martes, 23 de enero de 2018

Deseo de Navidad (Gabriel Zas)





_ El capitán Riestra me invitó a pasar una agradable velada a bordo del crucero Victoria_ me dijo Dortmund, algo disgustado e inseguro.

_ ¡Eso es bárbaro!_ repuse con entusiasmo._ Después de varios años de amistad y de colaborar con él en muchos de sus casos, por fin se decidió a pasar Navidad con usted. Será inolvidable. Acepte, Dortmund. No se arrepentirá.

Mi amigo me miró con incredulidad.

_ ¿Por qué dice que se trata de una invitación para pasar Navidad con él?

_ El crucero Victoria es muy popular desde hace unos años en Argentina. Ahí se da cita la gente que no tiene familia y no tiene con quien pasar las Fiestas, los solos y solas y toda persona que deseé pasar por una experiencia fascinante. Es un lugar muy elegido por muchas familias, también, que quieren y buscan algo diferente para Navidad. Zarpa del puerto a las 21, hace un agradable recorrido por las aguas del Río de la Plata y atranca de nuevo en el puerto a las ocho de la mañana del día siguiente.

Dortmund adoptó una actitud pensativa y dejó escapar una sonrisa de manera involuntaria.

_ Me gusta la idea, doctor. Ojalá el buen capitán Riestra me lo hubiese aclarado de entrada cuando me planteó la propuesta. Aceptaré y usted vendrá también, desde luego. Pasaremos un momento agradable los tres y será muy gratificante brindar con personas que uno jamás vio en su vida.

Acepté la invitación encantado y Riestra convino de muy buena gana que yo también acudiera. Se encargó de las reservas personalmente y logró asignaciones en lugares con una vista maravillosa al mar. El crucero Victoria estaba anclado en pleno Puerto de Buenos Aires, y su arquitectura y decoración eran increíbles y muy ostentosas. Cuando el último de los pasajeros apuntados en el itinerario de reservas subió a bordo del Victoria, el barco zarpó a paso lento y a horario.

Cenamos, bebimos, bailamos, hablamos, nos reímos, hasta que todo eso fue interrumpido por una voz oficial que anunció justo minutos antes de la cero hora que había llegado el momento de que cada pasajero a bordo pidiera su deseo de Navidad. El evento consistía en anotar en un papel que estaba adentro de un sobre distribuido en todas las mesas y de manera individual por persona, un deseo propio que anhelaba cada uno a nivel personal y que luego los vertiesen en una gran fuente que había empotrada en medio de la embarcación especialmente para la ocasión. Acto seguido, se hacía un brindis simbólico y se alzaban las copas al cielo. Yo en particular desconocía los deseos tanto de Dortmund como del capitán Riestra en tanto que ellos desconocían el mío. Así debía ser. El ritual clamaba que todos los deseos de Navidad volcados en ésa fuente se hicieran realidad prontamente. Mi amigo era bastante escéptico con esas cuestiones, pero se mostró bastante optimista al respecto, al menos por ésa vez como una excepción a sus principios.

Cada cual siguió en lo suyo después de ello. Pero en un momento dado vimos que un caballero elegantemente vestido estaba algo desesperado preguntándole algo específico a cada uno de los pasajeros. Y vimos también a la vez, a una joven algo angustiada que parecía guardar algún vínculo con el caballero en cuestión. Dortmund, al advertir la situación, se acercó a él discretamente y con idéntica discreción le preguntó qué era lo que lo atormentaba.

_ Me llamo Fabricio Aguilar_ se presentó él formalmente._ Busco a mi hermano gemelo, Sebastián Aguilar. Estaba con la señorita Rosales hace unos momentos, se alejó de ella y aún no lo encontramos.

_ ¿Es la señorita de allá?_ y Dortmund señaló a la misma muchacha que vio compungida momentos antes.

_ Sí. Se conocieron acá. Ella pidió en su deseo de Navidad conocer a alguien ésta noche y mi hermano se cruzó en su camino como si el destino lo hubiese enviado. Estaban hablando, ella le pidió que le llevara algo de tomar, fue en dirección al bar y desapareció. Y hasta ahora, nadie lo vio ni habló con él.

_ ¿Cuál es el nombre de la señorita Rosales, señor Aguilar?

_ Evelin. Se llama Evelin Rosales.

_ ¿Su hermano se la presentó formalmente?

_ Sí. Estaba entusiasmado. Dijo que era una mujer fantástica, ideal para él.

_ ¿Cómo está vestido su hermano?

_ Camisa blanca, campera de cuero negra y pantalón informal. Como apreciará, bastante diferente a como voy vestido yo.

_ ¿Son diferentes ustedes dos, pese a ser hermanos gemelos, señor Aguilar?

_ En todo. Y no exagero cuando se lo digo, señor.

_ Apuesto a que no. Lo ayudaremos, señor Aguilar. Soy investigador privado y asesor de la Policía Federal. Y uno de mis amigos que me acompañan a bordo ésta noche es el capitán Eugenio Riestra, jefe de la División Homicidios. Somos personas idóneas. Lo pondré al tanto y haremos todo lo posible por encontrar al señor Sebastián Aguilar. Por el momento, le voy a pedir que nos deje manejar el caso a nosotros y que usted se mantenga al margen. ¿Puede hacer eso?

Fabricio Aguilar asintió con la cabeza y le agradeció a Dortmund la colaboración. Mi amigo nos comentó brevemente lo sucedido y ni yo ni Riestra dudamos en prestar nuestra ayuda. Mientras el capitán y yo buscábamos al señor Sebastián Aguilar incesantemente por todo el barco sin levantar las sospechas del resto de los pasajeros, el inspector entrevistó a la señorita Evelin Rosales. No pudo referirle mucho sobre el contexto en el que Sebastián Aguilar desapareció. Adujo que le pidió amablemente si podía traerle de la barra una bebida fuerte, él aceptó, se fue y desde entonces que no lo volvió a ver. Fue hasta la barra pero uno de los mozos le afirmó que ningún caballero con la descripción del señor Sebastián se acercó a solicitar un trago en ningún momento. Y respecto al señor Fabricio Aguilar, dijo que nunca lo vio junto a su hermano, pero que se acercó a saludarla porque Sebastián le había hablado muy bien de ella. Dortmund le agradeció su tiempo, la tranquilizó y le pidió que no se preocupara, y se reunió  inmediatamente con nosotros en un costado aislado de estribor, lejos de la muchedumbre. La búsqueda del capitán Riestra y mía no rindió sus frutos. A Dortmund le parecía endeble que alguien desapareciera a bordo de una embarcación que navegaba por las tranquilas aguas del Río de la Plata en una noche espléndida cubierta de estrellas. Y resultaba imposible a su vez que se hubiese echado al río. Por ende, tenía que seguir a bordo. Pero, ¿en dónde estaba? El misterio parecía insoluble, aunque mi amigo no se mostrara tan preocupado al respecto del capitán y yo que estábamos absolutamente perdidos.

Luego, no se supo más nada tampoco de Fabricio Aguilar, al que buscamos intensamente sin encontrarlo enseguida. Con el capitán Riestra, ya nos estábamos volviendo locos. Pero entonces la señorita Evelin Rosales apareció sonriente y abrazada al señor Sebastián Aguilar y sentimos un profundo alivio. No obstante, Dortmund no se mostró tan optimista como nosotros porque sospechaba que pasaba algo más que aún no había sido descubierto. Y si mi amigo tenía ése sentimiento de duda, no podíamos ignorarlo.

Al fin, las dudas se disiparon por completo cuando apareció en un camarote el cuerpo sin vida de Fabricio Aguilar. La señorita Evelin Rosales gritó de espanto y el hermano gemelo de la víctima, Sebastián Aguilar, tuvo que ser contenido porque entró en un estado de crisis profundo. El resto de los pasajeros y tripulantes de la embarcación estaban azorados, y se escucharon murmullos de todo tipo y se presenciaron estados emocionales diversificados. Todos prestaron sus respectivas declaraciones ante la Policía que llegó minutos después de que el crucero atrancara de nuevo en el Puerto de Buenos Aires, y algunos fueron liberados de a poco de manera inmediata, en tanto y cuando se iban confirmando sus coartadas y sus desvinculaciones con relación al caso y a la víctima en sí.

Sean Dortmund fue meticuloso al revisar el camarote en que apareció el cuerpo del señor Fabricio Aguilar e interrogar a su hermano, el señor Sebastián Aguilar, cuya explicación de su paradero cuando desapareció transitoriamente un rato antes no convenció a mi amigo para nada. Dijo que la embarcación era tan grande que se perdió entre la multitud. Sin embargo, las grandes dimensiones del crucero no eran tan inmensas y amplias como para suponer que la versión del señor Sebastián Aguilar resultara cierta. Había estado sin lugar a dudas refugiado en otro sitio, pero por alguna causa desconocida, lo ocultaba. ¿Se había visto en secreto con otra mujer y no quería decir nada para no herir los sentimientos de la señorita Evelin Rosales? Mi amigo le pidió al señor Aguilar que le mostrara sus manos. Aquél, algo extrañado por la ocurrente petición de Dortmund, aceptó. El inspector las estudió fugazmente, luego alzando de nuevo la vista, miró fijamente con insolencia durante unos segundos al señor Sebastián Aguilar y pidió inmediatamente que fuese detenido por el asesinato de su hermano gemelo, Fabricio Aguilar. Aquél quiso evadirse de su culpa intentando persuadir a Sean Dortmund, pero sus intentos resultaron todos en vano y no tuvo otra salida más que confesar el crimen.

_ Sí, yo lo maté_ admitió Sebastián Aguilar con frialdad._ No sé cómo me descubrió usted, pero lo hice. Hace un año atrás en este mismo crucero, Fabricio mató por accidente a la mujer que yo tanto amaba y que también conocí acá mismo a bordo el año anterior. Se llamaba Andrea Pascual. Dijo que estaban hablando a un costado del barco, apoyados sobre la baranda de protección y que inexplicablemente cedió y ella cayó al agua sin poder evitarlo. Eso me destruyó. Me arrancó a la mujer de mis sueños, a la que pretendía robarme sin dudas. Dijo que estaban hablando mí y de cómo Andrea estaba encantada conmigo y de lo feliz que era a mi lado. Eso sucedió ésa misma noche, hace exactamente un año atrás, a bordo de ésta misma embarcación y la perdí porque Fabricio no fue capaz de protegerla. Vinimos a celebrar nuestro primer aniversario juntos al lugar en donde nos conocimos. Siempre sospeché que Fabricio, en un ataque de celos desmedido, empujó a Andrea por la borda intencionalmente, fingiendo un accidente. Pero, se certificó tiempo después que la baranda estaba desgastada porque estaba obsoleta y se determinó que la muerte de Andrea fue desgraciadamente un infortunado e inoportuno accidente. Pero eso no lo exoneró a Fabricio en absoluto. Él pudo haber evitado que cayera ésa noche al agua y no lo hizo. Y mi deseo de Navidad fue desde ése momento vengar la muerte de Andrea, asesinando a mi hermano. Lo asfixié con la almohada y no me tembló ni un poquito el pulso al hacerlo.

Dortmund no quiso escuchar más detalles de ése espantoso crimen y le indicó al capitán Riestra que ya podía ordenarle a los oficiales que se llevaran detenido al señor Sebastián Aguilar. Y así ocurrió.

_ Bueno, hable_ le dijo el capitán Riestra a mi amigo, con resignación._ ¿Cómo lo supo?

Me causó gracia la actitud de Riestra frente a Dortmund. Y el inspector pareció divertirse también, porque esbozó una ligera sonrisa que no pudo disimular.

_ Estos lugares así donde convergen personas provenientes de diversos sitios_ explicó Dortmund, recobrando de nuevo la seriedad,_ tienen por regla general que ninguno conoce al resto. Yo, por ejemplo, podría aducir fácilmente que mi nombre real es José Pérez y todos lo tomarían por cierto porque nadie me conoce porque nadie me vio nunca antes.

Y mi amigo nos miró expectantes esperando que alguno de los dos dijésemos algo. Pero eso no pasó, y tornando una expresión de frustración, continuó.

_ A lo que voy es que aquél elegante y cortés caballero que se nos presentó en un principio como Fabricio Aguilar pudo habernos hecho víctima de sus engaños y nunca lo notaríamos. Y con la misma facilidad, podía vendernos a nosotros o a cualquiera la historia que quisiera porque no lo conocíamos. Se nos presentó como Fabricio. ¿Pero, y si verdaderamente era Sebastián Aguilar y tomó el lugar de su hermano gemelo porque nadie se daría cuenta, porque el genuino Fabricio Aguilar ya estaba muerto desde hacía un rato antes? Pero para eso tenía que representar muy bien su comedia y necesitaba a un testigo, y a la vez, llamar disimuladamente la atención del resto. Su testigo fue la señorita Evelin Rosales, de la que se deshizo con improvisada austeridad cuando ella le pidió ir a buscarle algo de beber al bar. Él desaparece, tarda en regresar y empieza a inquietar a su incrédula e ingenua víctima de ocasión. ¿Y por qué ella se desesperó de ésa manera por alguien a quien apenas conoció hace un par de minutos? Porque aquél modesto caballero también supo representar muy bien su rol de Don Juan y hacer que esa inofensiva y simpática criatura cayera rendida a sus pies. Acto seguido, el señor Sebastián Aguilar se cambia de ropa y hace la aparición como su hermano Fabricio, quien se muestra preocupado en público y empieza a preguntarle al resto de los pasajeros a bordo si vieron a una persona idéntica a él, vestida de la forma en que lo estaba antes de la transformación. Así empieza a sembrar la duda y a alimentar las versiones de su extraña desaparición. Así fue, capitán Riestra y doctor, que llamó la nuestra, y yo me acerqué a ofrecerle voluntariamente nuestra ayuda, que era lo que justamente estaba buscando. Con nosotros tres involucrados, el señor Sebastián ya había conseguido su coartada. Mientras nosotros nos inmiscuimos en la labor de búsqueda, él volvió al camarote, se volvió a cambiar de ropa para asumir de nuevo el rol de él mismo, con las prendas que se quitó vistió el cuerpo de  Fabricio Aguilar, lo acomodó para que fuese encontrado y reapareció, buscó a la señorita Rosales y ella a nosotros. El resto de la historia creo que ya la conocen. 

_ Demasiado elaborado, pero inteligentemente pensado y ejecutado_ dije.

_ Buscamos el cuerpo, Dortmund_ protestó Riestra._ No lo encontramos. Revisamos ése camarote, estoy seguro de eso. El cuerpo no estaba ahí.

_ Debe aprender a fijarse en los detalles, capitán Riestra_ repuso Dortmund con voz relajada._ El primero de ellos es que la señorita Evelin Rosales me aseguró cuando la interrogué que nunca vio a los gemelos Aguilar juntos. Y enfrentamos dos o tres casos con características similares para que lo pasara usted por alto. Y el segundo fue el color de ojos. Los hermanos gemelos pueden tener entre sí rostros idénticos, pero hay pequeñas menudencias que son delatoras. Tanto el señor Fabricio Aguilar como el señor Sebastián que nosotros vimos tenían los ojos marrones. Pero el cuerpo que yo vi los tenía verdes. El cuerpo también presentaba pelusa en su cabello. ¿Y, cuál es uno de los rincones donde suele juntarse a menudo bastante pelusa? ¡En el interior de un colchón! Así deduje que el cuerpo estuvo oculto todo el tiempo hasta su aparición debajo del colchón de la cama del camarote. Y, por eso capitán Riestra, ni usted ni el doctor lo vieron cuando realizaron la búsqueda. Y aun así, si no hubiese sido por el detalle de la pelusa en el cabello, igualmente lo hubiese deducido por simple lógica.

_ ¿El color de ojos? ¿Enserio, Dortmund? Entonces, explíqueme porqué hizo que le mostrara sus manos.

_ Fue una inocente artimaña que hice a los efectos de disponer de un pretexto convincente para mirarlo directo a los ojos por una fracción de segundos y cerciorarme de que no estaba equivocado.

El capitán Riestra, lejos de resignarse, hizo una mueca de satisfacción con sus labios.

_ Y hubo un tercer error por parte del señor Sebastián Aguilar, que fue el más grotesco y serio de todos_ remató el inspector en un tono indiscreto como broche de oro a sus deducciones.

_ ¿Cuál?_ le pregunté a Sean Dortmund con asombro mayúsculo.

_ ¡Haber llamado justamente nuestra atención!                                                                                                                      

 

 

 

 

 

                                                       

 

 

 

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