lunes, 11 de febrero de 2019

En un vuelo (Gabriel Zas)








Se subió al avión que partía del aeropuerto Jorge Newbery con destino a Jujuy con el tiempo justo. Realizó el cheking apresuradamente y con el último suspiro, logró abordar la aeronave dos minutos antes de su despegue. Por alguna razón desconocía, se había demorado. Pero eso ya no interesaba.
Se sentó en el asiento 31, a mitad del pasillo, del lado de la ventanilla. A su lado no había nadie. Viajaba solo. Viajaba tranquilo y cómodo.
El avión partió a las 11 en punto. Una vez en el aire, se relajó y cerró los ojos. Pero su descanso fue interrumpido por un caballero que se sentó a su lado haciendo todo el ruido del mundo. Él entreabrió los ojos, lo miró de soslayo con indiferencia, su acompañante lo saludó con un ademán y él simplemente volvió a cerrar los ojos y a dormirse.
Después de unos diez minutos, su compañero de viaje le habló por lo bajo con un tono de voz sugerente.
_ Sé quién es usted_ le dijo complacido. Y esperó una respuesta de parte de aquél. Pero sólo abrió los ojos, lo miró con desconcierto y se relajó de nuevo.
_ Esteban Trobani, ¿no es así?_ insistió aquél modesto y misterioso acompañante suyo de asiento.
Él reaccionó súbitamente. Lo miró con hostilidad, lo estudió cuan un león estudia a su presa antes de cazarla y le respondió cautelosamente como protegiéndose de la situación pero con denotada determinación.
_ ¿Usted quién es? ¿Y cómo me conoce?
_ Mi nombre no importa_ contestó._ La organización para la que trabajo y que me envió a reclutarlo me prohíbe dar mi nombre real. Pero para establecer un vínculo amigable y de confianza, llámeme Víctor.
_ ¿Qué organización mandó a buscarme?_ indagó Trobani con recelo.
_ Los Leales, la más grande organización criminal del país. Seguramente, habrá oído hablar mucho de nosotros.
_ Sí, claro. Están con jueces y policías que los encubren y los ayudan con la logística. Lo sabe todo el mundo eso.
_ Si fuese verdad, ya nos habrían agarrado a todos. Pero es cierto que estamos protegidos por gente de mucho poder de las esferas más altas de la política. Ellos nos aseguran una gran inmunidad de la que ninguna otra banda dispone.
_ ¿Por qué tengo que creerle?
_ No tiene que hacerlo. Pero no tiene otra opción. ¿O sí?
_ ¿Qué quieren?
_ Sabemos lo que hizo, señor Trobani. Sabemos que asesinó a su suegro por codicia y que utilizó a su mujer bajo coacción para salvarse y crearse una coartada que resultase irrebatible para la Justicia.
_ Yo no maté a nadie. Fue mi mujer. Asesinó a su propio padre y luego de matarlo, colocó una bala nueva en la pistola para simular que el disparo nunca salió de ahí.
_ Qué raro que lo planteara.
_ Me lo dijo mi abogado, que accedió al expediente de la causa. Es lo que suponen el juez y el fiscal. A ella la encuentran con el arma cargada al lado del cuerpo. Dice que estaba adentro de la casa haciendo sus cosas, que escuchó una fuerte pelea entre su padre y alguien más, y que tomó la pistola por cualquier cosa. Que salió a la vereda a ver qué pasaba y en el transcurso, oyó el disparo fatal.
_ Una gran historia. Muy bien elaborada. Pero, dicen que ustedes tenían dos pistolas y las autoridades sólo hallaron la que sostenía su esposa al momento del hecho.
_ La otra me la robaron. Hice la denuncia. Pero no prosperó.
_ Qué curioso.
_ No tienen pruebas contra mí. Y francamente, no sé en qué se basa la Justicia para achacarme el crimen que cometió mi esposa.
_ Eso es secreto de sumario, supongo, señor Trobani. Por eso no le proporcionan mayor información al respecto. Pero lo cierto es que las evidencias contra su esposa también son insuficientes y se le dictó la falta de mérito. Fue noticia en todos los diarios.
_ Ése no es mi problema. Además, ¿qué le incumbe a usted el homicidio de mi suegro?
_ Me involucra, y mucho. La organización tiene una vacante disponible y están interesados en que usted la cubra. Queremos que se nos una. Estamos necesitando gente con su inteligencia y audacia para hacer los trabajos que nos encargan. Usted sabe, matamos a policías corruptos, que infringen la ley y traicionan a los suyos. Hacemos actos de bien, si quiere ponerlo así. Policías, jueces y fiscales, todos en un mismo paquete. Hacemos lo que la Justicia no hace por una suculenta paga. Nunca nos descubren.
Trobani observó a Víctor con cierta reticencia, mientras que Víctor empezaba a sentirse amo y señor de la situación. Estaba empezando a tener a Esteban Trobani bajo su absoluto dominio.
_ ¿Cómo sé que usted es quien dice ser?_ arremetió Trobani con descaro.
_ Si me pregunta eso, es porque está interesado en trabajar con nosotros. Ésa es una buena señal_ replicó Víctor con suspicacia.
_ Todavía no dije que sí.
_ ¿La suena los jueces Moldes, Morales, Rosanti, Imbert, Echagüe, Estrada? Fueron todos trabajos nuestros. Limpiamos la más alta cúpula de la Justicia de los que la dañan y la perjudican en detrimento de su propia causa. Es un trabajo honesto el que realizamos.
_ ¿Y los fiscales Pedroza, Coacci, Bertolini y Ferrosa también fueron ajusticiados por su organización?
_ Exactamente. Al igual que los oficiales Delgado, Moreira, Fontana y Gonzaga. Le hacemos un bien a la sociedad. Tenemos gente infiltrada, por supuesto, en todos los juzgados, fiscalías y comisarías que nos pasan la data necesaria para que actuemos. Y nadie sospecha de ellos.
_ Interesante. Pero le reitero que no soy un asesino. Estaba en una reunión de trabajo cuando mi suegro fue asesinado.
_ Su coartada es perfecta. Por eso nos parece usted un hombre admirable y digno de unirse a nosotros. La reunión se retrasó media hora. Usted va hasta su casa, le dispara a su suegro, carga el arma de nuevo, se la da a su esposa, usted toma la otra pistola, la que se encargó de denunciar falsamente su robo para no levantar sospechas; la dispara en un lugar solitario por si alguien la encuentra y la tira. E inmediatamente vuelve a su trabajo y todos lo vieron ahí. Usó a su esposa para cubrirse usted. Por supuesto que ella no es inocente, pero tampoco es ninguna tonta para darse cuenta de que usted la engañó deliberadamente. Cuando encuentren la otra pistola, creerán que quien la hurtó es el asesino y usted tiene una denuncia previa que respalda su historia. Me saco el sombrero. Sutilmente brillante.
_ Tiene una imaginación muy abierta, señor Víctor. Pero créame que se equivoca.
_ Créame que no. Y estoy seguro que el juez y el fiscal piensan igual, y es inminente que reúnan las pruebas necesarias para detenerlo.
_ ¿Qué pasa si no quiero entrar en su organización?
_ Lo mataremos. Usted ya me conoce y conoce datos de lo que hicimos y lo que hacemos. No puede vivir con eso.
Esteban Trobani tragó saliva nerviosamente. Por primera vez, se vio el pánico reflejado en su rostro.
_ ¿Qué decide?_ preguntó Víctor con arrogancia.
_ Me atraparon. No me dejan opción_ repuso Trobani, molesto porque no tenía escapatoria alguna de la situación.
_ Me alegra oír eso. Tenemos una sede en Tilcara. Cuando aterricemos en Jujuy, alguien pasará a buscarnos con un auto por el aeropuerto y nos llevará a nuestra filial. Usted no puede saber dónde queda por medidas de seguridad, así que le vendaremos los ojos hasta que habremos llegado a destino. Y una vez allá, uno de nuestros jefes lo entrevistará y le hará hacer la iniciación.
_ ¿Qué es eso?
_ Deberá admitir con lujo de detalle el asesinato que cometió y se le encomendará su primer trabajo, que será naturalmente asesinar al juez y fiscal que llevan la causa en su contra como prueba de lealtad hacia Los Leales. Nosotros nos encargaremos de hacer desaparecer el expediente y usted estará limpio. Hay gente que puede retirar los cargos modesta y legalmente, gente que nos debe favores.
_ ¿Y si su jefe no me cree?
_ Lo matará. Y si desafía su autoridad o lo desobedece, también lo matará. Haga lo que se le pida y como se le pida, y no tendrá ningún problema.
_ Matar al juez y fiscal... Como si eso fuera tarea sencilla. ¿Cómo se supone que voy a proceder?
_ Le asignaremos un falso abogado, que será obviamente uno de nosotros. Notificará a la Fiscalía que usted desea confesar y lo citarán. Una vez en el despacho, todo será sencillo y podrá salir con la misma facilidad con la que entró sin que nadie advierta lo que pasó. Por eso no se preocupe. Se le darán las instrucciones correspondientes llegado el momento.
_ Repito. ¿Cómo voy a matarlos?
_ No sea terco. A nuestros líderes no les gustan los hombres testarudos e inquisitivos como usted. Limite su conducta y sus modales.
_ ¿Cuándo voy a hacerlo?
_ ¿Qué le acabo de decir, señor Trobani?
_ Es que quiero estar seguro de las cosas.
_ Su obligación es estar seguro de las cosas, aunque no tenga ninguna certeza todavía sobre nada concreto. Sea paciente. Será informado de todo, debidamente.
Esteban Trobani se resignó.
Durante un largo rato, hubo silencio por parte de los dos hombres, hasta que Trobani intervino con una confesión repentina.
_ Tiene razón_ admitió._ Maté al estúpido de mi suegro tal como usted dijo antes.
Víctor se mostró decididamente interesado en su relato.
_ Es interesante que lo asuma_ dijo algo sorprendido.
_ Lo planeamos con mi esposa. Lo asesinamos por las escrituras de unas locaciones de interés. Había gente que quería tenerlas y nos ofreció muy buena plata por ellas.
_ Su suegro era arquitecto, ¿cierto? Él quería construir viviendas para dárselas a la gente humilde en terrenos donde la competencia quería levantar un proyecto inmobiliario que dejaría muchos millones en ganancias. Su suegro ganó la licitación y quisieron extorsionarlo desde entonces para que los vendiera y desistiera de la idea. Pero él no accedió a ningún precio. Y usted, con la complicidad de su esposa, se ofreció a robar las escrituras y vendérselas a un precio muy conveniente. ¿Me equivoco?
_ En absoluto. Es muy inteligente. Mi esposa le disparó mientras el viejo discutía conmigo porque se enteró lo que iba a hacer. Ella me dio el arma, la volví a cargar para dar la impresión que nunca fue disparada y se la devolví. Le dije que esperara unas horas para llamar a la Policía hasta que la pistola se enfriase. Antes me encargué de limpiarla muy bien, de no dejarle ningún resto de residuo, para que la Policía jamás lo descubra. Camino para el trabajo, disparé la otra pistola en un terreno baldío y cuando llegué a la oficina, la descarté en el drenaje. Cuando mi esposa llamara a la Policía unas horas después y se calculara la hora aproximada del deceso, yo estaría en la reunión y todo coincidiría.
_ Usted denunció el robo de la otra pistola por las dudas, para cubrirse. Si llega a aparecer, nunca sospecharían de usted o de su mujer. La historia de que ella tomó la otra arma por precaución cuando oyó la discusión cierra el círculo.
_ Tal cual. ¿Esto mismo se lo tengo que repetir a quien me interrogue después?
_ Cada palabra exacta... Dígame una cosa. ¿Qué siente por lo que hizo?
_ Nada. Pensé que iba a sentir culpa o remordimiento... No siento nada. Y mi esposa dudo que sienta algo también.
_ Relájese. Hablaremos cuando aterricemos.
Trobani apoyó la cabeza placenteramente contra el respaldo del asiento y cerró los ojos casi al instante. Lo que ignoraba era que Víctor grabó su confesión en secreto con un grabador de bolsillo que tenía muy bien escondido en su saco.
El avión aterrizó en el aeropuerto de Jujuy, Víctor le vendó los ojos a Esteban Trobani y lo subió a una limusina color gris con los vidrios polarizados que los esperaba en la puerta.
Durante el trayecto reinó el silencio absoluto.
No viajaron más de diez minutos. Cuando bajaron a Esteban Trobani del vehículo y lo entraron al edificio, le sacaron el vendaje. Su sorpresa fue genuina y casi estalló del ataque de ira que lo invadió en ése momento cuando vio que lo habían llevado a una Comisaría.
_ Soy el inspector Víctor Morana, Homicidios. Está arrestado por el asesinato del señor Ruperto Loyola. Ya tenemos su confesión.
El engaño funcionó perfectamente. Víctor Trobani cayó en la trampa como un ratón en la ratonera. Su peor defecto lo condenó: la jactancia.




No hay comentarios:

Publicar un comentario