Sean Dortmund tenía tres medios diferentes, aunque no tan diferentes
unos de otros, de hacerse de algún caso complicado e interesante que requiriera
su intervención. El primero, era por intermedio del jefe de la División
Homicidios de la Policía Federal, el capitán Eugenio Riestra, quien le
consultaba en persona cada vez que el procedimiento de alguna investigación en
curso le impidía avanzar. El segundo, era ayudando también al capitán Riestra
en la misma escena del crimen, interrogando testigos; estudiando los hechos,
pero sobre todo, observando. Observando y deduciendo. Las vagas impresiones de
la escena que estimulaban su imaginación resultaban más genuinas que cualquier
evidencia concreta. Ese era su gran secreto, que a lo largo de su vasta
trayectoria de casos resueltos en el país, demostró que siempre le dio
resultados altamente eficaces y extraordinarios, partiendo principalmente para
ello, de un detalle muy puntual e intrascendente a primera vista, que la
Policía siempre ignoraba deliberadamente. Esto injería en que muchas veces
casos que aparentaban trastocar una trama peculiarmente enmarañada y compleja,
terminaran siendo de una sencillez inmensa e inesperada.
Ejemplos que pueden servir para enunciar toda ésta serie de cualidades
expuestas son el robo del collar de oro en el tradicional Tren a las Nubes de
Salta, que el inspector Dortmund resolvió a través del capitán Riestra sin
siquiera haber estado presente en el lugar de los hechos. El curioso incidente
del nuevo inquilino que se mudó al mismo edificio en donde vivía Dortmund y que
casi lo arrestan por error por considerarlo un estafador a nivel internacional,
si no fuese por el gran talento que Sean Dortmund desplegó para descubrir al verdadero
culpable y desdeñar toda una historia de fondo interesante que arraigaba
asimismo un inusual ardid bien pensado y ejecutado. O el asesinato de un
miembro de la Realeza española en un hotel de Rosario. O el pequeño problema
del falso alquiler para fraguar los intereses de una inmobiliaria y cobrar
dinero extra. O el caso de la bailarina de tango que asesinó a su compañero de
baile poseída por los celos y la traición, de una forma brillantemente original
y eficaz, sólo por nombrar alguno de los miles de casos en los que se vio
involucrado y triunfó en cada uno de ellos de manera concluyente y original.
Pero toda regla dispone de sus
excepciones. Y es que el siguiente caso llegó a manos de Sean Dortmund por mero
accidente, una mañana de abril mientras compartía un desayuno con su amigo, el
capitán Riestra. SI bien no pone de manifiesto al cien por ciento todas y cada
una de las virtudes anteriormente ponderadas, las características del caso
fueron tan inverosímiles y algo fuera de lo común, que merecen ser narradas
aunque sea de un modo breve y conciso.
_ Insisto en que los criminales no son metódicos_ veneraba Riestra con
un aire de superioridad sobreactuado, que despertó la simpatía de Dortmund._ O
al menos los que aparentan serlo, lo disimulan muy bien porque en el fondo
tienen su orgullo herido. El pretender no dejar rastros en la escena de un
crimen para evadirse de la ley les alimenta su ego hasta que llega un punto en
que el intentar bajarlos de lo más alto del pedestal puede resultar peligroso.
Dortmund entrelazó sus manos por detrás de la nuca y miró a Riestra
fijamente con una expresión afable y dominadora.
_ Puedo estar o no de acuerdo con alguna de sus apreciaciones, capitán Riestra_
adujo._ Pero sí puedo relativizar su criterio lógico con un axioma sostenido
por la certeza de los hechos y que nadie, hasta ahora, ha podido contradecir de
forma fehaciente ni por muy lejos.
_ ¿Cuál, Dortmund? Me intriga conocer su respuesta.
El inspector se puso de pie erguido frente a su visitante, pasó sus manos
entrelazadas a atrás de su cintura y lo miró con cierto brillo en su mirada que
sus ojos destellaban.
_ Ningún criminal escapa a mi infalibilidad_ afirmó con aire de
grandeza._ Hagan lo que hagan, siempre caen en mi red. Y usted es el mejor
testigo que conozco para respaldar lo que digo.
_ No voy a discutir eso con usted. Su agudeza mental es admirablemente
superior a la de cualquier mortal en ésta Tierra. Es una gran suerte haberlo conocido.
_ Tiene que aprender, no obstante capitán Riestra, a ser más meticuloso
y a trabajar desde una perspectiva más solemnemente deductiva y artera. Si se
pusiera a razonar debidamente cada detalle que aparece en una escena de crimen,
se sorprendería hasta de usted mismo de todos los resultados que sería capaz de
alcanzar. Sólo es cuestión de saber observar con buen ojo clínico y analizar
todas las vertientes que ofrece dicha observación preliminar. La imaginación
hace el resto.
La interesante charla catedrática que ambos hombres mantenían se vio
seriamente afectada por los violentos toques desesperados que una dama
propinaba en la puerta de entrada, hundiendo hasta el fondo los nudillos. Sin
perder tiempo, Dortmund y Riestra acudieron en su ayuda. Se encontraron con una
mujer de aspecto elegante, joven, treinta a treinta y cinco años
aproximadamente, piel blanca, cabello negro rizado hasta la altura de los
hombros y de estatura media. En esos momentos, sus ojos estaban desencajados y
emanaban una especie de fulgor que refulgía temor y pánico. Su rostro estaba
lívido y sus manos temblaban vertiginosamente contra su propia voluntad.
Sean Dortmund la hizo entrar de inmediato, mientras el capitán Riestra
corroboró que nadie la siguiera. Cuando lo hizo, cerró la puerta y corrió en
auxilio de la dama. El inspector la había sentado en una silla al lado de una
ventana abierta para que le diese el aire fresco y le había dado de beber un
vaso con agua para que se calmase. Era más que claro que aquélla extraña
visitante había pasado recientemente por una experiencia traumática y que
estaba escapando de una o más personas que la perseguían por motivos
desconocidos.
Cuando finalmente pudo reponerse por completo después de unas pocas
horas, se presentó formalmente ante los dos caballeros y pidió sinceras
disculpas por su intempestiva e inusual llegada. Su voz era débil y cansada,
aunque hablaba articuladamente y sin inconvenientes. Su carácter era reservado
y pasaron algunos minutos hasta que ella entró en confianza y le expuso su caso
a Dortmund y Riestra.
_ Puede hablar con total libertad frente a nosotros, señorita_ la alentó
el inspector, benevolente._ El caballero aquí a mi lado es el capitán Eugenio
Riestra de la Policía Federal y yo soy Sean Dortmund, investigador privado y a
su vez asesor de la Fuerza en cuestión. Por favor, le ruego nos cuente su
problema fielmente para que la podamos ayudar.
Todavía estaba en un estado de excitación bastante importante. Pero se
concentró, respiró profundamente y una vez que se sintió repuesta del todo,
comenzó a hablar gradualmente.
_ Dudo que puedan ayudarme. Si ese tipo me encuentra, me mata_ auguró
con escepticismo y convicción la mujer en cuestión.
_ Mientras permanezca acá con nosotros, estará más a salvo que en
cualquier otro sitio, no lo dude_ le dio su palabra el inspector.
Ella se sintió segura con el tono de su voz y narró los hechos sin reparo
tal como sucedieron.
_ Me llamo Nadia Zuloaga. Hasta hace unos meses atrás, trabajé como
recepcionista en un estudio de abogados en pleno Microcentro. Pero tuve ciertas
divergencias con mi jefe y renuncié, y desde ése momento, que estoy sin
trabajo. Busqué incansablemente en todos los avisos clasificados de todos los
diarios que puedan ustedes imaginarse, hasta que vi un anuncio en el
que solicitaban mujer joven con buena presencia para desempeñarse como empleada
administrativa en una firma multinacional. Me pareció raro que la aspirante a
ocupar el cargo debía disponer de ciertas cualidades físicas y personales como
menester para acceder a una entrevista laboral.
_ ¿Qué cualidades, señorita Zuloaga?_ preguntó Dortmund con sumo interés
en el relato de la joven.
_ Alta, morocha, joven, simpática y elegante, entre las principales. Me
pareció una solicitud sospechosa, pero como yo respondía a todas ellas y
necesitaba realmente el trabajo, le resté importancia al asunto y consentí en
presentarme y adjuntar un currículum sin objeciones de ningún tipo. Envié toda
la documentación por correo postal y no tuve noticias de la empresa hasta la semana
siguiente.
_ ¿Cuál era el nombre de la compañía?_ quiso estar al tanto
Riestra, ávidamente.
_ S&N. Es todo lo que puedo decirle en lo concerniente a su duda_
respondió la dama algo confundida.
_ ¿La había escuchado nombrar anteriormente?
_ No, jamás la sentí nombrar.
_ ¿Hace cuánto de todo esto?_ se interpuso Dortmund, amablemente.
_ El anuncio salió publicado hace unas tres semanas y hace dos que
recibí una respuesta favorable de parte de ellos_ respondió Nadia Zuloaga, un
poco más calmada.
_ Por favor, prosiga. ¿Qué sucedió cuando se presentó a la entrevista?
_ Me mandaron una citación por correo. Lo curioso es que la carta no
tenía matasellos y al principio desconfié de asistir a la reunión. Pero, como les dije
en un principio, realmente necesitaba trabajar y no podía darme el lujo de rechazar la
oferta con todo el trabajo que me costó conseguirla. Así que decidí
presentarme.
_ ¿Interpusieron alguna condición adicional a las ya plasmadas en el
aviso para la entrevista en sí?_ inquirió sumamente atraído por el relato, el
capitán Riestra.
_ Iba a comentárselo a continuación. Me exigieron ir vestida con una
clase de vestido muy particular. Debía ser de seda, color negro, de encaje,
decorado con lentejuelas y ornamentos con diseños en dorado. Eso me pareció más
extraño que las condiciones explicitadas en el diario. Sabía que algo no estaba
bien y que algo muy grande se escondía y estaba en juego. De lo contrario, esas
peticiones no tendrían ningún sentido de ser. Confieso que estaba algo asustada
y nerviosa, pero decidí igualmente arriesgarme, pensando que nada malo podría
ocurrirme particularmente a mí. Le pedí a una amiga mía que me prestara un
vestido de tales características, que sabía que tenía uno porque lo usó una vez
en un casamiento. Me presenté a su oficina puntual a la hora fijada y
francamente el ambiente me produjo mayor miedo que todo el resto del asunto. La
oficina estaba prácticamente desnuda. Sólo tenía un escritorio apenas con
algunos documentos arrumbados encima y dos sillas, una en cada extremo de la mesa. Por
lo demás, estaba vacío. El hombre que me recibió dijo llamarse Jorge. Alto, de
unos cuarenta y tantos años, corpulento, con una personalidad fuerte y una
persona muy segura de sí misma a primera vista. Amable y caballero. Quiso
justificar que la oficina estaba deshabitada porque hacía poco que se habían
instalado ahí y faltaban muchas cosas por acomodar. Pero lo cierto es que no le
creí en absoluto ése argumento porque no vi cajas con embalajes por ningún
rincón. Y eso, de algún modo, vino a confirmar mis sospechas de que algo raro
estaba sucediendo, aunque no era capaz de entrever exactamente de qué se
trataba todo eso. Me pidió disculpas por hacerme ir hasta ahí inútilmente,
porque en ésas condiciones tan incómodas, no podía entrevistarme. Y me postergó
el encuentro para hoy temprano a la siete. No me opuse, claro. Pero, si me
preguntan si hubo algo raro en el tipo en sí, por supuesto que lo
hubo. Ni bien abrió la puerta para recibirme y contempló mi vestuario, sus ojos
brillaron como dos faroles y sus mejillas se tornaron de un color rojizo insondable.
Pero lo más extraño fue cuando me fui, que vi de espaldas a una mujer vestida
idénticamente a mí_ Pronunció eso último con remarcada efervescencia.
Cerró los ojos por un momento y los volvió abrir a los pocos segundos.
Apretó sus manos empuñadas como quien contiene su enojo y continuó.
_ Eso me horrorizó terriblemente. Y ya a ésa altura, no sabía qué
pensar. Si yo estaba tomando su lugar o ella el mío, y mucho menos, qué rol
desempeñaba en toda ésta intrincada cadena de eventos enturbiados y temerosos.
_ Y aún, así y todo, optó por volver hoy a las siete_ dedujo Dortmund
con inteligencia.
_ Sí. Pero fui empujada ya por la curiosidad de saber qué cuernos estaba
pasando ahí. Y cuando llegué, golpeé y me abrieron, el mismo hombre amable de
la primera vez me atacó con un revólver, tirándome a mansalva. Me corrió unos
cuantos metros sin mediar palabra y sin dejar de disparar su arma en ningún momento, hasta que logré
escabullirme y perderle el rastro de forma definitiva. Y francamente, me siento
afortunada, porque de alguna manera que aún no me explico, logré huir de una
muerte casi segura. Corrí desesperadamente en busca de ayuda hasta que di
con ustedes por pura casualidad después de tocar timbre en otros
departamentos y acá estoy. Esos son los hechos. Dejo todo en sus manos,
señores.
_ ¿Vio si este extraño personaje o alguien más la siguió?
_ No, estoy completamente segura de que nadie me siguió.
_ Por el momento, estará más segura acá con nosotros. Le prepararé un
cuarto para que descanse y tendrá a su disposición todo lo que necesite.
_ Le estoy inmensamente agradecida.
Sean Dortmund llevó a Nadia Zuloaga hasta el cuarto de invitados y
volvió enseguida a reunirse con el capitán Riestra en el comedor.
_ ¿Y bien, Dortmund?_ dijo el capitán Riestra obstinadamente_ ¿Alguna
idea al respecto? Porque yo lo veo todo muy oscuro.
_ Creo que está todo suficientemente claro desde mi punto de vista_
sostuvo el inspector._ Ésta historia está compuesta por seis elementos
primordiales y por demás, interesantes: el aviso del periódico sobre una mujer
con rasgos específicos para cubrir el puesto, la exigencia de ir vestida con
determinado atuendo a la entrevista, la oficina deshabitada, el matasellos ausente
en la misiva enviada a la señorita Zuloaga, la misteriosa mujer con el mismo
vestido exigido por nuestro hombre y el cambio de día para la supuesta
entrevista, falsa desde luego. ¿A dónde nos conducen todos esos elementos
juntos si los unimos adecuadamente con un mismo hilo conductor? Piense, capitán
Riestra. Y piense porqué querrían muerta a nuestra pobre huésped.
_ No se me ocurre nada lógico.
_ De eso le hablaba justamente antes de la imprevista interrupción de la
señorita Zuloaga. Bien. Este caso, principalmente su modus operandi tan
excéntrico si quiere calificarlo así, me remite al caso del hombre del retrato
que llegó a mi conocimiento por medio de la señorita Cecilia Graviño que
solicitó mi ayuda. Fue secuestrada y la hicieron dibujar a un hombre que ella
no conocía. Y todo respondía a una historia de traición, venganza y desencantos
amorosos. Y estoy convencido de que esto no es muy distinto de aquello.
_ Recuerdo el caso perfectamente. Pero, en este caso en particular, se
me hace extremadamente difícil imaginar porqué alguien desconocido querría
muerta a una mujer también desconocida por ellos.
_ Este extraño personaje, Jorge, tal es su nombre ficticio, es un miembro
de una organización criminal mafiosa y la dama en cuestión es la prometida del
jefe de dicha organización. Partamos de estos supuestos que espero convertir en
certeza muy pronto. Sabemos por regla general que involucrarse con la mujer de
un jefe mafioso es sinónimo de una muerte segura. Así que es claro que ambos
tienen que mantener su romance oculto por completo del resto. Todo marcha de
acurdo a lo previsto hasta que accidentalmente Jorge y su amante son
descubiertos por uno de los miembros de la misma organización. Suponen entonces
que ésa es su sentencia definitiva. Pero sin embargo aquél tercer miembro apela
al silencio a cambio de obtener una ventaja personal de la situación. Les
impone condiciones a la pareja clandestina que ambos deben respetar si quieren
vivir, porque de lo contrario, sería el fin para los tres. Alguien que oculta
una relación así al jefe de la organización también es un traidor y también
merece morir.
<Ellos dos estaban tan compenetrados y enamorados que aceptan las
reglas del juego. Las cumplen hasta que cierto día algo sale mal y el plan se
desmorona abruptamente. Sus vidas se ven seriamente amenazadas porque, como era
de esperarse, el fiel adepto del Jefe lo pone en aviso sobre la aventura que su
mujer y uno de sus súbditos más leales mantienen a sus espaldas. Él entonces
atrapa a la pareja feliz. Pero no tiene intención de matarlos. Al menos decide
tender un manto de piedad sobre él y le da una única posibilidad de demostrar
su honestidad. ¿Qué le pide a cambio? Que la mate a ella en un plazo de tres
semanas como mucho. Y le da ese tiempo prudencial sólo porque imagino que debe
arreglar algunos asuntos vinculados con ella, antes.>
<Entonces, al caballero que se hace llamar Jorge se le ocurre una
idea fenomenal: esconder a su amante, buscar a una sustituta, matarla para que
el Jefe de la banda crea realmente que cumplió con su mandato y que le sigue
siendo fiel, y así mantener a su amada a salvo, mientras todos creen que
realmente la mujer del Jefe está muerta por despojarse en los brazos de alguien
más. Por eso, las extrañas exigencias en el aviso del falso empleo publicado en
el diario. Ése fue un señuelo perfecto. Y por poco, la señorita Zuloaga termina
muerta por caer en la trampa. El engaño resultó tan sutil, que casi rinde sus
frutos inflexiblemente. El plan era dejar el cuerpo de la señorita Zuloaga a la
vera de algún lugar determinado para que sea encontrado en virtud de sus
intereses, mientras Jorge y su amante probablemente cruzaban el Río de la Plata
para ir a Uruguay, donde ella permanecería oculta casi de por vida, teniendo la
certeza de que la mafia nunca descubriría la verdad del asunto. Es como una
Elena de Troya en la vida real de la mafia. Porque si la artimaña es descubierta,
la guerra será inevitable y varias vidas correrán peligro.>
_ ¿Cómo deduce lo del supuesto viaje a Uruguay, inspector Dortmund?
_ Simple. Nadie cita a ninguna a persona a horarios irrisorios, como
ser las siete de la mañana, para celebrar una reunión laboral. Y sabiendo que
los primeros buques parten a partir de las ocho de la mañana desde Puerto
Madero, queda todo más que claro en ése aspecto.
_ ¡Por el amor de Dios, Dortmund! Me rindo ante su explicación. Fue
realmente implacable. Entonces, concluyo que Jorge citó a Nadia Zuloaga en su agencia
que operaba en realidad como madriguera y ella vio a la dama por la que pretendían
tomar su vida. Por eso postergó el plan para unos días después. No quería
correr riesgos innecesarios. Aunque no sé entonces, porqué la citó en especial
para ése día sabiendo que su amante iba a estar presente. Podía suponer que la
señorita Zuloaga sospecharía algo.
_ Exacto, capitán Riestra. Ése es uno de los puntos que faltan aclarar todavía.
Como ve, todo encaja y se ajusta perfectamente a los detalles y hechos
proporcionados por la señorita Zuloaga. Y como también advertirá, ella estará por ahora más a salvo aquí que en
cualquier otro lugar, por lo menos hasta que descubramos exactamente quiénes son estas
personas y podamos capturarlas desde la primera hasta la
última.
Nuestra huésped debe darnos ésa carta que dijo que recibió porque es una prueba
fundamental. No creo que ésa oficina que sirvió de guarida por unas semanas
conserve aún evidencias de algún tipo. La gente de la mafia es muy
estricta.
_ ¿Cómo siguiere que continuemos, Dortmund?
_ Ése ya es problema suyo, capitán Riestra. Lo dejo enteramente en sus
manos.