martes, 21 de abril de 2020

El crimen de Plaza San Martín (Gabriel Zas)









La Torre de los Ingleses fue el punto de encuentro elegido para llevar a cabo la transacción. La hora predilecta, la medianoche. Lino Martini, un reconocido científico argentino, había sido extorsionado por uno o varios desconocidos para entregar la fórmula de uno poderoso medicamento que desarrolló para combatir la poliomielitis. Ante la amenaza de que su familia resultase perjudicada por no ceder a las exigencias de los extorsionadores, el doctor Martini accedió a vender la fórmula a un costo muy bajo y el punto de encuentro fijado fue la Torre de los Ingleses, ubicada en el corazón de la famosa plaza San Martín de Retiro, justo cuando su famoso y emblemático reloj marcase religiosamente las cero horas. Ambas partes se presentaron puntuales, pero el doctor Lino Martini fue encontrado muerto de un puñalada asestada con una daga antigua.  El caso lo llevó adelante el capitán Riestra, quien convocó a mi amigo, el inspector Sean Dortmund, a quien solicitó su invaluable colaboración en el caso.
_ El caso parece sencillo_ nos explicaba el capitán Riestra. Pero en especial, a mi amigo._ El doctor Lino Martini accedió a vender la fórmula de su medicamento, él debió imaginarse que era una emboscada y se previno. El o los desconocidos lo anticiparon, y siguiendo la lógica del doctor Martini, lo mataron, le robaron la fórmula y huyeron.
_ ¿Por qué dice, capitán Riestra, que el doctor Martini se imaginó que esa reunión se trataba verdaderamente de un engaño y se previno al respecto?_ preguntó Dortmund, interesadamente.
_ Porque el forense encontró una pistola en la mano de la víctima. La blandía fuertemente con sus dedos de la mano derecha. Esperó el momento propicio, la sacó…
_ ¿Y alguien lo apuñala con una daga antigua en su defensa, en vez de repeler la amenaza con otra pistola? No tiene sentido. Esto fue un crimen premeditado que nada tiene que ver con la fórmula de su medicina.
_ La poliomielitis es una enfermedad que está muy de moda por estos días, lamentablemente. Y los tratamientos que llegaron al país desde el exterior no son definitivamente eficientes.  El doctor Martini desarrolló una fórmula muy efectiva por la que valía la pena asesinar, Dortmund.
_ Su suposición es lógica pero incorrecta. La pistola se la plantaron en la mano después de muerto. Este asesinato fue decididamente premeditado.  Déjemelo a mí. Le tendré al asesino envuelto con moño y todo al final del día.
Con el capitán Riestra nos miramos y no emitimos palabra. Ya estábamos acostumbrados a las actitudes y deducciones de Dortmund, sobre las que teníamos plena y absoluta fe depositada ciegamente.
Andrea Mastuzi era la esposa de la víctima. Ojos azules, cabello negro y una elegante forma de vestir, tan distintiva y tan sutil, que llamaba la atención de cualquier hombre. Estaba afligida y melancólica por lo sucedido con su esposo. Sean Dortmund observó que en el comedor de la casa había una vitrina que exhibía armas blancas coleccionables de todos los tiempos, pero sobre todas las cosas, que había un hueco en el centro. Casualmente, faltaba una daga antigua.
_ ¿Su marido era coleccionista?_ indagó el inspector, haciendo hincapié en la vitrina y en el arma faltante.
_ Adoraba las armas de colección_ repuso consternada, la señora Mastuzi.
_ Falta una, ¿puede ser?
_ Una daga antigua, la preferida de Lino.
_ Coincidentemente el arma homicida.
Andrea Mastuzi abrió los ojos enormemente y miró a mi amigo con hostilidad.
_ ¿Qué insinúa?
_ Que alguien robó el arma intencionalmente y la empleó para asesinarlo. Alguien que conocía muy bien esta colección y que sabía muy bien la hora y el lugar de la reunión.
_ ¿Me está acusando de asesinar a mi propio marido?
_ No se ofenda, señora Mastuzi. Simplemente hago deducciones lógicas que se desprenden de los hechos mismos.
_ ¡Está bien! ¿De qué sirve mentir? Sospeché que Lino me engañaba con otra mujer. Harta de ser una pobre estúpida, me dijo de la reunión y decidí seguirlo…
_ Para matarlo.
_ ¡No! Llevé la daga para intimidar a la perra que se estaba revolcando con mi marido. No tenía intenciones de matar a nadie. Ya estaba herida por dentro con su traición.
_ ¿En qué basó sus sospechas, señora Mastuzi?
_ En que varias veces llamó una mujer a casa preguntando por mi marido. Le pasaba la llamada a Lino y él le recriminaba que no lo llamase más, que no quería tener problemas. Por supuesto, que lo confronté y me respondió que ésa mujer lo estaba extorsionando para que le venda la fórmula a un precio muy bajo. Le sugerí que le revelara al mundo el secreto, así de ese modo perdería valor. Pero él se negó porque alegó que perdería mucho más, y no hablaba de dinero precisamente. Por supuesto, yo no le creí ni una sola palabra de toda esa historia. La mujer esta continuó llamando y preguntando por mí marido reiteradas veces. Y Lino la atendió siempre. Y siempre reprochándole y enojado. Hasta que ayer a la tarde decidí esconderme y escuchar lo que mi marido decía. Lino fue contundente. Sus palabras exactas fueron: “Te espero esta noche en la Torre de los Ingleses, puntual a las cero horas. Vamos a ponerle fin a esto”. ¡Pensé que se trataba de ponerle fin a la relación! Estaba enloquecida. Lino jamás percibió que yo oí ésa conversación. Estaba tan irritada, tan indignada, que tomé la daga y lo seguí en mi coche sin que se diera cuenta. Esperé sigilosa adentro del auto a una distancia prudente hasta que vi una sombra acercarse, que no distinguí. Una figura amenazante y prepotente, que le infundió pánico a mi esposo. Tomé la daga y me acerqué cautelosamente hasta cierto punto donde recibí un fuerte golpe en la cabeza y me desmayé. Cuando recobré la consciencia a las pocas horas… Vi a mi marido muerto, apuñalado con la daga. Me asusté y huí. Y di aviso a la Policía haciéndome pasar por una extraña que pasó casualmente por el lugar.
_ ¿Dónde estacionó su vehículo exactamente, señora Mastuzi?
_ Sobre Ricardo Rojas.
Siguieron algunas preguntas más de mínimo interés y Dortmund fue a entrevistar en segundo lugar al señor Ceferino Urriaga, el socio del doctor Lino Martini. Era un hombre de unos cincuenta años, canoso y de modales muy afables.
_ Para serle franco, inspector Dortmund_ le dijo el señor Urriaga a mi amigo, _ esa fórmula era bastante lamentable, por no decir que era un fraude.
_ ¿A qué se refiere exactamente, señor Urriaga?_ lo interpeló Dortmund con mucha expectativa.  
_ Que no podía combatir ni un mísero resfrío. Lino nunca fue un científico destacado en la comunidad. Carecía de todas las cualidades elementales para dedicarse a este tipo de cosas. Desarrollar un medicamento contra un virus potente no es cuestión de soplar y hacer botellas nada más. Se necesita mucho intelecto y mucho conocimiento. Y Lino no disponía de ninguna de esas dos facultades. Así que, no me extraña que quien lo haya extorsionado le haya exigido vendérsela a un costo muy bajo. Porque ciertamente no valía nada.
_ ¿Y qué opinión tenía al respecto la señora Mastuzi, la esposa del doctor Martini?
_ Estaba absolutamente decepcionada de él, pero lo quería mucho y lo estimaba como persona.
_ ¿Decepcionado en qué sentido, señor Urriaga?
_ En el sentido en que lo consideraba un científico de la hostia y resultó ser un fraude. Eso le generó bajos ingresos y frustración.
_ ¿Y usted por qué seguía con él?
_ Porque quería ayudarlo a mejorar. Quería que avanzara. Pese a todo, éramos muy buenos amigos. No iba a abandonarlo.
_ ¿Alguna vez el extorsionador llamó al laboratorio?
_ Una o dos veces, nada más. Primero, atendió Lino y enloqueció. Y la siguiente, atendí yo y corté enseguida sin hacerme maña sangre.
_ ¿Era un hombre o una mujer?
_ Lino no me dijo. Pero la voz que yo oí era la de una mujer, estoy seguro. Aunque no la reconocí.
_ Gracias por su tiempo, señor Urriaga.
Sean Dortmund despidió a Ceferino Urriaga con una leve sonrisa y se retiró.
A las doce de la noche en punto de ese mismo día, el inspector estacionó su vehículo sobre la calle Ricardo Rojas, tal como se lo había indicado la señora Mastuzi en su testimonio. Observó la Torre de los Ingleses y en efecto no se distinguía la escena demasiado, aunque el sitio estaba perfectamente iluminado por dos faroles que había a los costados del monumento. Sean Dortmund tomó sus binoculares y contempló la escena desde la misma perspectiva. Podía ver con absoluta claridad el especio en cuestión y alrededores también. Sean Dortmund exhaló una leve mueca de satisfacción, volvió a nuestra residencia, levantó el tubo y telefoneó al capitán Riestra, que lo atendió de malas ganas por lo tarde que era.
_ Son las dos y cuarto de la mañana, Dortmund_ le reprochó el inspector, exasperado._ ¿Qué precisa tan tarde?
_ Perdone la hora_ se excusó modestamente mi amigo._ Pero cuando se levante a las siete, lo primero que hará será ir al Juzgado que tramita el asesinato del doctor Lino Martini y pedirá una orden de arresto para la señora Andrea Mastuzi, su esposa. Ella lo asesinó.
El capitán Riestra enmudeció, Dortmund le deseó las buenas noches y cortó la llamada.
A la mañana siguiente, Riestra nos invadió impulsado por la curiosidad de conocer los pormenores del caso.
_ Sabía que vendría sin que lo llamara, capitán Riestra_ dijo Dortmund.
_ Quiero saber su teoría sobre el asesinato de Lino Martini_ repitió el capitán con exagerada prepotencia.
_ Por más complicados que parezcan esta clase de casos, siempre se reducen a lo más simple de todo: la infidelidad. La señora Mastuzi sostenía que su marido mantenía un romance secreto con otra mujer, porque siempre una mujer llamaba a su casa preguntando por el señor Martini. El científico aducía que lo estaban extorsionando, y acá viene lo más interesante del caso, por un precio muy bajo. ¿Quién extorsiona a alguien que supuestamente creó una potencial cura contra una enfermedad peligrosa como la poliomielitis por un bajo costo? Fue lo que sin dudas levantó la sospecha de la señora Mastuzi para desconfiar que su marido tuviera una amante. Porque, además, ella alegó que atendió varias veces a esta misteriosa mujer por teléfono y que el señor Martini se enojó en cada ocasión con ella por llamarlo a su casa particular cuando se lo había prohibido terminantemente. Hasta que se hartó y concretó una cita en la Torre de los Ingleses para ponerle fin a la relación, desde la perspectiva, claro, de la señora Andrea Mastuzi. Pero desde la perspectiva del señor Lino Martini, para ponerle fin a las supuestas extorsiones que recibía.  Ahora bien, ella dijo que siguió a su marido en su coche hasta la plaza San Martín y que estacionó a una distancia prudente para pasar desapercibida, esto es, sobre calle Ricardo Rojas. Argumentó que vio el ataque pero que no distinguió al atacante. Entonces, empujado por la curiosidad que las circunstancias ameritaban, comprobé el hecho haciendo un pequeño experimento. Fui en auto hasta la escena del crimen a las cero horas y lo estacioné sobre la calle Ricardo Rojas, desde la única perspectiva posible que podía contemplarse la Torre de los Ingleses en todo su esplendor y a sus alrededores también. La luz de los faroles que la iluminaban era fuerte y visible. Pero aun así, era cierto que no podía distinguirse ninguna figura con notable claridad. Y se me ocurrió emplear binoculares, ¡y todo se veía de lujo! Entonces, me pregunté por qué en tales condiciones y en virtud de sus propósitos, la señora Andrea Mastuzi no llevó un juego de binoculares. Sencillamente,  porque no fue a espiar a su marido, fue a asesinarlo. La persona que llamaba a su casa bajo aparentes pretextos de extorsión, era en realidad el amante de su esposa. Pero el señor Martini inventó lo de la extorsión para mantener a su esposa alejada de la situación y resolver el asunto a su modo: confrontándose cara a cara con el amante de la señora Mastuzi. Ella debió darse cuenta de las cosas y por eso tomó la daga de la vitrina que tenía en el comedor, lo siguió y lo asesinó. Y una vez muerto, le plantó la pistola en la mano para simular que el señor Lino Martini se vio con su extorsionador y que las cosas no habían salido de acuerdo a lo previsto.
_ No puedo discutirle nada, Dortmund. Es usted una bestia resolviendo casos.
_ ¿Quién era el amante de la señora Mastuzi?_ interpuse con incertidumbre.
_ El socio del doctor Martini, el señor Ceferino Urriaga. Él debió llamar a la señora Mastuzi a su casa y accidentalmente atendió el doctor Martini. Ceferino Urriaga no debió darse cuenta de quien lo había atendido no era su amante y habló de más, y ahí lo supo. Y para evitar que hablase, lo extorsionó a cambio de no revelarle al país entero que su potencial cura para la poliomielitis era una fraude, una fórmula que no era capaz de sanar ni un inofensivo resfrío. Hasta que el doctor Martini se cansó y… Bueno, ya saben el resto de la historia. El resto de las mentiras de esta farsa quedaron implícitamente expuestas.  
_ Hubo extorsión después de todo. En cierto modo, ¿no?_ dijo rendidamente el capitán Riestra.
_ Por eso la señora Mastuzi me dijo que su marido no podía revelar el secreto de su descubrimiento al mundo_ completó la idea, Sean Dortmund.
_ ¿En verdad su fórmula no es capaz de atenuar los efectos devastadores de la poliomielitis?
_ Comprobémoslo…_ mi amigo alzó una copa de alcohol al aire_ Por la memoria del doctor Lino Martini.


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