jueves, 28 de febrero de 2019

El aura negra (Gabriel Zas)






                                                                             1


_ ¿Una vidente?_ preguntó Simón Corrado, con escepticismo y altivez_ ¿Ésa es tu idea de entretenimiento para un cumpleaños, Carla?

_ No es cualquier vidente, ojo_ auguró precavida, Carla Rosech._ Se trata, nada más y nada menos, que de Ludovica Cuestas, la misma que sale en la televisión pronosticando el futuro de las grandes celebridades. ¿¡No es emocionante!?

_ No tanto como el precio_ replicó secamente, Corrado.

Carla se puso a la defensiva de su marido.

_ ¿Por qué cada idea que tengo para festejar mi cumpleaños me la criticás?

_ No te critico nada, Carla. Está bien, hacé lo que se te dé la gana. Sólo te aviso, y te lo digo desde ahora, que ésa mujer no me toca ni la punta de los dedos de los pies.

_ ¡Cómo sos, eh! Un poco de diversión no le viene mal a la fiesta. Además, no va a leernos el futuro, precisamente.

_ ¿Entonces, a qué viene? A sacarte la plata. Todas las que se dedican a estas cuestiones del futuro, que leen las cartas, la borra de café, que aseguran que hablan con seres muertos y todo lo que se te ocurra, son unas farsantes de primer nivel.

_ Viene a leernos el aura. El aura puede manifestarse en diferentes colores. Y cada uno representa algo distinto. Y por lo general, ése algo es algo positivo. Y, además, Simón, ¿vos qué tan seguro estás de que realmente es una farsa?

_ Te manipulan, te sonsacan información sobre distintos aspectos de tu vida y la usan en contra tuyo de manera encubierta y bien cuidadosamente, haciéndote creer de ésa forma que tienen un don especial. ¿Te creés que no lo sé bien eso?

_ ¿Y cómo lo sabés, si puedo saber?

_ Hay grandes especialistas que se metieron de lleno a estudiar el tema y cada vez son más las evidencias que respaldan la forma engañosa que tiene de trabajar ésta clase de gente. Si querés que te las defina con un calificativo más apropiado, te diría que son estafadores legalizados.

_ ¿Estafadores legalizados? Creo que mirás televisión en exceso y te estás dejando llevar por las mentiras que te quieren vender. No entiendo el afán de ciertas personas de pretender desacreditar a los videntes que se ganan la vida dignamente.

_ ¿Dignamente? Allá vos con lo que creas. Pero, la que tiene el cerebro lavado sos vos, no yo, Carla.

_ ¿Nunca nos vamos a poner de acuerdo vos y yo, no, mi amor?

Simón miró a su esposa con una sonrisa y la tomó tiernamente por la cintura, oprimiendo la cabeza de ella sobre su pecho. Carla Rosech se dejó llevar en una vaivén de denotados sentimientos conjuntos que afloraron súbitamente cuando sintió los fuertes brazos de su marido sujetándola por la parte del cuerpo que ella consideraba su mayor debilidad frente a las demostraciones afectivas de Simón Corrado. Ésa vez se sintió más vulnerable que otras. Por unos momentos, sintió rememorar los primeros días de casados, cuando él la cotejaba caprichosamente escudándose bajo los pretextos más propicios de un hombre felizmente enamorado de su esposa que de los de un caballero razonablemente apuesto y entusiasta, y eso la hizo sentir muy especial.

Carla siempre fue una mujer especial para su Simón y así la hacía sentir él constantemente. Sin embargo, Carla Rosech presentía que su esposo ya no la admiraba como antes. Pero, a juzgar por la manera de comportarse de él, esto era una idea absolutamente infundada. Pero ella no podía evitar preguntarse si su marido tenía una aventura amorosa con alguien más a sus espaldas y eso la inquietó arduamente.

Sí, Simón Corrado quizás se comportaba un tanto diferente con ella, pero no sugería inexorablemente que mantuviera un romance secreto con alguien mucho más joven que él.

Corrado tenía cuarenta y siete años y la vigorosidad de un muchacho de veinte. Conservaba el atractivo de aquéllas épocas de juventud y tenía la simpatía intacta, por lo que no existía chica que no se le resistiese a sus encantos. Y Carla tenía miedo de que ése pasado hubiese vuelto de nuevo bajo una apariencia más arraigada. ¿Era su marido capaz de mirar a otra mujer después de estar quince años casada con ella? Estaba segura que no. Pero existe un mito urbano que sostiene que un hombre no está hecho para una sola mujer. Cuando se aburrió de una, busca refugio en otra y así sucesivamente, construyendo un círculo vicioso de lujuria e infidelidad, y terminando atrapado a la larga en una trampa de la que nunca logrará salir indemne.

Carla se preguntó por qué la atacaron esos pensamientos negativos y por un instante, quiso olvidarse de ellos. Cuando los alejó de su mente, todavía sentía los brazos de Simón rodeando su cintura dulcemente.

_ Todavía no me dijiste cuánto te cobra ésa Ludovica Cuestas por su teatralización de ésta noche_ dijo Simón Corrado, trayendo a su esposa de nuevo a la realidad.

_ Quinientos pesos la hora_ repuso ella con premura.

Él la soltó bruscamente, pero apelando a sus tratos suaves y leales que lo caracterizaban.

_ ¿Quinientos pesos?_ enfatizó Simón con desdén.

_ Vos no tenés que poner ni un sólo peso. Sus honorarios los cubro yo. Te va a encantar pasar por una experiencia fascinante como la lectura del aura.

_ ¿Fascinante, para quién, desde tu punto de vista?

Carla Rosech miró a su esposo con poca tolerancia.

_ Para vos y para los demás invitados_ contestó ella, algo irritada._ ¿Podés dejar de cuestionar por un segundo mis decisiones? Es mi cumpleaños, no el tuyo.

_ Está bien, amor, no te enojés._ La voz de Simón volvió a adquirir un tono pulimentado y romántico. Era imposible dirigirse a su esposa de otra manera. Y eso a Carla pareció tranquilizarla muchísimo. Era muy intuitiva y por lo general, nunca se equivocaba. Su marido realmente la adoraba.

_ Hablando de invitados_ siguió Simón Corrado,_ ¿quiénes van a venir, aparte de tu vidente preferida?

_ Mi mejor amigo con su esposa, Diego Bernat y Consuelo Morán, respectivamente. Y mi hermano, Leandro_ contestó Carla.

_ ¿Nadie más?

_ Tu hermana termina de trabajar tarde y además no tiene quien le cuide a tu sobrino. Mis viejos viven en Rio Negro y el resto está complicado. Además, el clima íntimo en una celebración invita más a las sesiones de lectura del aura.

_ ¿No será por eso que invitaste a unos pocos?

_ No sé... Quizás.

Simón miró a Carla inexpresivamente. Pero no se atrevió a prorrumpir ninguna queja en contra de su mujer. En su cabeza, la idea de que el resto de los invitados tuviesen la misma inclinación supersticiosa que su esposa lo sedujo en demasía. Pero por su propio bien y el de la cena a celebrarse ésa misma noche, se abstuvo de impulsar cualquier acción que pudiera ser considerada insidiosa. <Creo que no tengo alternativa más que aceptarlo>, se dijo Simón Corrado para sí mismo.



                                                                       2


   Ludovica Cuestas era una mujer que, pese a dedicarse al arte de la clarividencia, se vestía con ropa normal. Estaba en contra de esas túnicas con diseños estrambóticos que, según su perspectiva, lo único que hacían era ridiculizar a las personas que los lucían. Además, daba pie a toda clase de especulaciones. Para ella, una vidente debía ataviarse en atuendos símiles a los que frecuentan la gente urbana diariamente.

Era una mujer que en apariencia ostentaba unos cincuenta años, pero que en realidad tenía apenas treinta y siete recién cumplidos, altura promedio, ojos con rasgos orientales, de cuerpo pequeño, hábitos reposados y presencia imponente.

Llegó a casa de Carla Rosech puntual a las diez de la noche. Desde las ocho y media que empezó la cena hasta el arribo de Ludovica a la hora prevista, los cinco integrantes sentados a la mesa tocaron diversos temas, desde actualidad política hasta rumores que escucharon del barrio de boca de otros vecinos contra los propios vecinos, y críticas y elogios amistosos entre ellos. Cenaron asado acompañado de vino y le cantaron el Feliz cumpleaños a Carla.

Un rato antes de que Ludovica Cuestas llegara, Carla anunció la presencia de su invitada. Ninguno de los tres, tanto Diego Bernat y Consuelo Morán como Leandro Rosech, se sorprendieron por el anuncio. El que más sorprendido se mostró al respecto fue Simón Corrado, cuya sorpresa respondió justamente a la falta de sorpresa por parte de los demás. Y llegó a la conclusión de que él era el único escéptico y de que tenía razón de que la cena para celebrar el cumpleaños de su esposa era una excusa para celebrar la sesión en cuestión. Era el único de ánimo irritado y molesto, a diferencia de los otros cuatro que se mostró excesivamente atraído por la iniciativa.

_ Siempre quise saber qué dice de mí una tarotista_ opinó Consuelo Morán, emocionada.

_ Ludovica es vidente, que no es lo mismo, según me parece a mí_ corrigió Carla Rosech.

_ Para el caso, es lo mismo. El tema del aura me emociona aún mucho más.

_ Los colores del aura son un misterio fascinante_ dijo Diego Bernat._ ¿De qué color será la mía?

_ Del color que represente la humildad, la caballerosidad y la bondad_ replicó Consuelo con orgullo.

_ Coincidimos en eso_ intermedió Carla._ Conozco a Diego de toda la vida prácticamente y es una gran persona. Tuviste mucha suerte de casarte con él.

_ Lo sé. Me considero la mujer más afortunada del planeta.

_ Volviendo al tema de los colores del aura_ interpuso modestamente, Leandro Rosech,_ ¿cómo hacen las videntes para visualizarlos?

_ Con un aparato de rayos ultravioletas, supongo_ sentenció Simón con aire distendido, en un intento por disimular su rotundo rechazo a esta especie de prácticas.

Su comentario produjo las carcajadas del resto. Y Carla lo miró gratamente azorada.

_ Habría que preguntarle a ella_ propuso Consuelo.

_ Nunca expondrían sus secretos ante el mundo_ dijo Diego Bernat.

_ Sí. Porque al igual que los magos, su fraude quedaría al descubierto_ manifestó con ironía, Simón.

Carla lo miró diferente a como lo había mirado hasta antes de la última disquisición. Pero Simón se hizo el desentendido y siguió el hilo de la conversación hasta que a las diez de la noche tocaron el timbre.



                                                                             3


Después de las presentaciones de rigor, y de crear el clima ideal y preparar el lugar convenientemente para la ocasión, Ludovica Cuestas empezó con las lecturas de las auras de los cinco presentes. Sí, cinco. Porque a pesar de su escepticismo en el tema, Simón Corrado se prestó a la experiencia con el único propósito de no decepcionar a su esposa. El primero en someterse a la prueba fue Diego Bernat. Ludovica le hizo cerrar los ojos, lo tomó de ambas manos mientras lo miraba fijamente en medio de un silencio sepulcral. Después de unos instantes de concentración absoluta, recurrió a la palabra.

_ Tu aura es naranja_ dijo en tono místico, Ludovica Cuestas._ Pero no cualquier naranja. Es un naranja claro en la escala ascendente de colores. Eso significa buena energía y mucha vitalidad. Tenés una salud muy buena.

Mantuvo unos segundos de silencio para no perder la concentración. Cerró los ojos, aspiró aire por la nariz, lo expiró correctamente por la boca, abrió los ojos nuevamente y siguió con la sesión.

_ Sos una persona con una personalidad muy fuerte, Diego_ continuó Ludovica._ Sos una persona ceñida por grandes responsabilidades en tu trabajo. Pero no te dejás llevar por la codicia. Sos respetuoso y amable con tus subordinados, y eso te hace grande.

Guardó silencio bruscamente. Diego Bernat iba a decir algo, pero un ademán repentino de Ludovica Cuestas se lo impidió.

_ Vos le hablaste de mí y de mi trabajo, seguramente_ le susurró Diego al oído a Consuelo.

Pero ella lo negó con la cabeza y el asombro de Diego Bernat fue genuino y fue en crecimiento, conforme a cómo se siguió desarrollando la reunión aquella noche. Él era jefe de planta en una fábrica de cueros y hacía poco más de dos años que había asumido ése cargo. Ludovica Cuestas lo adivinó, si ciertamente se podía emplear el término adivinar. Dedujo exitosamente parte de la vida personal de Diego Bernat con sólo leerle el aura. Y aunque aquello constituyó una extraordinaria coincidencia, Simón se seguía mostrando reticente a creer en este estilo de artilugios camuflados de arte, según su propia óptica.

La siguiente en la lista de Ludovica fue la homenajeada y anfitriona de la cena, Carla Rosech. Estaba ansiosa y emocionada, y se entregó taxativamente a la experiencia.

La vidente vio sobre la cabeza de Carla un aura color amarilla. El amarillo era el color del intelecto y el de Carla era un tono claro e intenso, lo que denotaba que era una mujer de elevados pensamientos ceñidos por una inteligencia increíble. Además, implicaba que tenía la capacidad de disipar toda clase de temores en el otro. Su aura proponía que era una mujer de enormes capacidades para identificar temores en personas ajenas y apaciguarlos modestamente. Fue lo que Carla hizo precisamente con su esposo cuando hablaron del tema de Ludovica Cuestas durante ésa tarde, aunque no logró disuadirlo por completo de su escepticismo en la cuestión. Pero, de alguna manera, había logrado que Simón Corrado aceptase formar parte del asunto, aunque decididamente contra sus propios principios morales y su propia voluntad, que él calificaba de infranqueable, a excepción de cuando era sometida a los irremediables caprichos de su querida esposa. Y su participación en la sesión de lecturas de auras era la prueba irrefutable del tema. Lo único que desentonaba con las conclusiones que expuso Ludovica eran los pensamientos irregulares que unas horas antes habían emergido súbitamente en la mente de Carla Rosech cuando su marido la había abrazado mientras abordaban el asunto. Carla, no obstante, le restó importancia.

La lectura de auras siguió su curso y la siguiente en participar de la veteranía fue la esposa de Diego Bernat, la mismísima Consuelo Morán. Era una mujer de pensamientos propensos al engaño fácilmente ya que ella creía casi siempre sin excepción todo lo que le decían al respecto de cualquier cuestión. Y aunque su marido constantemente le advertía sobre los peligros que eso podía acarrearle, sus insistencias eran inútiles ya que Consuelo era una mujer que ignoraba cualquier mal externo porque era una persona altamente terca y disponía a su vez de un cerebro indomable y de hábitos vehementemente irrazonables. En otras palabras, era la presa preferida de Ludovica Cuestas. Y una cazadora furtiva huele la sangre de su víctima a kilómetros de distancia. Sin embargo, en contadas ocasiones no se entregaba con tanta sencillez a determinados aspectos porque, más allá de los expuesto, Consuelo Morán era dueña de una personalidad temeraria y no se dejaba llevar del todo por algunas cosas. En cuestiones cotidianamente triviales y otras más austeras que se abrían a campos por fuera de lo cotidiano, su temperamento era frágil y vulnerable, y su cerebro no detectaba situaciones extremas de martingalas. Pero, en temas más elaborados y complejos, como era el caso de la lectura de las auras, no era susceptible de ser engatusada con la misma facilidad que otras oportunidades. Pero, habiendo visto que su marido se mostró totalmente a favor de dicha práctica, su cerebro bajó la guardia y Consuelo adoptó la misma actitud que Diego Bernat.

Ludovica procedió. El aura de Consuelo Morán era verde y el verde es sinónimo de crecimiento, prosperidad y éxito. Muchas veces el color verde puede reflejar el ego, pero no era el caso de Consuelo. Todo en ella era positivo. Y al igual que como hizo con su esposo, Ludovica Cuestas dejó entrever varios aspectos de la vida personal de Consuelo que resultaron verdaderos. E igual que Diego, ella se sorprendió denodadamente.

Siguió Simón Corrado. Y aunque no opuso resistencia, la expresión que reflejaba su rostro era un libro abierto y en él podían comprobarse un sinfín de reflexiones adversas y negativas. Ludovica lo advirtió enseguida pero lo ignoró deliberadamente.

El aura de Simón era azul y en su analogía con el color emblema del firmamento, implicaba muy buena intuición. Después de todo, él intuía que todo se trataba simplemente de una farsa. También abogaban por la sinceridad como una cualidad primordial del color azul y Simón fue extremadamente sincero con Carla cuando le dijo que no creía en las videntes. Y en muchos casos, el azul significa una gran fuente de inspiración y conocimiento en quien la posee. Y Simón Corrado le había dicho a Carla Rosech ésa misma tarde que él disponía de información fehaciente que evidenciaban que las técnicas empleadas por los videntes eran toda una tertulia con el único objetivo de estafar a sus clientes.

Cuando finalizó con su lectura, Simón no se inmutó en absoluto. Sin embargo, los resultados que arrojaron la experiencia eran un reflejo exacto de sus pensamientos e ideologías inherentes al tema. ¿Entonces, después de todo, se podía leer el aura realmente?

Fue por último el turno de Leandro Rosech. Ludovica Cuencas lo miró fijamente por unos segundos a los ojos hasta que el miedo empezó a reflejarse en el rostro de la vidente. Se llevó una impresión desagradable y espantosa. Pero antes de decir algo, se excusó e intentó irse. Pero las insistencias, especialmente las de Leandro Rosech, la obligaron a continuar. Cada vez era más notorio el espanto y susto dibujados en las ásperas facciones de Ludovica Cuencas. Se resistía a hablar, pero no tuvo otro remedio más que hacerlo.

_ Tu aura es negra_ dijo esquiva, Ludovica._ El negro es la ausencia de color. Pero vos no tenés cualquier negro, sino negro con tintes de carmesí. ¡Y eso solamente significa una sola cosa!

Y Ludovica sacudió su cuerpo con oprobio como si una fuerza invisible le estuviese controlando todos sus movimientos. El temor y el pánico de su rostro ya eran indisimulables.

_ Hacía muchos años que no veía esto en mi carrera_ admitió ella._ Casi dejo el oficio por eso. Pero me convencí de que era parte de mi trabajo y continué.

_ ¿Qué significa el negro con carmesí?_  insistió en sus demandas, Leandro Rosech.

_ ¡Muerte! Significa las más atroces desgracias que puede arraigar un alma humana.

Todos enmudecieron, perplejos y asustados, con los ojos terriblemente abiertos y llenos de pánico. Un escalofrío recorrió delicadamente la espina dorsal de Leandro, quien se mostró visiblemente alterado.

_ La única vez que vi ése color_ continuó Ludovica,_ mi padre fue asesinado. Es algo de lo que aún hoy, después de más de dieciocho años, no me recupero. Por eso, consideré abandonar definitivamente el oficio. Pero mi terapeuta de entonces me aconsejó no hacerlo y me convenció para seguir adelante y no rendirme. Ella me levantó.

_ ¿Qué pasó con su padre, exactamente?_ quiso saber con interés, Diego Bernat.

_ Murió asesinado de un disparo en la nuca_ repuso Ludovica Cuestas, afligida._ Las circunstancias de su muerte nunca se aclararon y su caso quedó impune. Lo lamento, me tengo que ir. Ya es tarde.

Ludovica Cuestas se fue sin más después de que Carla le pagara. Y el susto y pánico infringidos en el espíritu de Leandro Rosech convirtieron a aquél en un manojo de nervios indescriptible. Por más que intentaron calmarlo, no pudieron y tuvo que pelear contra con sus más oscuros miedos.

Todos se quedaron traumados. Más aun, Leandro estaba demasiado afectado por el asunto porque era inevitable que alguna desgracia cayera sobre alguno de ellos.



                                                                                      4


Leandro Rosech se contempló en el espejo. Estaba nervioso, angustiado y compungido. Lo que vio Ludovica Cuestas de su aura lo trastornó seriamente. Recordaba puntillosamente cada palabra exacta suya. El aura negra con tintes carmesí significaba la muerte. Recordaba también las remembranzas de la tragedia que le sobrevino a Ludovica la única vez que vio en alguien más un aura igual a la de él, las que a pesar de todo, no consideró relevantes porque sólo era la palabra de ella y no tenía ninguna prueba fidedigna que la avalase o la refutase. ¿Y si sólo trataba de asustarlo porque eso era parte del juego de Ludovica Cuestas?, se preguntó reiterativamente Leandro. Tal vez sí, pero definitivamente no podía desoír sus frenéticas advertencias de peligro.

Luchó contra todo poder de sugestión, pero perdió ante la debilidad a la que fue sometida y quebrantada su voluntad. Estaba pálidamente nervioso, terriblemente afectado y gravemente lastimado emocionalmente. Aunque todos intentaron calmarlo y darle ánimo positivo, los esfuerzos de los cuatro resultó inútil. Por primera vez, la preocupación los había invadido a todos en igual escala y de igual modo.

Leandro Rosech se seguía contemplando en el espejo. Estuvo varios minutos en silencio mirándose y diciéndose para sí mismo que todo lo que dijo Ludovica Cuestas en relación a su aura negra no eran más que pretextos para justificar sus honorarios y cargar la velada con un poco de intriga, drama y misterio.

Se estaba recuperando, pero el espejo le devolvió una imagen turbia y siniestra. Era él mismo mimetizado en un rostro diabólico, sonriendo maléficamente y luciendo un gran aura negra sobre su cabeza. Gritó exasperadamente, se cubrió la cara con ambas manos y se desesperó en exceso. En su cabeza, no encontraba una explicación sensata para tal suceso. Seguramente, estuviera alucinando. Pero eso no lo conformó y abandonó la casa tan rápido como pudo. Tanto Diego Bernat como Carla Rosech, su propia hermana, intentaron frenarlo pero no pudieron y eso dio pie a toda clase de rumores. Había demasiada incertidumbre alrededor del tema del aura negra. ¿Pasaría realmente algo malo, como auguró Ludovica Cuestas, una inminencia en el arte de la clarividencia, o el pánico era infundado? Sea lo fuere, los había atrapado a todos por igual, alterándolos considerablemente; a algunos más y a otros menos.

Durante tres días consecutivos posteriores a la cita, los cuatro agotaron todo intento de comunicarse con Leandro en vano. No los atendía y empezaron a preocuparse. Incluso, Consuelo Morán y Carla Rosech fueron en más de una ocasión a su casa, pero también sin éxito.



                                                                                  ***


Inmediatamente después al episodio del espejo que hizo que Leandro Rosech se marchara precipitadamente y dejara al resto de los suyos preocupados, se tomó un taxi hasta la estación del ferrocarril para abordar a tiempo el último tren para Retiro que salía 23:56.

Arriba del taxi, Leandro logró dominar los nervios de manera sobrehumana. Y sin embargo, cuando sus ojos coincidieron con los del chófer en el espejo retrovisor, aquél rostro diabólico que divisó antes en el espejo de casa de su hermana volvió a hacerse presente. Y esta vez, de modo más imponente y mordaz. Gritó desaforadamente sin control y se acurrucó preventivamente sobre una de las esquinas del asiento trasero del coche, lo que obligó al conductor a frenar bruscamente y darse la vuelta. Pero Leandro vislumbró en la cara del propio chófer el mismo rostro siniestro que lo perseguía incesantemente y se rehusaba a dejarlo en paz. Su temor alcanzó su punto culmine y se bajó del taxi corriendo sin abonar el viaje.

Leandro llegó a pie a la estación y agarró con lo justo el último tren. Se sentó cerca de la puerta, al lado de la ventanilla y al mirar para afuera, la imagen permanecía ahí inmóvil. El mismo reflejo con la misma expresión se mantenían imperturbablemente firmes.

Aquélla misma noche, Leandro Rosech no logró conciliar el sueño. Y cuando finalmente pudo, no logró dormirse porque su propia efigie malévola y feroz con el aura negra descansando sobre su cabeza había llegado hasta lo más recóndito de sus pesadillas y por lo visto, no pensaba abandonarlo tan fácilmente.



                                                                                       5


Desde ésa vez en lo sucesivo, Leandro Rosech veía el mismo reflejo siempre en las ventanillas de los trenes que frecuentaba diariamente y en algún que otro espejo aparte. Y siempre veía lo mismo: él mismo emparentado en un rostro funesto y con la misma aura negra coronando su cabeza, y riéndose sarcásticamente. La escena se repitió por varios días más hasta que su paranoia eclosionó drásticamente.

Leandro estaba tratando de descansar en su cama cuando tocaron el timbre después de que llegara a la noche a su casa. Era Simón Corrado, su cuñado. No se sorprendió mucho de verlo.

_ ¡Por fin, Leandro!_ dijo aliviado, Simón._ Tu hermana está demasiado preocupada por vos y por todo lo que está pasando. Vino un par de veces con Consuelo y no te encontró. O no quisiste atenderla, no sé. Vine yo, vino Diego y nunca te encontramos, hasta ahora.

_ Si Carla no hubiese llamado nunca a ésa vidente, yo no estaría ahora en este estado_ sostuvo Leandro con desdén.

_ Las mujeres son incorregibles con ciertas cosas. Pero no te tenés que dejar llevar por eso del aura negra y la historia que contó de su padre Ludovica Cuestas. ¿No te das cuenta que era todo parte de su show montado? Te vio vulnerable y te uso, nada más. ¿Te pensás que lo hizo sólo acá? ¡Lo debe hacer en todas las sesiones que celebra!

_ La diferencia es que ni vos ni el resto la están pasando tan mal como yo.

_ ¿Te creés que no? ¿Vos sabés como está tu hermana con este tema de tu paranoia por el aura negra y todo lo que estás sufriendo? ¿Acaso ella no sufre también? ¿Yo no sufro? ¿Consuelo no sufre? ¿Diego no sufre? Lo único que queremos es ayudarte.

Pero Leandro no respondió a nada y pareció ignorarlo en todo momento. La conversación entre Leandro y Simón se extendió por unos cuantos minutos más, y los intentos de disuasión que Simón Corrado puso en práctica fracasaron rotundamente.

Leandro Rosech hizo oídos sordos a todos los planteos de su cuñado y se encerró en su dormitorio para cambiarse. Abrió el segundo cajón de su cómoda y encontró algo impensado: un arma con el tambor lleno. ¿Cómo había llegado hasta ahí? Porque estaba absolutamente seguro de que suya no era. Su aflicción se incrementó desmedidamente y su confusión alcanzó niveles inusitados. La tomó por instinto y la guardó en su cintura.

Volvió al comedor a reunirse con Simón Corrado. Aquél lo miró de un modo extraño que no pasó para nada desapercibido y volvió a verse él mismo luciendo el aura negra y con la misma expresión maliciosa y maligna tan característica. Pero esta vez no se reflejaba en ninguna superficie vidriosa, sino en la cara misma de su cuñado. Se asustó terriblemente, desenfundó el arma, disparó y asesinó a Simón Corrado impiedosamente y a sangre fría.

Al principio, Leandro no cayó en la cuenta de lo que había hecho. Pero para cuando pudo reaccionar, ya era demasiado tarde. Estaba enloquecido y profundamente afligido. No sabía qué hacer ni cómo actuar. Pero de algo sí estaba convencido: no podía avisar a la Policía.

Consideró el asunto desde varias perspectivas para arribar a una solución fiable. Pero el timbre del teléfono lo alejó de toda concentración posible. Dudó en atender. Pero decidió recibir la llamada. La voz que estaba del otro lado de la línea lo dejó severamente obnubilado. Era Ludovica Cuencas.

_ ¿Cómo estás, Leandro?_ preguntó ella con tono irónico y entre risas._ ¿No me vas a felicitar? ¡Fue todo tan fácil! Yo amaba a tu cuñado con locura. Salí con él por espacio de un año y medio hasta que me propuso casamiento. Como yo era menor de edad entonces, necesitaba el consentimiento de mi Viejo. Pero Simón nunca le cayó bien. Repetía todo el tiempo que él no era para mí y que yo necesitaba algo mejor, y por eso se negó a cederme y firmarme el permiso legal. ¿Iba a separarme de Simón? ¿Tenía que esperar más de un año para que yo cumpliera la mayoría de edad y decidiera por mí misma qué hacer con mi vida? No quería esperar. Con Simón, nos amábamos con locura. Así que, decidí tomar el asunto en mis manos. Coaccioné a mi viejo para que me firmara el permiso para poder casarme con Simón y después lo asesiné. Hice tan bien el trabajo que nunca me descubrieron. Pero Simón de alguna manera lo averiguó y me dejó. Todo lo que hice, lo hice por él; por nosotros dos y me dejó. Sólo tenía enojo en mis venas, un deseo de venganza insaciable. Nunca más supe de él, hasta que lo vi otra vez después de varios años la otra noche y él me ignoró, haciendo de cuenta que no me conocía, rechazándome y viéndolo tan feliz con su mujercita Carla. En ese momento, supe que tenía una gran oportunidad en mis manos que no podía darme el lujo de desperdiciar.

<Hice un recorrido por las miradas de todos, buscando al más débil y al más vulnerable de todos ellos. Y lo detecté enseguida: Leandro Rosech. Fue lo más sencillo del universo instalarte en la cabeza la idea del aura negra, traumarte, meterme en tu casa durante tu ausencia, plantarte el arma y desaparecer. Todo para que hicieras lo que yo más deseaba: vengarme de Simón, asesinándolo de la misma forma en que él mató nuestro amor. El arma tiene tus huellas, estaba en tu poder y yo ya avisé a la Policía que ya va en camino para tu casa, Leandrito querido. ¿Para qué iba a ensuciarme yo las manos, si alguien más podía hacerlo por mí?>.

Ludovica Cuencas lanzó una risa mucho más siniestra y prolongada que la inicial y cortó la llamada. El estado de Leandro Rosech en ése momento fue tremendamente indescriptible.

La vidente se salió con la suya. No se imaginó cuán sencillo sería manipular a un hombre para hacerlo cometer un asesinato por ella.  


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