lunes, 27 de marzo de 2017

Las detectives (Gabriel Zas)




         
                      
 
 
 
                       Caso 2: Muerte por envenenamiento

 
 

Aquél hombre desesperado estaba intentando convencer inútilmente al comisario mayor Hipólito Laberna para que le tomara una denuncia que el otro evidentemente se negaba a aceptarle por razones no muy claras.

El hombre en cuestión era Jorge Nievas, un importante empresario agricultor. Era alto, de avanzada edad, cabellos canosos y mirada fría. Se habló mucho de él últimamente en los medios por los contratos millonarios que había logrado cerrar con productores de Estados Unidos, Canadá, Colombia, Perú y Portugal, llevando a la Argentina a un nivel de reconocimiento altamente prestigioso. Pero también fueron públicas las serias diferencias que mantenía con una financiera por un préstamo que adeudaba y gracias al cual estaba a punto de ser llevado a juicio. Y se hacía difícil creer que el comisario Laberna se negara a tomarle una denuncia a una persona de su posición y status social.  

Hipólito Laberna estaba por encima de las detectives Ezcurra y Fraga, a quienes les delegó la responsabilidad de tomarle finalmente la denuncia al señor Nievas, sólo para sacárselo de encima y no quedar mal. Y así se los hizo saber a las muchachas.

_ Sean discretas_ les ordenó en voz baja.

A los pocos minutos, Nievas estaba sentado frente a las mujeres. Se mostró más relajado con ellas que con el comisario mayor. Pues ellas inspiraban la confianza y la empatía que en el otro estaban ausentes y que habían sido reemplazadas por un cúmulo de actitudes hostiles.

_ Bien, señor Nievas_ comenzó Ivonne Fraga._ ¿Qué le pasó?

_ Me quieren matar_ confesó sin rodeos el aludido._ Desde hace unos días que me están envenenando.

Las dos mujeres se quedaron boquiabiertas.

_ Perdone_ dijo Ailen Ezcurra._ Lo que usted nos está diciendo es una acusación muy grave. ¿Cómo puede estar seguro de que realmente lo están envenenando?

_ Porque siempre que voy a comer a algún restaurante y están esos tipos, me siento mal del estómago. Realmente, me siento de la peor manera. Los dolores son insoportables.

_ ¿Quiere contarnos desde un comienzo todo, por favor? ¿A qué tipos se refiere específicamente?

_ Son el tesorero y el contador de la financiera Argencash, a la que le debo más de cien mil pesos hace más de tres años. ¿Acaso no leen las noticias?

_ Sí_ repuso autoritaria la detective Fraga._ Pero la información que circula hace referencia a un juicio próximo. No veo un motivo claro para que quieran lastimarlo.

_ ¡Los medios mienten! El juicio es un invento directo de la especulación periodística. Nada de eso es cierto.

_ ¿Quiere explicarnos, entonces?

El señor Nievas juntó coraje antes de hablar.

_ Hace un poco más de tres años_ empezó a relatar, _ tenía un proyecto muy grande para expandir mi negocio enormemente, por lo que mis posibilidades de crecimiento irían en aumento si todo salía bien. Pero requería de un dineral que en esos momentos no tenía. Yo me estaba separando y los gastos del juicio de divorcio me estaban dejando en bancarrota. El motivo de mi separación fue que tuve una aventura con una mujer mucho más chica que yo en edad. Le conté lo del proyecto y me contactó con la financiera. La conocía porque el presidente era, y lo es en la actualidad todavía, su marido. Así que ella movió un poco las arenas y me consiguió el préstamo en un santiamén. Pero no lo invertí en el negocio propiamente dicho, sino que me gasté todo el total en agasajarla a ella. Eran veinticinco mil, pero los intereses se dispararon por las nubes en tres años.

_ Déjeme preguntarle algo_ lo interrumpió la detective Ezcurra._ ¿De dónde sacó la plata para entonces para llevar a cabo su proyecto? Porque bien que lo pudo concretar.

_ Bueno, a ése punto iba. Ella...

_ ¿Cómo se llama ella?_ preguntó duramente Ivonne Fraga.

_ Eleonora Mancini. Como les decía recién, ella le robó a su marido sin que nunca lo notase. Y es hasta el día de hoy que no lo sabe. No sé realmente cómo lo logró, pero ésa mujer es brillante. Desgraciadamente, sus dos manos derechas, tesorero y contador; Fulgioni y Lovera, respectivamente, lo descubrieron todo. Hace unas semanas atrás me llamaron y me pidieron un millón a cambio del silencio. De ahí se cobrarían la deuda que yo mantengo con la financiera y el resto se lo repartirían entre ellos. Al menos, eso supuse yo. De hecho, el señor Mancini, presidente de Argencash, cree que la deuda deriva de los veinticinco que él me otorgó gracias a su esposa.

No tengo ésa suma, no puedo pagarles un millón, pero no me creen. Me contactaron en varias oportunidades y siempre me negué, hasta que en la última comunicación que mantuve con ellos, me amenazaron con que lo iba a pagar caro. Fui a tomar algo a un bar en San Cristóbal y ahí estaban los dos vigilándome como si fuera un criminal. No sé cómo me encontraron, pero lo hicieron. Por Dios que lo hicieron. Esos tipos son un as del espionaje y desde entonces no me dejan en paz. Después de que bebiera mi café, a las pocas horas comencé a sentirme terriblemente mal. Tenía todos los síntomas de un envenenamiento. Esos tipos son hábiles, nunca supe en qué momento se acercaron y lo hicieron. Pero así fue.

_ ¿No se acercaron a usted en ningún momento con alguna excusa?_ interpuso Ailen Ezcurra.

_ No.

_ ¿Y los vio pasar por al lado o cerca suyo en algún período?

_ No. Estuvieron sentados todo el tiempo en el mismo lugar, frente a mí. Se levantaron cuando yo me fui.

_ ¿O sea que nunca los perdió de vista?_ quiso corroborar Ivonne Fraga.

_.Jamás. Mi primera impresión fue que quizás el café me había caído mal por alguna razón natural. Pero descarté la hipótesis cuando almorcé solo en un restaurante de Ciudadela y las circunstancias se repitieron: ellos estaban ahí y no sé si la comida o la bebida o qué cosa me cayó mal. Los síntomas se repitieron a la perfección, no variaron en nada. Lo mismo tuvo lugar en otras dos ocasiones: una en un café de Recoleta y otra en un restaurante de comida china en Olivos. Siempre en horas de la mañana y del mediodía.

_ ¿Se contactaron con usted por algún medio mientras esto pasaba? ¿Hubo advertencias o amenazas de por medio de alguna clase, aparte de la extorsión a la que nos hizo referencia?

_ No. Recién me llamaron hoy, hace un rato. Quieren venir a cenar a mi casa ésta noche para arreglar las cosas de un modo más cordial y civilizado, según ellos mismos.

Y se calló bruscamente, palideciendo severamente y con las manos algo temblorosas.

_ _Pero usted teme que algo grave ocurra_ intercedió Ezcurra con suspicacia._ Por eso vino, ¿cierto, señor Nievas?

_ Creo que lo harán ésta noche_ confirmó el empresario, visiblemente asustado y nervioso._ Esperarán un descuido de mi parte y verterán en mi plato o bebida la dosis mortal que termine de aniquilarme. Es lo único que podría explicar ése cambio tan repentino en su comportamiento. Le dije a su jefe que quería protección por ésta noche, pero se negó a brindármela. Espero que ustedes no sean como él y puedan ayudarme.

_ Lo haremos, pierda cuidado_ le confirmó con firmeza, Ailen. Ivonne le dirigió una mirada de reproche que ella advirtió pero que pasó por alto a propósito.

_ Nos haremos pasar por unas parientes suyas que vienen del interior a visitarlo y deciden quedarse a cenar tras aceptar una cortés invitación de parte suya_ continuó Ezcurra._ Pero antes, dígame una cosa: ¿por qué aceptó cenar con ellos?

_ Porque no lo pensé_ replicó Nievas._ No podía pensar con claridad y ahora ya es demasiado tarde. La cita es a las 21 en mi casa.

_ Antes de irse_ dijo Ivonne, insatisfecha de la decisión que tomó su amiga, _ necesitamos las direcciones de todos los lugares que nos nombró antes para investigarlos. Y necesitamos la dirección de su casa, claro.

Jorge Nievas accedió a la demanda de las detectives y se retiró de la oficina con una sensación distinta a la que tenía cuando llegó y mucho más relajado.

_ ¡¿Estás loca, Ailen?!_ la increpó Ivonne Fraga a su compañera._ El comisario nos dijo que le tomemos la denuncia por una simple formalidad para sacarlo de encima y a vos se te ocurre que tenemos que ir a la casa de encubiertas, sin saber si nos está diciendo o no la verdad. ¿No te parece raro que lo inviten a cenar a su propia casa?

_ Sí. Y por eso vamos a ir a los bares que alegó para confirmar o no su coartada_ se defendió Ailen Ezcurra._ Pero tenemos que vigilar a esos ediles y agarrarlos ante la primera actitud sospechosa que manifiesten. La vida de un hombre está en peligro y depende de nosotras salvarlo o dejarlo morir.

_ Por lo que a mí concierne, que se muera. Si lo que nos contó es cierto, es un flor de desgraciado mal nacido.

_ Por mí, también. Pero recién empezamos y es nuestro segundo caso. Y no está mal que tengamos algo de acción en una historia con intrigas e incertidumbre.

_ ¡Bue! Bajá del pedestal. Tampoco estamos en una novela de Agatha Christie. Aunque este caso pinta un poco más fácil que el anterior. Lo que odio es que tengamos que hacerlo a escondidas del comisario. ¿Qué le vamos a decir ahora cuando salgamos de acá, nos pregunte y nos vayamos como si nada?

_ Lo que él quiere escuchar, eso vamos a decirle. Y acostumbrate porque no va a ser ni la primera ni la última vez que tengamos que actuar a escondidas de algún superior.

_ ¿Vos le creés al tipo este todo lo que nos contó?

_ Parecía sincero. ¿Para qué mentirte?

_ Mi pregunta puntual, no fue ésa, sino si le creíste o no.

_ Sí y no. Prefiero no creer nada y mantenerme imparcial.

_ Yo no le creo nada. Creo que está un poco paranoico, nada más. Y que nos mintió en algo. Pero es mejor despejar todas las dudas, ¿no?_ y le regentó una sonrisa a su compañera.

_ Vamos. Tenemos trabajo que hacer.

 

_ ¿Recuerda si este caballero vino a comer acá en el último mes?_ le preguntó Ailen Ezcurra al encargado del restaurante de San Cristóbal, una vez que llegaron ahí. Y le exhibió la fotografía de Jorge Nievas.

_ Sí, lo vi en una o dos oportunidades_ confirmó el empleado después de analizar la foto con detenimiento.

_ ¿Está seguro?_ repreguntó Ivonne Fraga.

_ Sí, completamente.

_ ¿Por qué lo recuerda con tanta precisión?

_ Porque pidió lo mismo las dos veces que vino y estuvo más de dos horas sentado en la misma mesa hasta que se fue.

_ ¿Qué pidió exactamente?_ interpuso la detective Ezcurra.

_ Una lágrima en las dos ocasiones.

_ ¿Preparan los cafés que los comensales les piden en ésa máquina de ahí, a la vista del propio cliente?_ quiso saber Fraga, señalando un artefacto que estaba a un costado de la barra, adornado con pocillos, tazas, jarras y platos de todas las medidas.

_ Sí, por supuesto. Es así en todos los bares, supongo_ respondió el caballero, medio confundido, sin saber por qué le estaban haciendo toda ésa serie de preguntas sin sentido para él.

_ ¿De modo que no cabe la posibilidad de que alguien se infiltre y tenga acceso a la máquina sin que no lo noten ni tampoco a los pedidos que van saliendo?_ deseó confirmar Ailen Ezcurra.

_ Claro que no. El flujo con que se mueven nuestros mozos es controlado. Cualquier presencia extraña o movimiento sospechoso, sería advertido enseguida por cualquiera de nosotros. ¿Por qué me pregunta éstas cosas?

_ Preguntas de rutina. Limítese a responder sólo lo que se le pregunta, caballero. ¿Vio algún comportamiento inadecuado en el señor Nievas? El hombre de la foto, para ser más exacta.

_ No, estaba normal. Parecía que nada lo preocupaba.

_ ¿Se mostró igual durante todo el tiempo que permaneció en el local?_ inquirió Ailen, interesadamente.

_ Sí. No me pareció que se pusiese nervioso ni que esperara a nadie. Bueno, yo tuve que atender a otros clientes, así con seguridad no lo sé. No lo estuve vigilando todo el tiempo, no es mi trabajo.

_ ¿Entonces, tampoco puede precisar si todo el tiempo estuvo solo o se vio con alguien?

_ Vino y se fue sólo. Lo sé porque yo mismo le llevé el pedido y la cuenta. Un hombre muy cordial.

_ ¿Lo atendió usted ambas veces que vino?

El hombre asintió con la cabeza.

_ Pero, no notó que algún extraño se acercara a su mesa en algún momento..._ disparó Ivonne Fraga con cierta incertidumbre en sus palabras.

_ No sé eso. No me pareció que alguien se haya o no acercado hasta su mesa, porque no lo estaba vigilando. No sé, detectives. Y si me permiten, tengo varios clientes que atender y estoy con poco personal.

Las muchachas entendieron la indirecta y se retiraron después de agradecerle al caballero en cuestión por su colaboración.

_ ¿Qué pensás?_ le preguntó Ailen a Ivonne con cierto interés después de que abandonaran el recinto.

_ Hay algo raro acá. Me parece que ése Nievas no nos dijo toda la verdad_ respondió su amiga, pensativa.

_ No sé por qué tengo el mismo presentimiento que vos. Se me hace que vino acá sólo para hacer presencia y tener una coartada.

_ ¿Una coartada para qué?

_ Me gustaría saber más.

Las detectives visitaron los otros tres lugares señalados por Jorge Nievas. Las conclusiones del interrogatorio mantuvieron el mismo lineamiento que el primero, detalle más; detalle menos. Pero los cuatro testimonios guardaban un paralelismo y una semejanza insoslayables.

_ Este tipo no es lo que parece_ comentó enardecida Ivonne Fraga cuando terminaron con las cuatro visitas._ Nos está usando. Este viejo pretende algo y necesita de la Policía para conseguirlo.

_ La única manera de confirmarlo es siguiendo con el plan_ opinó Ezcurra._ Ésta noche tenemos cena familiar_ y dejó escapar una risita alevosa.

_ Estoy de acuerdo. No fue tan mala idea, después de todo.

Pasadas las 21.10, las investigadoras se apersonaron en casa del señor Nievas. Vivía en un inmueble de estilo rústico y de extrema sencillez ubicado en pleno centro de Avellaneda, sobre avenida Mitre, a unas pocas cuadras del puente Pueyrredón. Las recibió cumpliendo al pie de la letra lo acordado en la Comisaría. Cuando las dos mujeres ingresaron a la morada del señor Nievas, sus miradas chocaron con la de los otros dos hombres que habían llegado puntual a las 21 y estaban sentados en la mesa principal del comedor: Sergio Fulgioni y Lautaro Lovera. Iban bien vestidos y explayaron una sonrisa de discreta cordialidad al ver entrar a las detectives, quienes estaban elegantemente vestidas. A primera vista, no había nada sospechoso en el comportamiento de los dos hombres. Durante la siguiente media hora hablaron los cinco de diversos temas y claro que tanto Ailen como Ivonne tuvieron que improvisar una historia creíble al cien por ciento para convencer del todo a los dos visitantes del parentesco que las unía al anfitrión, el señor Jorge Nievas. Realmente, lo hicieron mejor de lo que esperaban.

Empezaron a comer y después de probar el primer bocado,  el señor Nievas empezó a expulsar espuma por la boca al tiempo que convulsionaba severamente. En cuestión de segundos, estaba muerto. Claramente le suministraron una dosis letal de tetrodotoxina. Tanto Ailen Ezcurra como Ivonne Fraga se identificaron como detectives de la Policía Federal y pusieron al descubierto el real motivo de su presencia allí y las sospechas que tenía el señor Nievas con respecto a los dos hombres en cuestión. Los llevaron a una habitación aparte, lejos del cuerpo, para someterlos a un interrogatorio, al tiempo que dieron aviso al 911 para que enviaran un equipo de Criminalística y manteniendo la escena a debido resguardo.

_ ¡Esto es un malentendido!_ protestó con énfasis, Lautaro Lovera.

_ ¿La muerte del señor Nievas también es un malentendido?_ le retrucó Ivonne._ Después de todo, el señor Nievas no estaba tan equivocado. Lo extorsionaron, no aceptó y decidieron envenenarlo de a poco hasta dar el golpe de gracia hoy.

_ Es una barbaridad_ se defendió Sergio Fulgioni._ Lo intimamos legalmente al pago de la deuda que mantiene con nuestra compañía desde hace algo más de tres años. Se negó a pagar y le iniciamos juicio. La primera audiencia está prevista para la semana que viene en Tribunales.  Pero él nos citó hoy acá porque dijo que tenía la plata. Que nos pagaría supeditado a que nosotros prescindiéramos de las acciones legales correspondientes. Le dijimos que discutiríamos las condiciones en persona una vez que comprobáramos que nos estaba diciendo la verdad acerca de la plata.

Las dos mujeres se miraron entre sí con indecisión y luego miraron durante algunos segundos en silencio a los dos hombres, que parecían estar nerviosos y confundidos por la situación vivida. Jamás hubiesen imaginado que aquéllas dos inocentes criaturas simpáticas eran en verdad policías.

_ ¿Niegan entonces todos los cargos de tentativa de homicidio y homicidio simple agravado por la premeditación, la alevosía y el engaño valiéndose de veneno mediante?_ preguntó autoritaria Ailen Ezcurra.

_ Sólo somos culpables de intentar cobrar por medios legales la deuda que nos compete_ reafirmó convincente Fulgioni.

Ambas mujeres requisaron los bolsillos de los dos sospechosos. Encontraron efectos vulgares como llaves, documentos, billeteras, tarjetas... Hasta que Ivonne Fraga sacó del bolsillo del saco del señor Lovera un frasco diminuto a medio llenar y que al olerlo cuidadosamente, constataron que se trataba de tetrodotoxina, el mismo veneno que acabó con la vida de Jorge Nievas. Sin posibilidad de explicación posible, las investigadoras apresaron a Lautaro Lovera y Sergio Fulgioni en el lugar.

"Probablemente_ pensaron las chicas_ introdujeron el veneno en un descuido cuando llegaron o bien cuando Jorge Nievas salió a abrirnos a nosotras. En cualquiera de los dos casos, tuvieron una posibilidad clara de hacerlo".

Pero cuando Ailen Ezcurra volvió hacia el comedor a revisar la escena mientras Ivonne Fraga custodiaba a los dos sospechosos apresados, se llevó una ingrata y desafortunada sorpresa: el cuerpo no estaba, había desaparecido. Se lo hizo saber a su compañera, que se quedó petrificada y sin palabras ante tal hecho. Y al cabo de unos minutos, comprendieron todo. El propio señor Nievas simuló ser envenenado y plantó el frasco en el saco de uno de los hombres. Seguramente, ingirió algún tipo de sustancia inofensiva que produce espuma artificial y complementó el acto con una convincente y formidable actuación de parte suya. Toda la historia del soborno y demás que les contó a las detectives era enteramente falaz de principio a fin. Fue a algunos bares y restaurantes para hacerse ver y porque tenía que meter sí o sí a Lovera y Fulgioni en la farsa para adecuarlos a ella y solidificar su brillante treta. ¿Y todo para qué? Para evadirse de pagar la deuda del préstamo. Los acreedores serían acusados de homicidio simple. Claro que el juicio civil en contra del señor Nievas por la deuda seguiría en pie. Pero la legislación argentina dice que una causal de prescripción de causa es por muerte del imputado: tenía abierta una causa por desvíos de fondos, vinculado con la propia financiera y debía ser la razón por la que podrían querer muerto al señor Nievas, aunque no había indicios de algo semejante y con el correr de los días no todo se supo.

La deuda que éste mantuviera en vida pasaría de oficio a sus deudos más directos. Pero el señor Nievas no tenía ni mujer ni hijos ni ningún familiar en vida. Cumplidos los cinco años, la empresa no tiene obligación de reclamarla y superado los diez años, proscribe de forma definitiva.

Jugó con las detectives como un perro con su hueso. Mató dos pájaros de un tiro y aunque la verdad salió la luz, nunca lo encontraron. La única preocupación de Ezcurra y Fraga fue cómo contarle la verdad al comisario mayor Hipólito Laberna después de haber desacatado imprudentemente su orden y peor aún: ¿Cómo justificarían la desaparición del cuerpo de la escena? De todos modos,  Interpol se encargaría de él.

 

Las detectives (Gabriel Zas)






                                 Caso 3: La señora Urresti está muerta

 



_ Dos semanas sin que nos asignen ningún caso_ se lamentó quejosa, Ivonne Fraga.

_ Dos semanas turbulentas_ confirmó exasperante Ailen Ezcurra._ Ése Nievas nos bailó de lo lindo. Salieron a la luz mil cosas que ni me las imaginaba.

_ Si todos los casos que nos toque resolver de ahora en más van a ser así de complejos, desde ya te digo que renuncio.

_ Ni que me lo digas. El lavado de sesos que nos hizo Laberna te lo regalo. No sé cómo no nos echó todavía.

_ Ése infeliz de Nievas se debe estar descostillando de la risa de nosotras. Muerte por envenenamiento... Sí, claro. Lo aplaudo.

El comisario mayor Hipólito Laberna interrumpió la conversación de las detectives para designarlas a un caso de homicidio en Villa del Parque. Ambas mujeres sonrieron complacidas y a las dos horas ya estaban en la escena del crimen, en donde el equipo de Criminalística junto a unos oficiales ya habían adelantado buena parte del trabajo.

La casa en cuestión era una lujosa quinta con una amplia entrada con cochera, un pequeño cantero provisto de un verde reluciente y un jardín trasero perfectamente cuidado. La víctima, identificada como Olga Urresti, yacía tendida de costado en medio del vestíbulo con una fuerte contusión en la parte posterior de su cabeza provocada por un objeto contundente no encontrado en la escena. A unos metros del cuerpo, había un par de anteojos tirados con ambos cristales triturados post mortem. Fue lo primero que llamó la atención de Ailen Ezcurra, que le expuso sus dudas a su compañera, Ivonne Fraga.

_ Si los anteojos_ empezó explicando vacilante Ezcurra, _ se hubiesen roto durante una lucha que la víctima mantuvo con su asesino minutos antes de morir, sería comprensible. Pero, ¿por qué el desconocido los destruiría después?

_ Una buena pregunta sin respuesta todavía_ replicó Fraga entre cavilaciones.

_ ¿La víctima intentó defenderse, doctor?_ le preguntó Ezcurra al forense.

_ No encontré ni heridas defensivas ni piel debajo de sus uñas. Definitivamente, fue un ataque sorpresa._ confirmó el doctor Zarasola, el forense de la causa.

_ ¿Qué cree que pasó?_ quiso saber Ivonne con sumo interés.

_ A juzgar por la herida y la posición del cuerpo, el asesino la increpó de frente. Ella lo vio venir y se asustó. La señora Urresti retrocedía clamando piedad mientras el sospechoso avanzaba hacia ella decidido a todo. Presumo que la occisa intentó huir y el asesino se aseguró de que eso no pasase.

_ ¿Un robo que salió mal?_ intermedió Ailen Ezcurra.

_ Podría ser válido, a no ser por el detalle de que no forzaron la entrada. Esto fue algo más personal y directo, desde mi punto de vista.

_ Gracias, Zarasola.

Las investigadoras confirmaron que en la casa no faltaba nada y que estaba todo en su lugar. Los peritos corroboraron a su vez que no encontraron ni huellas ni restos de ADN en toda la casa.

_ ¿Quién encontró el cuerpo y notificó al 911?_ le consultó Ailen Ezcurra a uno de los oficiales que investigaba.

_ El esposo de la víctima_ respondió aquél._ Según lo que declaró, la señora Olga Urresti era ama de casa y el señor Basualdo, el marido en cuestión, contador. Todas las mañanas se levantaban juntos a las siete porque el señor Basualdo trabaja en una oficina en Microcentro y su mujer le preparaba el desayuno y lo ayudaba a preparar sus cosas. La mañana de hoy fue como cualquier otra. Se despidió de su mujer pero a la media hora la llamó por teléfono porque se había olvidado unos balances importantes que, según él, debía entregar sin falta y le pidió que se los preparara así no perdía tiempo en buscarlos. Llegó, abrió la puerta con llave y lo primero que vio fue a su esposa tendida en el piso, muerta.

_ ¿Dijo si notó algo extraño en el comportamiento de su esposa ésta mañana?_ inquirió la detective Fraga.

_ No, dijo que estaba como siempre. Y cuando le preguntamos sobre sus enemistades, respondió que Olga Urresti era una mujer encantadora a la que todos adoraban. Todos dicen siempre lo mismo.

_ ¿Los vecinos escucharon alguna pelea o algo por el estilo? ¿Vieron algún movimiento extraño en el vecindario?

_ Por lo que nos dijeron, no. Pero lo único que le pareció curioso al señor Basualdo, ahora que lo pienso, fue que el pitillo de la puerta no estaba puesto, cuando nos aseguró que ella siempre lo ponía por una cuestión de seguridad porque se quedaba sola hasta que él volvía de la oficina a las ocho de la noche.

El interés de las investigadoras fue genuino e imprevisto.

_ ¿Está seguro, oficial?_ indagó Ailen Ezcurra.

_ Sí. El señor Basualdo escuchaba todas las mañanas el ruido atrás suyo cuando abandonaba la casa para ir al trabajo. Pero hoy no se percató de ese detalle porque dijo que el sonido ése ya lo tiene instalado en su inconsciente. Cuando abrió la puerta sin problemas, no lo notó hasta después del hallazgo del cuerpo.

_ ¿Tocó timbre para que su mujer le abriera antes de colocar la llave en la cerradura?

_ No lo sabemos. Pero así lo dicta la lógica. Cuando vio que ella no respondía, por instinto abrió con la llave.

_ ¿Por qué no puso el pitillo, justo hoy, cuando la matan?

_ ¿Tendría un amante?_ indagó Ivonne con indecisión.

_ Y dejó la puerta destrabada para que ingresara_ reflexionó de improviso, Ailen Ezcurra.

_ Pero algo salió mal y la señora Urresti terminó muerta.

_ Es lo único que explica el previo conocimiento de ciertos detalles... ¿Dónde está el marido ahora?

_ En la habitación que compartían juntos, en el primer piso, subiendo la escalera caracol_ confirmó el oficial, amablemente._ La primera puerta a la derecha. Está en carácter de demorado. Encontró el cuerpo de su propia esposa. No es poca cosa.

_ Sí, lo entendemos, es comprensible. Que se quede ahí. Vamos a hablar con él enseguida. Gracias_ culminó la frase la detective Ezcurra.

_ Los anteojos rotos después del crimen_ ponía en orden los detalles, Ivonne Fraga, mientras se dirigían al baño para revisarlo, _ el detalle del pitillo, la llave...

_ Sí, es todo curiosamente interesante_ coincidió Ailen Ezcurra._ Como en las novelas clásicas, el principal sospechoso es el marido de la víctima. Imagino lo atractivo que pudiera resultar ser.

Su amiga la miró con recelo y estupor.

_ Es muy atractivo el caso, mal pensada_ aclaró con un esbozo la detective Ezcurra._ Sé la regla principal: no involucrarse ni con compañeros de trabajo ni mucho menos con los sospechosos.

En el baño no había nada sobresaliente, excepto que la bañadera estaba a medio llenar. Al verla así, la detective Fraga frunció el ceño y dejó que una sucesión de ideas improvisadas la atacaran con fuerza, aunque no hizo gala de ninguna de ellas. Sólo juzgó lo que sus ojos contemplaban. Se arrodilló frente a la bañera y sumergió levemente su mano en ella. El agua estaba fría. Y sometió ése detalle a la lógica de su compañera.

_ Pasaron más de dos horas desde que llegamos_ señaló Ezcurra con contundencia._ Es normal la temperatura del agua en estas condiciones.

_ Sí, tenés razón..._ repuso Fraga nada convencida.

Revisaron los botiquines y el resto de las cosas predominantes en el baño sin alcanzar ningún resultado sorprendente, y volvieron a la sala principal cuando terminaron con la requisa.

_ Disculpe, oficial_ interceptó Ivonne Fraga al agente que entrevistaron anteriormente._ ¿Los peritos ya examinaron todas las habitaciones de la casa en general?

_ Sí, señora_ respondió el consultado, cortésmente_ ¿por qué desea saberlo? ¿Pasó algo más?

_ ¿Encontraron alguna toalla afuera o algún indicio de que la víctima fuera a bañarse?

_ ¡Ah! La bañadera. No, nada que lo indicase. Cuando los técnicos revisaron el agua, ya estaba fría.

_ ¿Cuánto tardaron en llegar a la escena después de la llamada?

_ Veinte minutos, detective.

_ Está bien. Sólo que la víctima estaba perfectamente vestida... Gracias de nuevo, oficial.

El hombre se agarró la gorra como un gesto de cordial saludo.

_ No digo que no sea sospechoso_ le decía Ailen Ezcurra a Ivonne Fraga mientras subían por la escalera._ Pero yo pondría el detalle de la bañadera en último lugar respecto del orden de los datos más relevantes de los que hasta ahora disponemos.

Su amiga no dijo nada. Entraron en la habitación principal en donde Julio Basualdo, esposo de la señora Urresti, estaba sentado sobre la cama totalmente devastado y compungido. Era un hombre de unos cuarenta y seis años, de espaldas anchas, rostro prominente y de mirada débil. Las investigadoras se presentaron, le dieron sus condolencias al viudo y le hicieron una serie de preguntas similares a las que ya le habían formulado antes otros oficiales.

_ Si ella hubiese puesto el pitillo como siempre_ se lamentaba el señor Basualdo, _ ahora estaría viva.

_ Sugiere que alguien la vigilaba y vio el momento oportuno para hacerlo_ sugirió la detective Ezcurra.

_ Nadie la acechaba. Cualquier presencia extraña la hubiese notado.

_ No si el sospechoso la vigilaba durante su ausencia, señor Basualdo.

_ ¿Su esposa no recibió amenazas ni llamados ni nada inusual durante las últimas semanas?_ preguntó Fraga.

_ No, nada de eso, detective. Parece una locura todo esto.

_ ¿Y qué hay de usted? ¿Tenía enemigos, alguien quería lastimarlo, señor Basualdo?

_ ¿Qué está insinuando?_ disparó el interrogado con hostilidad.

_ Sólo descartamos posibilidades. Si lo querían a usted, es posible que lo amedrentaran asesinando a su esposa.

_ No, tengo todo en orden. Estoy limpio.

Un oficial irrumpió intempestivamente en ése instante, solicitando hablar con las detectives en privado. Les mostró las finanzas del señor Basualdo. Había hecho una transferencia de $100.000 a la cuenta de Juan Gallardo, un socio suyo que trabajaba en la misma financiera que él y que tenía un pasado turbio: fue arrestado en varias ocasiones por robo y asalto a mano armada. Y por si fuera poco, Julio Basualdo había sacado cinco seguros de vida a nombre de la señora Urresti a espaldas de ella. Ni bien tomaron conocimiento de ésta situación, las detectives Ezcurra y Fraga aislaron al señor Basualdo de ésa habitación y lo llevaron a otra distinta, a modo de sala de interrogatorios para hablar con él a solas y tranquilas. Una vez los tres solos dentro de la nueva habitación, las investigadoras le mostraron al señor Basualdo la evidencia y se sobresaltó.

_ No sé nada de todo esto. Debe ser un error_ dijo titubeando.

_ ¿También es un error que perdió millones por una operación que salió mal, algo que sin dudas se lo ocultó a su esposa como un cobarde y que la mató para recuperar toda ésa plata cobrando los seguros de vida que promovió sin su consentimiento y a traición?_ lo increpó con determinación, Ailen Ezcurra.

_ ¡Yo no lo hice!_ protestó el viudo poniéndose súbitamente de pie, que volvió a sentarse enseguida tras obedecer una directiva de las mujeres.

_ Creo que el plan original era_ empezó explicando Fraga_ hacerlo parecer todo como un accidente. No me cerraba cómo el señor Juan Gallardo había entrado si su esposa trababa la puerta con el pitillo siempre. Y cuando pensé en cómo fue el ataque según lo que dedujo el forense y en base a la posición del cuerpo, lo supe: él ya estaba adentro, oculto en el sótano y actuaría en cuanto usted se fuese. Tenía que asesinarla de un golpe tal como lo hizo y dejar el cuerpo dispuesto en la bañadera para simular un accidente. Luego, Gallardo vestiría ropas suyas, porque supongo que es su misma talla, y saldría, igual que como lo hizo, por la puerta principal. Y si alguien lo veía salir, sin dudas pensarían que se trataba de usted.

Y le cedió la palabra a su amiga.

_ Usted, señor Basualdo_ siguió con el relato, Ailen Ezcurra_ no fue al trabajo, sino que dio un par de vueltas por ahí para darle tiempo a su “amigo” a terminar con el plan, que supuso que no demoraría demasiado tiempo. Usted se levantó un poco más temprano del horario habitual para llenar la bañadera y volvió a la cama otra vez con su esposa para que ella lo viera a su lado cuando despertara así no sospechaba nada. Sólo tenía que disuadirla con cualquier pretexto para que no usara el baño principal.
Pero el señor Gallardo tiene varios antecedentes y sumar un crimen no era una idea muy tentadora que digamos. ¿Él preso y usted libre por ahí? Era una gran injusticia. Así que hizo un cambio de planes. Después de que matara a su esposa, tomó los anteojos que ella traía puestos y los estrelló estrepitosamente contra el piso para hacerlo ver como un crimen personal, porque los lentes son algo personal, y con el hecho de que el detalle de la bañadera quedaba aislado, su buen amigo supuso que eso lo pondría en evidencia y nos llevaría directo hacia usted. Y no se equivocó.

_ Tanto esmero puso en llenar la bañera, para que alguien en quien usted confió lo ridiculizara. Y mire si no lo consiguió.

_ No me arrepiento de nada_ adujo Basualdo con frivolidad.

_ Eso se nota_ sentenció Fraga con zozobra._ Usted no estaba nervioso ni afligido por la pérdida de su adorable esposa, sino porque Gallardo lo traicionó. Pero si colabora, quizás sufra menos años encerrado en prisión.

_ Pero es muy probable_ disparó la detective Ezcurra en tono sobrante_ que Gallardo lo delate, así que no va a funcionar. Devuélvale el favor y díganos dónde está él ahora.

No obstante, eligió no hablar. Minutos más tarde, un oficial que custodiaba la entrada a la habitación se llevó detenido a Julio Basualdo tras una indicación de ambas mujeres.

_ Este tipo me da asco_ lanzó Ivonne Fraga con escozor._ Puso sus necesidades financieras por encima de la vida de una mujer inocente.

_ Por tipos así, no pienso casarme nunca en la vida_ proclamó firme Ezcurra, ante la sorpresa y el estupor de su amiga.

lunes, 20 de marzo de 2017

El hombre que se desvaneció de la nada (Gabriel Zas)




Por razones de extrema confidencialidad, me reservo el derecho de hacer público mi nombre. A través de algunos relatos, los lectores me identificaran con el sobrenombre de Doctor, el cual se debe a que soy médico forense y además amigo entrañable del inspector Sean Dortmund. Viajó a Argentina por placer. Yo lo acompañé en el viaje en trasatlántico pero me bajé antes para disfrutar de las hermosas playas caribeñas de Centroamérica, y no fue sino hasta unos pocos meses después que tuve noticias suyas cuando me envió una invitación para quedarme con él unos días en Buenos Aires. Acepté de inmediato y con mucho gusto. Cuando llegué al piso que alquilaba en plena Capital Federal, se alegró enormemente de verme aunque noté enseguida que había algo que lo preocupaba. Después de que le contara mi travesía por las playas centroamericanas,  lo confronté sin rodeos.
_ Me conoce muy bien, doctor_ me dijo Dortmund, algo apenado._ Le seré franco: investigo la desaparición de un hombre y todo me resulta imposible.
_ Cuénteme los pormenores_ le dije con sumo interés.
_ Se llama Daniel Alarcón, es prestamista, muy reconocido y respetado entre los de su profesión. Salió de ver a un cliente en La Paternal, luego fue a casa de su tía en Flores y a partir de ése momento es todo un profundo misterio. Llamé a todos los hospitales y nada. Busqué entre su familia intensamente y nada. De hecho, están todos demasiado preocupados en su entorno. No se comunicó ni tampoco nadie llamó pidiendo rescate, lo que nos da una gran ventaja. Por ahora, suponemos que está vivo.
_ Puede que lo hayan matado y hayan hecho desaparecer el cuerpo.
_ Es muy pronto para aventurarse a considerar ésa posibilidad. También pensé que pudo haberse ido por su propia voluntad, pero las averiguaciones que hice desmienten por completo ésa teoría. No es de la clase de hombres que actuaría así y dejaría a todos en vilo.
_ Muchas personas lo hacen y no obstante sus parientes jamás lo consideran. Creo que no podemos dejar ninguna chance librada al azar.
_ Estoy de acuerdo con usted en esto último que dijo.
Mi amigo estaba muy preocupado. El caso lo había conmovido sin dudas. Caminó de un lado a otro de la habitación ensimismado, pensando el asunto con lujo de detalle y fuertemente concentrado.
_.Bueno, ¿cuál es su teoría en definitiva?_ le pregunté al fin, infringido su concentración sin piedad.
_ Ninguna y todas, a la vez_ me respondió entre cavilaciones.
_ ¿Tenía problemas con alguien?
_ Es prestamista, doctor. Maneja las finanzas y los negocios de entidades y personas muy pesadas. Controla deudas de firmas a las que no le gustarían que le cobren ni un sólo centavo. Si algo salió mal, es posible que huyera por su propia voluntad, después de todo, para evitar un desenlace peor. Y por supuesto que no le diría nada a su familia para no preocuparla ni exponerla a peligros innecesarios. Estas cuestiones es mejor mantenerlas en absoluto secreto. Pondremos ésa posibilidad como una prioridad sin descartar las demás, por supuesto.
_ ¿Y es posible que por ésta misma razón lo hayan secuestrado y por eso no piden rescate?
_ Muy endeble. Pero posible, desde luego.
Investigamos a las empresas contratistas bajo la supervisión y el control del señor Alarcón exhaustivamente, pero el resultado fue negativo en todo sentido y eso, sinceramente, nos desalentó demasiado. No era el resultado que esperábamos obtener. Pasaban los días y no había noticias suyas. Sentía que cada vez estábamos más lejos de encontrarlo. Con cada pista que seguíamos y no llevaba a ningún lado me sentía más frustrado, a diferencia de Dortmund que siempre se mostró optimista. Volvimos a revisar todo de nuevo una y otra vez, siempre con el mismo resultado. Admito que el caso me estaba haciendo perder los estribos. Y la Policía Federal, que investigaba el caso por su cuenta, como corresponde; estaba en la misma situación que Dortmund y yo.
_ Sáqueme de una duda, Dortmund_ le dije cuando regresamos tarde a la residencia._ ¿Cómo se enteró del caso y cómo es que lo investiga?
El inspector me respondió sin vacilar.
_ Tengo mis métodos, ya me conoce usted bien. Claro que el triunfo se lo llevará la Policía Federal porque yo no tengo jurisdicción ni autorización legal para estar en el caso. No saben que lo investigo y es mejor mantenerlo así.
_ Aún no disipó mi inquietud.
_ El señor Alarcón, o mejor dicho su familia, son íntimos amigos de María Álzaga, la muchacha a la que ayudamos en el crucero que nos traía para América, que es argentina. No sé si la recuerda.
_ Imposible olvidar a la gente a la que usted sirve y ayuda.
_ Ella me recomendó. Habló con los Alarcón y convinieron en que investigara el caso de forma particular, porque es gente que desconfía solemnemente del proceder de las fuerzas locales y una opinión externa no viene mal. Acordaron en no decir nada a la Policía. Pero por una buena fuente, le ratifico que ellos no están muy avanzados tampoco.
_ Eso es bueno. Empieza usted a ser popular, Dortmund.
Mi amigo sonrió amigablemente.
_ Si usted quisiera desaparecer, doctor, ¿en dónde se escondería?_ me preguntó, cambiando radicalmente de tema.
_ Algún vuelo privado, algún yate en algún puerto, donde seguro no me encontrarían. O me escabulliría entre la multitud, porque sé que puedo pasar desapercibido.
_ Y sin embargo, no encontramos nada por ése lado, tampoco. Ni siquiera en terminales de ómnibus.
_ Es como si se lo hubiese tragado la Tierra. No concibo que nadie lo haya visto ni sepa nada sobre su paradero.
_ Si pretende huir, no contactará a nadie. Pudo haber mentido sobre su próximo destino para que nadie le siguiera el rastro.
_ Ahí afuera hay alguien que sabe algo, inspector Dortmund. No será tarea sencilla encontrarlo.
_ Mañana pondremos manos a la obra. Lo mejor es irnos a dormir. La mente necesita estar descansada para pensar y trabajar con mayor claridad.
La mañana siguiente nos agarró con una noticia que nos impactó profundamente. Las ropas del señor Alarcón fueron encontradas a la orilla de la laguna Epecuén, en Carhué, al oeste de la provincia de Buenos Aires. Tiene una extensión de 160,3 kilómetros cuadrados con una profundidad de diez metros, por lo que los prefectos encargados de la investigación estipularon que no iba a ser tarea sencilla hallar sus restos si la corriente lo arrastró. Era pleno otoño y el viento por ésas zonas soplaba muy fuerte. El hallazgo puso al descubierto su desaparición, ya que no se había hablado de ella antes para evitar entorpecer la búsqueda. Si se sabía que era intensamente buscado, se podía esperar que ocurriese cualquier cosa y no se estaba en condiciones de correr riesgos de ninguna clase. Por las imágenes y la información, había más de cien agentes y treinta buzos emprendiendo la búsqueda del cuerpo. La familia no hizo declaraciones de ningún tipo y fue una buena elección desde mi punto de vista. Pero Dortmund no despegaba los ojos de las ropas encontradas en la escena y que la propia familia hizo sobre ellas un reconocimiento positivo.
_ Esto es extraño_ dijo mi amigo pensativo._ El estado de las prendas es impecable, no están percudidas ni perjudicadas por factores climáticos. Contrariamente, están muy bien dispuestas.
_ Si estaría realmente perdido allí_ reflexioné lentamente, repasando en mi cabeza los últimos sucesos, _ la vestimenta tendría que estar dispersa, arrugada y con el sello del frío plasmado. Aun así, parece que la dejaron alevosamente con alguna doble intención.
_ Exacto, doctor. Además, su documentación y pertenencias, según pude apreciar, están intactas. Y si no pretendiera ser encontrado, sería un grosero error de su parte dejar evidencia que ayude a su identificación.
_ A no ser que pretendiera que lo identificaran.
_ Y aun así, no veo algo lógico en todo esto.
_ Tampoco las circunstancias responden a un secuestro.
Admito que me lucí haciendo alarde de mis deducciones frente a Dortmund, aunque él no me lo reconociera, pero estaba sumamente satisfecho de mí mismo y traté de no demostrarlo abiertamente ni para incentivar ni para lastimar su arrogancia.
Sonó el teléfono. Dortmund atendió empujado por cierto apuro. Estuvo entretenido unos cinco minutos y cortó la comunicación. Vino directamente a mí con cierto brillo en sus ojos. Y eso en él era una excelente señal.
_ Era Alicia Balandra, la madre del señor Alarcón_ me comentó emocionado.
_ Por su aspecto, intuyo que recibió grandes noticias de ésa humilde dama_ le repliqué con cierta ansiedad por conocer las últimas novedades.
_ Su otro hijo, Fabio Alarcón, que vive desde hace siete años en Ecuador; llamó hace dos días anunciado que vendría de visita a Buenos Aires. Llegó, asaltó a un policía al que dejó severamente lastimado y ahora está detenido por ése mismo incidente.
Miré a Dortmund resignado y contrariado.
_ Las cosas se complican, por lo visto.
_ Al contrario, se aclaran. Todo coincide, doctor: las ropas encontradas en el lago y decenas de policías buscando allí inútilmente algo que nunca encontrarán, el arresto inminente del señor Fabio Alarcón... Todo tiene sentido para mí.
_ Explíquese porque estoy mareado.
_ Muchas empresas bajo la órbita del señor Daniel Alarcón estaban dispuestas a evitar que el mismo les cobrase millones de pesos que le deben, hace meses, siendo capaz de cualquier cosa para evitarlo porque ése dinero, estoy absolutamente seguro, fue desviado con fines ilegales y nuestro desaparecido es consciente de eso y del peligro que representaría interponerse en medio de la operación queriendo cobrarles lo que le corresponde. Alarcón prevé el peligro y recurre a su hermano. De mis averiguaciones supe que aquél tiene una casa de veraneo en Colonia, Uruguay. Por lo tanto, cuando el señor Daniel le expone a Fabio sus temores, el primero viaja desde Buenos Aires a Colonia y el otro lo hace desde Ecuador. Se reúnen en ésa casa y trazan un plan, que consiste en que Daniel Alarcón tome el lugar de Fabio Alarcón. Para ello, acuden a un cirujano plástico de extrema confianza que cambia la apariencia por completo de Daniel Alarcón y lo hace verse como su propio hermano. Le anticipo que no voy a examinar los registros de operaciones de un posible médico que tengo en mente (me reservo el derecho a revelarle cómo obtuve el dato) porque es más que claro que los datos alegados son falsos.
El señor Fabio Alarcón procura permanecer ahora oculto en Colonia. Le da su ropa y sus pertenencias personales a su hermano. Antes de partir para Argentina, Fabio llama a su familia y le dice que viajará a visitarlos dentro de dos días. Durante ése tiempo, Fabio Alarcón esconde a Daniel Alarcón, quien esperó el momento preciso para viajar al país. Tuvo que trasladarse en un chárter privado porque si viajaba por alguna empresa de renombre, correría el riesgo de ser descubierto y echaría por tierra todo el plan tan brillantemente elaborado.
Una vez en el país y ya caracterizado fielmente como Fabio Alarcón, el señor Daniel va hasta la laguna Epecuén y abandona sus prendas y toda su documentación creando una extraordinaria pista falsa, que como acaba de contemplar, dio sus frutos. Pero tiene que esconderse y la cuestión se zanja cuando, por obvias razones, no tiene a quien recurrir para reclamarle hospedaje. Su familia es demasiado inteligente como para no advertir el ardid. Y se le ocurre radicarse en el único lugar en donde a nadie se le ocurriría jamás buscarlo: la cárcel. Sólo tiene que atacar a un oficial de policía para asegurarse unos meses adentro y mientras tanto, durante ése tiempo, pensar qué hacer en lo sucesivo. Una manera increíblemente buena de escapar de los problemas.
No dije nada. Estaba tratando de digerir la explicación que extraordinariamente acababa de exponerme mi amigo. Admito que me había terriblemente desacostumbrado a las fortuitas conclusiones dortmunianas. Pero aquélla me sorprendió más que ninguna otra.
_ ¿Está usted seguro de todo esto? ¿Puede demostrarlo?_ le dije todavía obnubilado a Dortmund.
_ ¿Duda de mis métodos?_ me preguntó tajante.
_ No, por supuesto que no.
_ Me haré una escapada fugaz a Uruguay a hablar con el señor Fabio Alarcón. Es la mejor evidencia que poseo para confirmar la historia. Pero, me quedan dos dudas que aún no logro resolver.
_ ¿Cuáles?
_ Cómo decirle la verdad a la familia, más aún a la señora Balandra; y sobre todo... A la Policía.