jueves, 23 de abril de 2020

Cinco ratoncitos (Gabriel Zas)




                                 


                                                                      I
 
Zulma Ponce reunió a sus cinco parientes más cercanos en su chacra de Chascomús un domingo a la tarde con motivo de notificarles la decisión que tomó respecto a la repartición de sus bienes y su patrimonio una vez que muriera a causa de una infección que la tenía a mal traer.  Eran tres hijos (dos mujeres y un hombre), un sobrino y una hermana, en lo que ella consideraba podía ser su última reunión familiar.
Después de compartir el típico asado familiar de los domingos, Zulma pidió silencio y solicitó que nadie la interrumpiera durante su disertación. Todos aceptaron y la escucharon sin oponerse.
_ No me queda mucho en este mundo_ dijo Zulma Ponce, entristecida._ Ustedes saben perfectamente que mi partida es inminente. Y tenía ganas de verlos a todos reunidos una vez más antes de mi despedida definitiva de esta Tierra.
Zulma Ponce percibió la conmoción que emanaba de los rostros de cada uno de sus familiares.
_ No finjan más, señores_ aclaró Zulma con soberbia audacia y sin rodeos._ Todos ustedes me odian porque me consideran una arpía, una mala persona que lo único que hizo durante sus 77 años de vida fue arruinarles la suya de todas las formas posibles. No nos engañemos más, por favor. Para ustedes, soy la oveja negra de esta mísera y desgraciada familia. Y todos están deseando verme muerta cuanto antes.
Y lanzó una risa burlona. Al ver que uno de sus hijos iba a emitir opinión, lo acalló previstamente con un ademán que ejecutó con el dedo índice.
_ Dije que nada de interrupciones_ aclaró impasible Zulma Ponce. Y se dirigió primero  a Lucas, su hijo mayor._ Vos hace seis años que te casaste con Brenda, ¿no? Y seguís casado con ella todavía, pese a las innumerables veces que se pelearon por mi culpa. Sí, por mi culpa. Por culpa de esta vieja metiche que siempre te dijo que Brenda no era para vos. Que no era tu tipo de mujer porque vos no le importabas, sino tu fortuna. Discutieron  infinidad de veces por esta razón hasta que Brenda empezó a llenarte la cabeza en contra mía, a manipularte y me recriminaste por eso. Dejaste de llamarme, de visitarme, de atenderme los llamados. ¿Y qué empezaste a notar? Que tu cuenta de ahorro se vaciaba sospechosamente. La única persona capaz de sacar plata de tu cuenta era justamente Brenda porque tienen cuenta compartida. Pero ella te lo negó y vos le creíste, porque no la gastaba, eso se notaba. Y decidiste averiguar por tu propia cuenta el destino de ese faltante. ¿Y qué descubriste? Que había sido transferida a mi caja de ahorro. Lo atribuiste a una artimaña mía para alejarte de Brenda. Pero lo cierto es que fue Brenda quien transfirió la plata a mi cuenta a tus espaldas para hacerte creer a vos que yo te estaba robando. Y te lo creíste. Porque Brenda quería sacarme del camino porque yo era como una piedra en el zapato para ella. Una estafa simple pero efectiva, porque le resultó. Pero te estarás preguntando Lucas porqué yo supongo que viniste a esta cita familiar. Y mi respuesta es simple: viniste para matarme. Porque creo que en realidad vos mismo me transferiste ese dinero a mi cuenta para culpar a Brenda. ¿Y por qué? Porque hay otra mujer en tu vida, ¿no es así, Lucas? Las madres nos damos cuenta de todo y las esposas son intuitivas. Asesinarme te iba a resultar mucho más fácil que separarte de Brenda. Mucho más sencillo y menos conflictivo. Tu plan era matarme a mí y culpar a Brenda. Y con el antecedente de la transferencia bancaria, era una buena sospechosa para la Policía. Le habrás pedido que venga a cierta hora para poder culparla y crearte a su vez tu propia coartada. Ibas a matarme poniéndote ropa de ella para confundir al resto si te veía y sembrando objetos personales suyos. Así, matabas dos pájaros de un solo tiro: castigabas a tu madre por entrometerse en tu vida personal y no dejarte en paz, y te deshacías de Brenda para empezar desde cero con tu amante. ¿Pero, a qué viene eso de las mujeres intuitivas que dije antes? Porque Brenda pensaba culparte a vos del crimen para quedarte con toda tu fortuna, tu casa, todas tus cosas, culpando a su vez a tu amante. ¿Te creés que no se dio cuenta? Qué iluso que sos, Lucas.
Un clima de estupor y tensión se apropió del ambiente poderosamente. Pero ninguno se atrevió a decir nada y dejaron que Zulma siguiera con las acusaciones que aún le quedaban por clamar.
_ Soledad_ siguió Zulma Ponce con su discurso._ Mi hermosa y adorable hija Soledad. Que hace treinta y tres años que no me hablás porque alegaste que perdiste el embarazo por culpa mía. Me acusaste solemnemente de haberte echado en todas tus infusiones gradualmente por al menos una semana pequeñas dosis de Fludarabina, una droga anticancerígena, que todos sabemos, las drogas de esta naturaleza producen pérdida de embarazo. Me culpaste de envenenarte porque no aprobaba tu matrimonio con ése hombre con el que estabas, creo que se llamaba Juan o José Luis, no me acuerdo bien ahora. Y él, después de ese episodio, te dejó por otra. Y vos le tomaste desprecio a las relaciones, pero en especial me tomaste desprecio a mí, a tu madre. Y viniste después de treinta y tres años por la misma razón que Lucas: a matarme.  El odio y el resentimiento viven en la inmortalidad de sus cuerpos. Con otra potencial asesina entre ustedes, Lucas seguramente debes estar suspirando de alivio. Y cuando se entere Brenda…
Hubo unos segundos de silencio que fueron sinuosos. Zulma testeó las expresiones de todos por turnos, sonrió con malicia y continuó.
_ Sofía, mi otra hija, la menor de mis tres retoños. Lo tuyo es más sencillo. Me acusaste de robarme a tu marido. Pero no fui yo la que te robó a tu hombre, Sofía querida. ¿No es verdad, Soledad? Soledad necesitaba crearse un chivo expiatorio para que vos Sofía no te dieras cuenta de la verdad. Y yo, según Soledad, con el tema del embarazo, le di los motivos suficientes. Ahora, me queda una duda. ¿El embarazo que según vos Soledad perdiste por mi culpa, quién era padre? ¿Realmente te separaste por mi culpa después que surgió tu disparatada teoría de que te envenené o porque tu hombre se dio cuenta de que le eras infiel con tu cuñado? Me queda la gran duda.
La incomodidad y los nervios iban en crecimiento constante. Zulma Ponce seguía hablando.
_ Alejo, mi sobrino del alma, hijo de mi fallecido y querido hermano Aurelio. Pobre, se hacía mala sangre por todo, pero él no me hacía caso y la presión se le fue por las nubes y bueno, le dio un ataque al corazón fulminante. Pero mi querido Alejo cree que yo lo maté por envidia, porque Aurelio llevó la vida que yo siempre deseé y por esas vueltas de la vida, no pudo ser. Y si a eso le sumamos el hecho de que mi relación con Aurelio era áspera, tienen a la asesina perfecta. Tenía un vínculo conflictivo con Aurelio, pero eso producto de su fuerte y varonil temperamento. Pero Alejo sigue sin creerme y vino a vengarse. Y por último, Vilma, mi hermana de sangre, que tan falsamente me acusaste de manipular a papá para que me cediera toda su herencia a mí y a vos dejarte sin nada. Pero las dos sabemos muy bien que vos tuviste muchos problemas con papá, serios problemas con él. La decisión de desheredarte por completo fue toda suya, pero vos seguís insistiendo en que yo me aproveché de esa situación para manipularlo y quedarme con todo. Por eso maté a Aurelio, según tu lógica, ¿no? Para no tener que compartir la herencia con él. Sobrino y hermana con dos perspectivas diferentes sobre una misma muerte familiar. Qué interesante.
Zulma Ponce se levantó de su silla, apoyó las dos manos sobre la mesa con ímpetu y miró al grupo familiar desafiante y con los ojos que expelían vehemencia.
_ Todos esperaban esta oportunidad que por años les fue negada_ adujo al rato Zulma Ponce sin escrúpulos_ y yo se las di. Hoy uno de ustedes cinco tiene la gran oportunidad de su vida de matarme y sacarse un peso de encima. A ver si tienen las agallas, porque para eso vinieron, manga de desalmados.
Y sin más, se retiró a su cuarto a descansar. Todos murmuraron entre sí, cambiaron impresiones, opiniones e ideas. Y decididos a confrontar a Zulma para convencerla de que estaba completamente equivocada en todo sentido, los cinco se dirigieron en tropel hasta su habitación. Le golpearon la puerta repetitivamente pero Zulma los echaba con insultos y agravios, hasta que resueltamente dimitieron de las insistencias y se marcharon.
Ésa misma noche, Zulma Ponce apareció asfixiada y con el rostro magullado como consecuencia de quemaduras producidas por una plancha adentro de la bañera desbordada de agua.

                                                               II

Laureano Borrell, inspector de Homicidios de la Policía Federal, fue convocado especialmente para colaborar en la investigación de este caso. Cuando llegó a la escena del crimen, su viejo compañero Luis Montero lo esperaba con ansias. Y con el mismo ímpetu, lo recibió como a un legítimo héroe.
_ Dejá de derrochar tus energías en alabanzas inútiles y contame qué pasó acá, Montero_ le ordenó Borrell, pasando por alto los saludos de rigor.
_ Qué carácter, Borrell, eh_ replicó Montero, obstinado.
_ Me conocés demasiado bien. Dale, te escucho.
_ La víctima se llamaba Zulma Ponce, tenía 77 años y una infección severa que iba a mandarla para el otro lado en cualquier momento. Por una de esas cosas raras de la vida, juntó a sus cinco parientes más próximos para notificarlos sobre el testamento, supuestamente.
_ ¿Por qué decís supuestamente, Montero?
_ Porque lo usó como pretexto para concretar la reunión, porque la vieja estaba segura que si no metía ese verso, no venía nadie. Estaban todos enojados con ella desde hacía añares. Lucas Cuzioti Ponce, su hijo varón, casado con Brenda Muto, una relación que la occisa no aprobaba en absoluto. La vieja sostenía que Brenda Muto se casó con él por la plata y que apeló a todas las artimañas posibles para ponerla en contra de ella. Y Brenda, para sacarse de encima a la vieja metiche, pretendía poner a Lucas en contra de su propia madre. ¿Qué hicieron? Parece que Lucas tenía otra mina por ahí, aunque no lo admitió (ni lo va a admitir) e hizo una jugada infantil pero efectiva. Él y Brenda Muto, su Jermu, tienen cuenta compartida en el banco. Transfirió plata a la cuenta de su madre para que la vieja la culpara a Brenda, mientras que el flaco sostenía que la madre se la robaba. No era boludo, sabía que la vieja le iba a decir que Brenda se la estaba transfiriendo para culparla y acrecentar un conflicto ya iniciado. Obviamente, se avivaron. La vieja no tenía ningún pelo de boluda y Brenda Muto tampoco porque según Zulma, ella presentía que su hijo la engañaba. Es decir, Brenda sabía, según la señora Ponce, que era cornuda. Para ponerlo fácil.  La vieja sostuvo, y acá viene lo más relevante de todo esto, que Lucas vino exclusivamente a asesinarla. Su plan, según la occisa, era matarla haciendo parecer que lo hizo Brenda Muto. De esa manera, Lucas se sacaba dos pesos de encima y se quedaba con la amante. Pero escuchate esta, Borrell. La vieja sostuvo hasta el final que todos vinieron a matarla.
_ ¿Es broma, no?
_ No, Borrell. Hice mi laburo hasta que vos llegaste. Esta familia es un despelote. La vieja tenía buenas y justificadas razones para creerlo. Pero vayamos brevemente caso por caso.
_ En definitiva, ¿qué averiguaste de Lucas Cuzioti?
_ Las famosas transferencias bancarias existieron y salieron efectivamente desde la cuenta que Lucas Cuzioti comparte con su esposa, Brenda Muto. Él admitió guardarle rencor a la madre porque no aprobaba su relación con Brenda y que dejaron de verse por ese motivo. Estaba áspera la relación por este tema, picante la cosa. No era una simple discusión de madre e hijo. Ese trasfondo no importa igual. Lo que sabemos y te conté alcanza. En concreto, Lucas admitió que la madre sabía que esa guita él se la pasaba para ayudarla porque con la jubilación nada más no llegaba a fin de mes. Pero la vieja estaba tan resentida por el distanciamiento con su hijo, que se inventó una conspiración en su contra para asesinarla.
_ ¿No hay modo de refutar o ratificar una u otra postura, Montero?
_ Imposible, Borrell. No hay nada extraño en los resúmenes de cuenta. Todo encaja con la versión de Lucas Cuzioti. Lo que plantea la víctima es empíricamente incomprobable. Vos sabés como funciona esto.
_ Convengamos, Montero, que existía un resentimiento mutuo en este caso. Eso no es un dato menor.
_ Absolutamente.  Pero bueno, continúo. Pasamos a Soledad Cuzioti, una de las dos hijas mujeres que tenía la víctima.
_ Antes que sigas. ¿Qué declaró Brenda Muto?
_ Avaló lo que dijo su esposo. Comentó que la quería a Zulma pese a todo. Pero qué sé yo.
_ ¿Nada extraño en ella tampoco, entonces?
_ No, todo perfecto por ahora. ¿Prosigo?
_ Por favor.
_ Parece que Zulma Ponce no solo no avalaba a la esposa de su hijo por trepadora y materialista, sino al primer y único esposo que tuvo su hija Soledad Cuzioti. Nos dijo ella misma que su madre pretendía para ella un hombre bien, fino, elegante, de buena posición, de buena familia, buenos hábitos… Todo lo contrario a Juan José Cabrera. Un terrible vago que le escapaba al laburo, desprolijo, un tipo que descuidaba su imagen personal, poco respetado, que tomaba cerveza todo el día… Pero Soledad se sentía atraído por él. Andá a saber por qué. ¿Sabés que nunca voy a entender a las minas en ese sentido?
_ Acá le doy la derecha a la víctima.
_ Quedó embarazada, pero perdió inesperadamente el embarazo a los dos meses, justo una semana después de que Zulma y Cabrera se enteraran. Se le hicieron una serie de estudios médicos para determinar las causales de la pérdida del bebé y se encontraron dosis altas en el organismo de Soledad de Fludarabina.              Es un anticuerpo que se usa en tratamientos contra el cáncer. ¿Adiviná qué, Borrell? Soledad culpó a nuestra víctima de envenenarla porque no quería que tuviera un hijo de ése sátrapa. Eso la traumó y nunca más quedó embarazada ni tuvo otra relación con algún otro hombre.  Y por eso la relación entre ellas se rompió. Esto fue hace treinta y tres años, según la propia Soledad Cuzioti.
_ Y vino después de tantos años por el testamento y la sucesión. Qué materialista son los hijos. Que poco les importan los padres.
_ Obviamente, Zulma Ponce hizo pública esta acusación delante de todos después del asado.
_ Dos hijos con dos motivos diferentes. Muy interesante.
_ Alguien se dio el lujo de liquidarla.
_ Seguí con el resto de los que faltan.
_ Sofía Cuzioti, la última de los hijos de Zulma Ponce. Acusó a su madre de ser la amante de su marido, relación que terminó hace tiempo en consecuencia. Y al igual que su hermana, no volvió jamás a contraer matrimonio. Pero parece que la que realmente se comía al marido era su propia hermana, era Soledad. Y desvió las sospechas hacia Zulma para no perder la relación con Sofía. Más, estando el antecedente previo entre Soledad y Zulma por el quilombo del embarazo.
_ ¿Sería ese el padre del hijo que perdió Soledad?
_ No sería difícil comprobarlo. No necesitamos pruebas específicas. Nos basta una confesión de parte. Las pruebas reservémoslas para esclarecer el asesinato de Zulma Ponce.
_ Eso es relativo, Montero. Me refiero a lo primero que dijo.
_ Se entendió perfectamente.
_ ¿Qué declaró Sofía?
_ Sostiene que su madre le robó a su pareja en ese momento y le tomó bronca y nunca la perdonó. Y vino por la misma razón que el resto. O a interesarse en el testamento o a matarla.
_ ¿Dijo el nombre del hombre en discordia?
_ Un tal Alberto Pérez. Nunca más volvió a verlo. Dijo que él trató de explicarle que ella estaba en un error, pero no quiso escucharlo y lo echó. Todo terminó mal, como es de imaginarse. Y nunca más supo de él. Y Pérez tampoco movió un pelo en buscar a Sofía Cuzioti.
_ ¿Qué respondió Soledad a las acusaciones de su madre?
_ Las negó, por supuesto. Entre hermanas se creyeron y se creen todavía. Se tienen mucho afecto y se cuidan entre ellas.
_ ¿Y cómo es la relación de ellas con su único hermano varón?
_ Buena. No tan cercana como es la relación entre ellas dos, pero es buena. Me dijeron que se hablan a menudo, que se preocupa el uno por el otro… Nada del otro mundo.
_ ¿Quiénes quedan?
_ Alejo Ponce, hijo de Aurelio Ponce, sobrino de nuestra víctima. Aurelio era el hermano de Zulma, nuestra occisa.
_ ¿De qué murió?
_ Hay que confirmarlo con los informes correspondientes. Pero de un infarto, producto de la mala sangre que se hacía por todas las cosas. Sin embargo, Alejo Ponce resume toda esa mala sangre en una sola persona.
_ Zulma Ponce.
_ Adivinaste, Borrell.
_ A esta altura, no es muy complicado adivinarlo.
_ Alega que su tía lo hostigaba todo el tiempo, le reprochaba unas cosas, lo hacía responsable de otras. Era un martirio, con esa palabra definió Alejo Ponce el trato que su tía tenía con su padre. “La única misión de esa señora era hacerle la vida imposible a mi pobre viejo. Y lo consiguió con creces. Es un alivio que esté muerta. Pero aclaro que yo no tuve el privilegio de hacer los honores”. Frase textual de Alejo Ponce.
_ ¿Y por qué el martirio al que la interfecta sometía a su propio hermano?
_ Por envidia. Él tuvo la vida que ella deseaba y Zulma se sintió frustrada. Es lo que sostiene Alejo Ponce.
_ Y queda una persona más, ¿no?
_ Vilma Ponce, la hermana de nuestra víctima. La acusa de haber asesinado a Aurelio Ponce, el hermano de ambas, padre de Alejo. Se lo resumo en una línea para no marearlo demasiado. Lo mató para quedarse con su parte de la herencia, la herencia que el padre de los tres les dejó al fallecer. Según Vilma, Zulma mató a Aurelio para quedarse con la parte de la herencia que le correspondía a él.
_ Eso se llama despecho. Y está íntimamente ligado a los motivos ofrecidos por Alejo Ponce.
_ Diste en el clavo.
_ Conseguime el acta de defunción de Aurelio Ponce, Montero, lo antes posible.
_ ¿Lindo caso, no? Cinco allegados a la víctima que vinieron por el tema del testamento y se encontraron con todas estas acusaciones que ella les hizo y que algunos ratifican y otros rectifican. Una pinturita.
_ Cinco sospechosos, cinco motivos, una víctima…
_ Cinco ratoncitos.
_ O cinco gatos negros... ¿Dónde está el cuerpo?
_ Seguime. Por acá.
El sargento Luis Montero guió al inspector Borrell adonde yacía el cuerpo de Zulma Ponce. Cuando Laureano Borrell contempló la escena, se espantó.
_ Le quemaron el rostro con una plancha, la estrangularon y la sumergieron en la bañadera. Seguramente, las laceraciones en el rostro se las hicieron mientras el asesino llenaba la bañadera.
_ ¿Qué causó exactamente la muerte de la víctima?
_ Ahogamiento por inmersión_ intervino el forense._ El asesino arrojó a la víctima a la bañadera cuando terminó de llenarse, le anudó la soga al cuello en el proceso y apretó paulatinamente. La víctima perdió estabilidad y se ahogó. Y por supuesto el agua tuvo sus efectos en las quemaduras del rostro. Las tengo que revisar bien en la morgue para darles una respuesta más precisa. Pero si les sirve de algo, por la atadura de la soga y el modo en que las quemaduras fueron ocasionadas con la plancha, buscan a un zurdo.
_ ¿Hora aproximada de la muerte?_ preguntó Borrell sin despegar la vista del cadáver.
_ Entre las 17 y las 19 del domingo.
_ Para esa hora, no había nadie ya_ interpuso el sargento Montero._ Después de que la víctima acusara a todos de querer matarla y darles sus respectivos motivos, se encerró con llave en su cuarto. Los cinco insistieron en convencerla de que saliera, pero Zulma Ponce ignoró la petición, se hartaron y se rajaron.
_ Pero uno regresó para asesinarla. La pregunta es quién_ reflexionó Borrell en voz alta._ ¿Huellas? ¿Fibras? ¿Cabellos?
_ Huellas, las de la víctima solamente. Por el resto, nada fuera de lo habitual_ replicó el sargento Luis Montero.
_ Quien sea que la haya matado vino muy preparado_ expuso Borrell, quedamente.
Y analizó minuciosamente el cuerpo de Zulma Ponce de principio a fin. Examinó cada detalle rigurosamente y con mucha precisión. Y cuando concluyó, se retiró, no sin antes decirle al forense que precisaba los resultados preliminares de la autopsia listos en su oficina a primera hora de la mañana, lo mismo que el informe de la muerte de Aurelio Ponce, cuya petición estaba a cargo de Luis Montero.


                                                                                   III

Borrell hizo una pequeña parada en la Comisaría. Le había solicitado al encargado de archivos que buscase todo lo referente  a Juan José Cabrera. Se dirigió a la oficina en cuestión y el oficial Trompoli, a cargo de la misma, le entregó el expediente en mano.
_ Me costó un huevo encontrar al tipo este, Borrell_ le recriminó Trompoli al inspector de Homicidios.
_ Le di toda la información precisa para que filtrara la búsqueda_ respondió impasible Laureano Borrell mientras leía el expediente en cuestión.
_ ¡Claro! Eso me facilitó todo el laburo. ¿Por qué la próxima no me trae para que investigue a un Pérez, un González o un Fernández?
Dijo eso último con detonado sarcasmo.
_ Tengo un Pérez para usted, ya que lo pide. Alberto Pérez.
_ ¿Me está jodiendo?
_ No se pase de vivo, Trompoli. Fue marido de Sofía Cuzioti. Zulma Ponce, la víctima del caso, parece que tenía una relación clandestina con él.
_ ¡Ah! Listo. Deme cinco minutos, que le digo hasta lo que morfó el día anterior al gol de Maradona a los ingleses en el Mundial del 86.
Laureano Borrell se hartó de la impertinencia del oficial Trompoli y lo agarró del cuello del uniforme.
_ Escuchame, pelotudo. Dejate de hacer el gracioso y laburá, que para eso te pagan. No te garpan un sueldo para que seas un payaso. Si no querés hacer tu laburo, tomatelas ya y busca trabajo en el circo, que para payaso ridículo y pelotudo das perfecto. Porque la próxima, te cago a culatazos. ¿Soy claro?
Trompoli movió la cabeza como pudo, nervioso  y con cara de asustado.
_ Vas a buscar a Alberto Pérez y hoy a última hora me vas a dejar toda la información del tipo este en mi escritorio. ¿Te quedó claro? No quisiera tener que hacer uso de la violencia.
Lo zamarreó vagamente y lo soltó. Trompoli miró a Borrell en estado de shock y se fue enseguida a cumplir con lo solicitado.
Laureano Borrell se dirigió a casa de Juan José Cabrera. El hombre en cuestión lo recibió amablemente en su humilde choza en la que vivía en las afuera de La Plata.
_ ¿Homicidios? Me deja usted sin palabras, inspector_ manifestó Cabrera, después de que Laureano Borrell se identificara.
_ Supongo, señor Cabrera, que se enteró del asesinato de Zulma Ponce.
_ La madre de Soledad… Sí, una terrible tragedia.
_ ¿Se contactó con Soledad Cuzioti al respecto?
_ No, inspector. Lo nuestro terminó hace muchos años atrás. La pérdida del embarazo fue una tragedia horrible que nos sacudió a todos. Tanto esperar ese hijo..._ y dejó escapar unas lágrimas, que eran prueba de su alma frágil y quebrantada por lo ocurrido.
_ ¿Por qué se fue en vez de quedarse con su mujer, cuando más lo necesitaba, cuando más vulnerable estaba?
_ No fue fácil, oficial.
_ Inspector_ corrigió Borrell.
_ Inspector. No fue fácil. Estas cosas lo cambian a uno. Nada vuelve a ser igual después de que tu mujer pierde un embarazo. Fue terriblemente devastador. La dejé por compasión, para darnos un tiempo. Un tiempo que nunca más recuperamos. Es triste.
_ ¿Nunca más volvió a tener contacto con ella?
_ No, nunca más. La llamé un par de veces pero me pateaba con excusas. Hasta que decidí dejarla en paz definitivamente y seguir por mi cuenta con mi vida. Ya me ve. Solo, sin trabajo, viviendo en un choza desvencijada que se cae a pedazos en un barrio humilde de La Plata.
_ Soledad la culpó a la señora Zulma de inducirle la pérdida de su embarazo mediante el empleo de Fludarabina. Los exámenes que posteriormente se le practicaron a su esposa dieron positivo para esta sustancia. ¿Cree realmente que Zulma Ponce haya envenenado a su propia hija?
_ Yo siempre fue esto que tiene delante suyo, inspector. Mi vida nunca valió nada. Y eso era frustrante para Zulma. ¿Qué digo frustrante? Irritante, lamentable, deplorable. Pero no sería capaz de algo así.
_ ¿Tenían una relación áspera ustedes, no es así, señor Cabrera?
_ Zulma me odiaba con toda la fuerza de su ser. Siempre llenándole la cabeza a Soledad en contra mía. No era sano tener a esa mujer de pariente.
_ Soledad creía en usted y lo amaba.
_ Eso fue lo que nos salvó por muchos años. Ésa fortaleza que aparece cuando uno más la necesita. Después de que Soledad perdiera el embarazo, la relación entre ellas se quebró seriamente. Ese tema fue un punto de inflexión muy crucial en la ruptura de las relaciones que nosotros manteníamos. Y estoy seguro, Soledad jamás perdonó a la madre por eso.
_ ¿Pero, usted realmente cree que la señora Zulma Ponce le haya hecho perder el embarazo a Soledad porque no aprobaba su relación con usted?
_ No, no lo creo. Me niego a creer algo. No sé qué pasó. Para mí, esa historia está enterrada desde hace mucho. No me haga revivirla otra vez, por favor. Se lo suplico, inspector Borrell.
_ Soledad en efecto nunca perdonó a la señora Ponce. ¿Cree entonces que la haya asesinado por ese resentimiento y odio profundo que le guardó todos estos años?
_ ¡No! Imposible. Soledad no haría una cosa así, no lastimaría a su propia madre. Es una locura. La mató alguien más. Pero Soledad, estoy seguro no fue.
Laureano Borrell tomó del interior de su saco un documento confidencial con certificación médica, cuya copia estaba adjunta en su expediente personal. La tomó con sus dedos en forma de pinza, la exhibió frente a los ojos de Juan José Cabrera y la sacudió sugerentemente con movimientos suaves y sugestivos, mientras observaba a su interlocutor con arrogancia. El rostro de Cabrera se tornó lívido.
_ ¿Qué es eso?_ preguntó Juan José Cabrera, temeroso.
_ Cuando se investigó lo que había ocurrido con el embarazo de Soledad Cuzioti, usted fue parte de esa investigación y su información quedó resguardada en los expedientes de la Policía. Rutina, ¿sabe? Y leí una serie de estudios médicos que estaban anexados al archivo. Y este que tengo en mis manos en este preciso instante fue el que más llamó mi atención. ¿Sabe qué dice?
_ Lo desconozco. Eso fue hace muchos años atrás.
_ No juegue conmigo, Cabrera. Dice que usted es estéril. ¿Sabe lo que significa, no? Que no puede concebir hijos por vía natural. Se lo aclaro por si no lo sabe. Así que, el hijo que esperaba Soledad no era suyo, sino de otro hombre. El padre era su amante. Soledad nunca le dijo nada, estaba esperando el momento oportuno para darle la noticia del embarazo porque ella, estoy seguro, no sabía que usted era estéril. Nunca se lo blanqueó por miedo a que lo rechazara, ¿no es así? Usted percibió que Soledad se comportaba de forma rara y empezó a sospechar que algo estaba mal. Un día decidió revisar entre sus cosas y encontró una ecografía, que confirmaba que llevaba pocas semanas de embarazo. Se irritó, enloqueció, lo entiendo, porque ésa ecografía venía a confirmar que usted estaba siendo engañado por su mujer. Y no iba a permitir de ningún modo que Soledad Cuzioti diese a luz a un bebé que no era hijo legítimo suyo. Y cometió el acto más cruel e inhumano que un hombre puede cometer: el asesinato de una criatura no nacida. Su madre o su padre, Cabrera, tenía cáncer y por prescripción médica ingería dosis controlada de Fludarabina. Por ende, robarla y envenenar dosificadamente las infusiones que Soledad bebía a menudo en momentos en que quedara como principal sospechosa del crimen la señora Ponce fue una idea reconfortante, que usted ejecutó implacablemente. Y la dejó por compasión porque realmente usted amaba a Soledad, pero sobre todo, la abandonó por miedo a que la verdad se supiese tarde o temprano.
El rostro de Juan José Cabrera se tornó desabrido y rudo, y fulminó al inspector Borrell con una mirada electrizante.
_ ¿Qué hubiera hecho usted en mi lugar? ¡Dígame!
_ Acaba de confesar, señor Cabrera. Gracias.
_ ¡Dígame qué hubiera hecho usted en mi lugar!
_ Le voy a responder lo que seguro no hubiese hecho: lo que usted sí.
_ Ésa vieja Ponce, insoportable, dándole clases de moral a su hija en vez de dejarla ser libre y feliz. Y soledad, engañándome con otro tipo… ¡Me destruyó! Todos fueron culpables de mi debacle.
_ ¿Sabe quién era el amante de Soledad?
_ No. Ni me interesa saberlo, porque de saberlo… No sé lo que haría.
_ Ya terminamos.
_ ¿Qué va a hacer con esta información?
_ Eso es asunto mío. Usted ya no tiene de qué preocuparse. Que tenga buenas tardes, Cabrera.
Y se retiró, mientras la mirada perturbada e irascible de Juan José Cabrera lo seguía intranquilamente  y lo intimaba sin escrúpulos.
La metáfora de los cinco ratoncitos a la que el sargento Luis Montero había hecho alusión anteriormente, adquiría otra significación. No eran cinco gatos negros, como sugirió Laureano Borrell, sino un poderoso y temido gato negro cazando uno a uno a cinco inofensivos ratoncitos.

                                                                 IV

_ ¿Así que, Cabrera fue quien verdaderamente envenenó a Soledad Cuzioti por despecho?_ preguntó asombrado, el sargento Montero.
_ Tal como lo escuchaste_ repuso Borrell._ El tipo cornudo, no lo iba a permitir. Se aprovechó de la mala relación que mantenía con Zulma Ponce para hacerla bien.
_ Y la hizo tan bien, que Soledad Cuzioti realmente estaba convencida de que la madre fue la responsable. Qué lo parió.
_ El tipo un insensible. Lo tendrías que haber visto cuando le fui con la verdad de frente.
_ Te quería comer crudo.
_ Algo así. ¿Qué averiguaste de la muerte de Aurelio Ponce?
_ No me dejaron retirar el expediente porque no tenía la orden de ningún juez. Pero me dejaron echarle una miradita y anoté un par de cosas que me parecieron interesantes.
_ Te escucho, Montero.
_ Muerte natural, en efecto. Una falla cardíaca severa que los médicos no pudieron controlar. Ingresó al hospital descompensado, en estado crítico. Intentaron reanimarlo pero ya era tarde para hacer algo.
_ ¿Se dio intervención para realizar una autopsia?
_ Los médicos no lo creyeron conveniente. La falla cardíaca por causas naturales era irrefutable. Firmaron el acta de defunción y asunto resuelto.  
_ ¿O sea, nada extraño en ese aspecto?
_ Nada dudoso. Y hurgué más en la intimidad de la familia para ver si descubría algo. Realmente, Aurelio Ponce tenía un carácter bastante jodido, un temperamento muy fuerte, muy de hombre guapo de principio de siglo XX. Tuvo un altercado muy particular con Vilma, su otra hermana, casualmente sospechosa en el asesinato de Zulma Ponce.  Vilma le robaba a Aurelio. Vilma Ponce no tenía nada, era una pobre mujer de clase humilde, igual que Zulma. Pero Aurelio enganchó un emprendimiento interesante de cosecha de maíz y le fue muy bien realmente.  Pero era un tipo avaro y egoísta con la guita. Zulma y Vilma discutieron infinidad de veces con él por esta cuestión porque no las ayudaba ni con mísero centavo. Discusión iba, discusión venía, Vilma Ponce se cansó de la actitud egoísta de su hermano y empezó a robarle cosas de valor, que después empeñaba en algunas casas de San Telmo. Por supuesto que también le robaba efectivo. Aurelio Ponce notaba el faltante de las cosas y sabía que la responsable tenía que ser indefectiblemente una de sus dos hermanas, pero tenía certeza de cuál. Incluso, estoy segurísimo que llegó a pensar que eran las dos que estaban en complot. Las confrontó a las dos y Vilma negó ser la ladrona, igual que Zulma. Después, Vilma empezó a hacer recaer la responsabilidad en Zulma. Pero Zulma Ponce se dio cuenta antes de que Vilma lo imaginara y le fue con el verso a Aurelio, que al principio no le creyó. Después, Aurelio la agarró a Vilma con las manos en la masa, queriendo robarse una vasija de porcelana antigua, de mucho valor, pero se evadió diciendo que en realidad la había recuperado de entre las cosas de Zulma y que cuando fue descubierta, la estaba reponiendo, no robando. Las apariencias engañan, dice el refrán, ¿no?  Cuestión que Aurelio Ponce empezó a desconfiar de Vilma y empezaba a creer que Zulma le estaba siendo honesta, después de todo. Así que, la empezó a vigilar más detenidamente de cerca y le pidió discreción a Zulma. Entonces Vilma, todo lo robado lo empezó a dispersar entre las cosas de Zulma. Fingió encontrar por azar uno de los objetos de valor de su hermano Aurelio en posesión de Zulma y la mandó al frente. Aurelio dio paso a la petición de Vilma de requisar la habitación de Zulma y de a poquito fue apareciendo todo lo robado. Y Zulma quedó como la vil ladrona que robaba a su propio hermano y Vilma como la heroína de la historia. Eso explica las asperezas que había entre Zulma y Aurelio Ponce.
_ Interesante… Muy interesante. ¿Esto está comprobado?
_ Hubo denuncias, quejas, de todo. Quedó en la nada porque no hubo manera de comprobar fehacientemente ningún hecho. Todo era circunstancial. Por suerte el expediente sobrevivió al paso del tiempo.
_ Completemos la historia, entonces, Montero.  El disgusto que Aurelio Ponce se llevó de parte de sus hermanas le trajo complicaciones a la salud, contribuyendo a decaer en el paro que lamentablemente lo mató.
_ Sí y no.
Borrell fulminó con una mirada sórdida al sargento Montero.
_ ¿Cómo sí y no? Sé más explícito_ demandó con autoridad el inspector Borrell.
_ Don Agustín Ponce, el padre de Zulma, Vilma y Aurelio, supo de alguna manera que Vilma había defraudado al hermano y por ende, había ensuciado el honor de la familia. Y que había perjudicado seriamente a Zulma por culpa de sus inescrupulosos actos de robo. Y la desheredó por completo. Toda su fortuna la dividió en partes iguales entre Zulma y Aurelio. Por supuesto, Aurelio se indignó con esta decisión porque para él Zulma era la ladrona y no Vilma. Don Agustín falleció no llevándose muy bien que digamos con su hijo Aurelio. Y este factor intuyo que también fue crucial en la afección que mató a Aurelio Ponce.
_ ¡Qué Increíble! ¿Y dónde estaba Alejo, a todo esto, el hijo de Aurelio y sobrino de Zulma y Vilma?
_ Había ganado una beca para estudiar  Ciencias Políticas en la Universidad de Guayaquil, en Ecuador. Estaba allá cuando pasó todo esto.
_ A su retorno al país, Vilma lo manipuló para que creyera otra versión distinta de los hechos y así ponerlo en contra de Zulma. De hecho, Alejo Ponce no viajó a Ecuador con una buena imagen de su familia, de eso estoy seguro. Y en las llamadas telefónicas que hacía a Buenos Aires desde Ecuador, Vilma debió inculcarle una serie de mentiras relativas para alimentar con más fuerza la farsa que pretendía  montar.
_  Por ende, Borrell, otros dos buenos sospechosos con dos buenos motivos para haber asesinado a Zulma Ponce.
_ Hable con ellos, aunque sea por una cuestión de protocolo, porque no creo que le digan mucho. Va a ser una charla inútil.
_ Va a ser una pérdida de tiempo, pero bueno.  Al final, la vieja Ponce tenía razón en pensar que todos fueron para matarla. Les dio una oportunidad estupenda que uno de ellos no desaprovechó en absoluto.
_ Siguiendo con su metáfora, Montero, el temido gato negro está cazando uno por uno a los cinco ratoncitos protagonistas de este drama.

                                                                         V

El inspector de Homicidios Laureano Borrell convocó a una reunión informal a Lucas Cuzioti. Eligió como lugar neutral del encuentro un bar cualquiera, al que los dos hombres asistieron puntualmente.
Cuando Lucas Cuzioti llegó, Borrell hacía menos de dos minutos que lo estaba esperando sentado en una mesa para dos, situada al lado de la vidriera, con una excelente vista panorámica al exterior. Cuzioti lo buscó instintivamente con la mirada y cuando sus ojos por fin se toparon con la imagen del inspector, corrió a su encuentro, acusando estar corto de tiempo, y se sentó enfrente suyo tras aceptar una invitación de su parte.
_ Tengo menos de cinco minutos, inspector_ dijo Lucas Cuzioti con ritmo acelerado._ Vine como un acto de buena fe para que la Policía no piense mal de mí y me tenga en la mira por negarme a colaborar con la investigación del asesinato de mi madre.
_ Valoro su tiempo, Cuzioti_ dijo con simulada decencia, Laureano Borrell._ ¿Un café?
_ No, le agradezco. Estoy con poco tiempo. Tengo que ir a ver a un cliente por el laburo. Así que, vaya al grano, por favor.
_ Muy bien. ¿Mató a su madre?
_ ¿Qué?_ repitió Lucas Cuzioti, indecentemente compungido.
_ Si mató a su madre.
_ No vine para eso.
Amagó con irse, pero Borrell lo obligó a desistir de la acción con determinación y autoridad.
_ ¿Mató a Zulma Ponce, señor Cuzioti, sí o no? No es una respuesta muy complicada.
_ Usted es el inspector. Dígamelo usted.
_ Si se niega a responder una pregunta tan sencilla como esa, tengo que creer que sí, que usted la mató y que esconde algo.
_ Le aseguro que no escondo nada.
_ ¿Y lo de la transferencia de dinero desde su cuenta a la de su madre?
_ Eso fue un malentendido que quedó aclarado. Ya se lo dije la primera vez que me interrogaron a su compañero.
_ Se refiere usted al sargento Luis Montero, señor Cuzioti. Eso mismo me dijo y le creo. ¿Y lo de Brenda Muto, su esposa? ¿También era una fantasía la mala relación que mantenía con su madre?
_ No, ellas no se llevaban nada bien. Pero no tiene nada que ver con su asesinato. ¿Por qué no investiga al resto de la familia? El día que murió, mi madre los culpó a todos de querer matarla y disparó un par de cosas de las que debería tener conocimiento, inspector.
_ No me diga cómo hacer mi trabajo, Cuzioti.
_ Si eso es todo, inspector…
Volvió a insinuar con retirarse y Borrell volvió a impedírselo. El inspector abrió una carpeta que contenía una copia del expediente y sacó unos folios muy específicos, que se los exhibió con petulancia a Lucas Cuzioti. Aquél no expresó ningún tipo de emoción al ver dichos papeles.
_ Parece que la muerte de su madre no lo afecta demasiado_ lanzó Laureano Borrell.
_ Sí que me afecta. Pero la vida sigue, ¿no?_ replicó Cuzioti con arrogancia.
_ Yo creo que no lo afecta. Mire, lo que tengo en la mano es su declaración que prestó ante el sargento Montero y que más tarde convalidó ante el juez que instruye la causa, el doctor Rómulo Ávila. Se presenta como Lucas Cuzioti Ponce. Pero sus dos hermanas no usaron el apellido de su madre, a diferencia suya. Y recién me dijo “Al resto de la familia”, en vez de “Al resto de mi familia”. Eso me dice que usted se aleja de cualquier vínculo que pudiera unirlo a ellos.
_ ¿Cuál es el punto, Borrell?
_ Inspector, para usted.
_ Inspector. Como más le guste. ¿A dónde pretende llegar?
_ En psicología hay algo que se llama negación. Cuando un paciente niega la realidad que lo rodea, apela a ciertos recursos para amoldarse a su realidad mentalmente construida y demostrar que la realidad real, vale la redundancia, que se manifiesta en derredor es absolutamente tramposa.
_ ¿Me va a dar una clase de moral ahora? Inspector, no me complique…
_ Usted, a diferencia de sus hermanas, usa el apellido Ponce porque es adoptado y se niega a aceptarlo. ¿A mí también me lo va a negar? Piénselo bien antes.
El semblante de Lucas Cuzioti se tornó terriblemente macilento.  Un sentimiento de angustia y desesperación se apoderó de cada rincón de su cuerpo a punto de no poder controlarlo por su propia voluntad.
_ ¡Miente! ¡Miente! ¡Miente!_ estalló en alaridos desaforados, Lucas Cuzioti. El resto de los comensales se giraron asombrados para anoticiarse de lo que ocurría, pero Borrell los disuadió para que ignorasen por completo el hecho.
_ Accedí a su partida de nacimiento, Cuzioti_ continuó explicando Laureano Borrell._ Su nombre verdadero es Lucas Esteban Maraldi y sus padres biológicos son Bruno Maraldi y Nora Carrasco. Fallecieron en un accidente vial en 1971 y usted fue dado en adopción. Y Zulma Ponce tuvo un gran corazón. Pero nunca se lo dijo. No. Usted se enteró por Soledad, su hermana. En su declaración alega que la relación suya con la señora Soledad Cuzioti era muy mala. Y deduzco, a partir de lo que sé, que este es el verdadero motivo de la pésima relación entre hermanos. Pero usted no lo aceptó. No, se resignaba a aceptar algo tan tormentoso como aquello y fue ahí cuando empezó a usar el apellido de su madre. Vi los expedientes, las declaraciones, las fechas… Todo coincide. Pero un hombre como usted no se quedaría de brazos cruzados. Tenía que hacer algo por partida triple. Me refiero a Zulma, a Soledad y a Brenda Muto. Porque Brenda Muto sí creía que usted era adoptado, creía sólidamente esa verdad que nadie, excepto una persona con la mentalidad como la suya, podía negar bajo ningún criterio. ¿Bajo qué concepto iba a hacerlo?  Por eso hizo las transferencias en secreto a la cuenta de su madre, para que Brenda y ella se culpasen mutuamente y se odiaran aún más. Divide y reinarás, señor Cuzioti. Y con ellas enfrentadas, tenía el camino libre para asesinar a Zulma Ponce y culpar del crimen a Brenda Muto. El día del asesinato esperó a que todos se fueran, incluido usted mismo, para que crearse una coartada. Usted se va, vuelve más tarde, comete el crimen y se retira como si nada. Y así nadie podría sospechar de usted. ¿Y dónde estaba Brenda Muto a la hora de la muerte? En su casa, sola, sin coartada. Fue perfecto.  
_ ¡Basta! ¡Estaba muerta cuando volví para matarla! ¡Ya estaba muerta!
Lucas Cuzioti sintió un alivio muy grande al confesar.  Borrell lo miró fijamente a los ojos durante varios minutos hasta que volvió a dirigirle la palabra.
_ No le creo_ dijo decido el inspector de Homicidios.
_ Ese no es mi problema. No puede probar nada.
_ No, todavía. Pero cuénteme de Soledad, su hermana. ¿Qué hizo para vengarse de ella?
_ Los chantajee, a ella y al amante. Sabía que el hijo que Soledad esperaba no era suyo porque su marido era estéril.  Así que,  les pedí una buena cantidad a cambio de mi silencio.
_ Pero, no le sirvió de nada el chantaje porque el señor Cabrera conocía su condición, la que por defecto su hermana ignoraba en absoluto. Así que, le contó sobre el embarazo al señor Cabrera y lo incitó a envenenar a Soledad Cuzioti para que perdiera el embarazo. Lo manipuló tan brillantemente que lo convenció de hacerlo. Pero nunca le dijo al señor Cabrera la identidad del amante de Soledad porque le había pagado una buena suma por su silencio, después de todo.
_ Así es funciona esto, ¿no es cierto, inspector?
_ Pero a mí sí va a decírmelo. ¿Quién era el amante de Soledad Cuzioti?
_ Alberto Pérez, su cuñado, el esposo de Sofía, mi otra hermana.
Laureano Borrell sintió un ligero estremecimiento recorrer su estómago.
_ ¿Puede dar fe de que lo atestigua, señor Cuzioti?_ preguntó azorado, Laureano Borrell.
_ Absolutamente. Puede confirmarlo con el señor Pérez, si no me cree. Pero, como Sofía tenía sus diferencias con mi madre por otras cuestiones muy distintas a las concernientes en esta conversación, hacerle creer que la traidora era ella en lugar de Soledad, no fue demasiado difícil. Sofía y Soledad se quieren mucho y se tienen la una a la otra. ¿Para qué arruinarlas?
Sin pruebas fehacientes sobre el asesinato de Zulma Ponce, Laureano Borrell dejó ir a Lucas Cuzioti. Por el resto de los delitos que confesó haber cometido, no podía imputarlo porque ya había pasado mucho tiempo y algunos hasta no podía comprobar la culpabilidad de aquél con acabada certeza.
El inspector volvió a la Comisaría, el oficial Trompoli le proporcionó los datos de Alberto Pérez y lo visitó inmediatamente. En resumen, entre todo lo que hablaron, Pérez le confirmó su amorío secreto con Soledad Cuzioti y el chantaje al que lo sometió Lucas Cuzioti. Con esta confesión final, Laureano Borrell había comprendido todo.

                                                                                   VI

Con el informe preliminar de autopsia reposando sobre su escritorio, el inspector Laureano Borrell estaba listo para dar una respuesta certera al asesinato de Zulma Ponce. Lo mandó a llamar al sargento Luis Montero y mantuvo una reunión privada con él respecto al caso.
_ Escuche lo que explica el forense en su informe, Montero._ dijo Borrell con el papel en mano. Y procedió a leer el documento:
_ Laceraciones en mejilla derecha producidas por las quemaduras de un artefacto tipo plancha, autoinfringidas.  Soga al cuello anudada desde atrás hacia adelante débilmente y con movimientos torpes. La soga en efecto apretó el cuello pero sin causal de daño alguno que diera como resultado la muerte. Sin infecciones que amenazaran la integridad de su salud en ningún aspecto y dimensión.
Apoyó el papel sobre el escritorio y miró a Montero con elocuencia.
_ Se suicidó_ infirió con escepticismo el sargento.
_ Exacto, Montero. Pero Zulma Ponce lo hizo parecer un asesinato. Todos la acusaban de algo injustamente porque creían que era la responsable de las desgracias que recayeron sobre ellos de manera fragosa y feroz. Toda su familia dividida, peleada y ella como la oveja negra causante del mal ajeno, cuando en realidad fueron otros los factores que desembocaron en esa situación en cada caso particular. Harta de lidiar con eso, mintió respecto a tener una enfermedad terminal de tipo infecciosa y los convocó a los cinco un encuentro familiar bajo pretextos de lectura de testamento y sucesiones. Todos aceptaron ir, sea por la razón que fuere, y Zulma los mandó al frente a todos, uno por uno. Creo que algunos se enteraron ahí mismo en el momento las incidencias que acometieron los otros.  Pero no conforme con eso, la señora Ponce los desafió a ver quién tenía las agallas suficientes para matarla. Después de que todos se fueran, calentó la plancha y se lesionó el rostro para aparentar una tortura. Un sufrimiento horrible. Posteriormente, llenó la bañadera y en el proceso, se anudó una cuerda al cuello. Cuando la bañera rebasó, se sumergió y se dejó caer al tiempo que tironeaba de la soga para simular un intento de ahorcamiento y acrecentar la idea de una tremenda tortura a la que fue sometida. La fuerza con la que apretó la soga no fue letal, pero sí eficiente para que ella se debilitara y que no pudiera maniobrar en caso de querer salir de la bañadera.  El agua dio el toque de gracia. Muerta por asfixia por inmersión.
_ ¡Qué bárbaro, Borrell! Me dejó sin palabras la explicación.    
_ Lucas Cuzioti me confesó que volvió al rato para matarla, pero que cuando volvió la encontró muerta. Obviamente que él no iba a llamarnos porque iba a quedar pegado. Vio el cadáver de Zulma Ponce, se asustó y se fue despavorido sin dar crédito a su descubrimiento.
Sonó el teléfono de la oficina de Borrell. Atendió la llamada, puso cara de preocupación y cortó la comunicación, quejosamente abstracto.
_ ¿Qué pasó, Borrell?_ indagó el sargento Luis Montero con preocupación.
_ Encontraron muerta a Soledad Cuzioti y Sofía Cuzioti está prófuga_ repuso Borrell con sopor.
 El inspector se imaginaba la insolente actitud de Lucas Cuzioti de ir y confesarle toda la verdad relativa a la infidelidad a Sofía y su maliciosamente y avieso deleite al enterarse del asesinato motivado por una traición entre hermanas. Pero no podía pasar por alto la astucia de la señora Ponce para condenarlos a todos por los indisolubles males que le hicieron padecer a lo largo de toda su vida: “El gato negro finalmente atrapó uno por uno a los cinco ratoncitos que bailaban en su barco”, se dijo para sí Laureano Borrell.





                    







  

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