El presente caso dejó de manifiesto lo mal que muchas veces se desenvuelve la Justicia argentina en ciertas investigaciones criminales. El hecho concreto ocurrió en la playa Punta Mogotes, en Mar del Plata. Fiorella Arribalzaga, campeona olímpica de natación en los Juegos de 1972, murió ahogada en las profundidades del océano Atlántico mientras se preparaba arduamente para una competición local que tendría lugar dentro de exactamente tres meses. La encontró el conductor de una lancha que pasó casualmente por el lugar, Ignacio Olaya. Según su testimonio, vio desde lejos que alguien pedía desesperadamente ayuda, así que no dudó en arrimarse y asistirla. Declaró que la señorita Arribalzaga estaba flotando en una zona comprometida, por lo que tuvo que extenderle una soga, enlazarla, rodearla y traerla hacia su lancha. Pero que cuando por fin pudo subirla a bordo, ya era tarde: estaba muerta. Llamó a la Policía, que por orden del juez de turno se le practicó al cuerpo la autopsia y la misma reveló que la señorita Arribalzaga tenía agua en sus pulmones y los labios azules, por lo que decretó la muerte accidental por inmersión y archivó el caso.
Al mes, el caso llegó a oídos del inspector Dortmund cuando el capitán Riestra se lo comentó y captó su interés de forma inmediata cuando aquél le expuso en detalle todos los pormenores del incidente.
_ Eso no fue ningún accidente, capitán Riestra_ dijo alarmante y preocupado, Dortmund.
_ ¿Cree que la asesinaron?_ replicó Riestra.
_ No hay dudas al respecto.
_ Coincidimos. Sólo que no me imagino cómo pudieron asesinar a la señorita Fiorella Arribalzaga en medio del océano.
_ El caso presenta varios puntos interesantes. Primero está el hecho de que la víctima era una nadadora olímpica de renombre y muy profesional. Pero estamos de acuerdo en que no se metería en una zona tan comprometida del agua sin un salvavidas a mano.
_ Sí, no se encontró ninguno.
_ Sin embargo, ella debió tenerlo. ¿Y, cómo resulta eso posible tratándose de una nadadora experta?
_ ¿A qué se refiere exactamente, Dortmund?
_ Una nadadora de la talla de la señorita Arribalzaga tendría que estar lo bastante preparada y capacitada como para enfrentar aguas difíciles y toda serie de obstáculos que pudieran presentársele.
_ Concuerdo en todo. Es más, los labios azulados no necesariamente son signos de ahogamiento.
_ Explíquese, capitán Riestra_ le dijo mi amigo con un fulgor destellante que emanaba de su mirada.
_ Generalmente_ repuso Riestra, dándose importancia, _ los labios suelen tomar ése color también en una muerte por estrangulación. Pero, si la mataron, el agua borró toda clase de evidencia y rastro.
_ ¡Bravo, capitán Riestra! Depositó usted en mi mente una idea extraordinaria.
Durante dos meses consecutivos, mi amigo y el capitán Riestra siguieron exhaustivamente día y noche todos los movimientos del señor Olaya. Nada comprometedor ni sospechoso ni por fuera de una rutina ordinaria. Trabajaba, se reunía con amigos, con la familia, iba a reuniones de trabajo, asistía a eventos, llegaba temprano a su hogar para estar con su esposa y sus hijos, se levantaba temprano para ir a trabajar y los fines de semana casi no salía.
Entonces, a Sean Dortmund se le ocurrió una idea arriesgada pero efectiva para atrapar al señor Ignacio Olaya, quien fuera el único que tuvo ocasión de cometer el crimen aunque quedó establecido en las declaraciones ante el juez que ni él ni la señorita Arribalzaga se conocían de antes. Mi amigo lo contactó y pidió tener una reunión en privado con él porque dijo que quería encomendarle un pequeño trabajito y que habían llegado a sus oídos excelentes referencias suyas.
Sean Dortmund e Ignacio Olaya se vieron a solas en unas grutas alejadas de la playa. El inspector le dijo al señor Olaya, adoptando una actitud totalmente acorde a las circunstancias, que se había enterado de la existencia de unas joyas con un valor incalculable. Que estaba seguro que el señor Olaya se iba a interesar en ellas porque eran únicas en su especie y en el mundo, y él era una inminencia en el contrabando internacional de joyas. Que sabía en poder de quién estaban y que si lo mataba, podía quedarse con ellas y meterlas de contrabando a Europa con la ayuda de un contacto suyo que le debía un favor, y que particularmente mi amigo se encargaría de cubrirlo todo. El señor Olaya puso su ego por encima de todo y confesó haber matado hacía poco a una mujer en medio del mar porque se había metido en su camino y que sabía muy bien cómo borrar las evidencias. Dortmund le preguntó si ésa mujer era en efecto la señorita Arribalzaga y él contestó afirmativamente. Después de varias horas de negociaciones, Ignacio Olaya aceptó. Y tanto mi amigo como el capitán Riestra estaban listos para atrapar al señor Olaya en la ingeniosa trampa que ambos le tendieron.
Cuando el señor Olaya se presentó supuestamente a cumplir con lo acordado, fue arrestado sin demoras.
_ Fue un asesinato muy ingenioso_ le explicaba Dortmund a Riestra de visita en nuestro departamento al día siguiente._ El señor Olaya, desde su lancha, anudó la soga a medida y la lanzó directo al cuello de la señorita Arribalzaga. Con un poco de fuerza, tiró fuertemente hasta que ella quedó moribunda. Ya sin fuerzas para intentar sobrevivir ni mantenerse a flote, la señorita Fiorella Arribalzaga se hunde en el agua y muere ahogada a los pocos segundos. Entonces, el señor Olaya esperó un poco y luego se acercó hacia ella, la sacó del agua, la subió a su nave y contó la historia que ya conocemos.
_ Increíble_ dijo el capitán Riestra._ ¿Por qué la mató?
_ Como le dije al comienzo, nadie se mete en aguas profundas sin llevar un salvavidas como soporte, sea quien sea. Por lo tanto, eso me hizo pensar que el salvavidas que ella tenía puesto escondía en su interior diamantes y gemas que el señor Olaya junto a una red de cómplices se encargaban de traficar y vender a otros países. Y que después de consumado el asesinato, él robó. Los salvavidas se alquilan en varios puntos de la playa, sólo que a la señorita Arribalzaga fue al lugar incorrecto y le cedieron el equivocado, y no lo permitieron. El señor Olaya solo o en compañía de alguien más, la siguieron y cuando se alejaron lo bastante de la playa, la mataron. Ella debió notar el sobrepeso que tenía el salvavidas, por lo que deduzco que debió descubrirlo.
El señor Olaya confesó ante el juez el asesinato y Riestra estaba orgulloso de que Dortmund hubiera llevado una vez más a un criminal a la cárcel y haberle llevado paz y justicia a la familia de la víctima.
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