lunes, 29 de enero de 2018

Pólvora en el agua (Gabriel Zas)




Como miles de otras tantas veces, este caso llegó a nuestro conocimiento por intervención de nuestro buen amigo, el capitán Riestra. Sin embargo, cuando le consultó a         Dortmund, él estaba ocupado en otro asunto más importante y se excusó ante el capitán, que pareció ofenderse y sorprenderse por la decisión del inspector. Le insistió incansablemente hasta que recurrió a un método poco ortodoxo pero eficaz para obtener de Sean Dortmund la ayuda solicitada.

_ Creo en su capacidad, Dortmund_ lo aduló Riestra._ Y creo que en el mundo no existen dos iguales a usted. Y por eso, podemos hacer más interesante mi ofrecimiento, si usted me lo permite.

Captó la atención de Dortmund de inmediato.

_ ¿De qué clase de ofrecimiento se trata, capitán Riestra?_ inquirió él con súbito entusiasmo.

_ Si logra resolver el caso que estoy investigando en menos de tres horas a partir de ahora, le pagaré cinco mil australes.

_ ¿Me está sobornando?

_ No, le estoy apostando. Si no cumple, usted me deberá el dinero a mí. ¿Acepta?

Sean Dortmund dejó lo que estaba haciendo y le respondió al capitán con un esbozo.

_ Cuéntemelo todo_ dijo.

_ El crimen ocurrió en una quinta en Villa Devoto en medio de una fiesta que daba su anfitrión, llamado Hernán López, quien casualmente resulta ser la víctima fatal en cuestión. Estaba nadando en su pileta y de repente los otros invitados, todos conocidos y allegados suyos, escucharon un sonido similar al de una botella desconchada y vieron sangre fluir del cuerpo del señor López que estaba flotando boca abajo. Todos se conmovieron, reaccionaron, gritaron, se descontrolaron, pero nada pudieron hacer. El disparo le dio directo en el pecho y la muerte fue instantánea. Y acá empieza el misterio.

Al momento del homicidio, el señor López estaba nadando solo, absolutamente solo, estilo pecho. ¿De dónde provino el disparo para impactarle justo en el corazón? Recuperamos el arma del agua pero está limpia. Los técnicos la van a analizar en detalle pero no esperan encontrar demasiado. Los resultados estarán listos recién para hoy a última hora.

_ ¿El crimen tuvo lugar ayer, capitán Riestra?

_ Ayer entre las cinco y las siete de la tarde, Dortmund. Los invitados fueron todos interrogados hasta el hartazgo pero no revelaron información de interés para la causa. El caso me está haciendo perder los estribos. Si al señor Hernán López le dispararon en el corazón mientras nadaba, el tiro tuvo que provenir desde afuera. Pero eso es imposible por dos motivos fundamentales: primero, porque disparar desde afuera de la piscina adelante del resto de los invitados hubiese sido extremadamente arriesgado. Y segundo, porque nadaba estilo pecho. Entonces, ¿cómo murió? El caso me excede. Y a no ser que usted me ayude, voy a enloquecer.

_ ¿Todos los invitados están limpios?

_ Examinamos los antecedentes de cada uno de ellos. Ni una sola mancha en su historial judicial ni asignaturas pendientes con la Justicia. Y ninguno tenía motivos para matar al señor López.

_ Eso no es del todo cierto, capitán Riestra, porque si lo mataron, alguien tenía un motivo.

_ ¿Cuántos invitados eran en total?_ pregunté.

_ Doce_ contestó el capitán Riestra._ Examinamos sus coartadas, sus ubicaciones al momento del asesinato, todos los ángulos posibles...

_ Hábleme del señor López_ le sugirió Dortmund.

_ Se mudó a esta quinta hace tan sólo dos meses. Organizó la fiesta para presentársela oficialmente a sus amigos.

_ ¿Cómo la adquirió?

_ La compró con plata que su padre le dejó de herencia. El señor Francisco López falleció por una insuficiencia cardíaca severa, producto del cigarrillo.

_ ¿Y su madre?

_ Vive en Necochea. Ya sabe lo que pasó con su hijo. Viene en micro, llega hoy a última hora de la noche.

_ ¿Era hijo único?

_ Afirmativo, Dortmund.

_ ¿Algo más sobre el señor Hernán López?

_ Compró varias cosas costosas en las últimas semanas y pagó deudas atrasadas que ascendían a los treinta y cinco mil australes. La discrepancia es que su sueldo no era suficiente para acceder a tantos lujos.

_ ¿De dónde sacó el dinero, entonces?_ interpuse.

_ Estamos trabajando en eso, pero hasta ahora no encontramos nada anormal en sus finanzas. Esperamos que la madre pueda contestarnos al respecto. Quizá sepa algo que nosotros ignoramos.

_ ¿Es posible que las deudas las saldara con la diferencia que le quedó de entre lo que le dejó su padre como herencia y lo que le sobró de ella?_ preguntó reflexivo mi amigo.

_ Lo investigamos. Ése resto lo utilizó para amueblar la propiedad.

_ ¿Cuándo fue construida la residencia, capitán Riestra?

Miramos a Dortmund azorados.

_ ¿Importa eso?_ interrogó Riestra.

_ Es posible que sea la base de todo el caso y que explique el origen de su dinero_ disipó el inspector.

Con el capitán no comprendimos demasiado el punto de vista de Dortmund, pero Riestra le solicitó a la inmobiliaria que le vendió la propiedad al señor López los pliegos de licitación, las escrituras de la quinta, los planos y todo lo referente a ello para certificar la información requerida por Sean Dortmund. La casa se construyó en 1973 sobre un terreno baldío.

_ Hubo una gran cantidad de estupefacientes que desaparecieron y nunca fueron encontrados_ comentó mi amigo cuando Riestra le proporcionó dichos datos._ El traficante se llama Ricardo Rial y está preso desde entonces. Pero nunca le reveló a la Policía el escondite de ése motín de estupefacientes, valuado en más de diez millones de australes, según me notificó una fuente amiga.

_ ¿Usted sugiere que eso fue enterrado en dicho terreno baldío y que el señor López lo encontró de casualidad y lo vendió a otros contrabandistas?_ preguntó Riestra, asombrado y con brillo en sus ojos.

_ Las fechas coinciden y además explicaría de dónde el señor Hernán López consiguió la plata para comprarse cosas ostentosas y saldar completamente deudas atrasadas. Supongamos así que el señor Rial planeó desde la cárcel recuperar lo que era suyo y contactó a alguien de afuera para que hiciera el trabajo. Seguramente, él y su cómplice intercambiaban información a través de misivas que eran ocultas en las mangas de sus prendas, donde planearon todo el golpe y el señor Rial le facilitó a su contacto la ubicación exacta en donde la mercadería estaba enterrada. Pero cuando su cómplice fue hasta allí, se encontró con una lujosa quinta levantada encima del tesoro. El plan ahora es ganarse la confianza y amistad del señor López. El objetivo es alcanzado pero él es una persona presumida y se ufana de su descubrimiento y revela lo que hizo con él. Desconoce que le revela dicha información al enemigo y firma de este modo su sentencia de muerte. El señor Rial da la orden de matar desde la prisión y su cómplice encuentra en la fiesta el momento ideal para asesinarlo.

_ ¡Su teoría es brillante! ¿Pero, cómo dispararon? Ése punto sigue siendo un completo misterio.

_ Con los dedos de los pies. El asesino estaba sentado en la orilla de la pileta con los pies dentro del agua, sosteniendo discretamente el arma. El señor Hernán López nadó y cuando pasó justo por debajo de los pies del asesino, aquél apretó el gatillo seguramente con el dedo gordo de uno de sus pies causándole la muerte al instante. Inmediatamente, deja caer el arma y finge sorpresa y estupor como los demás invitados.

El capitán Riestra se quedó sin palabras ante el fantástico relato de mi amigo y fue hasta la penitenciaria de Marcos Paz para ver los registros de visita del señor Ricardo Rial durante las últimas semanas. Sólo lo visitó reiteradamente una sola persona: Soledad Rial, su hija, casualmente presente en la fiesta del señor López. El capitán logró conseguir una orden de detención en contra de Soledad Rial, quien por recomendación de su abogado defensor, confesó todo y su declaración de los acontecimientos coincidió en todos sus puntos con la versión de Sean Dortmund.

_ Ayudó a la Policía Federal a cerrar dos casos juntos_ le dijo Riestra al inspector, mientras le esbozaba una sutil sonrisa._ Le estoy sumamente agradecido.

Le estrechó la mano, pero Sean Dortmund rechazó el saludo. Miró al capitán con insolencia y una sonrisa enigmática. Y extendiendo descaradamente su mano palma arriba, dijo.

_ ¿No se olvida de algo, capitán Riestra?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


La casa abandonada (Gabriel Zas)





La hermosa joven que se nos presentó a Dortmund y a mí aquélla tormentosa y fría mañana de julio se llamaba Rosalía Teruel. Era joven, fresca y muy agradable en su trato. Pero esa vez estaba inquieta y preocupada. Era martillera pública y el motivo de su consulta iba en detrimento con su profesión. Después de las presentaciones formales y de rigor, mi amigo la invitó a ponernos al tanto de su problema.

_ Seré muy breve_ dijo_ porque no soy buena relatando historias y mucho menos adornándolas con detalles y cosas por el estilo. Les diré los hechos en sí tal como sucedieron y júzguenlo ustedes mismos por sus propios medios.

En la esquina de Irigoyen y Falcón, en Villa Luro, hay una casa que perteneció tiempo atrás al dueño de un prestigioso colegio privado de la zona, el señor Manuel Griera. La escuela República de Noruega, tal era el nombre de la institución, fue bajando la calidad de su enseñanza paulatinamente, lo que hizo que muchos padres desistieran de seguir llevando a sus hijos ahí y que consecuentemente llevó a la quiebra de la entidad a los pocos meses. Cuando el colegio cerró definitivamente sus puertas hace un año atrás, las deudas asomaban por todos lados. Y como no podía saldarlas y carecía de recursos para juntar todo el total de lo que debía, puso como garantía su casa y asfixiado por perderlo todo, se suicidó hace seis meses atrás envenenándose. La Policía certificó que el señor Griera mezcló en un vaso de ron una dosis letal de un veneno que no dieron a conocer porque la causa se encontraba bajo secreto de sumario y lo bebió hasta la última gota.

Se supo a los pocos días que los tasadores asignados por los acreedores rechazaron tomar la casa como garantía de pago porque su valor era muy inferior al dinero que debía. Por el contrario, solicitaron una autorización legal de un juez Civil para embargar el colegio y cobrar de allí las deudas. El juez aceptó y la operación se concretó hace poco más de un mes.

Fue cuando se abrió la licitación, que mis socios y yo ganamos, para que alguna inmobiliaria de la zona vendiera la casa. Pero en seis meses, la vieja casa de Manuel Griera se desvencijó más de lo que estaba y la humedad la estropeó casi por completo, dejándola prácticamente en ruinas. La pusimos en venta por obligación, sin la esperanza de que alguien la comprara. Pero vinieron de la nada unos empresarios extranjeros y nos ofrecieron una gran suma para comprar el terreno de la casa porque querían abrir un pequeño negocio textil y el lugar se ajustaba perfectamente a sus necesidades comerciales. Al principio, nos rehusamos a venderla porque nos avergonzaba entregarla en tales condiciones insolubles y deplorables. Pero los caballeros dijeron que ese no era problema, que ellos mismos se encargarían de todos los arreglos. Y estaban muy ansiosos por firmar el contrato y cerrar el acuerdo. Después de unas horas de arduas negociaciones, cerramos el trato. El terreno les será entregado en dos días. Pero ayer pasaron una serie de cosas extrañas, que se resume que en total tres personas, dos hombres y una mujer, se interesaron en comprar la propiedad. Realmente estaban muy ansiosas por adquirirla. Les dijimos que ya habíamos cerrado el trato con otras personas, pero no se rindieron y ofrecieron pagarnos hasta el triple de lo que nosotros la vendimos. No había manera de hacerlos cambiar de opinión, hasta que cedieron a la situación y se retiraron.

_ ¿Fueron los tres juntos o por turnos?_ preguntó Dortmund.

_ Por turnos separados. No sé, pero hay algo inquietante en todo este asunto. Tengo la intuición de que así es y usted sabe inspector que la intuición de una mujer siempre es asunto serio y bien a considerar. Espero que usted pueda descubrirlo porque no me cierra la insistencia en querer comprar una casa abandonada habiendo otras mil veces mejores que ésa y por el mismo precio o más baratas, inclusive.

_ Su intuición es sabia, señorita Teruel. Hay realmente algo extraño de fondo y tengo una vaga idea de lo que puede llegar a ser, aunque no quiero aventurarme a conjeturar todavía nada sin pruebas. Dígame una cosa, ¿a cuánto vendió la vieja casa del señor Griera?

_ En ochocientos mil dólares.

_ ¿Y, cuál es su valor real de venta?

_ Sesenta y cinco mil dólares. Las otras personas que vinieron llegaron a ofrecernos hasta cuatro millones por ella. ¿Todo eso por una mísera propiedad abandonada? ¿A qué responde todo eso?

_ Seguramente, haya oculto algo de mucho valor, que más de uno está interesado en recuperar_ intercedí._ Puede ser mucho dinero en efectivo, lingotes de oro, joyas de todo tipo y tamaño, una colección de cuadros muy importantes...

_ Esas explicaciones suyas, doctor_ dijo Dortmund,_ responden más a la creatividad de un escritor de misterio que a la realidad misma.

_ ¿Supone que se trata de algo completamente distinto?

_ No lo supongo, lo afirmo. Algo muy distinto y más profundo_ y dirigiéndose de nuevo hacia nuestra visitante, añadió._ Señorita Teruel, ¿conoció en persona al señor Griera?

_ No. Su rostro no era muy popular que digamos. Cualquiera podía cruzarlo por la calle sin siquiera llegar a saberlo nunca_ repuso la muchacha.

_ Y si le muestro una serie de fotos, ¿podría reconocer a los caballeros que la visitaron ayer preguntando por la propiedad?

_ Por supuesto que sí.

_ Entonces, la contactaré en breve para que lo haga.

La despidió amablemente y volvió enseguida a reunirse conmigo.

_ Créame que no entiendo demasiado sus intenciones, Dortmund_ le dije a mi amigo, contrariado.

_ Dígame, doctor_ me replicó._ ¿Qué fue lo primero que llamó su atención de la simple pero interesante historia que nos contó la señorita Teruel?

_ Que el señor Griera se suicidó con veneno. Nunca escuché de alguien que recurriera a semejante método.

_ ¡Exacto! Bravo, doctor. Ahí tenemos la punta del ovillo. Ahora mire estos artículos de diario que salieron publicados durante estos últimos días.

Los titulares expresaban más o menos lo siguiente:

 

"Banda de ladrones sofisticada robó más de diez millones de dólares de un banco de Arizona, en Estados Unidos. Todavía el FBI no pudo dar con ellos y creen que por estas horas habrían abandonado el país"

 

"La Justicia argentina investiga asociación ilícita entre un juez Civil y unos agentes financieros que se hacen pasar por acreedores para estafar a grandes instituciones. El juez firmaría falsos embargos y falsas licitaciones para beneficiar a sus acreedores y él luego cobra un porcentaje de ésa transacción por su fraude. Hay un juez en la mira, pero no hay nada en su contra ni nada que permita identificar a los falsos acreedores involucrados en el fraude".

 

"El propietario de un colegio privado de Capital se suicidó usando veneno. La Policía descubrió que unos días antes del hecho, la víctima compró una parcela en el cementerio de Chacarita donde fue enterrado después de que el forense realizara la autopsia y los peritos avalaran la hipótesis del suicidio al descartarse presencia de terceros de la escena".

                                                                                                                                                                          

_ Créase o no, doctor, los tres casos están relacionados entre sí_ dijo mi amigo con ímpetu._ Le mostraré una foto muy peculiar a la señorita Teruel y su respuesta confirmará si tengo razón o no.

Me mostró la foto en cuestión y me quedé estupefacto al contemplarla. Y la señorita Rosalía Teruel la identificó positivamente como al menos uno de los hombres que fueron a su inmobiliaria a preguntar por la vieja propiedad del señor Manuel Griera. Pero mi amigo estaba convencido que los dos eran uno sólo y la mujer que fue por su cuenta, sería su cómplice.

_ Robo de identidad, fraude, estafa, asesinato, un falso suicidio... Esta historia lo tiene todo_ empezó explicando emocionado el inspector._ El modo que eligió el señor Griera para suicidarse y el ofrecimiento en dólares que hicieron para comprar la morada me pusieron sobre la pista cuando recordé los tres artículos del diario que le mostré antes, doctor. El mismo hombre ofertó dos veces cuatro millones y su cómplice, dos millones. El total de las tres ofertas iguala a la cantidad robada en Estados Unidos. Supóngase que robaron en otros países de América y esconden muy bien la plata en fondos falsos de valijas, bolsos y demás accesorios de viaje para que la Aduana no los detecte al arribar al país. Una vez en suelo argentino, tienen que sí o sí ocultar el motín. ¿Qué mecanismo emplearía usted, doctor, para esconder dinero robado y traído ilegítimamente desde afuera?

_ Lo lavaría, sin dudas, para darle apariencia legal. Conque, de eso se trata, ¿no?

_ Hoy está más lúcido que otras veces. Admirable su razonamiento. ¿Y qué mejor lugar para lavar todo ese caudal de dinero que un colegio privado? Pero, para eso, tienen que matar al verdadero dueño de la institución.

_ ¿Por qué ése colegio y no otro?

_ Porque estaba en quiebra y hacer el resto sería tarea sencilla para esta banda. Primero, falsifican identificaciones y actas del señor Manuel Griera para reservar bajo su nombre una parcela en el cementerio con cualquier excusa convincente, como alguna clase de enfermedad terminal o cosas por el estilo. Una vez alcanzado dicho objetivo, lo asesinan, entierran el cuerpo allí y uno de los integrantes de la banda toma su lugar, lo que resulta demasiado sencillo porque su cara no es conocida entre la gente de afuera. Termina de llevar la entidad hasta la quiebra definitiva y ya con ésa excusa, su reemplazante toma una dosis justa y medida de tetrodotoxina. Ése veneno, que se extrae del pez globo, es muy reverente en Estados Unidos. Este punto coincide con el robo consumado allá. La dosis mínima de tetrodotoxina disminuye hasta el más bajo nivel las pulsaciones imitando así un estado inerte que aparenta la muerte durante unas horas hasta que el efecto va desapareciendo progresivamente y la persona se reincorpora de su estado inducido por completo. Los peritos lo examinan, un falso forense firma el acta de defunción y el asunto está arreglado.

Fíjese que la imagen del señor Manuel Griera que publicaron en los medios es coincidente con la del hombre que visitó a la señorita Teruel a la inmobiliaria. No podían plasmar la foto del genuino señor Griera porque el fraude sería posiblemente descubierto muy pronto.

_ ¿Pero, y sus familiares?

_ ¡No tenía! Por eso fue más que perfecto. Los acreedores reales reclaman la deuda y ésta banda la paga. Y luego se encargan de hacer desaparecer todos los registros de la operación. Después, sencillamente montan la comedia del embargo con la complicidad del juez Civil para mantener el colegio como fachada e intentan recuperar fallidamente la vieja casa del señor Griera, que realmente fue vendida a empresarios extranjeros. Como no pudieron lograrlo en tres oportunidades diferentes, es posible que intenten algún golpe maestro para recuperarla. Por lo pronto, con toda ésa estratagema que orquestaron, se apropiaron brillantemente del colegio, el que seguro se restablecerá después de una serie de trámites burocráticos y legales, y seguirá funcionando como hasta hace un año, pero ésta vez desde cero. La escuela funciona y el negocio del dinero lavado lo pueden llevar a cabo sin inconvenientes, a la vez que recaudan la plata de las mensualidades que pagan los padres de los estudiantes que concurren al establecimiento como pantalla, ya que no dudo que alegarán falazmente que el dinero lavado ahí mismo se corresponde con el pago de las cuotas en cuestión. Pero tienen que recuperar necesariamente la casa abandonada que perteneció alguna vez al señor Manuel Griera para no dejar cabos sueltos. Y supongo que para eso, como la propiedad tiene que ser íntegramente restaurada, fingirán ser los contratistas encargados de llevar adelante todas las reparaciones demandadas contractualmente. Hay que ponerlo ya mismo en aviso al capitán Riestra.

_ ¿No podemos hacer algo nosotros mismos?

_ ¿No ve que no poseo ninguna evidencia que respalde la historia?

_ El cadáver del verdadero señor Griera resultaría una prueba irrefutable, Dortmund.

_ Pero, para desenterrarlo, hay que pedirle una orden de exhumación a un juez basada en argumentos lógicos. Y mientras decide si acepta o rechaza la solicitud, esta banda tiene mucho tiempo para remover el cuerpo, ocultarlo en otro sitio  y reemplazarlo por algo que permita darle solidez a todo su brillante ardid. No, hay que esperar a que den el próximo paso y hacerlos tropezar. Entonces, ahí los detendremos y sabremos quiénes son, los crímenes que cometieron, en dónde los cometieron, quiénes son sus cómplices y demás.

_ Es frustrante cuando se sabe la verdad, pero no se puede actuar.

_ No lo es, sin embargo, saber que nosotros somos más inteligentes que ellos. Es cuestión de tiempo, nada más.

_ ¿Ya pensó en algo, entonces?

_ Usted y yo sabemos muy bien quién es la misteriosa mujer que está con ellos. Así que, estimo que comprenderá porque le digo que será tarea sencilla sacarles la casa a los empresarios extranjeros que la adquirieron.

Y me guiñó el ojo con insolencia. Yo lo miré estupefacto y gravemente curioso e insatisfecho.

_ Siento que se está reservando algún tipo de información que se niega a compartir conmigo.

_ Sólo le diré que el capitán Riestra es un gran hombre, y que conoce muy bien su trabajo y lo que debe hacer.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

martes, 23 de enero de 2018

Inocencia contra culpabilidad (Gabriel Zas)










Astrid Boix, una humilde psicóloga que hacía poco había abierto su propio consultorio particular en el corazón del barrio porteño de Mataderos, apareció asesinada una mañana de mayo en su propio consultorio de un disparo en la cabeza. Y si bien había dos sospechosos potenciales, la historia que los relacionaba a ambos fue muy particular e interesante.

El primero de ellos se llamaba Octavio Cruz y era un asiduo paciente de la doctora Boix, con quien se atendía desde hacía más de un año por razones que nunca se dieron a conocer para respetar el secreto de confidencialidad entre paciente y licenciada. La única certeza que había al corriente era que lo que originó la consulta y el posterior tratamiento fue un trauma familiar, pero no se supo más allá de eso.  Parte de su declaración textual fue la siguiente:

"Me atendí con ella a las 11 a.m. porque ése día la doctora Boix me pidió ir específicamente antes porque al mediodía tenía que atender asuntos  de carácter estrictamente personal y de suma urgencia. Acepté, llegué puntual a las 11 y me liberó a las 11:30. Antes de retirarme, le pedí permiso para ir al baño y subí al primer piso por una pequeña escalera en espiral que había en el living que obraba de sala de espera. El primer piso estaba solamente conformado por dos baños, uno para cada sexo, y un pequeño ropero en medio que imagino debía contener efectos personales de la doctora Boix. Me estaba terminando de lavar la cara cuando escuché un fuerte grito de mujer, que sin dudas era de la licenciada Astrid Boix y detrás una detonación que atribuí irremediablemente a un arma de fuego. Me paralicé. Todo duró apenas unos segundos. Escuché la puerta de calle, esperé un poco para bajar, junté fuerzas y cuando estuve listo, bajé asustado. El silencio era estremecedor. Llamé varias veces a la licenciada Boix sin obtener de parte suya ninguna contestación. Eso me puso más nervioso aún. Cuando terminé de bajar las escaleras y me asomé a su escritorio, la vi tirada rodeada de un gran charco de sangre que brotaba de su cabeza. Por un impulso, atiné a intentar reanimarla pero ya estaba muerta... Sí, admito que toqué el cuerpo, pero no lo hice adrede. Actué por instinto, nada más.  Entienda, oficial. ¡Estaba desesperado! Después vi el arma abandonada al lado del cuerpo e inmediatamente escuché un ruido que provenía de la sala. Pensé que el asesino había regresado por alguna razón, entré en pánico y tomé el arma por cualquier cosa que tuviera que defenderme... Sí, mis huellas están en el mango, por lo que le estoy diciendo, pero no la maté...  No sé si el ruido de puerta que oí era que la habían abierto o cerrado. Estaba tan nervioso y contrariado, que no le presté demasiad atención a ése detalle... Me acerqué a la sala con cautela y me encontré con Adrián Lucena. Me dijo que la doctora lo había citado para las 11:30 bajo los mismos argumentos que me extendiera a mí, y que llegó unos minutos más tarde porque se había quedado dormido... A Adrián lo conozco desde hace varios años cuando fuimos compañeros de trabajo en una fábrica de motores de lancha en la que trabajábamos. De hecho, fue él quien me recomendó que me atendiera con la doctora Boix.... Sí, creo que él sin dudas la mató. No había nadie más con nosotros. Lo hubiésemos visto."

Las declaraciones de los dos en algún punto se tocaban y coincidían, lo que hacía verídica la historia si no fuese por un detalle nada menor. Esto fue lo más relevante declarado por Adrián Lucena:

"Llegué al consultorio de Astrid Boix cerca de las 11:35 y vi la puerta entornada. Me pareció raro, pero en mi cabeza no me imaginé nada extraño y entré... No, oficial. No vi salir a nadie del consultorio... No, es imposible que no lo viera. Venía caminando desde una cuadra antes t cualquier movimiento, lo hubiese percibido de inmediato... ¿Que continúe, con qué? Ah, sí. Entré y vi a Octavio que apareció de repente y me apuntaba con un arma. Me asusté porque me estaba apuntando y pensé que iba a matarme, pero tiró el arma al piso llorando y sólo me repetía una y otra vez que él era inocente, que él no la asesinó... No, no le creo para nada... Sí, absolutamente Octavio Cruz es el asesino."

Las pericias forenses revelaron que el asesino fue uno solo, que sólo una persona atacó, disparó y asesino a la licenciada en Psicología, Astrid Boix. Por lo tanto, se deducía indefectiblemente que uno de los dos sospechosos era inocente y el otro culpable, toda vez que uno creía que el otro era el asesino. Por regla general, en casos similares al presente, las dos personas involucradas en el incidente por estar en el lugar y momento equivocados se cubrían entre sí. Pero en el caso de Astrid Boix, Octavio Cruz y Adrián Lucena se atacaban entre sí incesantemente. No se tenían contemplación entre sí. Se dejaba entrever muy claramente que se guardaban rencores y que no podían ni verse las caras. Pero, la Policía no podía dejar de preguntarse si la aparente pelea entre ellos era verdadera o era una tertulia para cubrirse entre ellos ya que los dos planearon el crimen. Ése interrogante le carcomía la cabeza a los investigadores y al juez. Todos los indicios y datos que recabaron daban cuenta de que realmente se detestaban mutuamente, por lo que se supuso en un primer momento y sólo provisoriamente, que ésa parte de la historia resultaba cierta. Pero el resto de los detalles y circunstancias había que aclararlos y eso pareció ser una tarea ardua y difícil. Había pormenores de ambas declaraciones que no le cerraban a los oficiales por ningún costado.

 Adrián Lucena dijo que la puerta estaba entreabierta cuando arribó al consultorio de la víctima y que no vio salir ni entrar a nadie en ningún momento, cuestión que inexorablemente tendría que haber advertido si venía caminando desde la cuadra anterior. Por otra parte, Octavio Cruz alegó que se encontraba en el baño lavándose la cara cuando supuestamente sucedió todo.

Con esto, la Policía abordó a una primera conclusión preliminar. Octavio Cruz asesinó a la licenciada Boix de un disparo en la cabeza, subió al baño para lavarse las manos para deshacerse de los restos de pólvora que pudiera conservar encima y en ése trajín llegó inesperadamente Adrián Lucena, que ante el temor de que Cruz lo acallara, declara bajo coacción lo que aquél le indicó si no quería morir. Eso explicaría porqué Octavio Cruz volvió a tomar el arma después de bajar del baño. Pero una parte de la teoría no tenía sentido. Era impensado que el señor Cruz subiera al baño a lavarse y volviese a tomar el arma una vez de nuevo abajo y ante la presencia de Lucena. 

Sin embargo, tanto Cruz como Lucena, tenían en común algo no menos importante: el motivo.  Los dos carecían de motivaciones fundamentadas para el homicidio, aunque las circunstancias descartaban la presencia de un tercero y la hora de la muerte los pusiera a ambos en el centro de la escena, ya que el forense estableció un rango de horario para el asesinato de entre las 10:30 de la mañana y 12:30 del mediodía.

Otra teoría sugerida por la Policía fue la del disparo a media distancia. Y eso lo ponía a Adrián Lucena como principal sospechoso del homicidio de Astrid Boix. La misma refería que aquél llegó de imprevisto al consultorio, se asomó sigiloso, vio a la licenciada Boix sola y en un perfecto ángulo de disparo, apretó el gatillo y entró para cerciorarse de que realmente estaba muerta, momento en el que inesperadamente apareció el Octavio Cruz. Pero si ésa segunda versión resultaba cierta, la declaración de Cruz perdía credibilidad porque atestiguó que se encontró con el crimen cuando regresó del baño y que agarró el arma de la escena para defenderse porque había escuchado ruidos extraños que terminaron anunciando la llegada de Adrián Lucena. Y si ése era el caso, se avalaba la postura de que ambos eran igualmente responsables de asesinato, aunque sólo uno fue el que disparó el arma porque en la escena sólo se recabó evidencia que apuntaba a un único autor material. Además, el forense alegó en su análisis que el disparo indiscutiblemente se hizo de cerca. La nueva hipótesis entonces se caía por su propio peso.

Inmediatamente, se procedió a realizarle la prueba de parafina a ambos para detectar residuos de pólvora en sus manos, que podrían indicar quién efectuó el disparo. Pero el juez cometió el error de autorizar el estudio varias horas después de la aprehensión de los sospechosos, lo que implicaba sin lugar a dudas que los resultados podrían dar negativo, ya que los residuos no perduran en la piel por mucho tiempo y más aún, son fáciles de eliminar lavándose las manos adecuadamente. Y sin embargo, la evidencia apuntaba a que el asesino era uno de los dos, en tanto el juez sostenía que sólo uno era el culpable y el otro inocente. Se revisó la escena minuciosamente hasta el hartazgo pero fue imposible localizar indicios incriminatorios en contra de uno o de otro. Y más aún, estaba el hecho de que cuando la Policía llegó a la escena y revisó el consultorio de pies a cabeza, no encontró a nadie más escondido en ningún rincón, y nadie había visto salir a nadie de ahí desde que se cometió el homicidio. La primera duda que quedó flotando en el aire y a la que nunca se le pudo hallar una respuesta sensata y satisfactoria era: ¿quién llamó a la Policía?

Se decidió entonces investigar a la víctima, a la licenciada Astrid Boix para conocer más sobre su trabajo y de qué manera este pudo influir en alguno de los dos sospechosos para posteriormente desear su muerte. La instrucción duró casi cuatro meses y no arrojó demasiadas certezas. Antes de abrir su consultorio particular, Astrid Boix trabajaba en el hospital Santojiani, en la parte de Psicología Social. Y según las autoridades mismas del establecimiento médico, la echaron porque la acusaron de robarse expedientes e historias clínicas de algunos pacientes, sin relación aparente entre ellos. Nada de eso se pudo recuperar y jamás pudieron demostrar que Boix los hurtara, por lo que la causa en contra de la psicóloga se archivó por falta de mérito. Tampoco se pudo establecer un nexo entre ella y un tercero que le hubiera pagado para que robara esos documentos con fines presumiblemente criminales. Sí se descubrió que había dentro del hospital una gran red de corrupción que acarreaba venta de medicamentos ilegales, recetas falsas y médicos que ejercían sin título, motivo por el que la Justicia lo intervino. Pero tampoco pudieron vincular ése hecho ni con la doctora Boix ni con ninguno de los dos sospechosos de su asesinato.

La Policía requirió información precisa sobre los expedientes e historias clínicas faltantes y la comparó con los elementos confiscados en la escena del crimen. El resultado fue nulo. ¿EN dónde estaban esos archivos, entonces? ¿Los robó el asesino del hospital, inculpó a la licenciada Astrid Boix y cuando ella lo descubrió, él la mató para silenciarla? Y si fue así, ¿tuvo tanta suerte como para que aparecieran en la escena, a falta de uno, dos chivos expiatorios? Esto abría una tercer teoría, hasta ése momento jamás contemplada: que tanto Octavio Cruz como Adrián Lucena fuesen inocentes. Se continuó investigando por varios años más pero todos los caminos desandados condujeron a un callejón sin salida. El caso no se resolvió nunca y los dos fueron sobreseídos de la imputación de homicidio simple. Las conjeturas se multiplicaron terriblemente en poco más de un año luego del crimen. Pero para el juez y una gran parte del equipo de investigadores la real era una sola: uno resultaba inocente y el otro culpable. ¿Pero, quién? ¿Cruz inocente y Lucena culpable o al revés? La verdad algún día quizás vea la luz... O quizás no lo haga nunca.

Deseo de Navidad (Gabriel Zas)





_ El capitán Riestra me invitó a pasar una agradable velada a bordo del crucero Victoria_ me dijo Dortmund, algo disgustado e inseguro.

_ ¡Eso es bárbaro!_ repuse con entusiasmo._ Después de varios años de amistad y de colaborar con él en muchos de sus casos, por fin se decidió a pasar Navidad con usted. Será inolvidable. Acepte, Dortmund. No se arrepentirá.

Mi amigo me miró con incredulidad.

_ ¿Por qué dice que se trata de una invitación para pasar Navidad con él?

_ El crucero Victoria es muy popular desde hace unos años en Argentina. Ahí se da cita la gente que no tiene familia y no tiene con quien pasar las Fiestas, los solos y solas y toda persona que deseé pasar por una experiencia fascinante. Es un lugar muy elegido por muchas familias, también, que quieren y buscan algo diferente para Navidad. Zarpa del puerto a las 21, hace un agradable recorrido por las aguas del Río de la Plata y atranca de nuevo en el puerto a las ocho de la mañana del día siguiente.

Dortmund adoptó una actitud pensativa y dejó escapar una sonrisa de manera involuntaria.

_ Me gusta la idea, doctor. Ojalá el buen capitán Riestra me lo hubiese aclarado de entrada cuando me planteó la propuesta. Aceptaré y usted vendrá también, desde luego. Pasaremos un momento agradable los tres y será muy gratificante brindar con personas que uno jamás vio en su vida.

Acepté la invitación encantado y Riestra convino de muy buena gana que yo también acudiera. Se encargó de las reservas personalmente y logró asignaciones en lugares con una vista maravillosa al mar. El crucero Victoria estaba anclado en pleno Puerto de Buenos Aires, y su arquitectura y decoración eran increíbles y muy ostentosas. Cuando el último de los pasajeros apuntados en el itinerario de reservas subió a bordo del Victoria, el barco zarpó a paso lento y a horario.

Cenamos, bebimos, bailamos, hablamos, nos reímos, hasta que todo eso fue interrumpido por una voz oficial que anunció justo minutos antes de la cero hora que había llegado el momento de que cada pasajero a bordo pidiera su deseo de Navidad. El evento consistía en anotar en un papel que estaba adentro de un sobre distribuido en todas las mesas y de manera individual por persona, un deseo propio que anhelaba cada uno a nivel personal y que luego los vertiesen en una gran fuente que había empotrada en medio de la embarcación especialmente para la ocasión. Acto seguido, se hacía un brindis simbólico y se alzaban las copas al cielo. Yo en particular desconocía los deseos tanto de Dortmund como del capitán Riestra en tanto que ellos desconocían el mío. Así debía ser. El ritual clamaba que todos los deseos de Navidad volcados en ésa fuente se hicieran realidad prontamente. Mi amigo era bastante escéptico con esas cuestiones, pero se mostró bastante optimista al respecto, al menos por ésa vez como una excepción a sus principios.

Cada cual siguió en lo suyo después de ello. Pero en un momento dado vimos que un caballero elegantemente vestido estaba algo desesperado preguntándole algo específico a cada uno de los pasajeros. Y vimos también a la vez, a una joven algo angustiada que parecía guardar algún vínculo con el caballero en cuestión. Dortmund, al advertir la situación, se acercó a él discretamente y con idéntica discreción le preguntó qué era lo que lo atormentaba.

_ Me llamo Fabricio Aguilar_ se presentó él formalmente._ Busco a mi hermano gemelo, Sebastián Aguilar. Estaba con la señorita Rosales hace unos momentos, se alejó de ella y aún no lo encontramos.

_ ¿Es la señorita de allá?_ y Dortmund señaló a la misma muchacha que vio compungida momentos antes.

_ Sí. Se conocieron acá. Ella pidió en su deseo de Navidad conocer a alguien ésta noche y mi hermano se cruzó en su camino como si el destino lo hubiese enviado. Estaban hablando, ella le pidió que le llevara algo de tomar, fue en dirección al bar y desapareció. Y hasta ahora, nadie lo vio ni habló con él.

_ ¿Cuál es el nombre de la señorita Rosales, señor Aguilar?

_ Evelin. Se llama Evelin Rosales.

_ ¿Su hermano se la presentó formalmente?

_ Sí. Estaba entusiasmado. Dijo que era una mujer fantástica, ideal para él.

_ ¿Cómo está vestido su hermano?

_ Camisa blanca, campera de cuero negra y pantalón informal. Como apreciará, bastante diferente a como voy vestido yo.

_ ¿Son diferentes ustedes dos, pese a ser hermanos gemelos, señor Aguilar?

_ En todo. Y no exagero cuando se lo digo, señor.

_ Apuesto a que no. Lo ayudaremos, señor Aguilar. Soy investigador privado y asesor de la Policía Federal. Y uno de mis amigos que me acompañan a bordo ésta noche es el capitán Eugenio Riestra, jefe de la División Homicidios. Somos personas idóneas. Lo pondré al tanto y haremos todo lo posible por encontrar al señor Sebastián Aguilar. Por el momento, le voy a pedir que nos deje manejar el caso a nosotros y que usted se mantenga al margen. ¿Puede hacer eso?

Fabricio Aguilar asintió con la cabeza y le agradeció a Dortmund la colaboración. Mi amigo nos comentó brevemente lo sucedido y ni yo ni Riestra dudamos en prestar nuestra ayuda. Mientras el capitán y yo buscábamos al señor Sebastián Aguilar incesantemente por todo el barco sin levantar las sospechas del resto de los pasajeros, el inspector entrevistó a la señorita Evelin Rosales. No pudo referirle mucho sobre el contexto en el que Sebastián Aguilar desapareció. Adujo que le pidió amablemente si podía traerle de la barra una bebida fuerte, él aceptó, se fue y desde entonces que no lo volvió a ver. Fue hasta la barra pero uno de los mozos le afirmó que ningún caballero con la descripción del señor Sebastián se acercó a solicitar un trago en ningún momento. Y respecto al señor Fabricio Aguilar, dijo que nunca lo vio junto a su hermano, pero que se acercó a saludarla porque Sebastián le había hablado muy bien de ella. Dortmund le agradeció su tiempo, la tranquilizó y le pidió que no se preocupara, y se reunió  inmediatamente con nosotros en un costado aislado de estribor, lejos de la muchedumbre. La búsqueda del capitán Riestra y mía no rindió sus frutos. A Dortmund le parecía endeble que alguien desapareciera a bordo de una embarcación que navegaba por las tranquilas aguas del Río de la Plata en una noche espléndida cubierta de estrellas. Y resultaba imposible a su vez que se hubiese echado al río. Por ende, tenía que seguir a bordo. Pero, ¿en dónde estaba? El misterio parecía insoluble, aunque mi amigo no se mostrara tan preocupado al respecto del capitán y yo que estábamos absolutamente perdidos.

Luego, no se supo más nada tampoco de Fabricio Aguilar, al que buscamos intensamente sin encontrarlo enseguida. Con el capitán Riestra, ya nos estábamos volviendo locos. Pero entonces la señorita Evelin Rosales apareció sonriente y abrazada al señor Sebastián Aguilar y sentimos un profundo alivio. No obstante, Dortmund no se mostró tan optimista como nosotros porque sospechaba que pasaba algo más que aún no había sido descubierto. Y si mi amigo tenía ése sentimiento de duda, no podíamos ignorarlo.

Al fin, las dudas se disiparon por completo cuando apareció en un camarote el cuerpo sin vida de Fabricio Aguilar. La señorita Evelin Rosales gritó de espanto y el hermano gemelo de la víctima, Sebastián Aguilar, tuvo que ser contenido porque entró en un estado de crisis profundo. El resto de los pasajeros y tripulantes de la embarcación estaban azorados, y se escucharon murmullos de todo tipo y se presenciaron estados emocionales diversificados. Todos prestaron sus respectivas declaraciones ante la Policía que llegó minutos después de que el crucero atrancara de nuevo en el Puerto de Buenos Aires, y algunos fueron liberados de a poco de manera inmediata, en tanto y cuando se iban confirmando sus coartadas y sus desvinculaciones con relación al caso y a la víctima en sí.

Sean Dortmund fue meticuloso al revisar el camarote en que apareció el cuerpo del señor Fabricio Aguilar e interrogar a su hermano, el señor Sebastián Aguilar, cuya explicación de su paradero cuando desapareció transitoriamente un rato antes no convenció a mi amigo para nada. Dijo que la embarcación era tan grande que se perdió entre la multitud. Sin embargo, las grandes dimensiones del crucero no eran tan inmensas y amplias como para suponer que la versión del señor Sebastián Aguilar resultara cierta. Había estado sin lugar a dudas refugiado en otro sitio, pero por alguna causa desconocida, lo ocultaba. ¿Se había visto en secreto con otra mujer y no quería decir nada para no herir los sentimientos de la señorita Evelin Rosales? Mi amigo le pidió al señor Aguilar que le mostrara sus manos. Aquél, algo extrañado por la ocurrente petición de Dortmund, aceptó. El inspector las estudió fugazmente, luego alzando de nuevo la vista, miró fijamente con insolencia durante unos segundos al señor Sebastián Aguilar y pidió inmediatamente que fuese detenido por el asesinato de su hermano gemelo, Fabricio Aguilar. Aquél quiso evadirse de su culpa intentando persuadir a Sean Dortmund, pero sus intentos resultaron todos en vano y no tuvo otra salida más que confesar el crimen.

_ Sí, yo lo maté_ admitió Sebastián Aguilar con frialdad._ No sé cómo me descubrió usted, pero lo hice. Hace un año atrás en este mismo crucero, Fabricio mató por accidente a la mujer que yo tanto amaba y que también conocí acá mismo a bordo el año anterior. Se llamaba Andrea Pascual. Dijo que estaban hablando a un costado del barco, apoyados sobre la baranda de protección y que inexplicablemente cedió y ella cayó al agua sin poder evitarlo. Eso me destruyó. Me arrancó a la mujer de mis sueños, a la que pretendía robarme sin dudas. Dijo que estaban hablando mí y de cómo Andrea estaba encantada conmigo y de lo feliz que era a mi lado. Eso sucedió ésa misma noche, hace exactamente un año atrás, a bordo de ésta misma embarcación y la perdí porque Fabricio no fue capaz de protegerla. Vinimos a celebrar nuestro primer aniversario juntos al lugar en donde nos conocimos. Siempre sospeché que Fabricio, en un ataque de celos desmedido, empujó a Andrea por la borda intencionalmente, fingiendo un accidente. Pero, se certificó tiempo después que la baranda estaba desgastada porque estaba obsoleta y se determinó que la muerte de Andrea fue desgraciadamente un infortunado e inoportuno accidente. Pero eso no lo exoneró a Fabricio en absoluto. Él pudo haber evitado que cayera ésa noche al agua y no lo hizo. Y mi deseo de Navidad fue desde ése momento vengar la muerte de Andrea, asesinando a mi hermano. Lo asfixié con la almohada y no me tembló ni un poquito el pulso al hacerlo.

Dortmund no quiso escuchar más detalles de ése espantoso crimen y le indicó al capitán Riestra que ya podía ordenarle a los oficiales que se llevaran detenido al señor Sebastián Aguilar. Y así ocurrió.

_ Bueno, hable_ le dijo el capitán Riestra a mi amigo, con resignación._ ¿Cómo lo supo?

Me causó gracia la actitud de Riestra frente a Dortmund. Y el inspector pareció divertirse también, porque esbozó una ligera sonrisa que no pudo disimular.

_ Estos lugares así donde convergen personas provenientes de diversos sitios_ explicó Dortmund, recobrando de nuevo la seriedad,_ tienen por regla general que ninguno conoce al resto. Yo, por ejemplo, podría aducir fácilmente que mi nombre real es José Pérez y todos lo tomarían por cierto porque nadie me conoce porque nadie me vio nunca antes.

Y mi amigo nos miró expectantes esperando que alguno de los dos dijésemos algo. Pero eso no pasó, y tornando una expresión de frustración, continuó.

_ A lo que voy es que aquél elegante y cortés caballero que se nos presentó en un principio como Fabricio Aguilar pudo habernos hecho víctima de sus engaños y nunca lo notaríamos. Y con la misma facilidad, podía vendernos a nosotros o a cualquiera la historia que quisiera porque no lo conocíamos. Se nos presentó como Fabricio. ¿Pero, y si verdaderamente era Sebastián Aguilar y tomó el lugar de su hermano gemelo porque nadie se daría cuenta, porque el genuino Fabricio Aguilar ya estaba muerto desde hacía un rato antes? Pero para eso tenía que representar muy bien su comedia y necesitaba a un testigo, y a la vez, llamar disimuladamente la atención del resto. Su testigo fue la señorita Evelin Rosales, de la que se deshizo con improvisada austeridad cuando ella le pidió ir a buscarle algo de beber al bar. Él desaparece, tarda en regresar y empieza a inquietar a su incrédula e ingenua víctima de ocasión. ¿Y por qué ella se desesperó de ésa manera por alguien a quien apenas conoció hace un par de minutos? Porque aquél modesto caballero también supo representar muy bien su rol de Don Juan y hacer que esa inofensiva y simpática criatura cayera rendida a sus pies. Acto seguido, el señor Sebastián Aguilar se cambia de ropa y hace la aparición como su hermano Fabricio, quien se muestra preocupado en público y empieza a preguntarle al resto de los pasajeros a bordo si vieron a una persona idéntica a él, vestida de la forma en que lo estaba antes de la transformación. Así empieza a sembrar la duda y a alimentar las versiones de su extraña desaparición. Así fue, capitán Riestra y doctor, que llamó la nuestra, y yo me acerqué a ofrecerle voluntariamente nuestra ayuda, que era lo que justamente estaba buscando. Con nosotros tres involucrados, el señor Sebastián ya había conseguido su coartada. Mientras nosotros nos inmiscuimos en la labor de búsqueda, él volvió al camarote, se volvió a cambiar de ropa para asumir de nuevo el rol de él mismo, con las prendas que se quitó vistió el cuerpo de  Fabricio Aguilar, lo acomodó para que fuese encontrado y reapareció, buscó a la señorita Rosales y ella a nosotros. El resto de la historia creo que ya la conocen. 

_ Demasiado elaborado, pero inteligentemente pensado y ejecutado_ dije.

_ Buscamos el cuerpo, Dortmund_ protestó Riestra._ No lo encontramos. Revisamos ése camarote, estoy seguro de eso. El cuerpo no estaba ahí.

_ Debe aprender a fijarse en los detalles, capitán Riestra_ repuso Dortmund con voz relajada._ El primero de ellos es que la señorita Evelin Rosales me aseguró cuando la interrogué que nunca vio a los gemelos Aguilar juntos. Y enfrentamos dos o tres casos con características similares para que lo pasara usted por alto. Y el segundo fue el color de ojos. Los hermanos gemelos pueden tener entre sí rostros idénticos, pero hay pequeñas menudencias que son delatoras. Tanto el señor Fabricio Aguilar como el señor Sebastián que nosotros vimos tenían los ojos marrones. Pero el cuerpo que yo vi los tenía verdes. El cuerpo también presentaba pelusa en su cabello. ¿Y, cuál es uno de los rincones donde suele juntarse a menudo bastante pelusa? ¡En el interior de un colchón! Así deduje que el cuerpo estuvo oculto todo el tiempo hasta su aparición debajo del colchón de la cama del camarote. Y, por eso capitán Riestra, ni usted ni el doctor lo vieron cuando realizaron la búsqueda. Y aun así, si no hubiese sido por el detalle de la pelusa en el cabello, igualmente lo hubiese deducido por simple lógica.

_ ¿El color de ojos? ¿Enserio, Dortmund? Entonces, explíqueme porqué hizo que le mostrara sus manos.

_ Fue una inocente artimaña que hice a los efectos de disponer de un pretexto convincente para mirarlo directo a los ojos por una fracción de segundos y cerciorarme de que no estaba equivocado.

El capitán Riestra, lejos de resignarse, hizo una mueca de satisfacción con sus labios.

_ Y hubo un tercer error por parte del señor Sebastián Aguilar, que fue el más grotesco y serio de todos_ remató el inspector en un tono indiscreto como broche de oro a sus deducciones.

_ ¿Cuál?_ le pregunté a Sean Dortmund con asombro mayúsculo.

_ ¡Haber llamado justamente nuestra atención!