miércoles, 17 de enero de 2018

Intuición contra certeza (Gabriel Zas)





Hubo una mañana de noviembre de 1982 que me levanté y me encontré con que mi amigo, el inspector Sean Dortmund, había madrugado y había partido con destino incierto a una hora temprano de la mañana. Y sólo mi amigo obraba de ésa manera si el caso era de urgencia impostergable y prometía ser extraordinario y algo fuera de lo común. Y no me equivoqué.

Cuando me dirigí a la cocina, encontré al lado del aparato de radio un recado de su puño y letra que expresaba algo más o menos así: <Requieren mi presencia urgentemente en Bragado. Caso de asesinato misterioso al que no quieren incluir en su investigación a la Policía local por su ineficiencia en el ejercicio de su labor. El caso promete ser interesante y le juro solemnemente revelarle todos los detalles en cuanto vuelva a Buenos Aires. Partí 6:30 en un taxi hacia la estación Constitución para abordar puntual a las 8 el tren que parte para Bragado. Espero llegar ahí antes del anochecer. Lo saluda cordial y afectuosamente, Sean Dortmund>

El caso llegó a oídos de mi amigo por intermedio de la señorita Nadia Zuloaga, a la Dortmund ayudó hace dos meses en un caso muy curioso, cuya trama develó exitosamente y luego relevó la investigación en el capitán Riestra, que gracias a los datos que el inspector le aportó a aquél logró resolverlo en dos días.

El caso que requería la intervención de Sean Dortmund sucedió en un pequeño pueblo ubicado a veinte kilómetros de Bragado, por lo que mi amigo tuvo que abordar un taxi ni bien bajó del tren. Llegó a la residencia en cuestión pasadas a las once de la noche. Era una humilde casa de campo en la que vivía un matrimonio con sus dos hijos y el padre de ella, que fue encontrado muerto en la mañana en que llamaron a mi amigo. Completaban la convivencia una mucama y dos cocineras que vivían ahí mismo. La víctima se llamaba Cosme Roffo, padre de Evangelina Roffo, quien contactó a Dortmund; que estaba casada con Franco Barzana y con quien tenía dos hijos de cuatro y seis años: Luca y Tomás, respectivamente.

Cuando Dortmund arribó a la residencia, todo era desolación y dolor. Los únicos que estaban ajenos al drama que allí se vivía eran los hijos del matrimonio, que estaban temporalmente bajo el cuidado de la mucama, la señora Esther Dresco. Era una mujer muy particular, de unos cuarenta años, morena, de rostro atezado, espaldas chicas y de mirada tierna. Y se notaba que sentía una devoción muy grande por las dos criaturas, a las que sin dudas amaba locamente.

La señora Roffo, por su parte, era una mujer de rostro duro, vestida con ropa al pasar desprovista de creatividad en su diseño, ojos centellantes, piel trigueña, cabello castaño y de unos modales muy afables. Fue con la primera persona que Sean Dortmund se entrevistó al llegar.

_ ¿Dieron aviso a la Policía?_ fue lo primero que quiso saber el inspector.

_ Sí_ respondió la dama un tanto disgustada._ Vinieron como a las dos horas de que encontráramos el cuerpo sin vida de mi padre, revisaron la escena así nomás, sin mucha expectativa y con nada de profesionalidad, nos hicieron tres preguntas sin mucho sentido y se llevaron el cuerpo para realizarle la autopsia. Eso fue todo lo que hicieron. Por eso, cuando averigüé y pedí que me recomendaran a un detective que fuese implacable y una inminencia en su arte, Nadia Zuloaga, amiga de la familia desde hace varios años, me dijo cómo usted la ayudó cuando ella se debatía entre la vida y la muerte y me pasó su teléfono.

Mi amigo sintió un ligero estremecimiento, que era una muestra de optimismo beneficioso de la opinión que tenían los demás respecto de su desempeño profesional. Sonrió sinceramente a su par en señal de gratitud por la confianza y se metió de lleno en el caso.

_ ¿Quién encontró el cuerpo?_ preguntó.

_ Yo misma, cuando fui a llevarle el desayuno a la cama. Estaba convaleciente por una deficiencia isquémica que tenía en el corazón y su cardiólogo le dio órdenes estrictas de hacer reposo las veinticuatro horas del día. Tenía tajantemente prohibido hacer cualquier clase de esfuerzo y casi no podía moverse porque se agitaba. Sólo se levantaba con ayuda de alguno de nosotros cuando tenía que cubrir sus necesidades de ser humano.

_ ¿A qué hora entró en su habitación?

 _ A las nueve, como todas las mañanas. Golpeé un par de veces sin obtener ninguna respuesta. Entonces, entorné la puerta, me asomé y lo vi profundamente dormido con la cabeza echada hacia uno de los costados y los brazos rígidos, pegados al cuerpo. Entré sigilosamente pensando que aún no se había despertado y que se había quedado dormido. Pero cuando lo toqué y lo zamarreé desesperadamente y vi que no despertaba, lo supe.

Evangelina Roffo lloró sin contenerse y mi amigo supo sosegarla.

_ ¿Todas las mañanas le llevaba el desayuno a su padre a la misma hora?

_ Sí. A la nueve en punto.

_ ¿Y él siempre se despertaba a la misma hora?

_ Puntual a las ocho y media.

_ ¿Por qué?

_ Porque tomaba un medicamento a base de talio preparado especialmente por su médico. Estaba debidamente controlado, por supuesto.

_ ¿Y este brebaje producía leves mejorías en su salud?

_ De a poco, se iba sintiendo mejor.

_ ¿Quién se beneficiaba de su muerte?

_ No me gusta lo que insinúa, inspector Dortmund.

_ Es sólo una pregunta que las circunstancias del drama me obligan a formularle, señora Roffo. No lo tome personal.

_ Yo, desde luego. Heredaba toda su fortuna y sus propiedades_ respondió la mujer de mala gana y ligeramente ofendida.

Sin embargo, el inspector continuó con la entrevista de manera natural.

_ ¿Tenía su padre algún hábito particular?

_ Siempre tenía en su mesita de luz un vaso con agua porque a la noche solía darle sed. Más, en estas épocas de mucho calor.

_ ¿Cómo estaba el vaso ésta mañana cuando fue descubierto su cuerpo?

_ Estaba casi por la mitad, lo que resultó normal. De todos modos, la Policía se llevó para analizarlo.

Dortmund le formuló algunas preguntas más a la señora Evangelina Roffo, que carecen de interés para el caso y en especial, para el presente relato. A la mañana siguiente, habló con el esposo de la señora Roffo, el señor Franco Barzana. Contestó a todas y cada una de las inquietudes de mi amigo con absoluta predisposición. Pero no dijo nada relevante. Lo más importante de sus palabras fue que hacía tres meses que estaba sin trabajo y que era su esposa la que llevaba adelante la economía del hogar. Y Dortmund supuso que eso no le cayó muy bien al occiso.

 Enseguida, habló con la servidumbre sin sacar mucho en limpio tampoco de sus testimonios. Lo único trascendente que declararon fue que ése día se levantaron a las siete de la mañana como todos los días y que no vieron ni escucharon nada extraño, ni siquiera durante la madrugada.

Sean Dortmund revisó, con permiso de la señora Roffo, la habitación que perteneció a su padre, el señor Cosme Roffo. Examinó el cuarto de principio a fin exhaustivamente y cuando por fin hubo terminado, fue a la morgue a buscar los resultados de la autopsia, a los que accedió gracias a un contacto que mi amigo tenía en la Policía local. El vaso recuperado de la escena no tenía ninguna otra huella más que las propias de la víctima y en el organismo no se detectó nada anormal. El informe forense establecía <Causa de muerte por razones desconocidas>. No quedaba claro si la muerte del señor Cosme Roffo había sido natural o se trató de un asesinato perpetrado de una manera formidable, y eso irritó bastante a mi amigo que, pese a todo, estaba convencido de que la verdad no iba a escaparse de la infalibilidad de su inteligencia. No había, en caso de asesinato, un motivo aparente. Así que, el inspector tuvo que guiarse puramente por su intuición.

Salió a caminar por el pueblo y después de unas cuantas horas de haber estado al aire libre reflexionando profundamente el asunto, tuvo una ocurrencia de cómo se ejecutó el asesinato, y estaba seguro de que no estaba equivocado al corriente de su explicación. Todo el mundo en la casa sabía que el señor Roffo tenía un vaso de agua en su mesita de luz porque a la noche le daba sed y eso quedó constatado por los testimonios reunidos por Dortmund. Y existía el hecho, además, de que tomaba un medicamento para el corazón a base de talio, un compuesto altamente tóxico para la salud. Es inodoro, insípido y fácilmente soluble en agua. Y si el señor Roffo a la madrugada, cuando se despertaba para beber un poco de agua, no encendía la luz de la habitación porque tenía memoria táctil, podía haber sido engañado entonces con suma facilidad. Lo que Sean Dortmund suponía era que alguien a la noche, penetró sigilosamente en su habitación y le cambió el vaso con agua por uno que tenía en su contenido una dosis letal de talio. El señor Cosme Roffo lo ingirió confiado y falleció a los pocos minutos. Luego, la misma persona bebió un sorbo del vaso con agua original, agarró la mano del señor Roffo muerto y le sostuvo el vaso por un momento para impregnarle sus huellas para crearse así la falsa idea de que el agua había sido bebida por el señor Roffo como lo hacía habitualmente. Sólo restaba que el asesino limpiara su saliva del vaso, lavara el otro en el que había vertido el talio y el asunto estaba resuelto.

Pero era sólo la intuición del inspector enfrentada a la falta de certeza en la realidad. Por fin, cuando regresó a la morada, pidió hablar en privado con la señora Evangelina Roffo, a la que confrontó sin demasiados rodeos.

_ Sé que usted lo hizo, sé que mató a su padre_ le dijo el inspector sin compasión.

La señora Roffo lo miró con desidia y resignación.

_ ¿Cómo se atreve?_ repuso la mujer, enormemente irritada.

_ No le diré cómo lo sé. Pero no tengo dudas sobre su culpabilidad en este crimen.

_ ¿En qué basa sus ridículas e infundadas sospechas?

_ Cuando me convocó, me habló de que al señor Cosme Roffo lo habían asesinado. Pero no había ninguna evidencia que a primera vista lo indicase ni mucho menos respaldase la verdadera causa de muerte de su padre. Por lo tanto, eso sólo podía saberlo la persona que lo mató: usted.

_ No tiene pruebas.

Era cierto. La intuición nunca podía ganarle a la certeza de los hechos. Pero Dortmund estaba decidido de cualquier forma a arrancarle una confesión a la señora Roffo, a la que le hizo una extendida y detallada explicación de cómo suponía se había cometido el crimen, que fue de la manera que yo expliqué anteriormente.

_ ¿Por qué?_ inquirió intrigado mi amigo, después._ Su esposo desde hace dos meses que está sin trabajo y usted sola no puede mantener la economía del hogar. Los gastos diarios, las deudas, los salarios de sus empleadas domésticas... Es demasiado para usted. Su esposo parece un hombre bien decido a dejarla sola en ése aspecto porque no me da la impresión de que esté interesado en conseguir un empleo nuevo. Después de tantas idas y venias entre ustedes y de algunas desavenencias con el señor Cosme Roffo, tomó la fría determinación de asesinarlo envenenándolo con talio al sustituirle un vaso por otro durante noche tal como se lo dije recién. Cobraría toda su fortuna, heredaría sus propiedades a título personal para venderlas y todos sus problemas financieros estarían así subsanados. Y no le importó para asegurar el bienestar económico de su familia y en especial el de sus hijos asesinar a su padre.

La señora Roffo no pudo evitar quebrarse y confirmó cada una de las palabras de Dortmund. Pero cuando el asunto de la muerte del señor Cosme Roffo parecía concluido, emergió repentinamente el señor Franco Barzana, esposo de Evangelina Roffo que confesó algo que derrumbó todos los esquemas y toda posibilidad de éxito.

_ Ella sólo me cubre, señor Dortmund_ dijo él, tomando a su esposa de la mano fuertemente y con una tesitura compasiva y sincera._ Yo lo maté. Fui yo. Y todo lo hice tal cual usted lo planteó.

_ ¿Usted, señor Barzana? ¿Pero, por qué?

Fue la única vez en la vida que Dortmund se sintió tan confundido que no sabía qué decir en un momento así, lleno de tensión y dudas resonantes.

_ Hace dos meses que estoy sin trabajo porque me echaron de la estancia en la que trabajaba. Y no trabajar me hace sentir poca cosa, me hace sentir poco hombre. Buscar trabajo y fracasar en todos los intentos me hace sentir más y más frustrado. Trabajé toda mi vida y esta situación no es digna ni de mí ni de mi familia. ¿Qué clase de hombre sería yo si dejara que Evangelina cargara con todo sobre sus hombros? Entonces, me acordé que un preso cobra un salario, que puede tomar distintos talleres estando en prisión, que puede estudiar y que tiene un plato de comida todos los días, aunque dicha comida no sea la mejor del mundo. Pensar en todo eso y verme acorralado en ésta frustración, me hizo darme cuenta que estar en prisión y poder acceder a todos esos beneficios y más me haría sentir más hombre y mejor persona. Dispondría de un mínimo capital para pasarle a mi mujer todos los meses para ayudarla, y eso me motivó. Créame, Dortmund, que no fue con la intención de asesinar a mi querido suegro, puntualmente. Pero fue el blanco más fácil. Disolví una cantidad muy alta de su medicina en agua e hice el cambio de su vaso por el mío. Cuando lo bebió, volví a hacer la sustitución, simulando que del vaso de agua que don Cosme tenía en su mesita de luz había bebido un trago y lavando por completo el envenenado para limpiar cualquier vestigio incriminatorio. Es exactamente lo que usted dijo, Dortmund, pero contado de una forma más sintética y con menos detalles.

Mi amigo se quedó sin reacción ante aquéllas palabras y se retiró de la casa de forma definitiva. Las dos versiones podían resultar ser absolutamente ciertas porque ambas resultaban perfectamente posibles. Pero no había evidencia física de ningún tipo que avalase una u otra. Para Dortmund, este caso constituyó un fracaso rotundo, una mancha negra en su historial intachable de casos felizmente resueltos en el país, porque consideró que la intuición le había jugado por primera vez una mala pasada y la escasez de certezas en el desarrollo de los sucesos no habían ayudado en lo más mínimo.

_ No fue un fracaso_ lo alenté con todas mis ganas cuando retornó a nuestro departamento._ Si su intuición le dijo desde un principio que la culpable es la señora Roffo y que el móvil del crimen fue la herencia para equilibrar la mala situación económica que estaba afrontando, entonces ésa es la pura verdad. Después de todo, la primera impresión es la que vale. Es claro que su marido inventó ése absurdo motivo para cubrir a su mujer.  

_ No comprende, doctor_ me dijo desanimado._ No tengo ningún tipo de evidencia física que respalde una u otra teoría. La certeza siempre será una cándida enemiga de la intuición humana, porque aunque la intuición descubra siempre la verdad, la certeza en el mundo físico no se propone respaldarla en absoluto.

_ La única certeza que importa es la que dicta su intuición. Por lo tanto, el caso está cerrado, ¿no le parece?

                                

 

 

 

 

 

 

 

                  

 

 

 

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