martes, 23 de enero de 2018

Inocencia contra culpabilidad (Gabriel Zas)










Astrid Boix, una humilde psicóloga que hacía poco había abierto su propio consultorio particular en el corazón del barrio porteño de Mataderos, apareció asesinada una mañana de mayo en su propio consultorio de un disparo en la cabeza. Y si bien había dos sospechosos potenciales, la historia que los relacionaba a ambos fue muy particular e interesante.

El primero de ellos se llamaba Octavio Cruz y era un asiduo paciente de la doctora Boix, con quien se atendía desde hacía más de un año por razones que nunca se dieron a conocer para respetar el secreto de confidencialidad entre paciente y licenciada. La única certeza que había al corriente era que lo que originó la consulta y el posterior tratamiento fue un trauma familiar, pero no se supo más allá de eso.  Parte de su declaración textual fue la siguiente:

"Me atendí con ella a las 11 a.m. porque ése día la doctora Boix me pidió ir específicamente antes porque al mediodía tenía que atender asuntos  de carácter estrictamente personal y de suma urgencia. Acepté, llegué puntual a las 11 y me liberó a las 11:30. Antes de retirarme, le pedí permiso para ir al baño y subí al primer piso por una pequeña escalera en espiral que había en el living que obraba de sala de espera. El primer piso estaba solamente conformado por dos baños, uno para cada sexo, y un pequeño ropero en medio que imagino debía contener efectos personales de la doctora Boix. Me estaba terminando de lavar la cara cuando escuché un fuerte grito de mujer, que sin dudas era de la licenciada Astrid Boix y detrás una detonación que atribuí irremediablemente a un arma de fuego. Me paralicé. Todo duró apenas unos segundos. Escuché la puerta de calle, esperé un poco para bajar, junté fuerzas y cuando estuve listo, bajé asustado. El silencio era estremecedor. Llamé varias veces a la licenciada Boix sin obtener de parte suya ninguna contestación. Eso me puso más nervioso aún. Cuando terminé de bajar las escaleras y me asomé a su escritorio, la vi tirada rodeada de un gran charco de sangre que brotaba de su cabeza. Por un impulso, atiné a intentar reanimarla pero ya estaba muerta... Sí, admito que toqué el cuerpo, pero no lo hice adrede. Actué por instinto, nada más.  Entienda, oficial. ¡Estaba desesperado! Después vi el arma abandonada al lado del cuerpo e inmediatamente escuché un ruido que provenía de la sala. Pensé que el asesino había regresado por alguna razón, entré en pánico y tomé el arma por cualquier cosa que tuviera que defenderme... Sí, mis huellas están en el mango, por lo que le estoy diciendo, pero no la maté...  No sé si el ruido de puerta que oí era que la habían abierto o cerrado. Estaba tan nervioso y contrariado, que no le presté demasiad atención a ése detalle... Me acerqué a la sala con cautela y me encontré con Adrián Lucena. Me dijo que la doctora lo había citado para las 11:30 bajo los mismos argumentos que me extendiera a mí, y que llegó unos minutos más tarde porque se había quedado dormido... A Adrián lo conozco desde hace varios años cuando fuimos compañeros de trabajo en una fábrica de motores de lancha en la que trabajábamos. De hecho, fue él quien me recomendó que me atendiera con la doctora Boix.... Sí, creo que él sin dudas la mató. No había nadie más con nosotros. Lo hubiésemos visto."

Las declaraciones de los dos en algún punto se tocaban y coincidían, lo que hacía verídica la historia si no fuese por un detalle nada menor. Esto fue lo más relevante declarado por Adrián Lucena:

"Llegué al consultorio de Astrid Boix cerca de las 11:35 y vi la puerta entornada. Me pareció raro, pero en mi cabeza no me imaginé nada extraño y entré... No, oficial. No vi salir a nadie del consultorio... No, es imposible que no lo viera. Venía caminando desde una cuadra antes t cualquier movimiento, lo hubiese percibido de inmediato... ¿Que continúe, con qué? Ah, sí. Entré y vi a Octavio que apareció de repente y me apuntaba con un arma. Me asusté porque me estaba apuntando y pensé que iba a matarme, pero tiró el arma al piso llorando y sólo me repetía una y otra vez que él era inocente, que él no la asesinó... No, no le creo para nada... Sí, absolutamente Octavio Cruz es el asesino."

Las pericias forenses revelaron que el asesino fue uno solo, que sólo una persona atacó, disparó y asesino a la licenciada en Psicología, Astrid Boix. Por lo tanto, se deducía indefectiblemente que uno de los dos sospechosos era inocente y el otro culpable, toda vez que uno creía que el otro era el asesino. Por regla general, en casos similares al presente, las dos personas involucradas en el incidente por estar en el lugar y momento equivocados se cubrían entre sí. Pero en el caso de Astrid Boix, Octavio Cruz y Adrián Lucena se atacaban entre sí incesantemente. No se tenían contemplación entre sí. Se dejaba entrever muy claramente que se guardaban rencores y que no podían ni verse las caras. Pero, la Policía no podía dejar de preguntarse si la aparente pelea entre ellos era verdadera o era una tertulia para cubrirse entre ellos ya que los dos planearon el crimen. Ése interrogante le carcomía la cabeza a los investigadores y al juez. Todos los indicios y datos que recabaron daban cuenta de que realmente se detestaban mutuamente, por lo que se supuso en un primer momento y sólo provisoriamente, que ésa parte de la historia resultaba cierta. Pero el resto de los detalles y circunstancias había que aclararlos y eso pareció ser una tarea ardua y difícil. Había pormenores de ambas declaraciones que no le cerraban a los oficiales por ningún costado.

 Adrián Lucena dijo que la puerta estaba entreabierta cuando arribó al consultorio de la víctima y que no vio salir ni entrar a nadie en ningún momento, cuestión que inexorablemente tendría que haber advertido si venía caminando desde la cuadra anterior. Por otra parte, Octavio Cruz alegó que se encontraba en el baño lavándose la cara cuando supuestamente sucedió todo.

Con esto, la Policía abordó a una primera conclusión preliminar. Octavio Cruz asesinó a la licenciada Boix de un disparo en la cabeza, subió al baño para lavarse las manos para deshacerse de los restos de pólvora que pudiera conservar encima y en ése trajín llegó inesperadamente Adrián Lucena, que ante el temor de que Cruz lo acallara, declara bajo coacción lo que aquél le indicó si no quería morir. Eso explicaría porqué Octavio Cruz volvió a tomar el arma después de bajar del baño. Pero una parte de la teoría no tenía sentido. Era impensado que el señor Cruz subiera al baño a lavarse y volviese a tomar el arma una vez de nuevo abajo y ante la presencia de Lucena. 

Sin embargo, tanto Cruz como Lucena, tenían en común algo no menos importante: el motivo.  Los dos carecían de motivaciones fundamentadas para el homicidio, aunque las circunstancias descartaban la presencia de un tercero y la hora de la muerte los pusiera a ambos en el centro de la escena, ya que el forense estableció un rango de horario para el asesinato de entre las 10:30 de la mañana y 12:30 del mediodía.

Otra teoría sugerida por la Policía fue la del disparo a media distancia. Y eso lo ponía a Adrián Lucena como principal sospechoso del homicidio de Astrid Boix. La misma refería que aquél llegó de imprevisto al consultorio, se asomó sigiloso, vio a la licenciada Boix sola y en un perfecto ángulo de disparo, apretó el gatillo y entró para cerciorarse de que realmente estaba muerta, momento en el que inesperadamente apareció el Octavio Cruz. Pero si ésa segunda versión resultaba cierta, la declaración de Cruz perdía credibilidad porque atestiguó que se encontró con el crimen cuando regresó del baño y que agarró el arma de la escena para defenderse porque había escuchado ruidos extraños que terminaron anunciando la llegada de Adrián Lucena. Y si ése era el caso, se avalaba la postura de que ambos eran igualmente responsables de asesinato, aunque sólo uno fue el que disparó el arma porque en la escena sólo se recabó evidencia que apuntaba a un único autor material. Además, el forense alegó en su análisis que el disparo indiscutiblemente se hizo de cerca. La nueva hipótesis entonces se caía por su propio peso.

Inmediatamente, se procedió a realizarle la prueba de parafina a ambos para detectar residuos de pólvora en sus manos, que podrían indicar quién efectuó el disparo. Pero el juez cometió el error de autorizar el estudio varias horas después de la aprehensión de los sospechosos, lo que implicaba sin lugar a dudas que los resultados podrían dar negativo, ya que los residuos no perduran en la piel por mucho tiempo y más aún, son fáciles de eliminar lavándose las manos adecuadamente. Y sin embargo, la evidencia apuntaba a que el asesino era uno de los dos, en tanto el juez sostenía que sólo uno era el culpable y el otro inocente. Se revisó la escena minuciosamente hasta el hartazgo pero fue imposible localizar indicios incriminatorios en contra de uno o de otro. Y más aún, estaba el hecho de que cuando la Policía llegó a la escena y revisó el consultorio de pies a cabeza, no encontró a nadie más escondido en ningún rincón, y nadie había visto salir a nadie de ahí desde que se cometió el homicidio. La primera duda que quedó flotando en el aire y a la que nunca se le pudo hallar una respuesta sensata y satisfactoria era: ¿quién llamó a la Policía?

Se decidió entonces investigar a la víctima, a la licenciada Astrid Boix para conocer más sobre su trabajo y de qué manera este pudo influir en alguno de los dos sospechosos para posteriormente desear su muerte. La instrucción duró casi cuatro meses y no arrojó demasiadas certezas. Antes de abrir su consultorio particular, Astrid Boix trabajaba en el hospital Santojiani, en la parte de Psicología Social. Y según las autoridades mismas del establecimiento médico, la echaron porque la acusaron de robarse expedientes e historias clínicas de algunos pacientes, sin relación aparente entre ellos. Nada de eso se pudo recuperar y jamás pudieron demostrar que Boix los hurtara, por lo que la causa en contra de la psicóloga se archivó por falta de mérito. Tampoco se pudo establecer un nexo entre ella y un tercero que le hubiera pagado para que robara esos documentos con fines presumiblemente criminales. Sí se descubrió que había dentro del hospital una gran red de corrupción que acarreaba venta de medicamentos ilegales, recetas falsas y médicos que ejercían sin título, motivo por el que la Justicia lo intervino. Pero tampoco pudieron vincular ése hecho ni con la doctora Boix ni con ninguno de los dos sospechosos de su asesinato.

La Policía requirió información precisa sobre los expedientes e historias clínicas faltantes y la comparó con los elementos confiscados en la escena del crimen. El resultado fue nulo. ¿EN dónde estaban esos archivos, entonces? ¿Los robó el asesino del hospital, inculpó a la licenciada Astrid Boix y cuando ella lo descubrió, él la mató para silenciarla? Y si fue así, ¿tuvo tanta suerte como para que aparecieran en la escena, a falta de uno, dos chivos expiatorios? Esto abría una tercer teoría, hasta ése momento jamás contemplada: que tanto Octavio Cruz como Adrián Lucena fuesen inocentes. Se continuó investigando por varios años más pero todos los caminos desandados condujeron a un callejón sin salida. El caso no se resolvió nunca y los dos fueron sobreseídos de la imputación de homicidio simple. Las conjeturas se multiplicaron terriblemente en poco más de un año luego del crimen. Pero para el juez y una gran parte del equipo de investigadores la real era una sola: uno resultaba inocente y el otro culpable. ¿Pero, quién? ¿Cruz inocente y Lucena culpable o al revés? La verdad algún día quizás vea la luz... O quizás no lo haga nunca.

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