miércoles, 13 de mayo de 2020

La ronda (Gabriel Zas)









                          


_ La víctima a la que tenés que matar es a la que salga segunda en la ronda_ le decía un desconocido a otro._ Esta es la señal convenida. Vos ahí mismo te vas a dar cuenta quién es. La vas a ubicar visualmente enseguida, no te preocupes por eso.
_ ¿Por qué no me decís directamente quién es, en vez de estar jugando a las adivinanzas?_ le replicó con dureza su interlocutor.
_ Porque cuanto menos sepas, mejor, para que después llegado el caso la Policía no sospeche de nosotros.
_ ¿Y si le erro?
_ Vos sos muy inteligente. Dudo absolutamente de que vayas a cometer semejante error.
_ Mirá que nadie es perfecto, eh…
El otro reflexionó por unos segundos y se resignó a las dudas de su par.
_ Está bien, hagamos algo más sencillo._ propuso._ Cuando llegamos, yo te presento a todo el resto y vos ahí te memorizás quién es quién. Cuando adoptemos la señal convenida, vos ya lo vas a tener identificado de antemano y te va a resultar más sencillo actuar. ¿Te parece mejor hacer así?
_ Pacto de caballeros.
Y se estrecharon la mano.
_ ¿Estás seguro que nadie va a sospechar nada malo, no?
_ La ouija la voy a manipular yo. Está todo controlado eso. Vos tranquilo. ¿Está todo listo?
_ Sí.
_ Vamos entonces, que sino vamos a llegar tarde.
Y los dos desconocidos partieron.


                                                                              ***

El grupo de seis amigos estaba sentado en ronda alrededor del tablero de la ouija que descansaba sobre el centro de una mesa especialmente preparada para la ocasión, tomados de la mano entre sí y con los ojos cerrados. La habitación estaba  semi en penumbras, iluminada tenuemente sólo por el reflejo de una lámpara encendida. Algunos rostros expresaban emoción, otros pánico y otros en cambio, se mostraban absolutamente indiferentes. Afuera el clima era hostil y aullaba un viento arrollador, que erizaba la piel. El ambiente era irremediablemente propicio y adecuado para un juego de tales características.
Cuando la concentración ganó protagonismo, empezaron las preguntas, cuya copa a la que los seis participantes estaban adheridos iba moviéndose de letra en letra para formar la respuesta buscada. Algunos se alteraban, otros en cambio se mostraban inmunes. Pero repentinamente, la luz de la lámpara se apagó y el ambiente fue dominado por una incómoda y turbia oscuridad.  Alguien tanteó las paredes, localizó el interruptor y presionó la perilla para iluminar la sala nuevamente.  Cuando la luz retornó, una mujer estaba convulsionando, empezó a delirar y a comportarse erráticamente. Todos estaban preocupadamente azorados y asustados frente a tal hecho. Pero era imposible detener a esta mujer  evidentemente afectada seriamente por el juego mismo.  De la nada, empezó a ahogarse y se precipitó de espalda en seco al piso, quedando inerte y decididamente inmóvil. El resto la contempló obnubilado y totalmente afectado.
_ Tranquilos_ dijo una voz._ Voy a acercarme.
En efecto, esta persona se acercó, se puso de cuclillas ante el cuerpo y le tomó el pulso del cuello. Estaba muerta. Miró a los otros con una  grave expresión que advirtieron enseguida. El temor y los nervios fueron mayúsculos y generó una conmoción en masa que pocos tuvieron la capacidad de controlar debidamente.
_ ¿Y ahora qué hacemos?_ preguntó una voz femenina, indiscutiblemente alterada.
_ Llamar a la Policía. Va a hacer peor si nos mandamos a mudar sin avisar_ dijo quien corroboró el deceso sin todavía poder despegar los ojos del cuerpo, impactado aún por lo ocurrido.
_ Sí, hay que hacerlo. No tenemos alternativa_ afirmó alguien por ahí.
Quien corroboró la muerte de la víctima se llamaba Fernando Treminio y la víctima en sí se trataba de Ema Merazo.
Fernando Treminio se reincorporó y demandó al resto a mantener la calma. Algunos salieron del departamento temporalmente a tomar aire porque se sentían emocionalmente afligidos y fatigados por lo sucedido.
_ ¿Qué fue lo que le pasó?_ le preguntó con la voz quebrada Mariela Zaldívar, la mejor amiga de Fernando Treminio a él mismo.
_ Lo más probable es que sufriera un ataque de pánico que devino en un infarto_ respondió Fernando Treminio, gravemente afectado y preocupado.
_ No soportó el juego y colapsó.
_ Pareciera que sí.
Un grito seco y ahogado provino de afuera.  Todos corrieron a ver de qué se trataba. Juan Contreras, otro de los amigos del grupo, apareció muerto sobre la cabina del ascensor. Tenía una lapicera estilo pluma clavada profundamente en el cuello y el asesino se deshizo del cuerpo arrojándolo por el vacío del ascensor.  Todos miraban asustados, preocupados y alterados la escena.
_ ¿Qué está pasando?_ preguntó alarmada Mariela Zaldívar, entre sollozos.
_ Esto no fue ningún accidente. Y lo de Ema… Estoy seguro que tampoco_ respondió otro de los amigos, absolutamente consternado.
_ ¡Este juego de porquería!_ gritó desenfrenadamente Mariela.
_ Ningún juego. Esto lo hizo uno de nosotros cuatro_ reflexionó Fernando Treminio, escrutando al resto con solemne severidad.  
Todos se miraron entre sí bajo el mismo manto de sospecha.
_ La pregunta es quién y por qué.
La desconfianza  conquistó irresolutamente el ánimo de los cuatro amigos involucrados en el incidente.

                                                                   ***

Los cuatro sospechosos eran entonces Fernando Treminio, Mariela Zaldívar, Martín Valero y Estefanía Mena. Y las víctimas Ema Merazo y Juan Contreras.
El capitán Riestra entró a la escena y un oficial asignado al caso lo puso al tanto de lo sucedido.
_ Los seis amigos en cuestión estaban jugando a la ouija_ le explicaba el oficial a Riestra._  Parece que era rutina. No era la primera vez que lo hacían. Lo encontraban entretenido. La cuestión es que la luz de aquélla lámpara- la señaló- se apagó y cuando la restablecieron, vieron a la señorita Merazo convulsionar y perecer frente a sus propios ojos. Entre tanto ajetreo, Contreras se habría quedado sin aire y salió al pasillo a oxigenarse. Quien salió atrás suyo pasó completamente desapercibido. Pero quien haya sido, abrió las puertas del ascensor y arrojó a Juan Contreras al vacío después de haberle clavado una pluma en el cuello. Y la señorita Mena gritó cuando descubrió su cuerpo sobre la cabina.
_ Muy claro su relato, oficial_ ponderó el capitán Riestra._ ¿Por qué salió la señorita Mena?
_ Según ella, a pedirle ayuda a algún vecino.
_ Está bien. Me gustaría examinar la escena de ser posible.
El oficial consintió el pedido del capitán Riestra y lo dejó trabajar tranquilo. Riestra examinó la lámpara que se apagó durante el juego y advirtió que tenía colocado un parche humedecido en agua sobre un trozo de cable cortado. El corte de luz fue entonces deliberadamente perpetrado.  Se quedó unos segundos pensativo y examinó seguidamente el cuerpo de Ema Merazo. Luego, revisó la mesa de juego y se acercó de nuevo al oficial que lo asistió anteriormente.
_ Dígame, señor_ dijo el oficial en cuestión en respuesta al llamado del capitán Riestra.
_ Llame a Dortmund, por favor. Lo necesitamos con urgencia_ ordenó Riestra.
Al rato, Sean Dortmund se anunciaba con el oficial de guardia que custodiaba la entrada y era afablemente recibido por el capitán Riestra.
_ Un doble homicidio y la ouija mediante_ comentó Sean Dortmund, invadido por una extraña sensación de amargura.  
_ No creerá que el juego los mató a ambos…_ repuso con escepticismo el capitán Riestra.
_ No, para nada. El juego fue sólo una excusa. Los homicidios los cometió una persona de carne y hueso.
Dortmund revisó la mesa y notó que un vaso estaba por la mitad.
_ ¿Quién se sentaba en este lugar?_ preguntó con mucho interés el inspector Dortmund.
_ De acuerdo a los testimonios de los cuatro sospechosos, Martín Valero.
El inspector tomó el vaso pertinentemente y lo inspeccionó minuciosamente. Percibió un aroma atípico que reconoció rápidamente. Era estramonio.
_ ¿Con qué estramonio, eh, Dortmund? No me equivoqué al solicitar su colaboración en el caso.
_ Es un poderoso alucinógeno… Tan poderoso como letal. La señorita Merazo aparentemente ingirió una dosis elevada que la mató al instante.
_ Eso explica el comportamiento errático que manifestaron que ella presentó antes de morir.
_ Sufrió terribles alucinaciones. La agonía fue terrible, capitán Riestra. El asesino quería que sufriera.
_ Déjeme preguntarle algo, Dortmund. ¿Es posible que el blanco real del asesino fuese el señor Valero y la señorita Merazo tomó el vaso por error? Como estaba todo el ambiente en penumbras, es posible que no advirtiera nada fuera de lo común.
_ Es perfectamente razonable, capitán Riestra. Empieza usted a razonar con sentido común.  Ésa fue la intención por la que el asesino indujo el corte de luz intencionalmente: para darse tiempo de echar el estramonio discretamente en el vaso de su interés. Pero entra tanta conmoción se desorientó y echó el veneno en el vaso equivocado. Y la señorita Merazo tomó el vaso equivocado.
_ Entonces, es posible que el señor  Martín Valero tampoco fuese el blanco real del asesino.
_ No. El único objetivo de este plan era asesinar al señor Contreras, capitán.
_ Tiene sentido, Dortmund. Juan Contreras estaba sentado justo a la izquierda del señor Valero.
_ Y el asesino confundió la izquierda con la derecha por efecto de la conmoción del momento y envenenó un vaso que no era el correcto. Y por ende, asesinó a la persona que no era la correcta. Y aprovechó la incertidumbre que giraba en torno al primer asesinato, para pasar desapercibido, seguir al señor Contreras, matarlo y ocultar su cadáver en el tubo del ascensor. Un lugar rápido y efectivo para deshacerse del cuerpo en el momento. Pero no una elección muy inteligente que digamos.  
_ ¿Cómo se oculta un cuerpo en un ascensor en tales condiciones? Honestamente, lo veo complicado.
_ Sin embargo, resulta mucho más sencillo de lo que imagina. Cuando me anuncié con el portero del edificio, me dijo una peculiaridad referida al ascensor que el asesino debió descubrir cuando subió para venir acá. Y que la usó a su favor en virtud de que las cosas no salieron acordes a la idea original.  
_ Nunca deja de sorprenderme, Dortmund.  En fin. Hay una habitación de la casa dispuesta exclusivamente para llevar a cabo los interrogatorios.
_ Me complacerá acompañarlo, capitán Riestra.
_ Por eso se lo comenté.  Si le parece, Dortmund…
Fueron hasta la habitación en cuestión y tomaron sus respectivos lugares. Fernando Treminio fue el primero en ser interrogado. Un joven alto, piel tostada, de carácter apacible y reservado.  En resumen, dijo que no vio nada inusual, que no vio salir a nadie detrás de Juan Contreras, que estaba terriblemente conmocionado por lo ocurrido y que no era la primera vez en general que jugaban a la ouija, pero sí la primera vez para una de las víctimas, Ema Merazo. Comentó que le dio la impresión que su desvarío y posterior colapso fueron consecuencia del susto que se llevó por el juego. Pero cuando Dortmund le aclaró lo del estramonio, se quedó tan sorprendido como frívolo. Y por último dejó sentado que no sabía de dónde había salido el estramonio. Le dieron las gracias y se retiró.
_ ¿Qué opina de su testimonio, Dortmund?_ quiso saber el capitán Riestra.
_ Me pareció sincero en todo sentido_ respondió el inspector, quedamente._ Pero no nos limitemos a emitir opiniones prematuras.
La siguiente en ingresar fue la señorita Estefanía Mena. Mujer de unos treinta años, rostro blanquecino sobresaliente por sus grandes y hermosos ojos azules, cejas prolijamente recortadas y cabello colorado. Atestiguó estar sumamente conmocionada por lo sucedido, que tampoco ella vio salir a nadie detrás del señor Contreras y que cuando la luz de la lámpara cedió, ella tanteó en la oscuridad las paredes para encontrar el interruptor para encender la luz. Que ya había jugado antes y que no sabía quién pudiera querer muerto al señor Contreras. Pero alegó algo que llamó la atención de Dortmund y de Riestra poderosamente. Había alguien que era la primera vez que veía y no se refería precisamente a la señorita Merazo, que era la primera vez que jugaba a la ouija. Ambos caballeros se quedaron perplejos por ese último dato y la dejaron ir amablemente.
_ Interesante. ¿No le parece, Dortmund?_ comentó el capitán Riestra, sumamente atraído por el caso.
_ Mucho, capitán Riestra_ repuso el inspector, reflexivo.
El siguiente en ser sometido al interrogatorio fue el señor Martín Valero. Hombre de temperamento fuerte pero de modales dóciles, buen porte, ojos color café y cabello rubio. Declaró lo mismo que los dos anteriores. Y al igual que Estefanía Mena, vio a alguien por primera vez que no era tampoco precisamente la desafortunada señorita Merazo.
Finalmente, el testimonio de Mariela Zaldívar, mujer joven, de rostro reluciente y un hermoso cabello negro, fue coincidente con los anteriores. Incluso en esa persona que era la primera vez que veía.  Cuando la señorita Zaldívar abandonó la habitación, después del interrogatorio, Dortmund se puso de pie surcando una enorme sonrisa de satisfacción.
_ ¿Tiene una idea al respecto, no?_ le preguntó levemente irritado el capitán Riestra.
_ El caso está resuelto, capitán_ replicó el inspector con aire triunfal y muecas de soberbia.
_ ¿¡Qué!?
_ No es muy difícil, capitán Riestra. La solución está a la vista. El asesino preparó  de antemano la lámpara para que se produjera una falla eléctrica y se apagara. En medio de la oscuridad y entra tanta confusión, equivocó las coordenadas y envenenó el vaso del señor Martín Valero por error, el cual tomó también por error la señorita Merazo, dando como resultado una muerte agonizante. ¿Esto qué nos dice? Que el asesino quería que su víctima sufriera, conclusión que nos lleva a su vez a otra inevitable: que el crimen era muy personal. Pero falló y debía subsanar su error. El ascensor, capitán Riestra, tenía averiado el sistema de abertura automático de puertas. Esto es, que las puertas podían abrirse manualmente haciendo el más mínimo esfuerzo. Eso fue lo que me dijo el portero cuando llegué. Que por cuestiones de diversa índole, todavía no habían podido llamar a un técnico para que lo reparase. El asesino, no dudo, debió notarlo cuando subió. Pero le restó importancia en el momento. Y cuando su primer intento de matar al señor Juan Contreras fracasó, lo recordó inmediatamente. En medio del caos por la repentina e inexplicable muerte de la señorita Merazo, el asesino tomó una pluma que vio por ahí y se la asestó certeramente en el cuello al señor Contreras, el cual agonizó terriblemente. El asesino entonces salió, abrió la puerta del ascensor e indujo al señor Juan Contreras a precipitarse al vacío. Y para generar confusión, el mismo asesino exhaló un grito profundo simulando hallar el cuerpo. Pero entre tanto estupor, nadie percibió quién gritó porque no detectaron ni siquiera quién faltaba. Y el trauma que recibieron al contemplar el cuerpo del señor Contreras en tales condiciones, reforzó esa idea. Fue perfecto. Una sincronización de movimientos y hechos extraordinaria.
_ ¿Pero, quién es esa persona, Dortmund?
_ La única que no sabía dónde estaba el interruptor de la luz porque nunca antes había estado allí, capitán Riestra: la señorita Estefanía Mena.
Riestra se quedó obnubilado.  A los pocos minutos, teníamos a la joven nuevamente sentada frente a nosotros. Comprendió que estaba atrapada y que intentar evadirse de la situación resultaría completamente inútil.
_ A mí me contrataron_ confesó la señorita Mena, afligida._ La persona que me pidió que la ayudara a asesinar a Juan pretendió ser discreta para evitar sospechas. No me dijo quién era el objetivo directamente, sino que debía matar a la persona que saliese segunda en la ronda de juego. La que fuese nombrada segunda, como señal convenida. Pero como no quise permitirme cometer errores, esta persona me dijo que iba a presentarme formalmente a cada uno del resto y que así yo memorizaría el nombre de cada uno y sabría entonces con mayor certeza a quién matar, porque yo no conocía a nadie. Pero al corte de luz, le siguió la conmoción y todo se me fue de las manos. Y cometí un grave desliz, que me vi en la obligación de corregir.
_ ¿Quién la contrató, señorita Mena?_ preguntó Riestra con autoridad.
_ La señorita Ema Merazo_ repuso Dortmund con arrogancia.
_ ¡La primera víctima!
_ ¡Fue un error terrible!_ se lamentó Estefanía Mena entre lágrimas._ Sentí la necesidad de vengarla, de remediar las cosas. Por eso asesiné a Juan después. ¡Nada de esto debió pasar! ¡Soy una idiota! Estaba todo preparado para que no fallara: el juego, la ronda, el corte de luz… Y tiré todo por la borda.
_ ¿Por qué Ema Merazo quería muerto al señor Juan Contreras?_ inquirió Riestra.
_ Porque la rechazó_ respondió Estefanía Mena con pesar._  Ema estaba perdidamente enamorada de Juan, pero Juan nunca se fijó en ella. Hizo de todo para llamar su atención, pero él jamás lo notó. Y cuando ella le declaró su amor, él se ofendió, la rechazó de malas maneras y le pidió que lo dejara tranquilo y que nunca más lo molestara. Y Ema no lo soportó porque era una mujer muy frágil… ¡No lo soportó! Creo que Juan debió imaginarse que algo pasaría porque Ema nunca antes había participado de este juego, que se juntaban a jugarlo regularmente una o dos veces por mes.
_ Y usted no debe imaginarse cómo es la vida carcelaria de una mujer joven y atractiva como usted, señorita Mena_ le dijo Riestra con sorna. Le colocó las esposas y la llevó detenida.
_ Lo invito a mi casa esta noche, capitán Riestra_ le dijo Dortmund después.
_ ¿A cenar? Acepto gustosamente_ replicó el capitán con un esbozo.
_ No exactamente. Sino a jugar cierto juego con un tablero y letras…
Y se rió con sarcástica malicia.

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