_ ¿Alguna noticia interesante, doctor?_ me pregunto Dortmund, mientras
yo hojeaba lentamente el diario Noticias de Buenos Aires.
_ Nada que pueda captar su interés_ le respondí a mi amigo, sin despegar
los ojos de las páginas._ En Coronel Suárez, hay una gran invasión de abejas.
Una picó a un pobre hombre y lo mató. Las autoridades municipales ya pusieron
manos a la obra para apaciguar la plaga. En Pehuajó, un hombre se enteró que su
mujer le era infiel con su mejor amigo y quiso suicidarse metiendo la cabeza
adentro de un horno encendido. En Olavarría, una mujer se tropezó al querer
bajar del tren y está en grave estado internada en un sanatorio privado. Y el
famoso y emblemático hotel Suite Buenos Aires Plaza, ubicado justo enfrente de
la plaza San Martín, cierra sus puertas definitivamente después de cuarenta
años de actividad ininterrumpida el próximo 12 de diciembre. Los empleados
contratados por terceros serán derivados a otros hoteles. Pero los que están
contratados directamente por el hotel, perderán sus empleos. Según consigna la
nota, el grupo inversor que lo controla no está interesado en renovar el
contrato y no saben la razón. Sólo saben que el 12 es su último día de trabajo.
Como ve, Dortmund, nada interesante.
Pero mi amigo, lejos de resignarse de hacerse de algún caso por falta de
alguno, dejó bruscamente lo que estaba haciendo y se volvió hacia mí
repentinamente. Sus ojos tenían una expresión interrogativa y él estaba sumido
en profundas reflexiones.
_ Lo del hotel es muy curioso, ¿no le parece?_ me dijo el inspector,
entusiasmado y relampagueante._ Cuarenta años de actividad hotelera
ininterrumpida y de la nada, los dueños deciden no renovar el contrato sin dar
explicaciones, dejando todo el asunto inmerso en un ápice de profunda
incertidumbre. ¿Por qué?
_ Bueno, la explicación resulta bastante austera. Los dueños vendieron y
los nuevos adquisidores quieren dedicarse a otro rubro. Creo que no hay
misterio en eso.
_ Puede ser, doctor. Siga leyendo a ver qué más dice.
Obedecí. Las siguientes líneas que leí no aportaban demasiada
información relevante. Pero el párrafo inmediato comenzaba con un dato que me
estremeció súbitamente y que Dortmund con sólo verme lo supo.
_ Otros grupos inversores se interesaron en comprar el hotel y los
dueños actuales no cedieron a sus intereses, ¿correcto?
_ Sí, sí... ¿Por qué?_ balbuceé medio tartamudeando. Pues estaba atónito
y no salía de mi asombro.
_ Sumémosle el hecho de que no
dan información alguna a sus empleados y tenemos el misterio completo. Justo lo
que necesitamos.
_ ¿Va a investigar?
_ Por supuesto. No creo que la solución sea tan compleja, después de
todo. Tenemos tres puntos centrales en esta historia: la no renovación del
contrato y el cierre definitivo del hotel, la negativa de las autoridades a
proporcionarle alguna clase de explicación a sus empleados y el rechazo de
venderlo a otras firmas interesadas en la locación. ¿No me va a decir, doctor,
que el caso no le resulta extraordinariamente curioso y digno de involucrarnos
en él para dilucidar el enigma que lo envuelve?
_ Creo que tiene usted razón, Dortmund_ le respondí poco convencido.
_ ¿Dice algo referente a los nuevos dueños?
Repasé las líneas del artículo ligeramente.
_ No. No menciona nada relativo a eso_ le confirmé a Dortmund, aún sin
salir de mi asombro.
_ ¿Qué hay de la historia del edificio en sí?
_ Fue construido en 1936 por un arquitecto español, Leopoldo Arrancias.
Fue el atractivo turístico del país por su reluciente y magnífica arquitectura
hasta que Arrancias murió en 1949 y el edificio pasó a manos del Estado.
Llamaron a licitación y ganó los pliegos la empresa Marconi, que abrió el hotel
ése mismo año y funciona desde ése momento hasta ahora que cierra, digamos. El
primer Marconi que lo concesionó fue el padre, Juan Carlos Marconi, quien
falleció en 1959. Automáticamente, por sucesión pasó al dominio de su hijo
mayor, Leonardo Marconi. Falleció en 1979. Y desde entonces hasta la actualidad,
lo explota el hijo menor de aquél, Eugenio Marconi.
_ El hotel lo explota Eugenio Marconi, dueño del grupo Marconi. ¿Qué se
sabe de él?
_ Por lo que dice la nota, permanece desaparecido y no da la cara por lo
que hizo. Sólo dio órdenes estrictas de que los empleados no hablen con la
prensa, nada más.
_ Averigüemos cómo murieron los señores Juan Carlos Marconi y Leonardo
Marconi, respectivamente.
Sean Dortmund no tardó en averiguarlo. Juan Carlos Marconi falleció
cuando cayó accidentalmente por la ventana del hotel en el que se hospedaba
temporalmente en Pinamar. Y su hijo, Leonardo Marconi, murió en un trágico
accidente que tuvo con su coche en la Ruta Nacional 8 por la que se trasladaba
desde San Luis hasta Córdoba por negocios. Le habían fallado los frenos.
_ Dos accidentes dudosos y ahora aparece la cuestión de la misteriosa
venta del hotel. Indudablemente, el señor Eugenio Marconi está involucrado en
algo bastante turbio_ expresó Dortmund seriamente preocupado._ ¿Cuándo es 12?
¿Pasado mañana?
_ Sí_ ratifiqué.
_ Tenemos que movernos enseguida para evitar un mal mayor. El tiempo
apremia. Vamos, doctor.
Por primera vez, estaba de acuerdo con mi amigo.
_ ¿Cuál es el plan?_ me atreví a indagarlo con un tono de voz que oscilaba entre la emoción y el drama.
_ La única manera de descubrir la verdad es mediante engaños_ repuso el
inspector, plácidamente desde la confianza que su idea le inspiraba.
Me pidió que le buscara en el directorio telefónico el número del hotel.
Cuando se lo proporcioné, llamó haciéndose pasar por un cliente interesado en
adquirir una suite. En concreto, Sean Dortmund pidió alojamiento para el 16 de
diciembre, pero el empleado que lo atendió le dijo que no era posible rentarle
una habitación para la fecha estipulada ya que el hotel cerraba definitivamente
sus puertas el 12 de diciembre. Y las insistencias de mi amigo por conseguir
que le alquilaran un cuarto resultaron todas en vano.
_ ¿Qué pretexto le dieron?_ le pregunté.
_ Ninguno en particular_ me respondió._ El empleado sólo me dijo lo que ya sabemos: que el 12
de diciembre cierran y que las reservas hechas con anticipación que superan ésa
fecha fueron reprogramadas y derivadas a otros hoteles. Nada nuevo, excepto por esto
último. Iremos al
hotel en persona a ver al gerente y seremos inversores muy interesados en
comprar la locación.
A mí particularmente la idea no me satisfacía demasiado, pero Dortmund
se mostraba tan entusiasmado como un chico. El gerente del Suite Buenos Aires
Plaza, Mario Echagüe, nos recibió gustosos en su despacho, creo que solamente
por mera cortesía. Dortmund le explicó con una convicción total, adoptando un
papel formidable, que estaba persiguiendo un proyecto ambicioso y que ése
edificio era ideal para concretarlo. Tenía que ser ése y no otro. Le dio miles
de argumentos y excusas brillantemente pensadas que no vienen al caso detallar.
Pero el señor Echagüe negó cada proposición que Dortmund le hacía con mucha
amabilidad y cautela hasta que indirectamente nos echó.
_ ¿Con quién debería hablar, entonces?_ le preguntó Sean Dortmund al
gerente del hotel con una insistencia desesperada y sin perder ni su estilo ni la
diplomacia que lo caracterizaban.
_ Puede hablar con el señor Marconi que es el dueño y el presidente de
la firma_ contestó el señor Echagüe afablemente._ Pero no creo que consiga
mucho. Como le repetí varias veces recién durante la charla, ya lo vendió y va a resultar
imposible que ceda a sus ruegos.
_ ¿Quién es el comprador? Hablaré con él y le doy mi palabra de que lo
convenceré. Cuando le ponga sobre la mesa la cifra que pretendo pagarle para
comprar este edificio, le aseguro que no podrá resistirse.
El señor Mario Echagüe dejó escapar una risa con zozobra y regocijo.
_ No creo que logre hacer mucho_ dijo._ Pero con gusto le daré la
información que me pide. El nuevo comprador es la empresa Baires Sur, cuyo
director ejecutivo es el doctor Dante Fernández. Tome su tarjeta. Le deseo toda
la suerte del mundo_ y tras esto último, dejó escapar una risa burlona, que en
el fondo escondía cierto aire de ansiedad. Sean Dortmund tomó la tarjeta de
mano del señor Echagüe y nos fuimos inmediatamente.
_ Con diplomacia y engaños, uno siempre consigue lo que se propone_
exclamó Dortmund una vez afuera del hotel, con satisfacción.
Pero yo no respondí a eso. Ni bien llegamos a nuestro departamento, mi
amigo escribió dos misivas y me hizo enviarlas urgentemente por fax. Una iba
dirigida al capitán Riestra, solicitándole información sobre la firma Baires
Sur y en especial sobre su director, el señor Dante Fernández, en cuyo
remitente aclaró que necesitaba conocer la respuesta dentro de exactamente una
hora a más
tardar. Y la otra,
sorprendentemente, iba dirigida al señor Eugenio Marconi, citándolo en nuestra
residencia a las ocho de la noche en punto por una cuestión que había surgido
con la herencia a último momento.
_ ¿Herencia?_ le pregunté yo, atónito y algo contrariado a Dortmund.
_ ¡Pero, si todo estuvo claro para mí desde un principio!_ me respondió
en un estado de emoción muy típico en él.
_ ¿Quiere hacerme el favor de decirme de qué se trata todo? Estoy parado en medio de una niebla
mental.
_ Lo sabrá de la propia boca del señor Marconi. Y si es lo que pienso o
no, lo sabré de lo que me conteste el buen capitán Riestra.
_ ¿Cree que Marconi vendrá a verlo esta noche, a la hora indicada?
_ Lo hará, doctor. Tenga fe en ello.
En esos momentos, llegó la tan ansiada respuesta del capitán Riestra.
decía: <Dante Fernández, buscado por Interpol. Estafa, asociación ilícita,
lavado de dinero y juego ilegal>. Me quedé sin palabras, en tanto que
Dortmund me miraba triunfante.
_ ¿Lo entiende ahora?_ me preguntó con vehemencia.
_ No del todo.
No obtuve ninguna respuesta sobre el particular hasta que a las ocho de
la noche en punto el señor Marconi tocó a nuestra puerta. Cuando abrí y lo
contemplé, se me aflojó la mandíbula. Eugenio Marconi era Mario Echagüe, el
gerente del hotel que visitáramos ésa misma tarde. Y por la expresión de
lividez que adoptó en cuanto me vio, supe enseguida que me había reconocido.
Pero para cuando pudo reaccionar, ya era tarde y Dortmund lo había sentado en
una silla frente a él.
_ ¿Qué es lo que sabe?_ inquirió el señor Marconi, visiblemente ofuscado
y abatido.
_ Lo sé absolutamente todo, de principio a fin_ repuso Sean Dortmund con
petulancia._ Un poco antes de que su padre, el señor Juan Carlos Marconi,
falleciera, alguien forzó la cerradura de su caja fuerte y le robó millones de
pesos que él tenía ahorrados, que en parte era dinero destinado al pago del
salario de los empleados del hotel por entonces. Y su padre lo acusó a usted de
apropiarse de todo ése dinero. Por ende, lo dejó a usted en bancarrota
compensando así la falta de dinero que usted supuestamente le sustrajo, ya que
según denunció su padre, era el único que tuvo oportunidad de hacerlo y el
único que desconocía la combinación de la caja fuerte. Usted le robó y su padre
lo arruinó financieramente para recuperar la plata. Y eso no lo soportó. Más
aún, porque estaba en medio el hecho de que su padre lo desheredó y le dejó la
empresa a su hermano Leandro, de la que además no lo hizo socio.
Usted se irritó y mató primero a su padre, arrojándolo por la ventana de
la habitación del hotel que
ocupaba en Pinamar y unos años más tarde, saboteó los frenos del coche de su
hermano Leandro e hizo que se accidentara. Muy astuto. Mató dos pájaros de un solo tiro. El hotel Suite
Buenos Aires Plaza que heredó por fallecimiento de sus antecesores, pasó a su
dominio. Pero en el medio, usted se metió en serios problemas, señor Eugenio,
que no pudo reparar. Se asoció al señor Dante Fernández, un criminal de
renombre, que se apropia ilegítimamente de edificios para usarlos de fachada
para lavar dinero y cometer otros actos ilícitos.
Creo estar seguro, señor Marconi, que lo conoció en una sala de juego
clandestina. Después de asociarse a él, al poco tiempo lo enfrentó en un juego de azar y perdió
todas las partidas, lo arruinó por completo. Pero usted es una persona
ambiciosa y apostó, para saldar sus deudas y su honor con el señor Fernández, lo único que le
quedaba y por lo que había matado: el hotel Suite Buenos Aires Plaza, a lo que
el señor Fernández anhelaba llegar. Apostó y perdió. El señor Fernández
entonces lo obligó a firmar las escrituras y a cederle el edificio en un cien
por ciento. Ahora él dispone de un nuevo condominio para seguir promoviendo sus
fechorías criminales. Aunque, como ya lo sé todo, no creo que consiga
demasiado. Lo arrestarán dentro de muy poco. Sáqueme de una duda, nada más,
señor Eugenio. ¿Por qué esperó tanto tiempo para cerrar el hotel y cedérselo al
señor Dante Fernández?
_ Porque el contrato que mantengo con la empresa prestamista que lo
financia vence precisamente ahora el 12 de diciembre_ dijo resignado Eugenio
Marconi.
_ A la que usted le alegó quiebra, ¿no es así?_ prosiguió Dortmund,
audazmente con su relato._ No iban a renovarle el contrato porque los números
de los últimos balances, falsos desde luego, no eran muy alentadores y significarían muchas
pérdidas económicas más serias que las declaradas hasta entonces. Me faltaba
sólo eso. Gracias.
Mi amigo retuvo al señor Eugenio Marconi unos cuantos minutos hasta que
llegó una delegación de la Policía Federal enviada por el capitán Riestra y se
lo llevó detenido. Dante Fernández ya había sido capturado un rato antes, y una
orden judicial emitida por la Justicia Federal permitió que el hotel continuara
operando con normalidad.
_ ¿Vio cómo el asunto resultó de una sencillez extrema?_ me dijo Sean
Dortmund al día siguiente, cuando ya estábamos más relajados.
_ ¿Cómo lo supo?_ le pregunté intrigado.
_ Me resultó particularmente llamativo que cuando el señor Juan Carlos
Marconi murió, el hotel pasara directamente a la potestad de su hijo mayor,
Leandro, cuando la sucesión de un mueble se efectúa en partes iguales a los
deudos directos. Y después, estaba el hecho de que el hotel no se le vendió en
medio a nadie más y todo el hermetismo que giraba en torno a su cierre
definitivo. Y cuando supe por medio del capitán Riestra quién era en verdad el
futuro dueño, el resto se deducía por sí solo.
_ Igualmente, no comprendo cómo averiguó usted que Mario Echagüe y
Eugenio Marconi eran la misma persona.
_ Como le acabo de decir, doctor. El resto de los eventos se dedujeron
solos.
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