_ El capitán Riestra me invitó a pasar una
agradable velada a bordo del crucero Victoria_ me dijo Dortmund, algo
disgustado e inseguro.
_ ¡Eso es bárbaro!_ repuse con entusiasmo._
Después de varios años de amistad y de colaborar con él en muchos de sus casos,
por fin se decidió a pasar Navidad con usted. Será inolvidable. Acepte,
Dortmund. No se arrepentirá.
Mi amigo me miró con incredulidad.
_ ¿Por qué dice que se trata de una invitación
para pasar Navidad con él?
_ El crucero Victoria es muy popular desde hace
unos años en Argentina. Ahí se da cita la gente que no tiene familia y no tiene
con quien pasar las Fiestas, los solos y solas y toda persona que deseé pasar
por una experiencia fascinante. Es un lugar muy elegido por muchas familias,
también, que quieren y buscan algo diferente para Navidad.
Zarpa del puerto a las 21, hace un agradable recorrido por las aguas del Río de
la Plata y atranca de nuevo en el puerto a las ocho de la mañana del día
siguiente.
Dortmund adoptó una actitud pensativa y dejó
escapar una sonrisa de manera involuntaria.
_ Me gusta la idea, doctor. Ojalá el buen
capitán Riestra me lo hubiese aclarado de entrada cuando me planteó la
propuesta. Aceptaré y usted vendrá también, desde luego. Pasaremos un momento
agradable los tres y será muy gratificante brindar con personas que uno jamás
vio en su vida.
Acepté la invitación encantado y Riestra
convino de muy buena gana que yo también acudiera. Se encargó de las reservas
personalmente y logró asignaciones en lugares con una vista maravillosa al mar.
El crucero Victoria estaba anclado en pleno Puerto de Buenos Aires, y su
arquitectura y decoración eran increíbles y muy ostentosas. Cuando el último de
los pasajeros apuntados en el itinerario de reservas subió a bordo del
Victoria, el barco zarpó a paso lento y a horario.
Cenamos, bebimos, bailamos, hablamos, nos
reímos, hasta que todo eso fue interrumpido por una voz oficial que anunció
justo minutos antes de la cero hora que había llegado el momento de que cada
pasajero a bordo pidiera su deseo de Navidad. El evento consistía en anotar en
un papel que estaba adentro de un sobre distribuido en todas las mesas y de
manera individual por persona, un deseo propio que anhelaba cada uno a nivel
personal y que luego los vertiesen en una gran fuente que había empotrada en
medio de la embarcación especialmente para la ocasión. Acto seguido, se hacía
un brindis simbólico y se alzaban las copas al cielo. Yo en particular
desconocía los deseos tanto de Dortmund como del capitán Riestra en tanto que
ellos desconocían el mío. Así debía ser. El ritual clamaba que todos los deseos
de Navidad volcados en ésa fuente se hicieran realidad prontamente. Mi amigo
era bastante escéptico con esas cuestiones, pero se mostró bastante optimista
al respecto, al menos por ésa vez como una excepción a sus principios.
Cada cual siguió en lo suyo después de ello.
Pero en un momento dado vimos que un caballero elegantemente vestido estaba
algo desesperado preguntándole algo específico a cada uno de los pasajeros. Y
vimos también a la vez, a una joven algo angustiada que parecía guardar algún
vínculo con el caballero en cuestión. Dortmund, al advertir la situación, se
acercó a él discretamente y con idéntica discreción le preguntó qué era lo que
lo atormentaba.
_ Me llamo Fabricio Aguilar_ se presentó él
formalmente._ Busco a mi hermano gemelo, Sebastián Aguilar. Estaba con la
señorita Rosales hace unos momentos, se alejó de ella y aún no lo encontramos.
_ ¿Es la señorita de allá?_ y Dortmund señaló a
la misma muchacha que vio compungida momentos antes.
_ Sí. Se conocieron acá. Ella pidió en su deseo
de Navidad conocer a alguien ésta noche y mi hermano se cruzó en su camino como
si el destino lo hubiese enviado. Estaban hablando, ella le pidió que le
llevara algo de tomar, fue en dirección al bar y desapareció. Y hasta ahora,
nadie lo vio ni habló con él.
_ ¿Cuál es el nombre de la señorita Rosales,
señor Aguilar?
_ Evelin. Se llama Evelin Rosales.
_ ¿Su hermano se la presentó formalmente?
_ Sí. Estaba entusiasmado. Dijo que era una
mujer fantástica, ideal para él.
_ ¿Cómo está vestido su hermano?
_ Camisa blanca, campera de cuero negra y
pantalón informal. Como apreciará, bastante diferente a como voy vestido yo.
_ ¿Son diferentes ustedes dos, pese a ser
hermanos gemelos, señor Aguilar?
_ En todo. Y no exagero cuando se lo digo,
señor.
_ Apuesto a que no. Lo ayudaremos, señor
Aguilar. Soy investigador privado y asesor de la Policía Federal. Y uno de mis
amigos que me acompañan a bordo ésta noche es el capitán Eugenio Riestra, jefe
de la División Homicidios. Somos personas idóneas. Lo pondré al tanto y haremos
todo lo posible por encontrar al señor Sebastián Aguilar. Por el momento, le
voy a pedir que nos deje manejar el caso a nosotros y que usted se mantenga al
margen. ¿Puede hacer eso?
Fabricio Aguilar asintió con la cabeza y le
agradeció a Dortmund la colaboración. Mi amigo nos comentó brevemente lo
sucedido y ni yo ni Riestra dudamos en prestar nuestra ayuda. Mientras el
capitán y yo buscábamos al señor Sebastián Aguilar incesantemente por todo el
barco sin levantar las sospechas del resto de los pasajeros, el inspector
entrevistó a la señorita Evelin Rosales. No pudo referirle mucho sobre el
contexto en el que Sebastián Aguilar desapareció. Adujo
que le pidió amablemente si podía traerle de la barra una bebida fuerte, él
aceptó, se fue y desde entonces que no lo volvió a ver. Fue hasta la barra pero
uno de los mozos le afirmó que ningún caballero con la descripción del señor
Sebastián se acercó a solicitar un trago en ningún momento. Y respecto al señor
Fabricio Aguilar, dijo que nunca lo vio junto a su hermano, pero que se acercó
a saludarla porque Sebastián le había hablado muy bien de ella. Dortmund le
agradeció su tiempo, la tranquilizó y le pidió que no se preocupara, y se
reunió inmediatamente con nosotros en un
costado aislado de estribor, lejos de la muchedumbre. La búsqueda del capitán
Riestra y mía no rindió sus frutos. A Dortmund le parecía endeble que alguien
desapareciera a bordo de una embarcación que navegaba por las tranquilas aguas
del Río de la Plata en una noche espléndida cubierta de estrellas. Y resultaba
imposible a su vez que se hubiese echado al río. Por ende, tenía que seguir a
bordo. Pero, ¿en dónde estaba? El misterio parecía insoluble, aunque mi amigo
no se mostrara tan preocupado al respecto del capitán y yo que estábamos
absolutamente perdidos.
Luego, no se supo más nada tampoco de Fabricio
Aguilar, al que buscamos intensamente sin encontrarlo enseguida. Con el capitán
Riestra, ya nos estábamos volviendo locos. Pero entonces la señorita Evelin
Rosales apareció sonriente y abrazada al señor Sebastián Aguilar y sentimos un
profundo alivio. No obstante, Dortmund no se mostró tan optimista como nosotros
porque sospechaba que pasaba algo más que aún no había sido descubierto. Y si
mi amigo tenía ése sentimiento de duda, no podíamos ignorarlo.
Al fin, las dudas se disiparon por completo
cuando apareció en un camarote el cuerpo sin vida de Fabricio Aguilar. La
señorita Evelin Rosales gritó de espanto y el hermano gemelo de la víctima,
Sebastián Aguilar, tuvo que ser contenido porque entró en un estado de crisis
profundo. El resto de los pasajeros y tripulantes de la embarcación estaban
azorados, y se escucharon murmullos de todo tipo y se presenciaron estados
emocionales diversificados. Todos prestaron sus respectivas declaraciones ante
la Policía que llegó minutos después de que el crucero atrancara de nuevo en el
Puerto de Buenos Aires, y algunos fueron liberados de a poco de manera
inmediata, en tanto y cuando se iban confirmando sus coartadas y sus
desvinculaciones con relación al caso y a la víctima en sí.
Sean Dortmund fue meticuloso al revisar el
camarote en que apareció el cuerpo del señor Fabricio Aguilar e interrogar a su
hermano, el señor Sebastián Aguilar, cuya explicación de su paradero cuando
desapareció transitoriamente un rato antes no convenció a mi amigo para nada.
Dijo que la embarcación era tan grande que se perdió entre la multitud. Sin
embargo, las grandes dimensiones del crucero no eran tan inmensas y amplias
como para suponer que la versión del señor Sebastián Aguilar resultara cierta.
Había estado sin lugar a dudas refugiado en otro sitio, pero por alguna causa
desconocida, lo ocultaba. ¿Se había visto en secreto con otra mujer y no quería
decir nada para no herir los sentimientos de la señorita Evelin Rosales? Mi
amigo le pidió al señor Aguilar que le mostrara sus manos. Aquél, algo
extrañado por la ocurrente petición de Dortmund, aceptó. El inspector las
estudió fugazmente, luego alzando de nuevo la vista, miró
fijamente con insolencia durante
unos segundos al señor Sebastián Aguilar y pidió
inmediatamente que fuese detenido por el asesinato de su hermano gemelo,
Fabricio Aguilar. Aquél quiso evadirse de su culpa intentando persuadir a Sean
Dortmund, pero sus intentos resultaron todos en vano y no tuvo otra salida más
que confesar el crimen.
_ Sí, yo lo maté_ admitió Sebastián Aguilar con
frialdad._ No sé cómo me descubrió usted, pero lo hice. Hace un año atrás en
este mismo crucero, Fabricio mató por accidente a la mujer que yo tanto amaba y
que también conocí acá mismo a bordo el año anterior. Se llamaba Andrea
Pascual. Dijo que estaban hablando a un costado del barco, apoyados sobre la
baranda de protección y que inexplicablemente cedió y ella cayó al agua sin
poder evitarlo. Eso me destruyó. Me arrancó a la mujer de mis sueños, a la que
pretendía robarme sin dudas. Dijo que estaban hablando mí y de cómo Andrea
estaba encantada conmigo y de lo feliz que era a mi lado. Eso sucedió ésa misma
noche, hace exactamente un año atrás, a bordo de ésta misma embarcación y la
perdí porque Fabricio no fue capaz de protegerla. Vinimos a celebrar nuestro
primer aniversario juntos al lugar en donde nos conocimos. Siempre sospeché que
Fabricio, en un ataque de celos desmedido, empujó a Andrea por la borda
intencionalmente, fingiendo un accidente. Pero, se certificó tiempo después que
la baranda estaba desgastada porque estaba obsoleta y se determinó que la
muerte de Andrea fue desgraciadamente un infortunado e inoportuno accidente.
Pero eso no lo exoneró a Fabricio en absoluto. Él pudo haber evitado que cayera
ésa noche al agua y no lo hizo. Y mi deseo de Navidad fue desde ése momento
vengar la muerte de Andrea, asesinando a mi hermano. Lo asfixié con la almohada
y no me tembló ni un poquito el pulso al hacerlo.
Dortmund no quiso escuchar más detalles de ése espantoso
crimen y le indicó al capitán Riestra que ya podía ordenarle a los oficiales
que se llevaran detenido al señor Sebastián Aguilar. Y así ocurrió.
_ Bueno, hable_ le dijo el capitán Riestra a mi
amigo, con resignación._ ¿Cómo lo supo?
Me causó gracia la actitud de Riestra frente a
Dortmund. Y el inspector pareció divertirse también, porque esbozó una ligera
sonrisa que no pudo disimular.
_ Estos lugares así donde convergen personas
provenientes de diversos sitios_ explicó Dortmund, recobrando de nuevo la
seriedad,_ tienen por regla general que ninguno conoce al resto. Yo, por
ejemplo, podría aducir fácilmente que mi nombre real es José Pérez y todos lo
tomarían por cierto porque nadie me conoce porque nadie me vio nunca antes.
Y mi amigo nos miró expectantes esperando que
alguno de los dos dijésemos algo. Pero eso no pasó, y tornando una expresión de
frustración, continuó.
_ A lo que voy es que aquél elegante y cortés
caballero que se nos presentó en un principio como Fabricio Aguilar pudo
habernos hecho víctima de sus engaños y nunca lo notaríamos. Y con la misma
facilidad, podía vendernos a nosotros o a cualquiera la historia que quisiera
porque no lo conocíamos. Se nos presentó como Fabricio. ¿Pero, y si
verdaderamente era Sebastián Aguilar y tomó el lugar de su hermano gemelo
porque nadie se daría cuenta, porque el genuino Fabricio Aguilar ya estaba
muerto desde hacía un
rato antes? Pero para eso tenía que representar muy bien su comedia y
necesitaba a un testigo, y a la vez, llamar disimuladamente la atención del
resto. Su testigo fue la señorita Evelin Rosales, de la que se deshizo con
improvisada austeridad cuando ella le pidió ir a buscarle algo de beber al bar.
Él desaparece, tarda en regresar y empieza a inquietar a su incrédula e ingenua
víctima de ocasión. ¿Y por qué ella se desesperó de ésa manera por alguien a
quien apenas conoció hace un par de minutos? Porque aquél modesto caballero
también supo representar muy bien su rol de Don Juan y hacer que esa inofensiva
y simpática criatura cayera rendida a sus pies. Acto seguido, el señor
Sebastián Aguilar se cambia de ropa y hace la aparición como su hermano
Fabricio, quien se muestra preocupado en público y empieza a preguntarle al
resto de los pasajeros a bordo si vieron a una persona idéntica a él,
vestida de la forma en que lo estaba antes de la transformación. Así empieza a
sembrar la duda y a alimentar las versiones de su extraña desaparición. Así
fue, capitán Riestra y doctor, que
llamó la nuestra, y yo me acerqué a ofrecerle voluntariamente nuestra
ayuda, que era lo que justamente estaba buscando. Con nosotros tres involucrados, el señor Sebastián
ya había conseguido su coartada. Mientras nosotros nos inmiscuimos
en la labor de búsqueda, él volvió al camarote, se volvió a cambiar de ropa para
asumir de nuevo el rol de él mismo, con las prendas que se quitó vistió el
cuerpo de Fabricio Aguilar, lo acomodó
para que fuese encontrado y reapareció, buscó a la señorita Rosales y ella a
nosotros. El resto de la historia creo que ya la conocen.
_ Demasiado elaborado, pero inteligentemente
pensado y ejecutado_ dije.
_ Buscamos el cuerpo, Dortmund_ protestó
Riestra._ No lo encontramos. Revisamos ése camarote, estoy seguro de eso. El
cuerpo no estaba ahí.
_ Debe aprender a fijarse en los detalles, capitán
Riestra_ repuso Dortmund con voz relajada._ El primero de ellos es que la
señorita Evelin Rosales me aseguró cuando la interrogué que nunca vio a los
gemelos Aguilar juntos. Y enfrentamos dos o tres casos con características
similares para que lo pasara usted por alto. Y el segundo fue el color de ojos.
Los hermanos gemelos pueden tener entre sí rostros idénticos, pero hay pequeñas
menudencias que son delatoras. Tanto el señor Fabricio Aguilar como el señor
Sebastián que nosotros vimos tenían los ojos marrones. Pero el cuerpo que yo vi
los tenía verdes. El cuerpo también presentaba pelusa en su cabello. ¿Y, cuál
es uno de los rincones donde suele juntarse a menudo bastante pelusa? ¡En el
interior de un colchón! Así deduje que el cuerpo estuvo oculto todo el tiempo
hasta su aparición debajo del colchón de la cama del camarote. Y, por eso
capitán Riestra, ni usted ni el doctor lo vieron cuando realizaron la búsqueda.
Y aun así, si no hubiese sido por el detalle
de la pelusa en el cabello, igualmente lo hubiese deducido por simple lógica.
_ ¿El color de ojos? ¿Enserio, Dortmund?
Entonces, explíqueme porqué hizo que le mostrara sus manos.
_ Fue una inocente artimaña que hice a los
efectos de disponer de un pretexto convincente para mirarlo directo a los ojos por
una fracción de segundos y cerciorarme de que no estaba equivocado.
El capitán Riestra, lejos de resignarse, hizo
una mueca de satisfacción con sus labios.
_ Y hubo un tercer error por parte del señor
Sebastián Aguilar, que fue
el más grotesco y serio de todos_ remató el inspector en un tono indiscreto
como broche de oro a sus deducciones.
_ ¿Cuál?_ le pregunté a Sean Dortmund con
asombro mayúsculo.
_ ¡Haber llamado justamente nuestra
atención!
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