Valeria Saccone estaba más que contenta. La futura abogada y la repostera más conocida de todo La Matanza había conseguido alquilar un piso en un fino complejo que quedaba a sólo dos cuadras de la Facultad de Derecho, donde ella estudiaba. Hasta ése momento vivía en Liniers y tenía el negocio en San Justo, y tenía más de dos horas de viaje diarias desde su casa hasta la universidad y desde ahí hasta el local, que era atendido por dos amigas de ella hasta que llegaba alrededor de las cinco de la tarde, con suerte, si no había tanto despiole para viajar en esa franja horaria.
El mudarse cerca de la Facultad le significaba
entonces un ahorro de dinero y tiempo muy importantes. Los días que no
estudiaba (los lunes y los viernes), ir desde Liniers hasta San Justo no era
demasiado problema. Con el 88 o el 46 llegaba enseguida. Los dos la dejaban a
una distancia media del negocio. Al mudarse a Recoleta, lo único que no
cambiaba era el viaje hasta Provincia. Pero eso era algo que a Valeria no la
tenía demasiado preocupada.
Estaba feliz, no sólo por haberse mudado cerca de
donde estudiaba, sino también porque el propietario le cobraba $5200 por mes de
alquiler, cuando en ése barrio de la Capital Federal los alquileres oscilaban
entre los $13.000 y $15.000 mensuales. Todas sus amigas le advirtieron que
había algo raro en todo ése asunto del alquiler y le aconsejaron que desistiera de la idea. Pero Valeria
Saccone, lejos de escucharlas, siguió adelante con la iniciativa y a la semana
de haber firmado el contrato, ya había comenzado con la mudanza.
A todas las demás personas que habían preguntado por
ése mismo piso antes que Valeria, su dueño les había pasado no menos de $30.000
por mes, lo que también era increíblemente sospechoso porque dicho valor estaba
excesivamente elevado por el máximo fijado para ésa zona de la Capital, que era
de $15.000 o a lo sumo $16.500. La usura y las situaciones previas
incrementaron con creces las dudas iniciales, pero Valeria estaba enloquecida
porque iba a vivir en el corazón del barrio de Recoleta, en plena avenida Del
Libertador.
El mismo día que se mudó, Valeria había invitado a
Rogelio Pereyra (dueño del departamento) a tomar algo a la tarde a modo de
agradecimiento por la importante rebaja que le hizo en la cuota del alquiler. Y
para agasajarlo, le preparó su especialidad, y por lo que había ganado tanta
popularidad entre los asiduos clientes de su confitería: chocolate de almendras
artesanal. En el negocio era lo que más se vendía, además de las tortas de
frutilla y los exquisitos lemon pies que no tenían comparación alguna con nada
en el mundo.
Pereyra llegó puntual a las cuatro de la tarde.
Durante media hora, Rogelio se le había insinuado a Valeria más veces de las
que cualquiera pudiera imaginarse. Y ella, correctamente, supo ponerle un
límite a la situación. Pero el insistió y ella apeló a un recurso infalible.
_ Sólo vas a tener una chance conmigo si probás un
pedacito del chocolate de almendras que preparé exclusivamente para vos_ le
dijo Valeria Saccone con voz sensual y conquistadora.
Rogelio Pereyra sonrió con lascivia y accedió a los
deseos de su inquilina sin musitar una sola palabra. Probó bocado y se deleitó
placenteramente. Se encontraba en esos momentos como en un estado de éxtasis
inducido y profundo.
_.¡Mmmm!_ dijo Rogelio,
saboreando delicadamente el dulce._ Nunca probé un chocolate tan rico como
éste.
_ ¿Te gusta?
_ ¡Me vuelve loco! Una pequeña crítica constructiva,
nada más: la próxima metele menos almendras. Le da como un toque raro al sabor.
Pero no por eso deja de ser una exquisitez.
_ ¿Y qué te hace pensar que es por las almendras en
sí? Hay otra cosa muy peculiar que huele a almendras, también. No sé si sabías.
Rogelio Pereyra miró a Valeria con temor. Ella se rió
perversamente a carcajadas.
_ El cianuro le da un toque especial, ¿no? Ahora te
vas empezar a sentir mareado y te van a pesar los ojos. Pero tranquilo, porque
eso son efectos propios del veneno.
Rogelio Pereyra se desplomó súbitamente de la silla
sin siquiera poder pronunciar unas últimas palabras antes del desenlace fatal.
Él cayó inerte al piso y ella explotaba de felicidad. Nunca antes se había
sentido tan emocionada como aquella vez.
Y sin embargo, Rogelio Pereyra despertó a las pocas
horas. Estaba en la cama de una habitación sumamente reducida, esposado y con
dos policías que lo vigilaban. Oficialmente, estaba arrestado por violación
agravada por abuso de confianza y por mediar engaño.
El chocolate de almendras que ingirió Pereyra tenía,
en realidad, esencia de almendras mezclado con un potente somnífero. Rogelio
les rebajaba notablemente el precio del alquiler a sus potenciales víctimas
para que no resistieran la tentación de adquirirlo y a su vez hacía usura con
aquéllas personas que no eran de su interés para evitar que le estropearan los
planes, porque en ése mismo ambiente que alquilaba consumaba todas sus
vejaciones. Pero lo que desconocía era que Valeria Saccone estaba en complicidad
con la Policía.
Ella disfrutó eso más que ningún otra cosa en la vida.
Y ahora podía decir con orgullo que el gato por fin hizo caer al ratón en su
propia trampa.
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