_ ¿Por qué no me decís directamente quién es, en vez de
estar jugando a las adivinanzas?_ le replicó con dureza su interlocutor.
_ Porque cuanto menos sepas, mejor, para que después llegado
el caso la Policía no sospeche de nosotros.
_ ¿Y si le erro?
_ Vos sos muy inteligente. Dudo absolutamente de que vayas a
cometer semejante error.
_ Mirá que nadie es perfecto, eh…
El otro reflexionó por unos segundos y se resignó a las
dudas de su par.
_ Está bien, hagamos algo más sencillo._ propuso._ Cuando
llegamos, yo te presento a todo el resto y vos ahí te memorizás quién es quién.
Cuando adoptemos la señal convenida, vos ya lo vas a tener identificado de
antemano y te va a resultar más sencillo actuar. ¿Te parece mejor hacer así?
_ Pacto de caballeros.
Y se estrecharon la mano.
_ ¿Estás seguro que nadie va a sospechar nada malo, no?
_ La ouija la voy
a manipular yo. Está todo controlado eso. Vos tranquilo. ¿Está todo listo?
_ Sí.
_ Vamos entonces, que sino vamos a llegar tarde.
Y los dos desconocidos partieron.
***
El grupo de seis amigos estaba sentado en ronda alrededor
del tablero de la ouija que descansaba sobre el centro de una mesa especialmente
preparada para la ocasión, tomados de la mano entre sí y con los ojos cerrados.
La habitación estaba semi en penumbras,
iluminada tenuemente sólo por el reflejo de una lámpara encendida. Algunos rostros
expresaban emoción, otros pánico y otros en cambio, se mostraban absolutamente
indiferentes. Afuera el clima era hostil y aullaba un viento arrollador, que
erizaba la piel. El ambiente era irremediablemente propicio y adecuado para un
juego de tales características.
Cuando la concentración ganó protagonismo, empezaron las
preguntas, cuya copa a la que los seis participantes estaban adheridos iba moviéndose
de letra en letra para formar la respuesta buscada. Algunos se alteraban, otros
en cambio se mostraban inmunes. Pero repentinamente, la luz de la lámpara se
apagó y el ambiente fue dominado por una incómoda y turbia oscuridad. Alguien tanteó las paredes, localizó el
interruptor y presionó la perilla para iluminar la sala nuevamente. Cuando la luz retornó, una mujer estaba
convulsionando, empezó a delirar y a comportarse erráticamente. Todos estaban
preocupadamente azorados y asustados frente a tal hecho. Pero era imposible
detener a esta mujer evidentemente
afectada seriamente por el juego mismo. De
la nada, empezó a ahogarse y se precipitó de espalda en seco al piso, quedando
inerte y decididamente inmóvil. El resto la contempló obnubilado y totalmente
afectado.
_ Tranquilos_ dijo una voz._ Voy a acercarme.
En efecto, esta persona se acercó, se puso de cuclillas ante
el cuerpo y le tomó el pulso del cuello. Estaba muerta. Miró a los otros con
una grave expresión que advirtieron
enseguida. El temor y los nervios fueron mayúsculos y generó una conmoción en
masa que pocos tuvieron la capacidad de controlar debidamente.
_ ¿Y ahora qué hacemos?_ preguntó una voz femenina, indiscutiblemente
alterada.
_ Llamar a la Policía. Va a hacer peor si nos mandamos a
mudar sin avisar_ dijo quien corroboró el deceso sin todavía poder despegar los
ojos del cuerpo, impactado aún por lo ocurrido.
_ Sí, hay que hacerlo. No tenemos alternativa_ afirmó
alguien por ahí.
Quien corroboró la muerte de la víctima se llamaba Fernando
Treminio y la víctima en sí se trataba de Ema Merazo.
Fernando Treminio se reincorporó y demandó al resto a
mantener la calma. Algunos salieron del departamento temporalmente a tomar aire
porque se sentían emocionalmente afligidos y fatigados por lo sucedido.
_ ¿Qué fue lo que le pasó?_ le preguntó con la voz quebrada
Mariela Zaldívar, la mejor amiga de Fernando Treminio a él mismo.
_ Lo más probable es que sufriera un ataque de pánico que
devino en un infarto_ respondió Fernando Treminio, gravemente afectado y
preocupado.
_ No soportó el juego y colapsó.
_ Pareciera que sí.
Un grito seco y ahogado provino de afuera. Todos corrieron a ver de qué se trataba. Juan
Contreras, otro de los amigos del grupo, apareció muerto sobre la cabina del
ascensor. Tenía una lapicera estilo pluma clavada profundamente en el cuello y
el asesino se deshizo del cuerpo arrojándolo por el vacío del ascensor. Todos miraban asustados, preocupados y
alterados la escena.
_ ¿Qué está pasando?_ preguntó alarmada Mariela Zaldívar,
entre sollozos.
_ Esto no fue ningún accidente. Y
lo de Ema… Estoy seguro que tampoco_ respondió otro de los amigos,
absolutamente consternado.
_ ¡Este juego de porquería!_ gritó
desenfrenadamente Mariela.
_ Ningún juego. Esto lo hizo uno
de nosotros cuatro_ reflexionó Fernando Treminio, escrutando al resto con
solemne severidad.
Todos se miraron entre sí bajo el
mismo manto de sospecha.
_ La pregunta es quién y por qué.
La desconfianza conquistó irresolutamente el ánimo de los
cuatro amigos involucrados en el incidente.
***
Los cuatro sospechosos eran
entonces Fernando Treminio, Mariela Zaldívar, Martín Valero y Estefanía Mena. Y
las víctimas Ema Merazo y Juan Contreras.
El capitán Riestra entró a la
escena y un oficial asignado al caso lo puso al tanto de lo sucedido.
_ Los seis amigos en cuestión estaban
jugando a la ouija_ le explicaba el
oficial a Riestra._ Parece que era
rutina. No era la primera vez que lo hacían. Lo encontraban entretenido. La
cuestión es que la luz de aquélla lámpara- la señaló- se apagó y cuando la
restablecieron, vieron a la señorita Merazo convulsionar y perecer frente a sus
propios ojos. Entre tanto ajetreo, Contreras se habría quedado sin aire y salió
al pasillo a oxigenarse. Quien salió atrás suyo pasó completamente
desapercibido. Pero quien haya sido, abrió las puertas del ascensor y arrojó a
Juan Contreras al vacío después de haberle clavado una pluma en el cuello. Y la
señorita Mena gritó cuando descubrió su cuerpo sobre la cabina.
_ Muy claro su relato, oficial_
ponderó el capitán Riestra._ ¿Por qué salió la señorita Mena?
_ Según ella, a pedirle ayuda a
algún vecino.
_ Está bien. Me gustaría examinar
la escena de ser posible.
El oficial consintió el pedido del
capitán Riestra y lo dejó trabajar tranquilo. Riestra examinó la lámpara que se
apagó durante el juego y advirtió que tenía colocado un parche humedecido en
agua sobre un trozo de cable cortado. El corte de luz fue entonces
deliberadamente perpetrado. Se quedó
unos segundos pensativo y examinó seguidamente el cuerpo de Ema Merazo. Luego,
revisó la mesa de juego y se acercó de nuevo al oficial que lo asistió
anteriormente.
_ Dígame, señor_ dijo el oficial
en cuestión en respuesta al llamado del capitán Riestra.
_ Llame a Dortmund, por favor. Lo
necesitamos con urgencia_ ordenó Riestra.
Al rato, Sean Dortmund se
anunciaba con el oficial de guardia que custodiaba la entrada y era afablemente
recibido por el capitán Riestra.
_ Un doble homicidio y la ouija mediante_ comentó Sean Dortmund,
invadido por una extraña sensación de amargura.
_ No creerá que el juego los mató
a ambos…_ repuso con escepticismo el capitán Riestra.
_ No, para nada. El juego fue sólo
una excusa. Los homicidios los cometió una persona de carne y hueso.
Dortmund revisó la mesa y notó que
un vaso estaba por la mitad.
_ ¿Quién se sentaba en este
lugar?_ preguntó con mucho interés el inspector Dortmund.
_ De acuerdo a los testimonios de
los cuatro sospechosos, Martín Valero.
El inspector tomó el vaso pertinentemente
y lo inspeccionó minuciosamente. Percibió un aroma atípico que reconoció rápidamente.
Era estramonio.
_ ¿Con qué estramonio, eh,
Dortmund? No me equivoqué al solicitar su colaboración en el caso.
_ Es un poderoso alucinógeno… Tan
poderoso como letal. La señorita Merazo aparentemente ingirió una dosis elevada
que la mató al instante.
_ Eso explica el comportamiento
errático que manifestaron que ella presentó antes de morir.
_ Sufrió terribles alucinaciones.
La agonía fue terrible, capitán Riestra. El asesino quería que sufriera.
_ Déjeme preguntarle algo,
Dortmund. ¿Es posible que el blanco real del asesino fuese el señor Valero y la
señorita Merazo tomó el vaso por error? Como estaba todo el ambiente en
penumbras, es posible que no advirtiera nada fuera de lo común.
_ Es perfectamente razonable,
capitán Riestra. Empieza usted a razonar con sentido común. Ésa fue la intención por la que el asesino
indujo el corte de luz intencionalmente: para darse tiempo de echar el estramonio
discretamente en el vaso de su interés. Pero entra tanta conmoción se
desorientó y echó el veneno en el vaso equivocado. Y la señorita Merazo tomó el
vaso equivocado.
_ Entonces, es posible que el
señor Martín Valero tampoco fuese el
blanco real del asesino.
_ No. El único objetivo de este
plan era asesinar al señor Contreras, capitán.
_ Tiene sentido, Dortmund. Juan
Contreras estaba sentado justo a la izquierda del señor Valero.
_ Y el asesino confundió la izquierda
con la derecha por efecto de la conmoción del momento y envenenó un vaso que no
era el correcto. Y por ende, asesinó a la persona que no era la correcta. Y
aprovechó la incertidumbre que giraba en torno al primer asesinato, para pasar
desapercibido, seguir al señor Contreras, matarlo y ocultar su cadáver en el
tubo del ascensor. Un lugar rápido y efectivo para deshacerse del cuerpo en el
momento. Pero no una elección muy inteligente que digamos.
_ ¿Cómo se oculta un cuerpo en un ascensor en tales
condiciones? Honestamente, lo veo complicado.
_ Sin embargo, resulta mucho más sencillo de lo que imagina.
Cuando me anuncié con el portero del edificio, me dijo una peculiaridad
referida al ascensor que el asesino debió descubrir cuando subió para venir
acá. Y que la usó a su favor en virtud de que las cosas no salieron acordes a
la idea original.
_ Nunca deja de sorprenderme, Dortmund. En fin. Hay una habitación de la casa
dispuesta exclusivamente para llevar a cabo los interrogatorios.
_ Me complacerá acompañarlo, capitán Riestra.
_ Por eso se lo comenté. Si le parece, Dortmund…
Fueron hasta la habitación en cuestión y tomaron sus
respectivos lugares. Fernando Treminio fue el primero en ser interrogado. Un
joven alto, piel tostada, de carácter apacible y reservado. En resumen, dijo que no vio nada inusual, que
no vio salir a nadie detrás de Juan Contreras, que estaba terriblemente
conmocionado por lo ocurrido y que no era la primera vez en general que jugaban
a la ouija, pero sí la primera vez
para una de las víctimas, Ema Merazo. Comentó que le dio la impresión que su
desvarío y posterior colapso fueron consecuencia del susto que se llevó por el
juego. Pero cuando Dortmund le aclaró lo del estramonio, se quedó tan
sorprendido como frívolo. Y por último dejó sentado que no sabía de dónde había
salido el estramonio. Le dieron las gracias y se retiró.
_ ¿Qué opina de su testimonio, Dortmund?_ quiso saber el
capitán Riestra.
_ Me pareció sincero en todo sentido_ respondió el
inspector, quedamente._ Pero no nos limitemos a emitir opiniones prematuras.
La siguiente en ingresar fue la señorita Estefanía Mena.
Mujer de unos treinta años, rostro blanquecino sobresaliente por sus grandes y
hermosos ojos azules, cejas prolijamente recortadas y cabello colorado. Atestiguó
estar sumamente conmocionada por lo sucedido, que tampoco ella vio salir a
nadie detrás del señor Contreras y que cuando la luz de la lámpara cedió, ella
tanteó en la oscuridad las paredes para encontrar el interruptor para encender
la luz. Que ya había jugado antes y que no sabía quién pudiera querer muerto al
señor Contreras. Pero alegó algo que llamó la atención de Dortmund y de Riestra
poderosamente. Había alguien que era la primera vez que veía y no se refería
precisamente a la señorita Merazo, que era la primera vez que jugaba a la ouija. Ambos caballeros se quedaron
perplejos por ese último dato y la dejaron ir amablemente.
_ Interesante. ¿No le parece, Dortmund?_ comentó el capitán
Riestra, sumamente atraído por el caso.
_ Mucho, capitán Riestra_ repuso el inspector, reflexivo.
El siguiente en ser sometido al interrogatorio fue el señor
Martín Valero. Hombre de temperamento fuerte pero de modales dóciles, buen porte,
ojos color café y cabello rubio. Declaró lo mismo que los dos anteriores. Y al
igual que Estefanía Mena, vio a alguien por primera vez que no era tampoco
precisamente la desafortunada señorita Merazo.
Finalmente, el testimonio de Mariela Zaldívar, mujer joven,
de rostro reluciente y un hermoso cabello negro, fue coincidente con los
anteriores. Incluso en esa persona que era la primera vez que veía. Cuando la señorita Zaldívar abandonó la
habitación, después del interrogatorio, Dortmund se puso de pie surcando una
enorme sonrisa de satisfacción.
_ ¿Tiene una idea al respecto, no?_ le preguntó levemente
irritado el capitán Riestra.
_ El caso está resuelto, capitán_ replicó el inspector con aire
triunfal y muecas de soberbia.
_ ¿¡Qué!?
_ No es muy difícil, capitán Riestra. La solución está a la
vista. El asesino preparó de antemano la
lámpara para que se produjera una falla eléctrica y se apagara. En medio de la
oscuridad y entra tanta confusión, equivocó las coordenadas y envenenó el vaso
del señor Martín Valero por error, el cual tomó también por error la señorita
Merazo, dando como resultado una muerte agonizante. ¿Esto qué nos dice? Que el
asesino quería que su víctima sufriera, conclusión que nos lleva a su vez a
otra inevitable: que el crimen era muy personal. Pero falló y debía subsanar su
error. El ascensor, capitán Riestra, tenía averiado el sistema de abertura
automático de puertas. Esto es, que las puertas podían abrirse manualmente
haciendo el más mínimo esfuerzo. Eso fue lo que me dijo el portero cuando
llegué. Que por cuestiones de diversa índole, todavía no habían podido llamar a
un técnico para que lo reparase. El asesino, no dudo, debió notarlo cuando
subió. Pero le restó importancia en el momento. Y cuando su primer intento de
matar al señor Juan Contreras fracasó, lo recordó inmediatamente. En medio del
caos por la repentina e inexplicable muerte de la señorita Merazo, el asesino
tomó una pluma que vio por ahí y se la asestó certeramente en el cuello al
señor Contreras, el cual agonizó terriblemente. El asesino entonces salió,
abrió la puerta del ascensor e indujo al señor Juan Contreras a precipitarse al
vacío. Y para generar confusión, el mismo asesino exhaló un grito profundo
simulando hallar el cuerpo. Pero entre tanto estupor, nadie percibió quién
gritó porque no detectaron ni siquiera quién faltaba. Y el trauma que recibieron
al contemplar el cuerpo del señor Contreras en tales condiciones, reforzó esa
idea. Fue perfecto. Una sincronización de movimientos y hechos extraordinaria.
_ ¿Pero, quién es esa persona, Dortmund?
_ La única que no sabía dónde estaba el interruptor de la
luz porque nunca antes había estado allí, capitán Riestra: la señorita
Estefanía Mena.
Riestra se quedó obnubilado. A los pocos minutos, teníamos a la joven
nuevamente sentada frente a nosotros. Comprendió que estaba atrapada y que
intentar evadirse de la situación resultaría completamente inútil.
_ A mí me contrataron_ confesó la señorita Mena, afligida._
La persona que me pidió que la ayudara a asesinar a Juan pretendió ser discreta
para evitar sospechas. No me dijo quién era el objetivo directamente, sino que
debía matar a la persona que saliese segunda en la ronda de juego. La que fuese
nombrada segunda, como señal convenida. Pero como no quise permitirme cometer
errores, esta persona me dijo que iba a presentarme formalmente a cada uno del
resto y que así yo memorizaría el nombre de cada uno y sabría entonces con
mayor certeza a quién matar, porque yo no conocía a nadie. Pero al corte de
luz, le siguió la conmoción y todo se me fue de las manos. Y cometí un grave desliz,
que me vi en la obligación de corregir.
_ ¿Quién la contrató, señorita Mena?_ preguntó Riestra con
autoridad.
_ La señorita Ema Merazo_ repuso Dortmund con arrogancia.
_ ¡La primera víctima!
_ ¡Fue un error terrible!_ se lamentó Estefanía Mena entre
lágrimas._ Sentí la necesidad de vengarla, de remediar las cosas. Por eso
asesiné a Juan después. ¡Nada de esto debió pasar! ¡Soy una idiota! Estaba todo
preparado para que no fallara: el juego, la ronda, el corte de luz… Y tiré todo
por la borda.
_ ¿Por qué Ema Merazo quería muerto al señor Juan
Contreras?_ inquirió Riestra.
_ Porque la rechazó_ respondió Estefanía Mena con pesar._ Ema estaba perdidamente enamorada de Juan,
pero Juan nunca se fijó en ella. Hizo de todo para llamar su atención, pero él
jamás lo notó. Y cuando ella le declaró su amor, él se ofendió, la rechazó de
malas maneras y le pidió que lo dejara tranquilo y que nunca más lo molestara.
Y Ema no lo soportó porque era una mujer muy frágil… ¡No lo soportó! Creo que
Juan debió imaginarse que algo pasaría porque Ema nunca antes había participado
de este juego, que se juntaban a jugarlo regularmente una o dos veces por mes.
_ Y usted no debe imaginarse cómo es la vida carcelaria de
una mujer joven y atractiva como usted, señorita Mena_ le dijo Riestra con
sorna. Le colocó las esposas y la llevó detenida.
_ Lo invito a mi casa esta noche, capitán Riestra_ le dijo
Dortmund después.
_ ¿A cenar? Acepto gustosamente_ replicó el capitán con un
esbozo.
_ No exactamente. Sino a jugar cierto juego con un tablero y
letras…
Y se rió con sarcástica malicia.
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