Hubo una mañana de noviembre de 1982 que me levanté y me encontré con
que mi amigo, el inspector Sean Dortmund, había madrugado y había partido con
destino incierto a una hora temprano de la mañana. Y sólo mi amigo obraba de
ésa manera si el caso era de urgencia impostergable y prometía ser
extraordinario y algo fuera de lo común. Y no me equivoqué.
Cuando me dirigí a la cocina, encontré al lado del aparato de radio un
recado de su puño y letra que expresaba algo más o menos así: <Requieren mi
presencia urgentemente en Bragado. Caso de asesinato misterioso al que no
quieren incluir en su investigación a la Policía local por su ineficiencia en
el ejercicio de su labor. El caso promete ser interesante y le juro solemnemente revelarle
todos los detalles en cuanto vuelva a Buenos Aires. Partí 6:30 en un taxi hacia
la estación Constitución para abordar puntual a las 8 el tren que parte para
Bragado. Espero llegar ahí antes del anochecer. Lo saluda cordial y
afectuosamente, Sean Dortmund>
El caso llegó a oídos de mi amigo por intermedio de la señorita Nadia
Zuloaga, a la Dortmund ayudó hace dos meses en un caso muy curioso, cuya trama
develó exitosamente y luego relevó la investigación en el capitán Riestra, que
gracias a los datos que el inspector le aportó a aquél logró resolverlo en dos
días.
El caso que requería la intervención de Sean Dortmund sucedió en un
pequeño pueblo ubicado a veinte kilómetros de Bragado, por lo que mi amigo tuvo
que abordar un taxi ni bien bajó del tren. Llegó a la residencia en cuestión
pasadas a las once de la noche. Era una humilde casa de campo en la que vivía
un matrimonio con sus dos hijos y el padre de ella, que fue encontrado muerto
en la mañana en que llamaron a mi amigo. Completaban la convivencia una mucama
y dos cocineras que vivían ahí mismo. La víctima se llamaba Cosme Roffo, padre
de Evangelina Roffo, quien contactó a Dortmund; que estaba casada con Franco
Barzana y con quien tenía dos hijos de cuatro y seis años: Luca y Tomás,
respectivamente.
Cuando Dortmund arribó a la residencia, todo era desolación y dolor. Los
únicos que estaban ajenos al drama que allí se vivía eran los hijos del
matrimonio, que estaban temporalmente bajo el cuidado de la mucama, la señora
Esther Dresco. Era una mujer muy particular, de unos cuarenta años, morena, de
rostro atezado, espaldas chicas y de mirada tierna. Y se notaba que sentía una
devoción muy grande por las dos criaturas, a las que sin dudas amaba locamente.
La señora Roffo, por su parte, era una mujer de rostro duro, vestida con
ropa al pasar desprovista de creatividad en su diseño, ojos centellantes, piel
trigueña, cabello castaño y de unos modales muy afables. Fue con la primera
persona que Sean Dortmund se entrevistó al llegar.
_ ¿Dieron aviso a la Policía?_ fue lo primero que quiso saber el
inspector.
_ Sí_ respondió la dama un tanto disgustada._ Vinieron como a las dos
horas de que encontráramos el cuerpo sin vida de mi padre, revisaron la escena
así nomás, sin mucha expectativa y con nada de profesionalidad, nos hicieron
tres preguntas sin mucho sentido y se llevaron el cuerpo para realizarle la
autopsia. Eso fue todo lo que hicieron. Por eso, cuando averigüé y pedí que me
recomendaran a un detective que fuese implacable y una inminencia en su arte,
Nadia Zuloaga, amiga de la familia desde hace varios años, me dijo cómo usted
la ayudó cuando ella se debatía entre la vida y la muerte y me pasó su
teléfono.
Mi amigo sintió un ligero estremecimiento, que era una muestra de
optimismo beneficioso de la opinión que tenían los demás respecto de su
desempeño profesional. Sonrió sinceramente a su par en señal de gratitud por la
confianza y se metió de lleno en el caso.
_ ¿Quién encontró el cuerpo?_ preguntó.
_ Yo misma, cuando fui a llevarle el desayuno a la cama. Estaba
convaleciente por una deficiencia isquémica que tenía en el corazón y su
cardiólogo le dio órdenes estrictas de hacer reposo las veinticuatro horas del
día. Tenía tajantemente prohibido hacer cualquier clase de esfuerzo y casi no
podía moverse porque se agitaba. Sólo se levantaba con ayuda de alguno de
nosotros cuando tenía que cubrir sus necesidades de ser humano.
_ ¿A qué hora entró en su habitación?
_ A las nueve, como todas las
mañanas. Golpeé un par de veces sin obtener ninguna respuesta. Entonces,
entorné la puerta, me asomé y lo vi profundamente dormido con la cabeza echada
hacia uno de los costados y los brazos rígidos, pegados al cuerpo. Entré
sigilosamente pensando que aún no se había despertado y que se había quedado
dormido. Pero cuando lo toqué y lo zamarreé desesperadamente y vi que no
despertaba, lo supe.
Evangelina Roffo lloró sin contenerse y mi amigo supo sosegarla.
_ ¿Todas las mañanas le llevaba el desayuno a su padre a la misma hora?
_ Sí. A la nueve en punto.
_ ¿Y él siempre se despertaba a la misma hora?
_ Puntual a las ocho y media.
_ ¿Por qué?
_ Porque tomaba un medicamento a base de talio preparado especialmente
por su médico. Estaba debidamente controlado, por supuesto.
_ ¿Y este brebaje producía leves mejorías en su salud?
_ De a poco, se iba sintiendo mejor.
_ ¿Quién se beneficiaba de su muerte?
_ No me gusta lo que insinúa, inspector Dortmund.
_ Es sólo una pregunta que las circunstancias del drama me obligan a
formularle, señora Roffo. No lo tome personal.
_ Yo, desde luego. Heredaba toda su fortuna y sus propiedades_ respondió
la mujer de mala gana y ligeramente ofendida.
Sin embargo, el inspector continuó con la entrevista de manera natural.
_ ¿Tenía su padre algún hábito particular?
_ Siempre tenía en su mesita de luz un vaso con agua porque a la noche
solía darle sed. Más, en estas épocas de mucho calor.
_ ¿Cómo estaba el vaso ésta mañana cuando fue descubierto su cuerpo?
_ Estaba casi por la mitad, lo que resultó normal. De todos modos, la
Policía se llevó para analizarlo.
Dortmund le formuló algunas preguntas más a la señora Evangelina Roffo,
que carecen de interés para el caso y en especial, para el presente relato. A
la mañana siguiente, habló con el esposo de la señora Roffo, el señor Franco
Barzana. Contestó a todas y cada una de las inquietudes de mi amigo con
absoluta predisposición. Pero no dijo nada relevante. Lo más importante de sus
palabras fue que hacía tres meses que estaba sin trabajo y que era su esposa la
que llevaba adelante la economía del hogar. Y Dortmund supuso que eso no le
cayó muy bien al occiso.
Enseguida, habló con la
servidumbre sin sacar mucho en limpio tampoco de sus testimonios. Lo único
trascendente que declararon fue que ése día se levantaron a las siete de la
mañana como todos los días y que no vieron ni escucharon nada extraño, ni
siquiera durante la madrugada.
Sean Dortmund revisó, con permiso de la señora Roffo, la habitación que
perteneció a su padre, el señor Cosme Roffo. Examinó el cuarto de principio a
fin exhaustivamente y cuando por fin hubo terminado, fue a la morgue a buscar
los resultados de la autopsia, a los que accedió gracias a un contacto que mi
amigo tenía en la Policía local. El vaso recuperado de la escena no tenía
ninguna otra huella más que las propias de la víctima y en el organismo no se
detectó nada anormal. El informe forense establecía <Causa de muerte por
razones desconocidas>. No quedaba claro si la muerte del señor Cosme Roffo había sido natural
o se trató de un asesinato perpetrado de una manera formidable, y eso irritó bastante
a mi amigo que, pese a todo, estaba convencido de que la verdad no iba a
escaparse de la infalibilidad de su inteligencia. No había, en caso de
asesinato, un motivo aparente.
Así que, el inspector tuvo que guiarse puramente por su intuición.
Salió a caminar por el pueblo y después de unas cuantas horas de haber
estado al aire libre reflexionando profundamente el asunto, tuvo una ocurrencia
de cómo se ejecutó el asesinato, y estaba seguro de que no estaba equivocado al
corriente de su explicación. Todo el mundo en la casa sabía que el señor Roffo
tenía un vaso de agua en su mesita de luz porque a la noche le daba sed y eso
quedó constatado por los testimonios reunidos por Dortmund. Y existía el hecho,
además, de que tomaba un medicamento para el corazón a base de talio, un
compuesto altamente tóxico para la salud. Es inodoro, insípido y fácilmente
soluble en agua. Y si el señor Roffo a la
madrugada, cuando se despertaba para beber un poco de agua, no encendía la luz
de la habitación porque tenía memoria táctil, podía haber sido engañado
entonces con suma facilidad. Lo que Sean Dortmund suponía era que alguien a la
noche, penetró sigilosamente en su habitación y le cambió el vaso con agua por
uno que tenía en su contenido una dosis letal de talio. El señor Cosme Roffo lo
ingirió confiado y falleció a los pocos minutos. Luego, la misma persona bebió
un sorbo del vaso con agua original, agarró la mano del señor Roffo muerto y le
sostuvo el vaso por un momento para impregnarle sus huellas para crearse así la
falsa idea de que el agua había sido bebida por el señor Roffo como lo hacía
habitualmente. Sólo restaba que el asesino limpiara su saliva del vaso, lavara
el otro en el que había vertido el talio y el asunto estaba resuelto.
Pero era sólo la intuición del inspector enfrentada a la falta de
certeza en la realidad. Por fin, cuando regresó a la morada, pidió hablar en
privado con la señora Evangelina Roffo, a la que confrontó sin demasiados
rodeos.
_ Sé que usted lo hizo, sé que mató a su padre_ le dijo el inspector sin
compasión.
La señora Roffo lo miró con desidia y resignación.
_ ¿Cómo se atreve?_ repuso la mujer, enormemente irritada.
_ No le diré cómo lo sé. Pero no tengo dudas sobre su culpabilidad en
este crimen.
_ ¿En qué basa sus ridículas e infundadas sospechas?
_ Cuando me convocó, me habló de que al señor Cosme Roffo lo habían
asesinado. Pero no había ninguna evidencia que a primera vista lo indicase ni
mucho menos respaldase la verdadera causa de muerte de su padre. Por lo tanto,
eso sólo podía saberlo la persona que lo mató: usted.
_ No tiene pruebas.
Era cierto. La intuición nunca podía ganarle a la certeza de los hechos.
Pero Dortmund estaba decidido de cualquier forma a arrancarle una confesión a
la señora Roffo, a la que le
hizo una extendida y detallada explicación de cómo suponía se había cometido el
crimen, que fue de la manera que yo expliqué anteriormente.
_ ¿Por qué?_ inquirió intrigado mi amigo, después._ Su esposo desde hace
dos meses que está sin trabajo y usted sola no puede mantener la economía del
hogar. Los gastos diarios, las deudas, los salarios de sus empleadas
domésticas... Es demasiado para usted. Su esposo parece un hombre bien decido a
dejarla sola en ése aspecto porque no me da la impresión de que esté interesado
en conseguir un empleo nuevo. Después de tantas idas y venias entre ustedes y
de algunas desavenencias con el señor Cosme Roffo, tomó la fría determinación
de asesinarlo envenenándolo con talio al sustituirle un vaso por otro durante
noche tal como se lo dije recién. Cobraría toda su fortuna, heredaría sus
propiedades a título personal para venderlas y todos sus problemas financieros
estarían así subsanados. Y no le importó para asegurar el bienestar económico
de su familia y en especial el de sus hijos asesinar a su padre.
La señora Roffo no pudo evitar quebrarse y confirmó cada una de las
palabras de Dortmund. Pero cuando el asunto de la muerte del señor Cosme Roffo
parecía concluido, emergió repentinamente el señor Franco Barzana, esposo de
Evangelina Roffo que confesó algo que derrumbó todos los esquemas y toda
posibilidad de éxito.
_ Ella sólo me cubre, señor Dortmund_ dijo él, tomando a su esposa de la
mano fuertemente y con una tesitura compasiva y sincera._ Yo lo maté. Fui yo. Y
todo lo hice tal cual usted lo planteó.
_ ¿Usted, señor Barzana? ¿Pero, por qué?
Fue la única vez en la vida que Dortmund se sintió tan confundido que no
sabía qué decir en un momento así, lleno de tensión y dudas resonantes.
_ Hace dos meses que estoy sin trabajo porque me echaron de la estancia
en la que trabajaba. Y no trabajar me hace sentir poca cosa, me hace sentir
poco hombre. Buscar trabajo y fracasar en todos los intentos me hace sentir más
y más frustrado. Trabajé toda mi vida y esta situación no es digna ni de mí ni
de mi familia. ¿Qué clase de hombre sería yo si dejara que Evangelina cargara
con todo sobre sus hombros? Entonces, me acordé que un preso cobra un salario,
que puede tomar distintos talleres estando en prisión, que puede estudiar y que
tiene un plato de comida todos los días, aunque dicha comida no sea la mejor
del mundo. Pensar en todo eso y verme acorralado en ésta frustración, me hizo
darme cuenta que estar en prisión y poder acceder a todos esos beneficios y más
me haría sentir más hombre y mejor persona. Dispondría de un mínimo capital
para pasarle a mi mujer todos los meses para ayudarla, y eso me motivó. Créame,
Dortmund, que no fue con la intención de asesinar a mi querido suegro,
puntualmente. Pero fue el blanco más fácil. Disolví una cantidad muy alta de su
medicina en agua e hice el cambio de su vaso por el mío. Cuando lo bebió, volví
a hacer la sustitución, simulando que del vaso de agua que don Cosme tenía en
su mesita de luz había bebido un trago y lavando por completo el envenenado
para limpiar cualquier vestigio incriminatorio. Es exactamente lo que usted
dijo, Dortmund, pero contado de una forma más sintética y con menos detalles.
Mi amigo se quedó sin reacción ante aquéllas palabras y se retiró de la
casa de forma definitiva. Las dos versiones podían resultar ser absolutamente
ciertas porque ambas resultaban perfectamente posibles. Pero no había evidencia
física de ningún tipo que avalase una u otra. Para Dortmund, este caso
constituyó un fracaso rotundo, una mancha negra en su historial intachable de
casos felizmente resueltos en el país, porque consideró que la intuición le
había jugado por primera vez una mala pasada y la escasez de certezas en el
desarrollo de los sucesos no habían ayudado en lo más mínimo.
_ No fue un fracaso_ lo alenté con todas mis ganas cuando retornó a
nuestro departamento._ Si su intuición le dijo desde un principio que la
culpable es la señora Roffo y que el móvil del crimen fue la herencia para
equilibrar la mala situación económica que estaba afrontando, entonces ésa es
la pura verdad. Después de todo, la primera impresión es la que vale. Es claro
que su marido inventó ése absurdo motivo para cubrir a su mujer.
_ No comprende, doctor_ me dijo desanimado._ No tengo ningún tipo de
evidencia física que respalde una u otra teoría. La certeza siempre será una
cándida enemiga de la intuición humana, porque aunque la intuición descubra
siempre la verdad, la certeza en el mundo físico no se propone respaldarla en
absoluto.
_ La única certeza que importa es la que dicta su intuición. Por lo
tanto, el caso está cerrado, ¿no le parece?
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