Con sumo orgullo y desde la más sincera
modestia, quiero compartir con todos los lectores fieles que siguen a este
medio el caso que significó mi ascenso a inspector de la Policía Provincial. No
soy muy bueno explayándome por escrito, pero pondré mi mayor esfuerzo y
dedicación en hacerlo de la manera que mejor me salga. De hecho, mi compañeros
de la Brigada de Homicidios se cagan de risa de cómo redacto los informes de
los casos. Dicen que un chico tiene mejor redacción que yo. Boludeces que sólo
pueden salir de boca de los envidiosos. Yo ascendí, mérito que muchos de los
que me criticaron no alcanzaron y con ésta actitud, no creo que alcancen nunca.
Y en pos de que me estoy extendiendo sin necesidad alguna sobre pormenores
intrascendentes, voy a ir directamente al suceso que nos compete y el que
estimuló la presente narración.
Todo comenzó hace como tres meses atrás con un
llamado al 911de una mujer que no se identificó. Denunció que encontró el cuerpo
sin vida de un hombre que estaba colgado con una soga atada alrededor del
cuello sosteniéndose desde la viga del techo de un garaje. La altura que el
cuerpo mantenía en relación al piso era extremadamente extraña, y para serles
sincero, totalmente imposible. Ni bien lo vi, una fría sensación recorrió mi
espalda de principio a fin. Me quedé totalmente helado. Supimos con las
averiguaciones pertinentes que iniciamos que la víctima se trataba de Sebastián
Roganti, un reconocido empresario del mundo tabacalero. Y supimos también casi
al instante que la mujer anónima que dio aviso a la Policía era su hermana,
Victoria Roganti, quien confesó que como su hermano no respondía, tomó la llave
de la casa (ella tenía una copia en su llavero), abrió y cuando entró y vio que
Sebastián no estaba por ningún lado, fue al garaje y entonces descubrió el
espanto. Era una rutina habitual: cuando Victoria iba a casa de su hermano y
éste no atendía, tenía la libertad de entrar sin problemas, porque por regla
general, implicaba que su hermano estaba trabajando. Pero ésa última vez fue
diferente a todas las anteriores.
La escena era espectacularmente extraña y
curiosa. El señor Sebastián Roganti estaba, como dije antes, colgando de la
viga del techo del garaje. A unos metros del cuerpo había un banquito acostado
con el asiento mirando en dirección opuesta al cadáver. Y era sumamente raro, más
teniendo en cuenta que la altura que tenía el banco era incompatible con la
distancia a la que se encontraba el cuerpo respecto del piso. Si se tratase de
un suicidio y se mató subiéndose a un banco, el mismo tendría que haber estado
más cerca del cuerpo y el asiento apuntando en otro sentido, porque resulta muy
difícil pegar un salto al vacío desde un mueble de altura ínfima y quedar
perfectamente inerte suspendido en el aire, además que implicaría de parte de
la víctima misma una fuerza inusitada con sus pies, lo que resueltamente es
improbable en casos de ésta naturaleza. El suicida se sube a una suerte de
tarima, salta y ya está. No se complica con mecanismos imprecisos. ¿Qué
implicaba, entonces, la posición del cuerpo y el contexto en el que fue
hallado? Que lo asesinaron. Que el asesino lo obligó a subirse al banquito,
después que hubo preparado la soga y el resto de las cosas, y simplemente le pegó
una patada al mueble. Pero la posición en la que el banquito fue encontrado y
la distancia que mantenía con el cuerpo, invalidaban de oficio dicha teoría. A
su vez, reitero que la altura del cuerpo respecto al suelo era otro detalle
interesante y que contribuyó asimismo a descartar la misma teoría.
¿Qué pudo haber pasado, entonces? Estaba claro
que Sebastián Roganti había sido asesinado, pero lo que era intrincado era el
mecanismo preciso por el que fue estrangulado. Lo pudieron haber subido a una
mesa y después del crimen, el o los asesinos pudieron habérsela llevado sin
arrastrarla, claro está, para no dejar ninguna clase de evidencia. Pero al
examinar la escena minuciosamente una y otra vez, no encontramos en el piso
marcas de ningún tipo que supusieran la presencia de una mesa o de un mueble de
similares características. En general, el lugar estaba limpio. Lo único que
había era todo el piso excesivamente mojado por una gotera que estaba en el
techo a unos escasos centímetros del cuerpo y además hacía un calor sofocante.
El cuerpo pendía como a cinco metros y medio
de altura del piso, lo que resultaba absolutamente ilógico; el banquito había
sido acomodado intencionalmente por el asesino para dar la apariencia de
suicidio, y encima no se registraron marcas de muebles ni de rastros de ninguna
clase que indicasen movimientos de algo pesado. Y si había algo de casualidad
que nos pudiera servir de muestra, el agua abundante que caía de ésa “bendita”
gotera lo arruinó por completo. Para los que no lo saben, el agua es el enemigo
número uno de las evidencias, principalmente del ADN. Estábamos, hablando mal y
pronto, en pelotas. Y no poder dilucidar con precisión cómo el señor Roganti
fue colgado y ahorcado, me ponía de muy mal humor y me rompía soberanamente las
guindas. Así que lo que había que hacer era empezar a interrogar a los
allegados de la víctima y descubrir quién tuvo motivo y oportunidad para
cometer el asesinato. La primera de la lista era Victoria Roganti, la hermana
del fallecido Sebastián Roganti. Después de todo, fue ella quien encontró el
cuerpo en circunstancias que quise conocer más en detalle.
De algo de lo que estaba absolutamente seguro
era que quien haya matado al señor Roganti era alguien del círculo íntimo, y lo
que me dio la certeza al respecto era el espacio dentro del garaje. El asesino
tenía que conocer muy bien dónde estaba exactamente situada la gotera. Así
entonces el agua estropearía cualquier especie de indicio ahí presente. Y fue
justamente lo que ocurrió. Por ende, la elección del lugar no fue casual.
Victoria Roganti era una mujer extremadamente
fría como el hielo y perturbadoramente insensible, como un ser sin sangre. La
muerte de Sebastián no la conmovió en lo más mínimo. En su declaración, dijo
que nunca se llevó bien con su hermano y que el odio de ambos era mutuo. Esto
era porque cuando Sebastián había nacido, seis años después que ella, Victoria
fue dejada a un lado por sus padres. A él le dieron todo y a ella nada. Todo lo
que tenía se lo quitaron y se lo dieron a él, el hijo predilecto de los padres.
Por tal motivo, ella les guardaba rencor a los dos por igual. Ésta situación
conllevó a un distanciamiento inevitable y a un conflicto familiar ineludible.
El padre, Héctor Gustavo Roganti, falleció a los 73 años a causa de un infarto
producto del estrés que sufría a diario. Y en vez de dejarle la tabacalera en
partes iguales a sus dos hijos, le dejó todo a Sebastián y dejó asentado en el
testamento que Victoria jamás podía ser accionaria ni dueña de la empresa ni
estar vinculada a ella de ninguna forma, lo que acrecentó de modo desmesurado
el conflicto familiar yacente. Cada cual rehízo su vida lejos del otro.
Victoria se casó con un médico y Sebastián se metió de lleno en la
administración de la empresa del padre, razón por la que nunca contrajo
matrimonio aunque sus empleados y amigos lo consideraban una suerte de Latin
Lover: siempre muy bien acompañado todas las semanas por una señorita distinta.
¿Pudo esto quizás haberlo matado?, me pregunté. ¿Pudo ser una cuestión de
negocios, quizás? La teoría del círculo familiar empezaba a perder un poco de
peso, viendo el asunto desde otra perspectiva. Pero no podía ignorar el hecho
de que Victoria Roganti tenía una potencial motivación para el crimen.
Lo siguiente que declaró fue que la madre de ambos,
Beatriz Peralta, tenía Alzheimer en una etapa avanzada. Y que empezó a verse de
nuevo con Sebastián para que simplemente su madre no sufriera de más
innecesariamente. Me sorprendió notablemente la muestra de humanidad de
Victoria Roganti, aunque por supuesto que desconfié de su historia. Le pregunté
dónde estaba internada su madre, o en su defecto, en qué clínica o sanatorio se
trataba. Fui hasta donde me indicó y confirmé su versión de la historia. De
todas formas, esto no la exoneraba completamente de las sospechas.
Mi segundo paso estratégico fue investigar a
todas las mujeres que estuvieron con Sebastián Roganti durante los últimos dos
meses previos al crimen. Eran alrededor de diez de todos los tipos y gustos.
Admito que la víctima tenía un muy buen deleite por el sexo opuesto. Las
investigué una por una y no encontré nada raro. Todas limpias, sin motivo
aparente para el homicidio y con coartadas sólidas.
Por el lado de los negocios, la cosa cambió
bastante. Tenía deudas con algunos proveedores y varios empleados de la
tabacalera, que estaban en conflictivo con Roganti por sus malos tratos, su
exigencia inconcebible para trabajar y porque a muchos les bajó el salario por
falta de ingresos y porque, según las declaraciones de los propios empleados,
algunos trabajaban tan mal que no merecían cobrar lo que ganaban. Agregaron
también que Sebastián Roganti era peor persona y más tirano que su padre. De
tal palo, tal astilla. Por este lado, también me encontré con gente con móviles
fuertes para desear la muerte de Roganti. Así que, los investigué
minuciosamente uno por uno y fui descartando nombres hasta que dos resaltaron:
Pedro Sorna y Gabriela Soriano. Ésta última era la secretaria personal de
Sebastián Roganti. Mantuvo una intensa relación sexual con ella, hasta que de
un día para el otro decidió dejarla y terminar con todo. Podía considerarse que
ésa fue la relación informal más duradera que la víctima estableció en los
últimos años. Ella se enojó y se sintió usada y pisoteada por el señor Roganti,
porque nunca le dio una explicación concreta del porqué de su decisión, y
Gabriela Soriano era una mujer de temperamento difícil. Después que Sebastián
la dejara, ella empezó a acosarlo incansablemente tanto en el trabajo como por
fuera de él, a tal punto que Sebastián Roganti interpuso en la Comisaria más de
una denuncia formal en su contra. Además, un vecino declaró que vio rondar a
una mujer en los alrededores de la vivienda de la víctima, inclusive el día del
crimen. Y que, por la foto, estaba convencido de que sin dudas se trataba de
Gabriela Soriano. Procedí a su detención. La sometí a una rueda de
identificación y el vecino, de identidad reservada, realizó un reconocimiento
positivo sobre su persona. La teníamos situada en la escena del crimen y
teníamos el motivo, algo sin sentido, por cierto. Cuando la confronté en la
sala de interrogatorios, ella admitió todo menos haberse acercado el día del
asesinato, lo que no me pareció nada creíble. Y cuando iba a decirme más, cayó
su abogado defensor y no dijo más nada por consejo suyo. Alegó que la
confirmación visual de un testigo no era confiable, y como carecíamos de
evidencia física que la conectase con el homicidio, el juez de turno ordenó liberarla.
Y eso, francamente, me cayó como un baldazo de agua fría. Peor fue que
posteriormente corroboré fehacientemente que la señorita Soriano disponía de
una coartada irrebatible para el momento en que se produjo el asesinato.
De nuevo me encontraba como al principio. No
tenía ni pistas ni sospechosos firmes. Pero lo que no dejó de dar vueltas en mi
cabeza ni por un segundo fue el testimonio del vecino de Sebastián Roganti.
Dijo que vio una mujer rondar el mismo día del asesinato y aseguró que ésa
mujer era Gabriela Soriano. Pero me acuerdo perfectamente, y tengo constancia
escrita de ése testimonio, que Victoria Roganti fue a la casa de su hermano y
que descubrió el cuerpo. ¿Pudo haberse equivocado el testigo? Era absolutamente
factible. Le mostré las fotos de ambas mujeres y si bien constató que Victoria
Roganti visitaba con frecuencia a Sebastián, no dudó de que la mujer que vio
momentos previos al crimen fuera Gabriela Soriano. Pero, sabía muy bien por
regla general, que los testigos involuntariamente distorsionan los hechos y los
ajustan a la lógica de lo que suponen que sucedió, y no a la realidad de lo
verdaderamente acontecido. Y esto es algo muy normal que se da por múltiples
causas de índole diversificada. El abogado defensor de Soriano podía tener
razón, después de todo, sobre la confidencialidad de los testigos.
Frente a esto, mi única alternativa en ése
momento fue volver a revisar las fotos de la escena y cotejarlas con el informe
forense de autopsia que acababa de llegar. Por ahí descubría algo que en la
inspección preliminar omití sin intención. Y así fue, y era el tema de la
gotera. La autopsia confirmó que el deceso de Sebastián Roganti se produjo
entre las 14.30 y las 15 horas, y nosotros arribamos a la escena alrededor de
media hora después, aproximadamente, es decir, cercas de las 15:30. Para ése
período de tiempo, el piso del garaje de
la escena estaba altamente inundado pero la cantidad de agua que la gotera
liberaba cada fracción de segundo no podían haber inundado el suelo en tan
escaso lapso de tiempo, jamás. Eso era una incongruencia muy importante. Y
después estaba el hecho del calor sofocante que hacía en el garaje, y era
porque la calefacción estaba puesta a una
temperatura inusual. Se me ocurrió entonces que ahí podría haber alguna
huella registrada o alguna muestra de ADN, y por autorización del juez de
turno, los peritos realizaron una extracción de muestras del artefacto en
cuestión. Y si bien los resultados de las muestras eran de cierta forma
previsibles, no dejaron de asombrarme. Pese a que estaba más que seguro con lo
que le pasó a Sebastián Roganti y de cómo finalmente lo mataron, profundicé un
poco más ciertos datos que recabé al comienzo de la investigación para que no
quedase ningún margen de error al respecto.
Voy a reconstruir selectivamente parte de la
conversación que mantuve con la persona implicada en la sala de
interrogatorios.
_ Usted, al igual que el resto, conocía al
dedillo la obsesión que Gabriela Soriano tenía con Sebastián Roganti. ¿O me lo
va a negar?_ empecé a hablar y a poner en orden cronológico determinados
eventos.
_ Lo sabía perfectamente_ me contestó sin
inmutarse la otra persona.
_ Sabía, entonces, que ella lo perseguía por
fuera del trabajo y que muchas veces llegó hasta aparecer en su casa. Y tengo testigos
fiables que lo confirman.
_ Ratifico que estaba al tanto de dicha
situación.
_ Fue el chivo expiatorio perfecto para cubrir
las huellas de su crimen... O casi, porque mis técnicos las recuperaron del
calefactor que está instalado en el techo del garaje. Eso la coloca en la
escena en el momento del asesinato.
_ Un vecino la vio a Gabriela merodear la
casa. ¿O mintió, oficial?
_ Creyó que la vio, pero en realidad a quien vio fue a su marido disfrazado de mujer, señora
Roganti. Se vistió con ropas que aparentaran la figura de Gabriela Soriano, se
puso una peluca similar al pelo de ella, se maquilló un poco en exceso para
cubrir su masculinidad y asunto resuelto. Y como el vecino que adujo con
certeza que la vio a Gabriela Soriano vive justo enfrente de la casa de su
hermano y los vidrios de la ventana que dan a la calle son cromados, no notó el engañó y creyó ver lo que ustedes
pretendieron que viera: a Gabriela Soriano acechando a Sebastián Roganti.
El ardid les funcionó a la perfección con el chusma de barrio. Su esposo salió
de la misma forma en la que entró, usted llegó casualmente minutos después de
que él abandonara la morada y su vecino lo confirmaría en su testimonio. Un
plan de la puta madre, ¿eh? Se moldeó exactamente a sus intereses. Engañaron al
boludo del vecino.
_ ¿Y cómo hizo mi esposo para matar a
Sebastián? Porque, según sus apreciaciones y la de la mayoría, la escena tenía
detalles imposibles._ dijo esto con arrogancia manifiesta.
_ Detalles consecuencia de una pésima
planificación y de una deplorable logística de parte suya. Pero por poco nos
engañan. A mí no, igual, ¿eh? La gotera que en poco tiempo rebasó de agua el
piso del garaje, las distancias, la inexacta posición del banquito... Todos
errores de principiante.
_ No respondió a mi pregunta. No es usted lo
que se dice ser un caballero, oficial.
_ Su
marido subió a su hermano a un bloque de hielo. Una vez que lo subió y que
le pasó la cuerda alrededor del cuello después de anidarla a la viga, como el
bloque de hielo fue armado exclusivamente para ejecutar este asesinato y es
algo muy pesado por sí solo, se valió del banco para deslizarlo y luego lo
acomodó para dar la impresión de suicidio. Una vez muerto Sebastián y montada
la escena, su marido salió de la casa y atrás entró usted, señora Roganti.
Sabía que el garaje tenía una gotera, así que entró a la casa y abrió la
canilla que está justo encima de dicha gotera para expulsar agua y que la misma
se confundiera con el agua del hielo derretido. Volvió al garaje y prendió la
calefacción para acelerar el proceso de derretimiento del bloque de hielo.
Abandonó la casa y dio aviso a la Policía. Ya sabemos lo que pasó después.
_ Pero todo es circunstancial. Sólo tienen el
testimonio del vecino y mis huellas en la calefacción, que como hermana de Sebastián
que lo visitó con frecuencia los últimos meses, es normal que las hayan
encontrado, como las encontrarán en el resto de los rincones de la casa. Y a
todo esto, le falta el motivo. Según usted, ¿por qué asesiné a mi hermano?
_ Le molestó que su padre le dejase la empresa
familiar íntegramente a Sebastián. Usted, Victoria, intentó persuadirlo pero el
señor Roganti tuvo un ataque de ego y le negó su petición. Hizo valer el
testamento de su padre a rajatabla. Y Sebastián era más arrogante y engreído que
él. Su moral estaba ilícitamente sublevada por un complejo de superioridad
fuertemente acrecentado por sus intereses de liderazgo. Usted enfureció y lo
mató con la complicidad de su esposo e inculpando a otra mujer.
Victoria Roganti sonrió con soberbia.
_ Mi marido no tiene llave de la casa de mi
hermano.
_ Usted le dio la suya.
_ Hay cosas que no puede demostrar.
_ El agua de hielo derretido tiene una
composición química algo diferente del agua potable de canilla. Es cuestión de
tiempo para que estén listos los resultados que practicamos sobre las muestras
tomadas de la escena. Y la Fiscalía está tramitando una orden para allanar su
casa, señora Roganti. Y estoy seguro que entre las cosas de su marido,
encontraremos la ropa de mujer que usó para personificar a Gabriela Soriano.
Está arrestada, Victoria Roganti, por conspiración para cometer homicidio,
encubrimiento, agravado por el vínculo, la premeditación y en concurso real. Si
coopera y testifica contra su esposo y nos dice en dónde está él ahora, quizás
la haga quedar bien ante el tribunal. Lo único que no me explicó es dónde
consiguió el bloque de hielo y cómo lo ingresó a la casa de forma discreta.
Pero Victoria Roganti seguía teniendo dibujada
en su rostro ésa sonrisa de maldad y perversidad que acompañó de un silencio
escabroso que hablaba mil veces más que su propia confesión.
Es verdad que el caso no era lo
suficientemente sólido para garantizar una condena en el juicio oral y público.
Había que encontrar a su cómplice y lograr que confesara. Por el momento,
estaba prófugo y Victoria Roganti con prisión preventiva. Pero sin pruebas
firmes, podía ser excarcelada bajo caución. Y estaba dispuesto a evitarlo. El
caso sigue abierto a la espera de una condena y su resolución es inminente.
Y ahora que lo pienso, ¿yo dije al comienzo
del relato que la escena me dejó helado, que Victoria Roganti era una mujer de
corazón frío y otras expresiones parecidas? Anticipé el final sobre la forma en
que Sebastián Roganti fue asesinado y no me di cuenta. Estuve mal. Nunca hay
que prever al lector sobre lo que sucederá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario