lunes, 12 de junio de 2017

Chocolate de almendras (Gabriel Zas)



                                      
Valeria Saccone estaba más que contenta. La futura abogada y la repostera más conocida de todo La Matanza había conseguido alquilar un piso en un fino complejo que quedaba a sólo dos cuadras de la Facultad de Derecho, donde ella estudiaba. Hasta ése momento vivía en Liniers y tenía el negocio en San Justo, y tenía más de dos horas de viaje diarias desde su casa hasta la universidad y desde ahí hasta el local, que era atendido por dos amigas de ella hasta que llegaba alrededor de las cinco de la tarde, con suerte, si no había tanto despiole para viajar en esa franja horaria.
El mudarse cerca de la Facultad le significaba entonces un ahorro de dinero y tiempo muy importantes. Los días que no estudiaba (los lunes y los viernes), ir desde Liniers hasta San Justo no era demasiado problema. Con el 88 o el 46 llegaba enseguida. Los dos la dejaban a una distancia media del negocio. Al mudarse a Recoleta, lo único que no cambiaba era el viaje hasta Provincia. Pero eso era algo que a Valeria no la tenía demasiado preocupada.
Estaba feliz, no sólo por haberse mudado cerca de donde estudiaba, sino también porque el propietario le cobraba $5200 por mes de alquiler, cuando en ése barrio de la Capital Federal los alquileres oscilaban entre los $13.000 y $15.000 mensuales. Todas sus amigas le advirtieron que había algo raro en todo ése asunto del alquiler y le aconsejaron  que desistiera de la idea. Pero Valeria Saccone, lejos de escucharlas, siguió adelante con la iniciativa y a la semana de haber firmado el contrato, ya había comenzado con la mudanza.
A todas las demás personas que habían preguntado por ése mismo piso antes que Valeria, su dueño les había pasado no menos de $30.000 por mes, lo que también era increíblemente sospechoso porque dicho valor estaba excesivamente elevado por el máximo fijado para ésa zona de la Capital, que era de $15.000 o a lo sumo $16.500. La usura y las situaciones previas incrementaron con creces las dudas iniciales, pero Valeria estaba enloquecida porque iba a vivir en el corazón del barrio de Recoleta, en plena avenida Del Libertador.
El mismo día que se mudó, Valeria había invitado a Rogelio Pereyra (dueño del departamento) a tomar algo a la tarde a modo de agradecimiento por la importante rebaja que le hizo en la cuota del alquiler. Y para agasajarlo, le preparó su especialidad, y por lo que había ganado tanta popularidad entre los asiduos clientes de su confitería: chocolate de almendras artesanal. En el negocio era lo que más se vendía, además de las tortas de frutilla y los exquisitos lemon pies que no tenían comparación alguna con nada en el mundo.
Pereyra llegó puntual a las cuatro de la tarde. Durante media hora, Rogelio se le había insinuado a Valeria más veces de las que cualquiera pudiera imaginarse. Y ella, correctamente, supo ponerle un límite a la situación. Pero el insistió y ella apeló a un recurso infalible.
_ Sólo vas a tener una chance conmigo si probás un pedacito del chocolate de almendras que preparé exclusivamente para vos_ le dijo Valeria Saccone con voz sensual y conquistadora.
Rogelio Pereyra sonrió con lascivia y accedió a los deseos de su inquilina sin musitar una sola palabra. Probó bocado y se deleitó placenteramente. Se encontraba en esos momentos como en un estado de éxtasis inducido y profundo.
_.¡Mmmm!_  dijo Rogelio, saboreando delicadamente el dulce._ Nunca probé un chocolate tan rico como éste.
_ ¿Te gusta?
_ ¡Me vuelve loco! Una pequeña crítica constructiva, nada más: la próxima metele menos almendras. Le da como un toque raro al sabor. Pero no por eso deja de ser una exquisitez.
_ ¿Y qué te hace pensar que es por las almendras en sí? Hay otra cosa muy peculiar que huele a almendras, también. No sé si sabías.
Rogelio Pereyra miró a Valeria con temor. Ella se rió perversamente a carcajadas.
_ El cianuro le da un toque especial, ¿no? Ahora te vas empezar a sentir mareado y te van a pesar los ojos. Pero tranquilo, porque eso son efectos propios del veneno.
Rogelio Pereyra se desplomó súbitamente de la silla sin siquiera poder pronunciar unas últimas palabras antes del desenlace fatal. Él cayó inerte al piso y ella explotaba de felicidad. Nunca antes se había sentido tan emocionada como aquella vez.
Y sin embargo, Rogelio Pereyra despertó a las pocas horas. Estaba en la cama de una habitación sumamente reducida, esposado y con dos policías que lo vigilaban. Oficialmente, estaba arrestado por violación agravada por abuso de confianza y por mediar engaño.
El chocolate de almendras que ingirió Pereyra tenía, en realidad, esencia de almendras mezclado con un potente somnífero. Rogelio les rebajaba notablemente el precio del alquiler a sus potenciales víctimas para que no resistieran la tentación de adquirirlo y a su vez hacía usura con aquéllas personas que no eran de su interés para evitar que le estropearan los planes, porque en ése mismo ambiente que alquilaba consumaba todas sus vejaciones. Pero lo que desconocía era que Valeria Saccone estaba en complicidad con la Policía.
Ella disfrutó eso más que ningún otra cosa en la vida. Y ahora podía decir con orgullo que el gato por fin hizo caer al ratón en su propia trampa.

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