1
_ ¿Una vidente?_ preguntó Simón Corrado, con escepticismo y altivez_
¿Ésa es tu idea de entretenimiento para un cumpleaños, Carla?
_ No es cualquier vidente, ojo_ auguró precavida, Carla Rosech._ Se
trata, nada más y nada menos, que de Ludovica Cuestas, la misma que sale en la
televisión pronosticando el futuro de las grandes celebridades. ¿¡No es
emocionante!?
_ No tanto como el precio_ replicó secamente, Corrado.
Carla se puso a la defensiva de su marido.
_ ¿Por qué cada idea que tengo para festejar mi cumpleaños me la
criticás?
_ No te critico nada, Carla. Está bien, hacé lo que se te dé la gana.
Sólo te aviso, y te lo digo desde ahora, que ésa mujer no me toca ni la punta
de los dedos de los pies.
_ ¡Cómo sos, eh! Un poco de diversión no le viene mal a la fiesta.
Además, no va a leernos el futuro, precisamente.
_ ¿Entonces, a qué viene? A sacarte la plata. Todas las que se dedican a
estas cuestiones del futuro, que leen las cartas, la borra de café, que
aseguran que hablan con seres muertos y todo lo que se te ocurra, son unas
farsantes de primer nivel.
_ Viene a leernos el aura. El aura puede manifestarse en diferentes
colores. Y cada uno representa algo distinto. Y por lo general, ése algo es
algo positivo. Y, además, Simón, ¿vos qué tan seguro estás de que realmente es
una farsa?
_ Te manipulan, te sonsacan información sobre distintos aspectos de tu
vida y la usan en contra tuyo de manera encubierta y bien cuidadosamente,
haciéndote creer de ésa forma que tienen un don especial. ¿Te creés que no lo
sé bien eso?
_ ¿Y cómo lo sabés, si puedo saber?
_ Hay grandes especialistas que se metieron de lleno a estudiar el tema
y cada vez son más las evidencias que respaldan la forma engañosa que tiene de
trabajar ésta clase de gente. Si querés que te las defina con un calificativo
más apropiado, te diría que son estafadores legalizados.
_ ¿Estafadores legalizados? Creo que mirás televisión en exceso y te
estás dejando llevar por las mentiras que te quieren vender. No entiendo el
afán de ciertas personas de pretender desacreditar a los videntes que se ganan
la vida dignamente.
_ ¿Dignamente? Allá vos con lo que creas. Pero, la que tiene el cerebro
lavado sos vos, no yo, Carla.
_ ¿Nunca nos vamos a poner de acuerdo vos y yo, no, mi amor?
Simón miró a su esposa con una sonrisa y la tomó tiernamente por la
cintura, oprimiendo la cabeza de ella sobre su pecho. Carla Rosech se dejó
llevar en una vaivén de denotados sentimientos conjuntos que afloraron
súbitamente cuando sintió los fuertes brazos de su marido sujetándola por la
parte del cuerpo que ella consideraba su mayor debilidad frente a las demostraciones
afectivas de Simón Corrado. Ésa vez se sintió más vulnerable que otras. Por
unos momentos, sintió rememorar los primeros días de casados, cuando él la
cotejaba caprichosamente escudándose bajo los pretextos más propicios de un
hombre felizmente enamorado de su esposa que de los de un caballero
razonablemente apuesto y entusiasta, y eso la hizo sentir muy especial.
Carla siempre fue una mujer especial para su Simón y así la hacía sentir
él constantemente. Sin embargo, Carla Rosech presentía que su esposo ya no la
admiraba como antes. Pero, a juzgar por la manera de comportarse de él, esto
era una idea absolutamente infundada. Pero ella no podía evitar preguntarse si
su marido tenía una aventura amorosa con alguien más a sus espaldas y eso la
inquietó arduamente.
Sí, Simón Corrado quizás se comportaba un tanto diferente con ella, pero
no sugería inexorablemente que mantuviera un romance secreto con alguien mucho
más joven que él.
Corrado tenía cuarenta y siete años y la vigorosidad de un muchacho de
veinte. Conservaba el atractivo de aquéllas épocas de juventud y tenía la
simpatía intacta, por lo que no existía chica que no se le resistiese a sus
encantos. Y Carla tenía miedo de que ése pasado hubiese vuelto de nuevo bajo
una apariencia más arraigada. ¿Era su marido capaz de mirar a otra mujer
después de estar quince años casada con ella? Estaba segura que no. Pero existe
un mito urbano que sostiene que un hombre no está hecho para una sola mujer.
Cuando se aburrió de una, busca refugio en otra y así sucesivamente,
construyendo un círculo vicioso de lujuria e infidelidad, y terminando atrapado
a la larga en una trampa de la que nunca logrará salir indemne.
Carla se preguntó por qué la atacaron esos pensamientos negativos y por
un instante, quiso olvidarse de ellos. Cuando los alejó de su mente, todavía
sentía los brazos de Simón rodeando su cintura dulcemente.
_ Todavía no me dijiste cuánto te cobra ésa Ludovica Cuestas por su
teatralización de ésta noche_ dijo Simón Corrado, trayendo a su esposa de nuevo
a la realidad.
_ Quinientos pesos la hora_ repuso ella con premura.
Él la soltó bruscamente, pero apelando a sus tratos suaves y leales que
lo caracterizaban.
_ ¿Quinientos pesos?_ enfatizó Simón con desdén.
_ Vos no tenés que poner ni un sólo peso. Sus honorarios los cubro yo.
Te va a encantar pasar por una experiencia fascinante como la lectura del aura.
_ ¿Fascinante, para quién, desde tu punto de vista?
Carla Rosech miró a su esposo con poca tolerancia.
_ Para vos y para los demás invitados_ contestó ella, algo irritada._
¿Podés dejar de cuestionar por un segundo mis decisiones? Es mi cumpleaños, no
el tuyo.
_ Está bien, amor, no te enojés._ La voz de Simón volvió a adquirir un
tono pulimentado y romántico. Era imposible dirigirse a su esposa de otra
manera. Y eso a Carla pareció tranquilizarla muchísimo. Era muy intuitiva y por
lo general, nunca se equivocaba. Su marido realmente la adoraba.
_ Hablando de invitados_ siguió Simón Corrado,_ ¿quiénes van a venir,
aparte de tu vidente preferida?
_ Mi mejor amigo con su esposa, Diego Bernat y Consuelo Morán,
respectivamente. Y mi hermano, Leandro_ contestó Carla.
_ ¿Nadie más?
_ Tu hermana termina de trabajar tarde y además no tiene quien le cuide
a tu sobrino. Mis viejos viven en Rio Negro y el resto está complicado. Además,
el clima íntimo en una celebración invita más a las sesiones de lectura del
aura.
_ ¿No será por eso que invitaste a unos pocos?
_ No sé... Quizás.
Simón miró a Carla inexpresivamente. Pero no se atrevió a prorrumpir
ninguna queja en contra de su mujer. En su cabeza, la idea de que el resto de
los invitados tuviesen la misma inclinación supersticiosa que su esposa lo
sedujo en demasía. Pero por su propio bien y el de la cena a celebrarse ésa
misma noche, se abstuvo de impulsar cualquier acción que pudiera ser
considerada insidiosa. <Creo que no tengo alternativa más que aceptarlo>,
se dijo Simón Corrado para sí mismo.
2
Ludovica Cuestas era una mujer
que, pese a dedicarse al arte de la clarividencia, se vestía con ropa normal.
Estaba en contra de esas túnicas con diseños estrambóticos que, según su
perspectiva, lo único que hacían era ridiculizar a las personas que los lucían.
Además, daba pie a toda clase de especulaciones. Para ella, una vidente debía
ataviarse en atuendos símiles a los que frecuentan la gente urbana diariamente.
Era una mujer que en apariencia ostentaba unos cincuenta años, pero que
en realidad tenía apenas treinta y siete recién cumplidos, altura promedio,
ojos con rasgos orientales, de cuerpo pequeño, hábitos reposados y presencia
imponente.
Llegó a casa de Carla Rosech puntual a las diez de la noche. Desde las
ocho y media que empezó la cena hasta el arribo de Ludovica a la hora prevista,
los cinco integrantes sentados a la mesa tocaron diversos temas, desde
actualidad política hasta rumores que escucharon del barrio de boca de otros
vecinos contra los propios vecinos, y críticas y elogios amistosos entre ellos.
Cenaron asado acompañado de vino y le cantaron el Feliz cumpleaños a Carla.
Un rato antes de que Ludovica Cuestas llegara, Carla anunció la
presencia de su invitada. Ninguno de los tres, tanto Diego Bernat y Consuelo
Morán como Leandro Rosech, se sorprendieron por el anuncio. El que más sorprendido
se mostró al respecto fue Simón Corrado, cuya sorpresa respondió justamente a
la falta de sorpresa por parte de los demás. Y llegó a la conclusión de que él
era el único escéptico y de que tenía razón de que la cena para celebrar el
cumpleaños de su esposa era una excusa para celebrar la sesión en cuestión. Era
el único de ánimo irritado y molesto, a diferencia de los otros cuatro que se
mostró excesivamente atraído por la iniciativa.
_ Siempre quise saber qué dice de mí una tarotista_ opinó Consuelo
Morán, emocionada.
_ Ludovica es vidente, que no es lo mismo, según me parece a mí_
corrigió Carla Rosech.
_ Para el caso, es lo mismo. El tema del aura me emociona aún mucho más.
_ Los colores del aura son un misterio fascinante_ dijo Diego Bernat._
¿De qué color será la mía?
_ Del color que represente la humildad, la caballerosidad y la bondad_
replicó Consuelo con orgullo.
_ Coincidimos en eso_ intermedió Carla._ Conozco a Diego de toda la vida
prácticamente y es una gran persona. Tuviste mucha suerte de casarte con él.
_ Lo sé. Me considero la mujer más afortunada del planeta.
_ Volviendo al tema de los colores del aura_ interpuso modestamente,
Leandro Rosech,_ ¿cómo hacen las videntes para visualizarlos?
_ Con un aparato de rayos ultravioletas, supongo_ sentenció Simón con
aire distendido, en un intento por disimular su rotundo rechazo a esta especie
de prácticas.
Su comentario produjo las carcajadas del resto. Y Carla lo miró
gratamente azorada.
_ Habría que preguntarle a ella_ propuso Consuelo.
_ Nunca expondrían sus secretos ante el mundo_ dijo Diego Bernat.
_ Sí. Porque al igual que los magos, su fraude quedaría al descubierto_
manifestó con ironía, Simón.
Carla lo miró diferente a como lo había mirado hasta antes de la última
disquisición. Pero Simón se hizo el desentendido y siguió el hilo de la
conversación hasta que a las diez de la noche tocaron el timbre.
3
Después de las presentaciones de rigor, y de crear el clima ideal y
preparar el lugar convenientemente para la ocasión, Ludovica Cuestas empezó con
las lecturas de las auras de los cinco presentes. Sí, cinco. Porque a pesar de
su escepticismo en el tema, Simón Corrado se prestó a la experiencia con el
único propósito de no decepcionar a su esposa. El primero en someterse a la
prueba fue Diego Bernat. Ludovica le hizo cerrar los ojos, lo tomó de ambas
manos mientras lo miraba fijamente en medio de un silencio sepulcral. Después
de unos instantes de concentración absoluta, recurrió a la palabra.
_ Tu aura es naranja_ dijo en tono místico, Ludovica Cuestas._ Pero no
cualquier naranja. Es un naranja claro en la escala ascendente de colores. Eso
significa buena energía y mucha vitalidad. Tenés una salud muy buena.
Mantuvo unos segundos de silencio para no perder la concentración. Cerró
los ojos, aspiró aire por la nariz, lo expiró correctamente por la boca, abrió
los ojos nuevamente y siguió con la sesión.
_ Sos una persona con una personalidad muy fuerte, Diego_ continuó
Ludovica._ Sos una persona ceñida por grandes responsabilidades en tu trabajo.
Pero no te dejás llevar por la codicia. Sos respetuoso y amable con tus
subordinados, y eso te hace grande.
Guardó silencio bruscamente. Diego Bernat iba a decir algo, pero un
ademán repentino de Ludovica Cuestas se lo impidió.
_ Vos le hablaste de mí y de mi trabajo, seguramente_ le susurró Diego
al oído a Consuelo.
Pero ella lo negó con la cabeza y el asombro de Diego Bernat fue genuino
y fue en crecimiento, conforme a cómo se siguió desarrollando la reunión
aquella noche. Él era jefe de planta en una fábrica de cueros y hacía poco más
de dos años que había asumido ése cargo. Ludovica Cuestas lo adivinó, si
ciertamente se podía emplear el término adivinar.
Dedujo exitosamente parte de la vida personal de Diego Bernat con sólo leerle
el aura. Y aunque aquello constituyó una extraordinaria coincidencia, Simón se
seguía mostrando reticente a creer en este estilo de artilugios camuflados de
arte, según su propia óptica.
La siguiente en la lista de Ludovica fue la homenajeada y anfitriona de
la cena, Carla Rosech. Estaba ansiosa y emocionada, y se entregó taxativamente
a la experiencia.
La vidente vio sobre la cabeza de Carla un aura color amarilla. El
amarillo era el color del intelecto y el de Carla era un tono claro e intenso,
lo que denotaba que era una mujer de elevados pensamientos ceñidos por una
inteligencia increíble. Además, implicaba que tenía la capacidad de disipar
toda clase de temores en el otro. Su aura proponía que era una mujer de enormes
capacidades para identificar temores en personas ajenas y apaciguarlos
modestamente. Fue lo que Carla hizo precisamente con su esposo cuando hablaron
del tema de Ludovica Cuestas durante ésa tarde, aunque no logró disuadirlo por
completo de su escepticismo en la cuestión. Pero, de alguna manera, había
logrado que Simón Corrado aceptase formar parte del asunto, aunque
decididamente contra sus propios principios morales y su propia voluntad, que
él calificaba de infranqueable, a excepción de cuando era sometida a los
irremediables caprichos de su querida esposa. Y su participación en la sesión
de lecturas de auras era la prueba irrefutable del tema. Lo único que
desentonaba con las conclusiones que expuso Ludovica eran los pensamientos
irregulares que unas horas antes habían emergido súbitamente en la mente de
Carla Rosech cuando su marido la había abrazado mientras abordaban el asunto.
Carla, no obstante, le restó importancia.
La lectura de auras siguió su curso y la siguiente en participar de la
veteranía fue la esposa de Diego Bernat, la mismísima Consuelo Morán. Era una
mujer de pensamientos propensos al engaño fácilmente ya que ella creía casi
siempre sin excepción todo lo que le decían al respecto de cualquier cuestión.
Y aunque su marido constantemente le advertía sobre los peligros que eso podía
acarrearle, sus insistencias eran inútiles ya que Consuelo era una mujer que
ignoraba cualquier mal externo porque era una persona altamente terca y
disponía a su vez de un cerebro indomable y de hábitos vehementemente
irrazonables. En otras palabras, era la presa preferida de Ludovica Cuestas. Y
una cazadora furtiva huele la sangre de su víctima a kilómetros de distancia.
Sin embargo, en contadas ocasiones no se entregaba con tanta sencillez a
determinados aspectos porque, más allá de los expuesto, Consuelo Morán era
dueña de una personalidad temeraria y no se dejaba llevar del todo por algunas
cosas. En cuestiones cotidianamente triviales y otras más austeras que se
abrían a campos por fuera de lo cotidiano, su temperamento era frágil y
vulnerable, y su cerebro no detectaba situaciones extremas de martingalas.
Pero, en temas más elaborados y complejos, como era el caso de la lectura de
las auras, no era susceptible de ser engatusada con la misma facilidad que
otras oportunidades. Pero, habiendo visto que su marido se mostró totalmente a
favor de dicha práctica, su cerebro bajó la guardia y Consuelo adoptó la misma
actitud que Diego Bernat.
Ludovica procedió. El aura de Consuelo Morán era verde y el verde es
sinónimo de crecimiento, prosperidad y éxito. Muchas veces el color verde puede
reflejar el ego, pero no era el caso de Consuelo. Todo en ella era positivo. Y
al igual que como hizo con su esposo, Ludovica Cuestas dejó entrever varios
aspectos de la vida personal de Consuelo que resultaron verdaderos. E igual que
Diego, ella se sorprendió denodadamente.
Siguió Simón Corrado. Y aunque no opuso resistencia, la expresión que
reflejaba su rostro era un libro abierto y en él podían comprobarse un sinfín
de reflexiones adversas y negativas. Ludovica lo advirtió enseguida pero lo
ignoró deliberadamente.
El aura de Simón era azul y en su analogía con el color emblema del
firmamento, implicaba muy buena intuición. Después de todo, él intuía que todo
se trataba simplemente de una farsa. También abogaban por la sinceridad como
una cualidad primordial del color azul y Simón fue extremadamente sincero con
Carla cuando le dijo que no creía en las videntes. Y en muchos casos, el azul
significa una gran fuente de inspiración y conocimiento en quien la posee. Y
Simón Corrado le había dicho a Carla Rosech ésa misma tarde que él disponía de
información fehaciente que evidenciaban que las técnicas empleadas por los
videntes eran toda una tertulia con el único objetivo de estafar a sus
clientes.
Cuando finalizó con su lectura, Simón no se inmutó en absoluto. Sin
embargo, los resultados que arrojaron la experiencia eran un reflejo exacto de
sus pensamientos e ideologías inherentes al tema. ¿Entonces, después de todo,
se podía leer el aura realmente?
Fue por último el turno de Leandro Rosech. Ludovica Cuencas lo miró
fijamente por unos segundos a los ojos hasta que el miedo empezó a reflejarse
en el rostro de la vidente. Se llevó una impresión desagradable y espantosa.
Pero antes de decir algo, se excusó e intentó irse. Pero las insistencias,
especialmente las de Leandro Rosech, la obligaron a continuar. Cada vez era más
notorio el espanto y susto dibujados en las ásperas facciones de Ludovica
Cuencas. Se resistía a hablar, pero no tuvo otro remedio más que hacerlo.
_ Tu aura es negra_ dijo esquiva, Ludovica._ El negro es la ausencia de
color. Pero vos no tenés cualquier negro, sino negro con tintes de carmesí. ¡Y
eso solamente significa una sola cosa!
Y Ludovica sacudió su cuerpo con oprobio como si una fuerza invisible le
estuviese controlando todos sus movimientos. El temor y el pánico de su rostro
ya eran indisimulables.
_ Hacía muchos años que no veía esto en mi carrera_ admitió ella._ Casi
dejo el oficio por eso. Pero me convencí de que era parte de mi trabajo y
continué.
_ ¿Qué significa el negro con carmesí?_
insistió en sus demandas, Leandro Rosech.
_ ¡Muerte! Significa las más atroces desgracias que puede arraigar un alma
humana.
Todos enmudecieron, perplejos y asustados, con los ojos terriblemente
abiertos y llenos de pánico. Un escalofrío recorrió delicadamente la espina
dorsal de Leandro, quien se mostró visiblemente alterado.
_ La única vez que vi ése color_ continuó Ludovica,_ mi padre fue
asesinado. Es algo de lo que aún hoy, después de más de dieciocho años, no me
recupero. Por eso, consideré abandonar definitivamente el oficio. Pero mi
terapeuta de entonces me aconsejó no hacerlo y me convenció para seguir
adelante y no rendirme. Ella me levantó.
_ ¿Qué pasó con su padre, exactamente?_ quiso saber con interés, Diego
Bernat.
_ Murió asesinado de un disparo en la nuca_ repuso Ludovica Cuestas,
afligida._ Las circunstancias de su muerte nunca se aclararon y su caso quedó
impune. Lo lamento, me tengo que ir. Ya es tarde.
Ludovica Cuestas se fue sin más después de que Carla le pagara. Y el
susto y pánico infringidos en el espíritu de Leandro Rosech convirtieron a
aquél en un manojo de nervios indescriptible. Por más que intentaron calmarlo,
no pudieron y tuvo que pelear contra con sus más oscuros miedos.
Todos se quedaron traumados. Más aun, Leandro estaba demasiado afectado
por el asunto porque era inevitable que alguna desgracia cayera sobre alguno de
ellos.
4
Leandro Rosech se contempló en el espejo. Estaba nervioso, angustiado y
compungido. Lo que vio Ludovica Cuestas de su aura lo trastornó seriamente.
Recordaba puntillosamente cada palabra exacta suya. El aura negra con tintes
carmesí significaba la muerte. Recordaba también las remembranzas de la
tragedia que le sobrevino a Ludovica la única vez que vio en alguien más un
aura igual a la de él, las que a pesar de todo, no consideró relevantes porque sólo
era la palabra de ella y no tenía ninguna prueba fidedigna que la avalase o la
refutase. ¿Y si sólo trataba de asustarlo porque eso era parte del juego de
Ludovica Cuestas?, se preguntó reiterativamente Leandro. Tal vez sí, pero
definitivamente no podía desoír sus frenéticas advertencias de peligro.
Luchó contra todo poder de sugestión, pero perdió ante la debilidad a la
que fue sometida y quebrantada su voluntad. Estaba pálidamente nervioso,
terriblemente afectado y gravemente lastimado emocionalmente. Aunque todos
intentaron calmarlo y darle ánimo positivo, los esfuerzos de los cuatro resultó
inútil. Por primera vez, la preocupación los había invadido a todos en igual
escala y de igual modo.
Leandro Rosech se seguía contemplando en el espejo. Estuvo varios
minutos en silencio mirándose y diciéndose para sí mismo que todo lo que dijo
Ludovica Cuestas en relación a su aura negra no eran más que pretextos para
justificar sus honorarios y cargar la velada con un poco de intriga, drama y
misterio.
Se estaba recuperando, pero el espejo le devolvió una imagen turbia y
siniestra. Era él mismo mimetizado en un rostro diabólico, sonriendo
maléficamente y luciendo un gran aura negra sobre su cabeza. Gritó
exasperadamente, se cubrió la cara con ambas manos y se desesperó en exceso. En
su cabeza, no encontraba una explicación sensata para tal suceso. Seguramente,
estuviera alucinando. Pero eso no lo conformó y abandonó la casa tan rápido
como pudo. Tanto Diego Bernat como Carla Rosech, su propia hermana, intentaron frenarlo
pero no pudieron y eso dio pie a toda clase de rumores. Había demasiada incertidumbre
alrededor del tema del aura negra. ¿Pasaría realmente algo malo, como auguró
Ludovica Cuestas, una inminencia en el arte de la clarividencia, o el pánico
era infundado? Sea lo fuere, los había atrapado a todos por igual, alterándolos
considerablemente; a algunos más y a otros menos.
Durante tres días consecutivos posteriores a la cita, los cuatro
agotaron todo intento de comunicarse con Leandro en vano. No los atendía y
empezaron a preocuparse. Incluso, Consuelo Morán y Carla Rosech fueron en más
de una ocasión a su casa, pero también sin éxito.
***
Inmediatamente después al episodio del espejo que hizo que Leandro
Rosech se marchara precipitadamente y dejara al resto de los suyos preocupados,
se tomó un taxi hasta la estación del ferrocarril para abordar a tiempo el
último tren para Retiro que salía 23:56.
Arriba del taxi, Leandro logró dominar los nervios de manera
sobrehumana. Y sin embargo, cuando sus ojos coincidieron con los del chófer en
el espejo retrovisor, aquél rostro diabólico que divisó antes en el espejo de
casa de su hermana volvió a hacerse presente. Y esta vez, de modo más imponente
y mordaz. Gritó desaforadamente sin control y se acurrucó preventivamente sobre
una de las esquinas del asiento trasero del coche, lo que obligó al conductor a
frenar bruscamente y darse la vuelta. Pero Leandro vislumbró en la cara del
propio chófer el mismo rostro siniestro que lo perseguía incesantemente y se
rehusaba a dejarlo en paz. Su temor alcanzó su punto culmine y se bajó del taxi
corriendo sin abonar el viaje.
Leandro llegó a pie a la estación y agarró con lo justo el último tren.
Se sentó cerca de la puerta, al lado de la ventanilla y al mirar para afuera,
la imagen permanecía ahí inmóvil. El mismo reflejo con la misma expresión se
mantenían imperturbablemente firmes.
Aquélla misma noche, Leandro Rosech no logró conciliar el sueño. Y
cuando finalmente pudo, no logró dormirse porque su propia efigie malévola y feroz
con el aura negra descansando sobre su cabeza había llegado hasta lo más
recóndito de sus pesadillas y por lo visto, no pensaba abandonarlo tan fácilmente.
5
Desde ésa vez en lo sucesivo, Leandro Rosech veía el mismo reflejo
siempre en las ventanillas de los trenes que frecuentaba diariamente y en algún
que otro espejo aparte. Y siempre veía lo mismo: él mismo emparentado en un
rostro funesto y con la misma aura negra coronando su cabeza, y riéndose
sarcásticamente. La escena se repitió por varios días más hasta que su paranoia
eclosionó drásticamente.
Leandro estaba tratando de descansar en su cama cuando tocaron el timbre
después de que llegara a la noche a su casa. Era Simón Corrado, su cuñado. No
se sorprendió mucho de verlo.
_ ¡Por fin, Leandro!_ dijo aliviado, Simón._ Tu hermana está demasiado
preocupada por vos y por todo lo que está pasando. Vino un par de veces con
Consuelo y no te encontró. O no quisiste atenderla, no sé. Vine yo, vino Diego
y nunca te encontramos, hasta ahora.
_ Si Carla no hubiese llamado nunca a ésa vidente, yo no estaría ahora
en este estado_ sostuvo Leandro con desdén.
_ Las mujeres son incorregibles con ciertas cosas. Pero no te tenés que
dejar llevar por eso del aura negra y la historia que contó de su padre
Ludovica Cuestas. ¿No te das cuenta que era todo parte de su show montado? Te
vio vulnerable y te uso, nada más. ¿Te pensás que lo hizo sólo acá? ¡Lo debe
hacer en todas las sesiones que celebra!
_ La diferencia es que ni vos ni el resto la están pasando tan mal como
yo.
_ ¿Te creés que no? ¿Vos sabés como está tu hermana con este tema de tu
paranoia por el aura negra y todo lo que estás sufriendo? ¿Acaso ella no sufre
también? ¿Yo no sufro? ¿Consuelo no sufre? ¿Diego no sufre? Lo único que
queremos es ayudarte.
Pero Leandro no respondió a nada y pareció ignorarlo en todo momento. La
conversación entre Leandro y Simón se extendió por unos cuantos minutos más, y
los intentos de disuasión que Simón Corrado puso en práctica fracasaron
rotundamente.
Leandro Rosech hizo oídos sordos a todos los planteos de su cuñado y se
encerró en su dormitorio para cambiarse. Abrió el segundo cajón de su cómoda y
encontró algo impensado: un arma con el tambor lleno. ¿Cómo había llegado hasta
ahí? Porque estaba absolutamente seguro de que suya no era. Su aflicción se
incrementó desmedidamente y su confusión alcanzó niveles inusitados. La tomó
por instinto y la guardó en su cintura.
Volvió al comedor a reunirse con Simón Corrado. Aquél lo miró de un modo
extraño que no pasó para nada desapercibido y volvió a verse él mismo luciendo
el aura negra y con la misma expresión maliciosa y maligna tan característica.
Pero esta vez no se reflejaba en ninguna superficie vidriosa, sino en la cara misma de su cuñado. Se asustó
terriblemente, desenfundó el arma, disparó y asesinó a Simón Corrado
impiedosamente y a sangre fría.
Al principio, Leandro no cayó en la cuenta de lo que había hecho. Pero
para cuando pudo reaccionar, ya era demasiado tarde. Estaba enloquecido y
profundamente afligido. No sabía qué hacer ni cómo actuar. Pero de algo sí
estaba convencido: no podía avisar a la
Policía.
Consideró el asunto desde varias perspectivas para arribar a una
solución fiable. Pero el timbre del teléfono lo alejó de toda concentración
posible. Dudó en atender. Pero decidió recibir la llamada. La voz que estaba
del otro lado de la línea lo dejó severamente obnubilado. Era Ludovica Cuencas.
_ ¿Cómo estás, Leandro?_ preguntó ella con tono irónico y entre risas._
¿No me vas a felicitar? ¡Fue todo tan fácil! Yo amaba a tu cuñado con locura.
Salí con él por espacio de un año y medio hasta que me propuso casamiento. Como
yo era menor de edad entonces, necesitaba el consentimiento de mi Viejo. Pero
Simón nunca le cayó bien. Repetía todo el tiempo que él no era para mí y que yo
necesitaba algo mejor, y por eso se negó a cederme y firmarme el permiso legal.
¿Iba a separarme de Simón? ¿Tenía que esperar más de un año para que yo
cumpliera la mayoría de edad y decidiera por mí misma qué hacer con mi vida? No
quería esperar. Con Simón, nos amábamos con locura. Así que, decidí tomar el
asunto en mis manos. Coaccioné a mi viejo para que me firmara el permiso para
poder casarme con Simón y después lo asesiné. Hice tan bien el trabajo que
nunca me descubrieron. Pero Simón de alguna manera lo averiguó y me dejó. Todo
lo que hice, lo hice por él; por nosotros dos y me dejó. Sólo tenía enojo en
mis venas, un deseo de venganza insaciable. Nunca más supe de él, hasta que lo
vi otra vez después de varios años la otra noche y él me ignoró, haciendo de
cuenta que no me conocía, rechazándome y viéndolo tan feliz con su mujercita
Carla. En ese momento, supe que tenía una gran oportunidad en mis manos que no
podía darme el lujo de desperdiciar.
<Hice un recorrido por las miradas de todos, buscando al más débil y
al más vulnerable de todos ellos. Y lo detecté enseguida: Leandro Rosech. Fue
lo más sencillo del universo instalarte en la cabeza la idea del aura negra,
traumarte, meterme en tu casa durante tu ausencia, plantarte el arma y
desaparecer. Todo para que hicieras lo que yo más deseaba: vengarme de Simón,
asesinándolo de la misma forma en que él mató nuestro amor. El arma tiene tus
huellas, estaba en tu poder y yo ya avisé a la Policía que ya va en camino para
tu casa, Leandrito querido. ¿Para qué iba a ensuciarme yo las manos, si alguien
más podía hacerlo por mí?>.
Ludovica Cuencas lanzó una risa mucho más siniestra y prolongada que la
inicial y cortó la llamada. El estado de Leandro Rosech en ése momento fue
tremendamente indescriptible.
La vidente se salió con la suya. No se imaginó cuán sencillo sería
manipular a un hombre para hacerlo cometer un asesinato por ella.