La Torre de los Ingleses fue el punto de encuentro elegido para
llevar a cabo la transacción. La hora predilecta, la medianoche. Lino Martini,
un reconocido científico argentino, había sido extorsionado por uno o varios
desconocidos para entregar la fórmula de uno poderoso medicamento que
desarrolló para combatir la poliomielitis. Ante la amenaza de que su familia
resultase perjudicada por no ceder a las exigencias de los extorsionadores, el
doctor Martini accedió a vender la fórmula a un costo muy bajo y el punto de
encuentro fijado fue la Torre de los Ingleses, ubicada en el corazón de la
famosa plaza San Martín de Retiro, justo cuando su famoso y emblemático reloj
marcase religiosamente las cero horas. Ambas partes se presentaron puntuales,
pero el doctor Lino Martini fue encontrado muerto de un puñalada asestada con
una daga antigua. El caso lo llevó
adelante el capitán Riestra, quien convocó a mi amigo, el inspector Sean
Dortmund, a quien solicitó su invaluable colaboración en el caso.
_ El caso parece sencillo_ nos explicaba el capitán Riestra.
Pero en especial, a mi amigo._ El doctor Lino Martini accedió a vender la
fórmula de su medicamento, él debió imaginarse que era una emboscada y se
previno. El o los desconocidos lo anticiparon, y siguiendo la lógica del doctor
Martini, lo mataron, le robaron la fórmula y huyeron.
_ ¿Por qué dice, capitán Riestra, que el doctor Martini se
imaginó que esa reunión se trataba verdaderamente de un engaño y se previno al
respecto?_ preguntó Dortmund, interesadamente.
_ Porque el forense encontró una pistola en la mano de la
víctima. La blandía fuertemente con sus dedos de la mano derecha. Esperó el
momento propicio, la sacó…
_ ¿Y alguien lo apuñala con una daga antigua en su defensa,
en vez de repeler la amenaza con otra pistola? No tiene sentido. Esto fue un
crimen premeditado que nada tiene que ver con la fórmula de su medicina.
_ La poliomielitis es una enfermedad que está muy de moda
por estos días, lamentablemente. Y los tratamientos que llegaron al país desde
el exterior no son definitivamente eficientes. El doctor Martini desarrolló una fórmula muy
efectiva por la que valía la pena asesinar, Dortmund.
_ Su suposición es lógica pero incorrecta. La pistola se la
plantaron en la mano después de muerto. Este asesinato fue decididamente
premeditado. Déjemelo a mí. Le tendré al
asesino envuelto con moño y todo al final del día.
Con el capitán Riestra nos miramos y no emitimos palabra. Ya
estábamos acostumbrados a las actitudes y deducciones de Dortmund, sobre las
que teníamos plena y absoluta fe depositada ciegamente.
Andrea Mastuzi era la esposa de la víctima. Ojos azules,
cabello negro y una elegante forma de vestir, tan distintiva y tan sutil, que
llamaba la atención de cualquier hombre. Estaba afligida y melancólica por lo
sucedido con su esposo. Sean Dortmund observó que en el comedor de la casa había
una vitrina que exhibía armas blancas coleccionables de todos los tiempos, pero
sobre todas las cosas, que había un hueco en el centro. Casualmente, faltaba
una daga antigua.
_ ¿Su marido era coleccionista?_ indagó el inspector,
haciendo hincapié en la vitrina y en el arma faltante.
_ Adoraba las armas de colección_ repuso consternada, la
señora Mastuzi.
_ Falta una, ¿puede ser?
_ Una daga antigua, la preferida de Lino.
_ Coincidentemente el arma homicida.
Andrea Mastuzi abrió los ojos enormemente y miró a mi amigo
con hostilidad.
_ ¿Qué insinúa?
_ Que alguien robó el arma intencionalmente y la empleó para
asesinarlo. Alguien que conocía muy bien esta colección y que sabía muy bien la
hora y el lugar de la reunión.
_ ¿Me está acusando de asesinar a mi propio marido?
_ No se ofenda, señora Mastuzi. Simplemente hago deducciones
lógicas que se desprenden de los hechos mismos.
_ ¡Está bien! ¿De qué sirve mentir? Sospeché que Lino me
engañaba con otra mujer. Harta de ser una pobre estúpida, me dijo de la reunión
y decidí seguirlo…
_ Para matarlo.
_ ¡No! Llevé la daga para intimidar a la perra que se estaba
revolcando con mi marido. No tenía intenciones de matar a nadie. Ya estaba
herida por dentro con su traición.
_ ¿En qué basó sus sospechas, señora Mastuzi?
_ En que varias veces llamó una mujer a casa preguntando por
mi marido. Le pasaba la llamada a Lino y él le recriminaba que no lo llamase
más, que no quería tener problemas. Por supuesto, que lo confronté y me
respondió que ésa mujer lo estaba extorsionando para que le venda la fórmula a
un precio muy bajo. Le sugerí que le revelara al mundo el secreto, así de ese
modo perdería valor. Pero él se negó porque alegó que perdería mucho más, y no
hablaba de dinero precisamente. Por supuesto, yo no le creí ni una sola palabra
de toda esa historia. La mujer esta continuó llamando y preguntando por mí
marido reiteradas veces. Y Lino la atendió siempre. Y siempre reprochándole y
enojado. Hasta que ayer a la tarde decidí esconderme y escuchar lo que mi marido
decía. Lino fue contundente. Sus palabras exactas fueron: “Te espero esta noche
en la Torre de los Ingleses, puntual a las cero horas. Vamos a ponerle fin a
esto”. ¡Pensé que se trataba de ponerle fin a la relación! Estaba enloquecida.
Lino jamás percibió que yo oí ésa conversación. Estaba tan irritada, tan
indignada, que tomé la daga y lo seguí en mi coche sin que se diera cuenta.
Esperé sigilosa adentro del auto a una distancia prudente hasta que vi una sombra
acercarse, que no distinguí. Una figura amenazante y prepotente, que le
infundió pánico a mi esposo. Tomé la daga y me acerqué cautelosamente hasta
cierto punto donde recibí un fuerte golpe en la cabeza y me desmayé. Cuando
recobré la consciencia a las pocas horas… Vi a mi marido muerto, apuñalado con
la daga. Me asusté y huí. Y di aviso a la Policía haciéndome pasar por una
extraña que pasó casualmente por el lugar.
_ ¿Dónde estacionó su vehículo exactamente, señora Mastuzi?
_ Sobre Ricardo Rojas.
Siguieron algunas preguntas más de mínimo interés y Dortmund
fue a entrevistar en segundo lugar al señor Ceferino Urriaga, el socio del
doctor Lino Martini. Era un hombre de unos cincuenta años, canoso y de modales
muy afables.
_ Para serle franco, inspector Dortmund_ le dijo el señor
Urriaga a mi amigo, _ esa fórmula era bastante lamentable, por no decir que era
un fraude.
_ ¿A qué se refiere exactamente, señor Urriaga?_ lo interpeló
Dortmund con mucha expectativa.
_ Que no podía combatir ni un mísero resfrío. Lino nunca fue
un científico destacado en la comunidad. Carecía de todas las cualidades
elementales para dedicarse a este tipo de cosas. Desarrollar un medicamento
contra un virus potente no es cuestión de soplar y hacer botellas nada más. Se
necesita mucho intelecto y mucho conocimiento. Y Lino no disponía de ninguna de
esas dos facultades. Así que, no me extraña que quien lo haya extorsionado le
haya exigido vendérsela a un costo muy bajo. Porque ciertamente no valía nada.
_ ¿Y qué opinión tenía al respecto la señora Mastuzi, la
esposa del doctor Martini?
_ Estaba absolutamente decepcionada de él, pero lo quería
mucho y lo estimaba como persona.
_ ¿Decepcionado en qué sentido, señor Urriaga?
_ En el sentido en que lo consideraba un científico de la
hostia y resultó ser un fraude. Eso le generó bajos ingresos y frustración.
_ ¿Y usted por qué seguía con él?
_ Porque quería ayudarlo a mejorar. Quería que avanzara.
Pese a todo, éramos muy buenos amigos. No iba a abandonarlo.
_ ¿Alguna vez el extorsionador llamó al laboratorio?
_ Una o dos veces, nada más. Primero, atendió Lino y
enloqueció. Y la siguiente, atendí yo y corté enseguida sin hacerme maña
sangre.
_ ¿Era un hombre o una mujer?
_ Lino no me dijo. Pero la voz que yo oí era la de una
mujer, estoy seguro. Aunque no la reconocí.
_ Gracias por su tiempo, señor Urriaga.
Sean Dortmund despidió a Ceferino Urriaga con una leve
sonrisa y se retiró.
A las doce de la noche en punto de ese mismo día, el
inspector estacionó su vehículo sobre la calle Ricardo Rojas, tal como se lo
había indicado la señora Mastuzi en su testimonio. Observó la Torre de los Ingleses
y en efecto no se distinguía la escena demasiado, aunque el sitio estaba
perfectamente iluminado por dos faroles que había a los costados del monumento.
Sean Dortmund tomó sus binoculares y contempló la escena desde la misma perspectiva.
Podía ver con absoluta claridad el especio en cuestión y alrededores también.
Sean Dortmund exhaló una leve mueca de satisfacción, volvió a nuestra residencia,
levantó el tubo y telefoneó al capitán Riestra, que lo atendió de malas ganas
por lo tarde que era.
_ Son las dos y cuarto de la mañana, Dortmund_ le reprochó
el inspector, exasperado._ ¿Qué precisa tan tarde?
_ Perdone la hora_ se excusó modestamente mi amigo._ Pero cuando
se levante a las siete, lo primero que hará será ir al Juzgado que tramita el
asesinato del doctor Lino Martini y pedirá una orden de arresto para la señora
Andrea Mastuzi, su esposa. Ella lo asesinó.
El capitán Riestra enmudeció, Dortmund le deseó las buenas
noches y cortó la llamada.
A la mañana siguiente, Riestra nos invadió impulsado por la
curiosidad de conocer los pormenores del caso.
_ Sabía que vendría sin que lo llamara, capitán Riestra_
dijo Dortmund.
_ Quiero saber su teoría sobre el asesinato de Lino Martini_
repitió el capitán con exagerada prepotencia.
_ Por más complicados que parezcan esta clase de casos,
siempre se reducen a lo más simple de todo: la infidelidad. La señora Mastuzi
sostenía que su marido mantenía un romance secreto con otra mujer, porque
siempre una mujer llamaba a su casa preguntando por el señor Martini. El
científico aducía que lo estaban extorsionando, y acá viene lo más interesante
del caso, por un precio muy bajo.
¿Quién extorsiona a alguien que supuestamente creó una potencial cura contra
una enfermedad peligrosa como la poliomielitis por un bajo costo? Fue lo que
sin dudas levantó la sospecha de la señora Mastuzi para desconfiar que su
marido tuviera una amante. Porque, además, ella alegó que atendió varias veces
a esta misteriosa mujer por teléfono y que el señor Martini se enojó en cada
ocasión con ella por llamarlo a su casa particular cuando se lo había prohibido
terminantemente. Hasta que se hartó y concretó una cita en la Torre de los
Ingleses para ponerle fin a la relación, desde la perspectiva, claro, de la
señora Andrea Mastuzi. Pero desde la perspectiva del señor Lino Martini, para
ponerle fin a las supuestas extorsiones que recibía. Ahora bien, ella dijo que siguió a su marido
en su coche hasta la plaza San Martín y que estacionó a una distancia prudente
para pasar desapercibida, esto es, sobre calle Ricardo Rojas. Argumentó que vio
el ataque pero que no distinguió al atacante. Entonces, empujado por la
curiosidad que las circunstancias ameritaban, comprobé el hecho haciendo un
pequeño experimento. Fui en auto hasta la escena del crimen a las cero horas y
lo estacioné sobre la calle Ricardo Rojas, desde la única perspectiva posible
que podía contemplarse la Torre de los Ingleses en todo su esplendor y a sus
alrededores también. La luz de los faroles que la iluminaban era fuerte y
visible. Pero aun así, era cierto que no podía distinguirse ninguna figura con
notable claridad. Y se me ocurrió emplear binoculares, ¡y todo se veía de lujo!
Entonces, me pregunté por qué en tales condiciones y en virtud de sus
propósitos, la señora Andrea Mastuzi no llevó un juego de binoculares.
Sencillamente, porque no fue a espiar a
su marido, fue a asesinarlo. La persona
que llamaba a su casa bajo aparentes pretextos de extorsión, era en realidad el
amante de su esposa. Pero el señor Martini inventó lo de la extorsión para
mantener a su esposa alejada de la situación y resolver el asunto a su modo:
confrontándose cara a cara con el amante de la señora Mastuzi. Ella debió darse
cuenta de las cosas y por eso tomó la daga de la vitrina que tenía en el
comedor, lo siguió y lo asesinó. Y una vez muerto, le plantó la pistola en la
mano para simular que el señor Lino Martini se vio con su extorsionador y que
las cosas no habían salido de acuerdo a lo previsto.
_ No puedo discutirle nada, Dortmund. Es usted una bestia
resolviendo casos.
_ ¿Quién era el amante de la señora Mastuzi?_ interpuse con
incertidumbre.
_ El socio del doctor Martini, el señor Ceferino Urriaga. Él
debió llamar a la señora Mastuzi a su casa y accidentalmente atendió el doctor
Martini. Ceferino Urriaga no debió darse cuenta de quien lo había atendido no
era su amante y habló de más, y ahí lo supo. Y para evitar que hablase, lo extorsionó
a cambio de no revelarle al país entero que su potencial cura para la poliomielitis
era una fraude, una fórmula que no era capaz de sanar ni un inofensivo resfrío.
Hasta que el doctor Martini se cansó y… Bueno, ya saben el resto de la
historia. El resto de las mentiras de esta farsa quedaron implícitamente
expuestas.
_ Hubo extorsión después de todo. En cierto modo, ¿no?_ dijo
rendidamente el capitán Riestra.
_ Por eso la señora Mastuzi me dijo que su marido no podía
revelar el secreto de su descubrimiento al mundo_ completó la idea, Sean
Dortmund.
_ ¿En verdad su fórmula no es capaz de atenuar los efectos
devastadores de la poliomielitis?
_ Comprobémoslo…_ mi amigo alzó una copa de alcohol al aire_
Por la memoria del doctor Lino Martini.
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