
interesante.
Zulma Ponce se levantó de su silla, apoyó las dos manos
sobre la mesa con ímpetu y miró al grupo familiar desafiante y con los ojos que
expelían vehemencia.
_ Todos esperaban esta oportunidad que por años les fue
negada_ adujo al rato Zulma Ponce sin escrúpulos_ y yo se las di. Hoy uno de
ustedes cinco tiene la gran oportunidad de su vida de matarme y sacarse un peso
de encima. A ver si tienen las agallas, porque para eso vinieron, manga de
desalmados.
Y sin más, se retiró a su cuarto a descansar. Todos murmuraron
entre sí, cambiaron impresiones, opiniones e ideas. Y decididos a confrontar a
Zulma para convencerla de que estaba completamente equivocada en todo sentido,
los cinco se dirigieron en tropel hasta su habitación. Le golpearon la puerta
repetitivamente pero Zulma los echaba con insultos y agravios, hasta que
resueltamente dimitieron de las insistencias y se marcharon.
Ésa misma noche, Zulma Ponce apareció asfixiada y con el
rostro magullado como consecuencia de quemaduras producidas por una plancha
adentro de la bañera desbordada de agua.
II
Laureano Borrell, inspector de Homicidios de la Policía
Federal, fue convocado especialmente para colaborar en la investigación de este
caso. Cuando llegó a la escena del crimen, su viejo compañero Luis Montero lo
esperaba con ansias. Y con el mismo ímpetu, lo recibió como a un legítimo
héroe.
_ Dejá de derrochar tus energías en alabanzas inútiles y
contame qué pasó acá, Montero_ le ordenó Borrell, pasando por alto los saludos
de rigor.
_ Qué carácter, Borrell, eh_ replicó Montero, obstinado.
_ Me conocés demasiado bien. Dale, te escucho.
_ La víctima se llamaba Zulma Ponce, tenía 77 años y una
infección severa que iba a mandarla para el otro lado en cualquier momento. Por
una de esas cosas raras de la vida, juntó a sus cinco parientes más próximos
para notificarlos sobre el testamento, supuestamente.
_ ¿Por qué decís supuestamente, Montero?
_ Porque lo usó como pretexto para concretar la reunión,
porque la vieja estaba segura que si no metía ese verso, no venía nadie. Estaban
todos enojados con ella desde hacía añares. Lucas Cuzioti Ponce, su hijo varón,
casado con Brenda Muto, una relación que la occisa no aprobaba en absoluto. La
vieja sostenía que Brenda Muto se casó con él por la plata y que apeló a todas
las artimañas posibles para ponerla en contra de ella. Y Brenda, para sacarse
de encima a la vieja metiche, pretendía poner a Lucas en contra de su propia
madre. ¿Qué hicieron? Parece que Lucas tenía otra mina por ahí, aunque no lo
admitió (ni lo va a admitir) e hizo una jugada infantil pero efectiva. Él y
Brenda Muto, su Jermu, tienen cuenta compartida en el banco. Transfirió plata a
la cuenta de su madre para que la vieja la culpara a Brenda, mientras que el
flaco sostenía que la madre se la robaba. No era boludo, sabía que la vieja le
iba a decir que Brenda se la estaba transfiriendo para culparla y acrecentar un
conflicto ya iniciado. Obviamente, se avivaron. La vieja no tenía ningún pelo
de boluda y Brenda Muto tampoco porque según Zulma, ella presentía que su hijo
la engañaba. Es decir, Brenda sabía, según la señora Ponce, que era cornuda.
Para ponerlo fácil. La vieja sostuvo, y
acá viene lo más relevante de todo esto, que Lucas vino exclusivamente a
asesinarla. Su plan, según la occisa, era matarla haciendo parecer que lo hizo
Brenda Muto. De esa manera, Lucas se sacaba dos pesos de encima y se quedaba
con la amante. Pero escuchate esta, Borrell. La vieja sostuvo hasta el final
que todos vinieron a matarla.
_ ¿Es broma, no?
_ No, Borrell. Hice mi laburo hasta que vos llegaste. Esta
familia es un despelote. La vieja tenía buenas y justificadas razones para
creerlo. Pero vayamos brevemente caso por caso.
_ En definitiva, ¿qué averiguaste de Lucas Cuzioti?
_ Las famosas transferencias bancarias existieron y salieron
efectivamente desde la cuenta que Lucas Cuzioti comparte con su esposa, Brenda
Muto. Él admitió guardarle rencor a la madre porque no aprobaba su relación con
Brenda y que dejaron de verse por ese motivo. Estaba áspera la relación por
este tema, picante la cosa. No era una simple discusión de madre e hijo. Ese
trasfondo no importa igual. Lo que sabemos y te conté alcanza. En concreto,
Lucas admitió que la madre sabía que esa guita él se la pasaba para ayudarla
porque con la jubilación nada más no llegaba a fin de mes. Pero la vieja estaba
tan resentida por el distanciamiento con su hijo, que se inventó una
conspiración en su contra para asesinarla.
_ ¿No hay modo de refutar o ratificar una u otra postura,
Montero?
_ Imposible, Borrell. No hay nada extraño en los resúmenes
de cuenta. Todo encaja con la versión de Lucas Cuzioti. Lo que plantea la
víctima es empíricamente incomprobable. Vos sabés como funciona esto.
_ Convengamos, Montero, que existía un resentimiento mutuo
en este caso. Eso no es un dato menor.
_ Absolutamente. Pero
bueno, continúo. Pasamos a Soledad Cuzioti, una de las dos hijas mujeres que
tenía la víctima.
_ Antes que sigas. ¿Qué declaró Brenda Muto?
_ Avaló lo que dijo su esposo. Comentó que la quería a Zulma
pese a todo. Pero qué sé yo.
_ ¿Nada extraño en ella tampoco, entonces?
_ No, todo perfecto por ahora. ¿Prosigo?
_ Por favor.
_ Parece que Zulma Ponce no solo no avalaba a la esposa de
su hijo por trepadora y materialista, sino al primer y único esposo que tuvo su
hija Soledad Cuzioti. Nos dijo ella misma que su madre pretendía para ella un
hombre bien, fino, elegante, de buena posición, de buena familia, buenos hábitos…
Todo lo contrario a Juan José Cabrera. Un terrible vago que le escapaba al
laburo, desprolijo, un tipo que descuidaba su imagen personal, poco respetado,
que tomaba cerveza todo el día… Pero Soledad se sentía atraído por él. Andá a
saber por qué. ¿Sabés que nunca voy a entender a las minas en ese sentido?
_ Acá le doy la derecha a la víctima.
_ Quedó embarazada, pero perdió inesperadamente el embarazo
a los dos meses, justo una semana después de que Zulma y Cabrera se enteraran.
Se le hicieron una serie de estudios médicos para determinar las causales de la
pérdida del bebé y se encontraron dosis altas en el organismo de Soledad de Fludarabina. Es un anticuerpo que se usa en tratamientos contra el
cáncer. ¿Adiviná qué, Borrell? Soledad culpó a nuestra víctima de envenenarla
porque no quería que tuviera un hijo de ése sátrapa. Eso la traumó y nunca más
quedó embarazada ni tuvo otra relación con algún otro hombre. Y por eso la relación entre ellas se rompió.
Esto fue hace treinta y tres años, según la propia Soledad Cuzioti.
_ Y vino después de tantos años por el testamento y la
sucesión. Qué materialista son los hijos. Que poco les importan los padres.
_ Obviamente, Zulma Ponce hizo pública esta acusación
delante de todos después del asado.
_ Dos hijos con dos motivos diferentes. Muy interesante.
_ Alguien se dio el lujo de liquidarla.
_ Seguí con el resto de los que faltan.
_ Sofía Cuzioti, la última de los hijos de Zulma Ponce.
Acusó a su madre de ser la amante de su marido, relación que terminó hace
tiempo en consecuencia. Y al igual que su hermana, no volvió jamás a contraer
matrimonio. Pero parece que la que realmente se comía al marido era su propia
hermana, era Soledad. Y desvió las sospechas hacia Zulma para no perder la
relación con Sofía. Más, estando el antecedente previo entre Soledad y Zulma
por el quilombo del embarazo.
_ ¿Sería ese el padre del hijo que perdió Soledad?
_ No sería difícil comprobarlo. No necesitamos pruebas
específicas. Nos basta una confesión de parte. Las pruebas reservémoslas para
esclarecer el asesinato de Zulma Ponce.
_ Eso es relativo, Montero. Me refiero a lo primero que
dijo.
_ Se entendió perfectamente.
_ ¿Qué declaró Sofía?
_ Sostiene que su madre le robó a su pareja en ese momento y
le tomó bronca y nunca la perdonó. Y vino por la misma razón que el resto. O a
interesarse en el testamento o a matarla.
_ ¿Dijo el nombre del hombre en discordia?
_ Un tal Alberto Pérez. Nunca más volvió a verlo. Dijo que
él trató de explicarle que ella estaba en un error, pero no quiso escucharlo y
lo echó. Todo terminó mal, como es de imaginarse. Y nunca más supo de él. Y
Pérez tampoco movió un pelo en buscar a Sofía Cuzioti.
_ ¿Qué respondió Soledad a las acusaciones de su madre?
_ Las negó, por supuesto. Entre hermanas se creyeron y se
creen todavía. Se tienen mucho afecto y se cuidan entre ellas.
_ ¿Y cómo es la relación de ellas con su único hermano
varón?
_ Buena. No tan cercana como es la relación entre ellas dos,
pero es buena. Me dijeron que se hablan a menudo, que se preocupa el uno por el
otro… Nada del otro mundo.
_ ¿Quiénes quedan?
_ Alejo Ponce, hijo de Aurelio Ponce, sobrino de nuestra
víctima. Aurelio era el hermano de Zulma, nuestra occisa.
_ ¿De qué murió?
_ Hay que confirmarlo con los informes correspondientes.
Pero de un infarto, producto de la mala sangre que se hacía por todas las
cosas. Sin embargo, Alejo Ponce resume toda esa mala sangre en una sola
persona.
_ Zulma Ponce.
_ Adivinaste, Borrell.
_ A esta altura, no es muy complicado adivinarlo.
_ Alega que su tía lo hostigaba todo el tiempo, le
reprochaba unas cosas, lo hacía responsable de otras. Era un martirio, con esa
palabra definió Alejo Ponce el trato que su tía tenía con su padre. “La única
misión de esa señora era hacerle la vida imposible a mi pobre viejo. Y lo
consiguió con creces. Es un alivio que esté muerta. Pero aclaro que yo no tuve
el privilegio de hacer los honores”. Frase textual de Alejo Ponce.
_ ¿Y por qué el martirio al que la interfecta sometía a su
propio hermano?
_ Por envidia. Él tuvo la vida que ella deseaba y Zulma se
sintió frustrada. Es lo que sostiene Alejo Ponce.
_ Y queda una persona más, ¿no?
_ Vilma Ponce, la hermana de nuestra víctima. La acusa de
haber asesinado a Aurelio Ponce, el hermano de ambas, padre de Alejo. Se lo
resumo en una línea para no marearlo demasiado. Lo mató para quedarse con su
parte de la herencia, la herencia que el padre de los tres les dejó al
fallecer. Según Vilma, Zulma mató a Aurelio para quedarse con la parte de la
herencia que le correspondía a él.
_ Eso se llama despecho. Y está íntimamente ligado a los
motivos ofrecidos por Alejo Ponce.
_ Diste en el clavo.
_ Conseguime el acta de defunción de Aurelio Ponce, Montero,
lo antes posible.
_ ¿Lindo caso, no? Cinco allegados a la víctima que vinieron
por el tema del testamento y se encontraron con todas estas acusaciones que
ella les hizo y que algunos ratifican y otros rectifican. Una pinturita.
_ Cinco sospechosos, cinco motivos, una víctima…
_ Cinco ratoncitos.
_ O cinco gatos negros... ¿Dónde está el cuerpo?
_ Seguime. Por acá.
El sargento Luis Montero guió al inspector Borrell adonde
yacía el cuerpo de Zulma Ponce. Cuando Laureano Borrell contempló la escena, se
espantó.
_ Le quemaron el rostro con una plancha, la estrangularon y
la sumergieron en la bañadera. Seguramente, las laceraciones en el rostro se
las hicieron mientras el asesino llenaba la bañadera.
_ ¿Qué causó exactamente la muerte de la víctima?
_ Ahogamiento por inmersión_ intervino el forense._ El
asesino arrojó a la víctima a la bañadera cuando terminó de llenarse, le anudó
la soga al cuello en el proceso y apretó paulatinamente. La víctima perdió
estabilidad y se ahogó. Y por supuesto el agua tuvo sus efectos en las
quemaduras del rostro. Las tengo que revisar bien en la morgue para darles una
respuesta más precisa. Pero si les sirve de algo, por la atadura de la soga y
el modo en que las quemaduras fueron ocasionadas con la plancha, buscan a un zurdo.
_ ¿Hora aproximada de la muerte?_ preguntó Borrell sin
despegar la vista del cadáver.
_ Entre las 17 y las 19 del domingo.
_ Para esa hora, no había nadie ya_ interpuso el sargento
Montero._ Después de que la víctima acusara a todos de querer matarla y darles
sus respectivos motivos, se encerró con llave en su cuarto. Los cinco
insistieron en convencerla de que saliera, pero Zulma Ponce ignoró la petición,
se hartaron y se rajaron.
_ Pero uno regresó para asesinarla. La pregunta es quién_ reflexionó
Borrell en voz alta._ ¿Huellas? ¿Fibras? ¿Cabellos?
_ Huellas, las de la víctima solamente. Por el resto, nada
fuera de lo habitual_ replicó el sargento Luis Montero.
_ Quien sea que la haya matado vino muy preparado_ expuso
Borrell, quedamente.
Y analizó minuciosamente el cuerpo de Zulma Ponce de
principio a fin. Examinó cada detalle rigurosamente y con mucha precisión. Y
cuando concluyó, se retiró, no sin antes decirle al forense que precisaba los
resultados preliminares de la autopsia listos en su oficina a primera hora de
la mañana, lo mismo que el informe de la muerte de Aurelio Ponce, cuya petición
estaba a cargo de Luis Montero.
III
Borrell hizo una pequeña parada en
la Comisaría. Le había solicitado al encargado de archivos que buscase todo lo
referente a Juan José Cabrera. Se
dirigió a la oficina en cuestión y el oficial Trompoli, a cargo de la misma, le
entregó el expediente en mano.
_ Me costó un huevo encontrar al
tipo este, Borrell_ le recriminó Trompoli al inspector de Homicidios.
_ Le di toda la información precisa
para que filtrara la búsqueda_ respondió impasible Laureano Borrell mientras
leía el expediente en cuestión.
_ ¡Claro! Eso me facilitó todo el
laburo. ¿Por qué la próxima no me trae para que investigue a un Pérez, un
González o un Fernández?
Dijo eso último con detonado
sarcasmo.
_ Tengo un Pérez para usted, ya que
lo pide. Alberto Pérez.
_ ¿Me está jodiendo?
_ No se pase de vivo, Trompoli. Fue
marido de Sofía Cuzioti. Zulma Ponce, la víctima del caso, parece que tenía una
relación clandestina con él.
_ ¡Ah! Listo. Deme cinco minutos,
que le digo hasta lo que morfó el día anterior al gol de Maradona a los
ingleses en el Mundial del 86.
Laureano Borrell se hartó de la
impertinencia del oficial Trompoli y lo agarró del cuello del uniforme.
_ Escuchame, pelotudo. Dejate de
hacer el gracioso y laburá, que para eso te pagan. No te garpan un sueldo para
que seas un payaso. Si no querés hacer tu laburo, tomatelas ya y busca trabajo
en el circo, que para payaso ridículo y pelotudo das perfecto. Porque la
próxima, te cago a culatazos. ¿Soy claro?
Trompoli movió la cabeza como pudo,
nervioso y con cara de asustado.
_ Vas a buscar a Alberto Pérez y
hoy a última hora me vas a dejar toda la información del tipo este en mi
escritorio. ¿Te quedó claro? No quisiera tener que hacer uso de la violencia.
Lo zamarreó vagamente y lo soltó.
Trompoli miró a Borrell en estado de shock y se fue enseguida a cumplir con lo
solicitado.
Laureano Borrell se dirigió a casa
de Juan José Cabrera. El hombre en cuestión lo recibió amablemente en su
humilde choza en la que vivía en las afuera de La Plata.
_ ¿Homicidios? Me deja usted sin
palabras, inspector_ manifestó Cabrera, después de que Laureano Borrell se
identificara.
_ Supongo, señor Cabrera, que se
enteró del asesinato de Zulma Ponce.
_ La madre de Soledad… Sí, una
terrible tragedia.
_ ¿Se contactó con Soledad Cuzioti
al respecto?
_ No, inspector. Lo nuestro terminó
hace muchos años atrás. La pérdida del embarazo fue una tragedia horrible que
nos sacudió a todos. Tanto esperar ese hijo..._ y dejó escapar unas lágrimas,
que eran prueba de su alma frágil y quebrantada por lo ocurrido.
_ ¿Por qué se fue en vez de
quedarse con su mujer, cuando más lo necesitaba, cuando más vulnerable estaba?
_ No fue fácil, oficial.
_ Inspector_ corrigió Borrell.
_ Inspector. No fue fácil. Estas
cosas lo cambian a uno. Nada vuelve a ser igual después de que tu mujer pierde
un embarazo. Fue terriblemente devastador. La dejé por compasión, para darnos
un tiempo. Un tiempo que nunca más recuperamos. Es triste.
_ ¿Nunca más volvió a tener
contacto con ella?
_ No, nunca más. La llamé un par de
veces pero me pateaba con excusas. Hasta que decidí dejarla en paz
definitivamente y seguir por mi cuenta con mi vida. Ya me ve. Solo, sin
trabajo, viviendo en un choza desvencijada que se cae a pedazos en un barrio
humilde de La Plata.
_ Soledad la culpó a la señora
Zulma de inducirle la pérdida de su embarazo mediante el empleo de Fludarabina. Los exámenes que
posteriormente se le practicaron a su esposa dieron positivo para esta
sustancia. ¿Cree realmente que Zulma Ponce haya envenenado a su propia hija?
_ Yo siempre fue esto que tiene
delante suyo, inspector. Mi vida nunca valió nada. Y eso era frustrante para
Zulma. ¿Qué digo frustrante? Irritante, lamentable, deplorable. Pero no sería
capaz de algo así.
_ ¿Tenían una relación áspera
ustedes, no es así, señor Cabrera?
_ Zulma me odiaba con toda la
fuerza de su ser. Siempre llenándole la cabeza a Soledad en contra mía. No era
sano tener a esa mujer de pariente.
_ Soledad creía en usted y lo
amaba.
_ Eso fue lo que nos salvó por
muchos años. Ésa fortaleza que aparece cuando uno más la necesita. Después de
que Soledad perdiera el embarazo, la relación entre ellas se quebró seriamente.
Ese tema fue un punto de inflexión muy crucial en la ruptura de las relaciones
que nosotros manteníamos. Y estoy seguro, Soledad jamás perdonó a la madre por
eso.
_ ¿Pero, usted realmente cree que
la señora Zulma Ponce le haya hecho perder el embarazo a Soledad porque no
aprobaba su relación con usted?
_ No, no lo creo. Me niego a creer
algo. No sé qué pasó. Para mí, esa historia está enterrada desde hace mucho. No
me haga revivirla otra vez, por favor. Se lo suplico, inspector Borrell.
_ Soledad en efecto nunca perdonó a
la señora Ponce. ¿Cree entonces que la haya asesinado por ese resentimiento y
odio profundo que le guardó todos estos años?
_ ¡No! Imposible. Soledad no haría
una cosa así, no lastimaría a su propia madre. Es una locura. La mató alguien
más. Pero Soledad, estoy seguro no fue.
Laureano Borrell tomó del interior
de su saco un documento confidencial con certificación médica, cuya copia
estaba adjunta en su expediente personal. La tomó con sus dedos en forma de
pinza, la exhibió frente a los ojos de Juan José Cabrera y la sacudió
sugerentemente con movimientos suaves y sugestivos, mientras observaba a su
interlocutor con arrogancia. El rostro de Cabrera se tornó lívido.
_ ¿Qué es eso?_ preguntó Juan José
Cabrera, temeroso.
_ Cuando se investigó lo que había
ocurrido con el embarazo de Soledad Cuzioti, usted fue parte de esa
investigación y su información quedó resguardada en los expedientes de la
Policía. Rutina, ¿sabe? Y leí una serie de estudios médicos que estaban
anexados al archivo. Y este que tengo en mis manos en este preciso instante fue
el que más llamó mi atención. ¿Sabe qué dice?
_ Lo desconozco. Eso fue hace
muchos años atrás.
_ No juegue conmigo, Cabrera. Dice
que usted es estéril. ¿Sabe lo que significa, no? Que no puede concebir hijos
por vía natural. Se lo aclaro por si no lo sabe. Así que, el hijo que esperaba
Soledad no era suyo, sino de otro hombre. El padre era su amante. Soledad nunca
le dijo nada, estaba esperando el momento oportuno para darle la noticia del
embarazo porque ella, estoy seguro, no sabía que usted era estéril. Nunca se lo
blanqueó por miedo a que lo rechazara, ¿no es así? Usted percibió que Soledad
se comportaba de forma rara y empezó a sospechar que algo estaba mal. Un día
decidió revisar entre sus cosas y encontró una ecografía, que confirmaba que
llevaba pocas semanas de embarazo. Se irritó, enloqueció, lo entiendo, porque
ésa ecografía venía a confirmar que usted estaba siendo engañado por su mujer.
Y no iba a permitir de ningún modo que Soledad Cuzioti diese a luz a un bebé
que no era hijo legítimo suyo. Y cometió el acto más cruel e inhumano que un
hombre puede cometer: el asesinato de una criatura no nacida. Su madre o su
padre, Cabrera, tenía cáncer y por prescripción médica ingería dosis controlada
de Fludarabina. Por ende, robarla y
envenenar dosificadamente las infusiones que Soledad bebía a menudo en momentos
en que quedara como principal sospechosa del crimen la señora Ponce fue una
idea reconfortante, que usted ejecutó implacablemente. Y la dejó por compasión
porque realmente usted amaba a Soledad, pero sobre todo, la abandonó por miedo
a que la verdad se supiese tarde o temprano.
El rostro de Juan José Cabrera se
tornó desabrido y rudo, y fulminó al inspector Borrell con una mirada
electrizante.
_ ¿Qué hubiera hecho usted en mi
lugar? ¡Dígame!
_ Acaba de confesar, señor Cabrera.
Gracias.
_ ¡Dígame qué hubiera hecho usted
en mi lugar!
_ Le voy a responder lo que seguro
no hubiese hecho: lo que usted sí.
_ Ésa vieja Ponce, insoportable,
dándole clases de moral a su hija en vez de dejarla ser libre y feliz. Y
soledad, engañándome con otro tipo… ¡Me destruyó! Todos fueron culpables de mi
debacle.
_ ¿Sabe quién era el amante de
Soledad?
_ No. Ni me interesa saberlo,
porque de saberlo… No sé lo que haría.
_ Ya terminamos.
_ ¿Qué va a hacer con esta
información?
_ Eso es asunto mío. Usted ya no
tiene de qué preocuparse. Que tenga buenas tardes, Cabrera.
Y se retiró, mientras la mirada
perturbada e irascible de Juan José Cabrera lo seguía intranquilamente y lo intimaba sin escrúpulos.
La metáfora de los cinco ratoncitos
a la que el sargento Luis Montero había hecho alusión anteriormente, adquiría
otra significación. No eran cinco gatos negros, como sugirió Laureano Borrell,
sino un poderoso y temido gato negro cazando uno a uno a cinco inofensivos
ratoncitos.
IV
_ ¿Así que, Cabrera fue quien
verdaderamente envenenó a Soledad Cuzioti por despecho?_ preguntó asombrado, el
sargento Montero.
_ Tal como lo escuchaste_ repuso
Borrell._ El tipo cornudo, no lo iba a permitir. Se aprovechó de la mala relación
que mantenía con Zulma Ponce para hacerla bien.
_ Y la hizo tan bien, que Soledad Cuzioti
realmente estaba convencida de que la madre fue la responsable. Qué lo parió.
_ El tipo un insensible. Lo
tendrías que haber visto cuando le fui con la verdad de frente.
_ Te quería comer crudo.
_ Algo así. ¿Qué averiguaste de la
muerte de Aurelio Ponce?
_ No me dejaron retirar el
expediente porque no tenía la orden de ningún juez. Pero me dejaron echarle una
miradita y anoté un par de cosas que me parecieron interesantes.
_ Te escucho, Montero.
_ Muerte natural, en efecto. Una
falla cardíaca severa que los médicos no pudieron controlar. Ingresó al
hospital descompensado, en estado crítico. Intentaron reanimarlo pero ya era
tarde para hacer algo.
_ ¿Se dio intervención para realizar
una autopsia?
_ Los médicos no lo creyeron
conveniente. La falla cardíaca por causas naturales era irrefutable. Firmaron
el acta de defunción y asunto resuelto.
_ ¿O sea, nada extraño en ese
aspecto?
_ Nada dudoso. Y hurgué más en la
intimidad de la familia para ver si descubría algo. Realmente, Aurelio Ponce
tenía un carácter bastante jodido, un temperamento muy fuerte, muy de hombre
guapo de principio de siglo XX. Tuvo un altercado muy particular con Vilma, su
otra hermana, casualmente sospechosa en el asesinato de Zulma Ponce. Vilma le robaba a Aurelio. Vilma Ponce no
tenía nada, era una pobre mujer de clase humilde, igual que Zulma. Pero Aurelio
enganchó un emprendimiento interesante de cosecha de maíz y le fue muy bien
realmente. Pero era un tipo avaro y
egoísta con la guita. Zulma y Vilma discutieron infinidad de veces con él por
esta cuestión porque no las ayudaba ni con mísero centavo. Discusión iba,
discusión venía, Vilma Ponce se cansó de la actitud egoísta de su hermano y
empezó a robarle cosas de valor, que después empeñaba en algunas casas de San
Telmo. Por supuesto que también le robaba efectivo. Aurelio Ponce notaba el
faltante de las cosas y sabía que la responsable tenía que ser
indefectiblemente una de sus dos hermanas, pero tenía certeza de cuál. Incluso,
estoy segurísimo que llegó a pensar que eran las dos que estaban en complot. Las
confrontó a las dos y Vilma negó ser la ladrona, igual que Zulma. Después,
Vilma empezó a hacer recaer la responsabilidad en Zulma. Pero Zulma Ponce se
dio cuenta antes de que Vilma lo imaginara y le fue con el verso a Aurelio, que
al principio no le creyó. Después, Aurelio la agarró a Vilma con las manos en
la masa, queriendo robarse una vasija de porcelana antigua, de mucho valor,
pero se evadió diciendo que en realidad la había recuperado de entre las cosas
de Zulma y que cuando fue descubierta, la
estaba reponiendo, no robando. Las apariencias engañan, dice el refrán,
¿no? Cuestión que Aurelio Ponce empezó a
desconfiar de Vilma y empezaba a creer que Zulma le estaba siendo honesta,
después de todo. Así que, la empezó a vigilar más detenidamente de cerca y le
pidió discreción a Zulma. Entonces Vilma, todo lo robado lo empezó a dispersar entre
las cosas de Zulma. Fingió encontrar por azar uno de los objetos de valor de su
hermano Aurelio en posesión de Zulma y la mandó al frente. Aurelio dio paso a
la petición de Vilma de requisar la habitación de Zulma y de a poquito fue
apareciendo todo lo robado. Y Zulma quedó como la vil ladrona que robaba a su
propio hermano y Vilma como la heroína de la historia. Eso explica las
asperezas que había entre Zulma y Aurelio Ponce.
_ Interesante… Muy interesante.
¿Esto está comprobado?
_ Hubo denuncias, quejas, de todo.
Quedó en la nada porque no hubo manera de comprobar fehacientemente ningún
hecho. Todo era circunstancial. Por suerte el expediente sobrevivió al paso del
tiempo.
_ Completemos la historia,
entonces, Montero. El disgusto que Aurelio
Ponce se llevó de parte de sus hermanas le trajo complicaciones a la salud,
contribuyendo a decaer en el paro que lamentablemente lo mató.
_ Sí y no.
Borrell fulminó con una mirada sórdida
al sargento Montero.
_ ¿Cómo sí y no? Sé más explícito_
demandó con autoridad el inspector Borrell.
_ Don Agustín Ponce, el padre de
Zulma, Vilma y Aurelio, supo de alguna manera que Vilma había defraudado al
hermano y por ende, había ensuciado el honor de la familia. Y que había
perjudicado seriamente a Zulma por culpa de sus inescrupulosos actos de robo. Y
la desheredó por completo. Toda su fortuna la dividió en partes iguales entre
Zulma y Aurelio. Por supuesto, Aurelio se indignó con esta decisión porque para
él Zulma era la ladrona y no Vilma. Don Agustín falleció no llevándose muy bien
que digamos con su hijo Aurelio. Y este factor intuyo que también fue crucial
en la afección que mató a Aurelio Ponce.
_ ¡Qué Increíble! ¿Y dónde estaba
Alejo, a todo esto, el hijo de Aurelio y sobrino de Zulma y Vilma?
_ Había ganado una beca para
estudiar Ciencias Políticas en la
Universidad de Guayaquil, en Ecuador. Estaba allá cuando pasó todo esto.
_ A su retorno al país, Vilma lo
manipuló para que creyera otra versión distinta de los hechos y así ponerlo en
contra de Zulma. De hecho, Alejo Ponce no viajó a Ecuador con una buena imagen
de su familia, de eso estoy seguro. Y en las llamadas telefónicas que hacía a
Buenos Aires desde Ecuador, Vilma debió inculcarle una serie de mentiras
relativas para alimentar con más fuerza la farsa que pretendía montar.
_ Por ende, Borrell, otros dos buenos
sospechosos con dos buenos motivos para haber asesinado a Zulma Ponce.
_ Hable con ellos, aunque sea por
una cuestión de protocolo, porque no creo que le digan mucho. Va a ser una
charla inútil.
_ Va a ser una pérdida de tiempo,
pero bueno. Al final, la vieja Ponce
tenía razón en pensar que todos fueron para matarla. Les dio una oportunidad
estupenda que uno de ellos no desaprovechó en absoluto.
_ Siguiendo con su metáfora,
Montero, el temido gato negro está cazando uno por uno a los cinco ratoncitos
protagonistas de este drama.
V
El inspector de Homicidios Laureano
Borrell convocó a una reunión informal a Lucas Cuzioti. Eligió como lugar
neutral del encuentro un bar cualquiera, al que los dos hombres asistieron
puntualmente.
Cuando Lucas Cuzioti llegó, Borrell
hacía menos de dos minutos que lo estaba esperando sentado en una mesa para
dos, situada al lado de la vidriera, con una excelente vista panorámica al
exterior. Cuzioti lo buscó instintivamente con la mirada y cuando sus ojos por
fin se toparon con la imagen del inspector, corrió a su encuentro, acusando
estar corto de tiempo, y se sentó enfrente suyo tras aceptar una invitación de
su parte.
_ Tengo menos de cinco minutos,
inspector_ dijo Lucas Cuzioti con ritmo acelerado._ Vine como un acto de buena
fe para que la Policía no piense mal de mí y me tenga en la mira por negarme a
colaborar con la investigación del asesinato de mi madre.
_ Valoro su tiempo, Cuzioti_ dijo
con simulada decencia, Laureano Borrell._ ¿Un café?
_ No, le agradezco. Estoy con poco
tiempo. Tengo que ir a ver a un cliente por el laburo. Así que, vaya al grano,
por favor.
_ Muy bien. ¿Mató a su madre?
_ ¿Qué?_ repitió Lucas
Cuzioti, indecentemente compungido.
_ Si mató a su madre.
_ No vine para eso.
Amagó con irse, pero
Borrell lo obligó a desistir de la acción con determinación y autoridad.
_ ¿Mató a Zulma Ponce,
señor Cuzioti, sí o no? No es una respuesta muy complicada.
_ Usted es el inspector.
Dígamelo usted.
_ Si se niega a responder
una pregunta tan sencilla como esa, tengo que creer que sí, que usted la mató y
que esconde algo.
_ Le aseguro que no escondo
nada.
_ ¿Y lo de la transferencia
de dinero desde su cuenta a la de su madre?
_ Eso fue un malentendido
que quedó aclarado. Ya se lo dije la primera vez que me interrogaron a su
compañero.
_ Se refiere usted al
sargento Luis Montero, señor Cuzioti. Eso mismo me dijo y le creo. ¿Y lo de
Brenda Muto, su esposa? ¿También era una fantasía la mala relación que mantenía
con su madre?
_ No, ellas no se llevaban
nada bien. Pero no tiene nada que ver con su asesinato. ¿Por qué no investiga
al resto de la familia? El día que murió, mi madre los culpó a todos de querer
matarla y disparó un par de cosas de las que debería tener conocimiento,
inspector.
_ No me diga cómo hacer mi
trabajo, Cuzioti.
_ Si eso es todo, inspector…
Volvió a insinuar con
retirarse y Borrell volvió a impedírselo. El inspector abrió una carpeta que
contenía una copia del expediente y sacó unos folios muy específicos, que se
los exhibió con petulancia a Lucas Cuzioti. Aquél no expresó ningún tipo de
emoción al ver dichos papeles.
_ Parece que la muerte de
su madre no lo afecta demasiado_ lanzó Laureano Borrell.
_ Sí que me afecta. Pero la
vida sigue, ¿no?_ replicó Cuzioti con arrogancia.
_ Yo creo que no lo afecta.
Mire, lo que tengo en la mano es su declaración que prestó ante el sargento
Montero y que más tarde convalidó ante el juez que instruye la causa, el doctor
Rómulo Ávila. Se presenta como Lucas Cuzioti Ponce. Pero sus dos hermanas no
usaron el apellido de su madre, a diferencia suya. Y recién me dijo “Al resto
de la familia”, en vez de “Al resto
de mi familia”. Eso me dice que usted
se aleja de cualquier vínculo que pudiera unirlo a ellos.
_ ¿Cuál es el punto,
Borrell?
_ Inspector, para usted.
_ Inspector. Como más le
guste. ¿A dónde pretende llegar?
_ En psicología hay algo
que se llama negación. Cuando un paciente niega la realidad que lo rodea, apela
a ciertos recursos para amoldarse a su realidad mentalmente construida y
demostrar que la realidad real, vale la redundancia, que se manifiesta en
derredor es absolutamente tramposa.
_ ¿Me va a dar una clase de
moral ahora? Inspector, no me complique…
_ Usted, a diferencia de
sus hermanas, usa el apellido Ponce porque es adoptado y se niega a aceptarlo.
¿A mí también me lo va a negar? Piénselo bien antes.
El semblante de Lucas
Cuzioti se tornó terriblemente macilento. Un sentimiento de angustia y desesperación se
apoderó de cada rincón de su cuerpo a punto de no poder controlarlo por su
propia voluntad.
_ ¡Miente! ¡Miente!
¡Miente!_ estalló en alaridos desaforados, Lucas Cuzioti. El resto de los
comensales se giraron asombrados para anoticiarse de lo que ocurría, pero
Borrell los disuadió para que ignorasen por completo el hecho.
_ Accedí a su partida de
nacimiento, Cuzioti_ continuó explicando Laureano Borrell._ Su nombre verdadero
es Lucas Esteban Maraldi y sus padres biológicos son Bruno Maraldi y Nora
Carrasco. Fallecieron en un accidente vial en 1971 y usted fue dado en adopción.
Y Zulma Ponce tuvo un gran corazón. Pero nunca se lo dijo. No. Usted se enteró
por Soledad, su hermana. En su declaración alega que la relación suya con la
señora Soledad Cuzioti era muy mala. Y deduzco, a partir de lo que sé, que este
es el verdadero motivo de la pésima relación entre hermanos. Pero usted no lo
aceptó. No, se resignaba a aceptar algo tan tormentoso como aquello y fue ahí
cuando empezó a usar el apellido de su madre. Vi los expedientes, las
declaraciones, las fechas… Todo coincide. Pero un hombre como usted no se
quedaría de brazos cruzados. Tenía que hacer algo por partida triple. Me
refiero a Zulma, a Soledad y a Brenda Muto. Porque Brenda Muto sí creía que
usted era adoptado, creía sólidamente esa verdad que nadie, excepto una persona
con la mentalidad como la suya, podía negar bajo ningún criterio. ¿Bajo qué
concepto iba a hacerlo? Por eso hizo las
transferencias en secreto a la cuenta de su madre, para que Brenda y ella se
culpasen mutuamente y se odiaran aún más. Divide y reinarás, señor Cuzioti. Y
con ellas enfrentadas, tenía el camino libre para asesinar a Zulma Ponce y
culpar del crimen a Brenda Muto. El día del asesinato esperó a que todos se
fueran, incluido usted mismo, para que crearse una coartada. Usted se va,
vuelve más tarde, comete el crimen y se retira como si nada. Y así nadie podría
sospechar de usted. ¿Y dónde estaba Brenda Muto a la hora de la muerte? En su
casa, sola, sin coartada. Fue perfecto.
_ ¡Basta! ¡Estaba muerta
cuando volví para matarla! ¡Ya estaba muerta!
Lucas Cuzioti sintió un alivio
muy grande al confesar. Borrell lo miró
fijamente a los ojos durante varios minutos hasta que volvió a dirigirle la
palabra.
_ No le creo_ dijo decido
el inspector de Homicidios.
_ Ese no es mi problema. No
puede probar nada.
_ No, todavía. Pero
cuénteme de Soledad, su hermana. ¿Qué hizo para vengarse de ella?
_ Los chantajee, a ella y
al amante. Sabía que el hijo que Soledad esperaba no era suyo porque su marido
era estéril. Así que, les pedí una buena cantidad a cambio de mi
silencio.
_ Pero, no le sirvió de
nada el chantaje porque el señor Cabrera conocía su condición, la que por
defecto su hermana ignoraba en absoluto. Así que, le contó sobre el embarazo al
señor Cabrera y lo incitó a envenenar a Soledad Cuzioti para que perdiera el
embarazo. Lo manipuló tan brillantemente que lo convenció de hacerlo. Pero
nunca le dijo al señor Cabrera la identidad del amante de Soledad porque le
había pagado una buena suma por su silencio, después de todo.
_ Así es funciona esto, ¿no
es cierto, inspector?
_ Pero a mí sí va a
decírmelo. ¿Quién era el amante de Soledad Cuzioti?
_ Alberto Pérez, su cuñado,
el esposo de Sofía, mi otra hermana.
Laureano Borrell sintió un
ligero estremecimiento recorrer su estómago.
_ ¿Puede dar fe de que lo
atestigua, señor Cuzioti?_ preguntó azorado, Laureano Borrell.
_ Absolutamente. Puede
confirmarlo con el señor Pérez, si no me cree. Pero, como Sofía tenía sus
diferencias con mi madre por otras cuestiones muy distintas a las concernientes
en esta conversación, hacerle creer que la traidora era ella en lugar de
Soledad, no fue demasiado difícil. Sofía y Soledad se quieren mucho y se tienen
la una a la otra. ¿Para qué arruinarlas?
Sin pruebas fehacientes
sobre el asesinato de Zulma Ponce, Laureano Borrell dejó ir a Lucas Cuzioti.
Por el resto de los delitos que confesó haber cometido, no podía imputarlo
porque ya había pasado mucho tiempo y algunos hasta no podía comprobar la culpabilidad
de aquél con acabada certeza.
El inspector volvió a la
Comisaría, el oficial Trompoli le proporcionó los datos de Alberto Pérez y lo visitó
inmediatamente. En resumen, entre todo lo que hablaron, Pérez le confirmó su
amorío secreto con Soledad Cuzioti y el chantaje al que lo sometió Lucas
Cuzioti. Con esta confesión final, Laureano Borrell había comprendido todo.
VI
Con el informe preliminar
de autopsia reposando sobre su escritorio, el inspector Laureano Borrell estaba
listo para dar una respuesta certera al asesinato de Zulma Ponce. Lo mandó a
llamar al sargento Luis Montero y mantuvo una reunión privada con él respecto
al caso.
_ Escuche lo que explica el
forense en su informe, Montero._ dijo Borrell con el papel en mano. Y procedió
a leer el documento:
_ Laceraciones en mejilla
derecha producidas por las quemaduras de un artefacto tipo plancha, autoinfringidas.
Soga al cuello anudada desde atrás hacia
adelante débilmente y con movimientos torpes. La soga en efecto apretó el
cuello pero sin causal de daño alguno que diera como resultado la muerte. Sin
infecciones que amenazaran la integridad de su salud en ningún aspecto y
dimensión.
Apoyó el papel sobre el
escritorio y miró a Montero con elocuencia.
_ Se suicidó_ infirió con escepticismo el sargento.
_ Exacto, Montero.
Pero Zulma Ponce lo hizo parecer un
asesinato. Todos la acusaban de algo injustamente porque creían que era la
responsable de las desgracias que recayeron sobre ellos de manera fragosa y feroz.
Toda su familia dividida, peleada y ella como la oveja negra causante del mal
ajeno, cuando en realidad fueron otros los factores que desembocaron en esa
situación en cada caso particular. Harta de lidiar con eso, mintió respecto a
tener una enfermedad terminal de tipo infecciosa y los convocó a los cinco un
encuentro familiar bajo pretextos de lectura de testamento y sucesiones. Todos
aceptaron ir, sea por la razón que fuere, y Zulma los mandó al frente a todos,
uno por uno. Creo que algunos se enteraron ahí mismo en el momento las incidencias
que acometieron los otros. Pero no
conforme con eso, la señora Ponce los desafió a ver quién tenía las agallas
suficientes para matarla. Después de que todos se fueran, calentó la plancha y
se lesionó el rostro para aparentar una tortura. Un sufrimiento horrible.
Posteriormente, llenó la bañadera y en el proceso, se anudó una cuerda al
cuello. Cuando la bañera rebasó, se sumergió y se dejó caer al tiempo que
tironeaba de la soga para simular un intento de ahorcamiento y acrecentar la
idea de una tremenda tortura a la que fue sometida. La fuerza con la que apretó
la soga no fue letal, pero sí eficiente para que ella se debilitara y que no
pudiera maniobrar en caso de querer salir de la bañadera. El agua dio el toque de gracia. Muerta por
asfixia por inmersión.
_ ¡Qué bárbaro,
Borrell! Me dejó sin palabras la explicación.
_ Lucas Cuzioti me confesó
que volvió al rato para matarla, pero que cuando volvió la encontró muerta.
Obviamente que él no iba a llamarnos porque iba a quedar pegado. Vio el cadáver
de Zulma Ponce, se asustó y se fue despavorido sin dar crédito a su
descubrimiento.
Sonó el teléfono de la
oficina de Borrell. Atendió la llamada, puso cara de preocupación y cortó la
comunicación, quejosamente abstracto.
_ ¿Qué pasó, Borrell?_
indagó el sargento Luis Montero con preocupación.
_ Encontraron muerta a
Soledad Cuzioti y Sofía Cuzioti está prófuga_ repuso Borrell con sopor.
El inspector se imaginaba la insolente actitud
de Lucas Cuzioti de ir y confesarle toda la verdad relativa a la infidelidad a
Sofía y su maliciosamente y avieso deleite al enterarse del asesinato motivado
por una traición entre hermanas. Pero no podía pasar por alto la astucia de la
señora Ponce para condenarlos a todos por los indisolubles males que le
hicieron padecer a lo largo de toda su vida: “El gato negro finalmente atrapó
uno por uno a los cinco ratoncitos que bailaban en su barco”, se dijo para sí
Laureano Borrell.
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