Se subió al avión que partía del
aeropuerto Jorge Newbery con destino a Jujuy con el tiempo justo. Realizó el
cheking apresuradamente y con el último suspiro, logró abordar la aeronave dos
minutos antes de su despegue. Por alguna razón desconocía, se había demorado.
Pero eso ya no interesaba.
Se sentó en el asiento 31, a mitad del
pasillo, del lado de la ventanilla. A su lado no había nadie. Viajaba solo.
Viajaba tranquilo y cómodo.
El avión partió a las 11 en punto. Una
vez en el aire, se relajó y cerró los ojos. Pero su descanso fue interrumpido
por un caballero que se sentó a su lado haciendo todo el ruido del mundo. Él
entreabrió los ojos, lo miró de soslayo con indiferencia, su acompañante lo
saludó con un ademán y él simplemente volvió a cerrar los ojos y a dormirse.
Después de unos diez minutos, su
compañero de viaje le habló por lo bajo con un tono de voz sugerente.
_ Sé quién es usted_ le dijo
complacido. Y esperó una respuesta de parte de aquél. Pero sólo abrió los ojos,
lo miró con desconcierto y se relajó de nuevo.
_ Esteban Trobani, ¿no es así?_
insistió aquél modesto y misterioso acompañante suyo de asiento.
Él reaccionó súbitamente. Lo miró con
hostilidad, lo estudió cuan un león estudia a su presa antes de cazarla y le
respondió cautelosamente como protegiéndose de la situación pero con denotada
determinación.
_ ¿Usted quién es? ¿Y cómo me conoce?
_ Mi nombre no importa_ contestó._ La
organización para la que trabajo y que me envió a reclutarlo me prohíbe dar mi
nombre real. Pero para establecer un vínculo amigable y de confianza, llámeme
Víctor.
_ ¿Qué organización mandó a buscarme?_
indagó Trobani con recelo.
_ Los
Leales, la más grande organización criminal del país. Seguramente, habrá
oído hablar mucho de nosotros.
_ Sí, claro. Están con jueces y
policías que los encubren y los ayudan con la logística. Lo sabe todo el mundo
eso.
_ Si fuese verdad, ya nos habrían
agarrado a todos. Pero es cierto que estamos protegidos por gente de mucho
poder de las esferas más altas de la política. Ellos nos aseguran una gran
inmunidad de la que ninguna otra banda dispone.
_ ¿Por qué tengo que creerle?
_ No tiene que hacerlo. Pero no tiene
otra opción. ¿O sí?
_ ¿Qué quieren?
_ Sabemos lo que hizo, señor Trobani.
Sabemos que asesinó a su suegro por codicia y que utilizó a su mujer bajo
coacción para salvarse y crearse una coartada que resultase irrebatible para la
Justicia.
_ Yo no maté a nadie. Fue mi mujer.
Asesinó a su propio padre y luego de matarlo, colocó una bala nueva en la
pistola para simular que el disparo nunca salió de ahí.
_ Qué raro que lo planteara.
_ Me lo dijo mi abogado, que accedió
al expediente de la causa. Es lo que suponen el juez y el fiscal. A ella la
encuentran con el arma cargada al lado del cuerpo. Dice que estaba adentro de
la casa haciendo sus cosas, que escuchó una fuerte pelea entre su padre y
alguien más, y que tomó la pistola por cualquier cosa. Que salió a la vereda a
ver qué pasaba y en el transcurso, oyó el disparo fatal.
_ Una gran historia. Muy bien
elaborada. Pero, dicen que ustedes tenían dos pistolas y las autoridades sólo
hallaron la que sostenía su esposa al momento del hecho.
_ La otra me la robaron. Hice la
denuncia. Pero no prosperó.
_ Qué curioso.
_ No tienen pruebas contra mí. Y
francamente, no sé en qué se basa la Justicia para achacarme el crimen que
cometió mi esposa.
_ Eso es secreto de sumario, supongo,
señor Trobani. Por eso no le proporcionan mayor información al respecto. Pero
lo cierto es que las evidencias contra su esposa también son insuficientes y se
le dictó la falta de mérito. Fue noticia en todos los diarios.
_ Ése no es mi problema. Además, ¿qué
le incumbe a usted el homicidio de mi suegro?
_ Me involucra, y mucho. La
organización tiene una vacante disponible y están interesados en que usted la
cubra. Queremos que se nos una. Estamos necesitando gente con su inteligencia y
audacia para hacer los trabajos que nos encargan. Usted sabe, matamos a
policías corruptos, que infringen la ley y traicionan a los suyos. Hacemos
actos de bien, si quiere ponerlo así. Policías, jueces y fiscales, todos en un
mismo paquete. Hacemos lo que la Justicia no hace por una suculenta paga. Nunca
nos descubren.
Trobani observó a Víctor con cierta
reticencia, mientras que Víctor empezaba a sentirse amo y señor de la
situación. Estaba empezando a tener a Esteban Trobani bajo su absoluto dominio.
_ ¿Cómo sé que usted es quien dice
ser?_ arremetió Trobani con descaro.
_ Si me pregunta eso, es porque está
interesado en trabajar con nosotros. Ésa es una buena señal_ replicó Víctor con
suspicacia.
_ Todavía no dije que sí.
_ ¿La suena los jueces Moldes,
Morales, Rosanti, Imbert, Echagüe, Estrada? Fueron todos trabajos nuestros.
Limpiamos la más alta cúpula de la Justicia de los que la dañan y la perjudican
en detrimento de su propia causa. Es un trabajo honesto el que realizamos.
_ ¿Y los fiscales Pedroza, Coacci,
Bertolini y Ferrosa también fueron ajusticiados por su organización?
_ Exactamente. Al igual que los
oficiales Delgado, Moreira, Fontana y Gonzaga. Le hacemos un bien a la
sociedad. Tenemos gente infiltrada, por supuesto, en todos los juzgados,
fiscalías y comisarías que nos pasan la data necesaria para que actuemos. Y
nadie sospecha de ellos.
_ Interesante. Pero le reitero que no
soy un asesino. Estaba en una reunión de trabajo cuando mi suegro fue
asesinado.
_ Su coartada es perfecta. Por eso nos
parece usted un hombre admirable y digno de unirse a nosotros. La reunión se
retrasó media hora. Usted va hasta su casa, le dispara a su suegro, carga el
arma de nuevo, se la da a su esposa, usted toma la otra pistola, la que se
encargó de denunciar falsamente su robo para no levantar sospechas; la dispara
en un lugar solitario por si alguien la encuentra y la tira. E inmediatamente
vuelve a su trabajo y todos lo vieron ahí. Usó a su esposa para cubrirse usted.
Por supuesto que ella no es inocente, pero tampoco es ninguna tonta para darse
cuenta de que usted la engañó deliberadamente. Cuando encuentren la otra
pistola, creerán que quien la hurtó es el asesino y usted tiene una denuncia
previa que respalda su historia. Me saco el sombrero. Sutilmente brillante.
_ Tiene una imaginación muy abierta,
señor Víctor. Pero créame que se equivoca.
_ Créame que no. Y estoy seguro que el
juez y el fiscal piensan igual, y es inminente que reúnan las pruebas
necesarias para detenerlo.
_ ¿Qué pasa si no quiero entrar en su
organización?
_ Lo mataremos. Usted ya me conoce y
conoce datos de lo que hicimos y lo que hacemos. No puede vivir con eso.
Esteban Trobani tragó saliva
nerviosamente. Por primera vez, se vio el pánico reflejado en su rostro.
_ ¿Qué decide?_ preguntó Víctor con
arrogancia.
_ Me atraparon. No me dejan opción_
repuso Trobani, molesto porque no tenía escapatoria alguna de la situación.
_ Me alegra oír eso. Tenemos una sede
en Tilcara. Cuando aterricemos en Jujuy, alguien pasará a buscarnos con un auto
por el aeropuerto y nos llevará a nuestra filial. Usted no puede saber dónde
queda por medidas de seguridad, así que le vendaremos los ojos hasta que
habremos llegado a destino. Y una vez allá, uno de nuestros jefes lo
entrevistará y le hará hacer la iniciación.
_ ¿Qué es eso?
_ Deberá admitir con lujo de detalle
el asesinato que cometió y se le encomendará su primer trabajo, que será
naturalmente asesinar al juez y fiscal que llevan la causa en su contra como
prueba de lealtad hacia Los Leales.
Nosotros nos encargaremos de hacer desaparecer el expediente y usted estará
limpio. Hay gente que puede retirar los cargos modesta y legalmente, gente que
nos debe favores.
_ ¿Y si su jefe no me cree?
_ Lo matará. Y si desafía su autoridad
o lo desobedece, también lo matará. Haga lo que se le pida y como se le pida, y
no tendrá ningún problema.
_ Matar al juez y fiscal... Como si
eso fuera tarea sencilla. ¿Cómo se supone que voy a proceder?
_ Le asignaremos un falso abogado, que
será obviamente uno de nosotros. Notificará a la Fiscalía que usted desea
confesar y lo citarán. Una vez en el despacho, todo será sencillo y podrá salir
con la misma facilidad con la que entró sin que nadie advierta lo que pasó. Por
eso no se preocupe. Se le darán las instrucciones correspondientes llegado el
momento.
_ Repito. ¿Cómo voy a matarlos?
_ No sea terco. A nuestros líderes no
les gustan los hombres testarudos e inquisitivos como usted. Limite su conducta
y sus modales.
_ ¿Cuándo voy a hacerlo?
_ ¿Qué le acabo de decir, señor
Trobani?
_ Es que quiero estar seguro de las
cosas.
_ Su obligación es estar seguro de las
cosas, aunque no tenga ninguna certeza todavía sobre nada concreto. Sea
paciente. Será informado de todo, debidamente.
Esteban Trobani se resignó.
Durante un largo rato, hubo silencio
por parte de los dos hombres, hasta que Trobani intervino con una confesión
repentina.
_ Tiene razón_ admitió._ Maté al
estúpido de mi suegro tal como usted dijo antes.
Víctor se mostró decididamente
interesado en su relato.
_ Es interesante que lo asuma_ dijo
algo sorprendido.
_ Lo planeamos con mi esposa. Lo
asesinamos por las escrituras de unas locaciones de interés. Había gente que
quería tenerlas y nos ofreció muy buena plata por ellas.
_ Su suegro era arquitecto, ¿cierto?
Él quería construir viviendas para dárselas a la gente humilde en terrenos
donde la competencia quería levantar un proyecto inmobiliario que dejaría
muchos millones en ganancias. Su suegro ganó la licitación y quisieron
extorsionarlo desde entonces para que los vendiera y desistiera de la idea.
Pero él no accedió a ningún precio. Y usted, con la complicidad de su esposa,
se ofreció a robar las escrituras y vendérselas a un precio muy conveniente.
¿Me equivoco?
_ En absoluto. Es muy inteligente. Mi
esposa le disparó mientras el viejo discutía conmigo porque se enteró lo que
iba a hacer. Ella me dio el arma, la volví a cargar para dar la impresión que
nunca fue disparada y se la devolví. Le dije que esperara unas horas para
llamar a la Policía hasta que la pistola se enfriase. Antes me encargué de
limpiarla muy bien, de no dejarle ningún resto de residuo, para que la Policía
jamás lo descubra. Camino para el trabajo, disparé la otra pistola en un
terreno baldío y cuando llegué a la oficina, la descarté en el drenaje. Cuando
mi esposa llamara a la Policía unas horas después y se calculara la hora
aproximada del deceso, yo estaría en la reunión y todo coincidiría.
_ Usted denunció el robo de la otra
pistola por las dudas, para cubrirse. Si llega a aparecer, nunca sospecharían
de usted o de su mujer. La historia de que ella tomó la otra arma por
precaución cuando oyó la discusión cierra el círculo.
_ Tal cual. ¿Esto mismo se lo tengo
que repetir a quien me interrogue después?
_ Cada palabra exacta... Dígame una
cosa. ¿Qué siente por lo que hizo?
_ Nada. Pensé que iba a sentir culpa o
remordimiento... No siento nada. Y mi esposa dudo que sienta algo también.
_ Relájese. Hablaremos cuando
aterricemos.
Trobani apoyó la cabeza
placenteramente contra el respaldo del asiento y cerró los ojos casi al
instante. Lo que ignoraba era que Víctor grabó su confesión en secreto con un
grabador de bolsillo que tenía muy bien escondido en su saco.
El avión aterrizó en el aeropuerto de
Jujuy, Víctor le vendó los ojos a Esteban Trobani y lo subió a una limusina
color gris con los vidrios polarizados que los esperaba en la puerta.
Durante el trayecto reinó el silencio
absoluto.
No viajaron más de diez minutos.
Cuando bajaron a Esteban Trobani del vehículo y lo entraron al edificio, le
sacaron el vendaje. Su sorpresa fue genuina y casi estalló del ataque de ira
que lo invadió en ése momento cuando vio que lo habían llevado a una Comisaría.
_ Soy el inspector Víctor Morana,
Homicidios. Está arrestado por el asesinato del señor Ruperto Loyola. Ya
tenemos su confesión.
El engaño funcionó perfectamente.
Víctor Trobani cayó en la trampa como un ratón en la ratonera. Su peor defecto
lo condenó: la jactancia.
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