Astrid
Boix, una humilde psicóloga que hacía poco había abierto su propio consultorio
particular en el corazón del barrio porteño de Mataderos, apareció asesinada
una mañana de mayo en su propio consultorio de un disparo en la cabeza. Y si
bien había dos sospechosos potenciales, la historia que los relacionaba a ambos
fue muy particular e interesante.
El
primero de ellos se llamaba Octavio Cruz y era un asiduo paciente de la doctora
Boix, con quien se atendía desde hacía más de un año por razones que nunca se
dieron a conocer para respetar el secreto de confidencialidad entre paciente y
licenciada. La única certeza que había al corriente era que lo que originó la
consulta y el posterior tratamiento fue un trauma familiar, pero no se supo más
allá de eso. Parte de su declaración
textual fue la siguiente:
"Me
atendí con ella a las 11 a.m. porque ése día la doctora Boix me pidió ir
específicamente antes porque al mediodía tenía que atender asuntos de carácter estrictamente personal y de suma
urgencia. Acepté, llegué puntual a las 11 y me liberó a las 11:30. Antes de
retirarme, le pedí permiso para ir al baño y subí al primer piso por una
pequeña escalera en espiral que había en el living que obraba de sala de
espera. El primer piso estaba solamente conformado por dos baños, uno para cada
sexo, y un pequeño ropero en medio que imagino debía contener efectos
personales de la doctora Boix. Me estaba terminando de lavar la cara cuando
escuché un fuerte grito de mujer, que sin dudas era de la licenciada Astrid
Boix y detrás una detonación que atribuí irremediablemente a un arma de fuego.
Me paralicé. Todo duró apenas unos segundos. Escuché la puerta de calle, esperé
un poco para bajar, junté fuerzas y cuando estuve listo, bajé asustado. El
silencio era estremecedor. Llamé varias veces a la licenciada Boix sin obtener
de parte suya ninguna contestación. Eso me puso más nervioso aún. Cuando
terminé de bajar las escaleras y me asomé a su escritorio, la vi tirada rodeada
de un gran charco de sangre que brotaba de su cabeza. Por un impulso, atiné a
intentar reanimarla pero ya estaba muerta... Sí, admito que toqué el cuerpo,
pero no lo hice adrede. Actué por instinto, nada más. Entienda, oficial. ¡Estaba desesperado!
Después vi el arma abandonada al lado del cuerpo e inmediatamente escuché un
ruido que provenía de la sala. Pensé que el asesino había regresado por alguna
razón, entré en pánico y tomé el arma por cualquier cosa que tuviera que
defenderme... Sí, mis huellas están en el mango, por lo que le estoy diciendo,
pero no la maté... No sé si el ruido de
puerta que oí era que la habían abierto o cerrado. Estaba tan nervioso y
contrariado, que no le presté demasiad atención a ése detalle... Me acerqué a
la sala con cautela y me encontré con Adrián Lucena. Me dijo que la doctora lo
había citado para las 11:30 bajo los mismos argumentos que me extendiera a mí,
y que llegó unos minutos más tarde porque se había quedado dormido... A Adrián
lo conozco desde hace varios años cuando fuimos compañeros de trabajo en una
fábrica de motores de lancha en la que trabajábamos. De hecho, fue él quien me
recomendó que me atendiera con la doctora Boix.... Sí, creo que él sin dudas la
mató. No había nadie más con nosotros. Lo hubiésemos visto."
Las
declaraciones de los dos en algún punto se tocaban y coincidían, lo que hacía
verídica la historia si no fuese por un detalle nada menor. Esto fue lo más
relevante declarado por Adrián Lucena:
"Llegué
al consultorio de Astrid Boix cerca de las 11:35 y vi la puerta entornada. Me
pareció raro, pero en mi cabeza no me imaginé nada extraño y entré... No,
oficial. No vi salir a nadie del consultorio... No, es imposible que no lo
viera. Venía caminando desde una cuadra antes t cualquier movimiento, lo
hubiese percibido de inmediato... ¿Que continúe, con qué? Ah, sí. Entré y vi a
Octavio que apareció de repente y me apuntaba con un arma. Me asusté porque me
estaba apuntando y pensé que iba a matarme, pero tiró el arma al piso llorando
y sólo me repetía una y otra vez que él era inocente, que él no la asesinó...
No, no le creo para nada... Sí, absolutamente Octavio Cruz es el asesino."
Las
pericias forenses revelaron que el asesino fue uno solo, que sólo una persona
atacó, disparó y asesino a la licenciada en Psicología, Astrid Boix. Por lo
tanto, se deducía indefectiblemente que uno de los dos sospechosos era inocente
y el otro culpable, toda vez que uno creía que el otro era el asesino. Por
regla general, en casos similares al presente, las dos personas involucradas en
el incidente por estar en el lugar y momento equivocados se cubrían entre sí.
Pero en el caso de Astrid Boix, Octavio Cruz y Adrián Lucena se atacaban entre
sí incesantemente. No se tenían contemplación entre sí. Se dejaba entrever muy
claramente que se guardaban rencores y que no podían ni verse las caras. Pero,
la Policía no podía dejar de preguntarse si la aparente pelea entre ellos era
verdadera o era una tertulia para cubrirse entre ellos ya que los dos planearon
el crimen. Ése interrogante le carcomía la cabeza a los investigadores y al
juez. Todos los indicios y datos que recabaron daban cuenta de que realmente se
detestaban mutuamente, por lo que se supuso en un primer momento y sólo
provisoriamente, que ésa parte de la historia resultaba cierta. Pero el resto
de los detalles y circunstancias había que aclararlos y eso pareció ser una
tarea ardua y difícil. Había pormenores de ambas declaraciones que no le
cerraban a los oficiales por ningún costado.
Adrián Lucena dijo que la puerta estaba
entreabierta cuando arribó al consultorio de la víctima y que no vio salir ni
entrar a nadie en ningún momento, cuestión que inexorablemente tendría que
haber advertido si venía caminando desde la cuadra anterior. Por otra parte,
Octavio Cruz alegó que se encontraba en el baño lavándose la cara cuando
supuestamente sucedió todo.
Con
esto, la Policía abordó a una primera conclusión preliminar. Octavio Cruz
asesinó a la licenciada Boix de un disparo en la cabeza, subió al baño para
lavarse las manos para deshacerse de los restos de pólvora que pudiera
conservar encima y en ése trajín llegó inesperadamente Adrián Lucena, que ante
el temor de que Cruz lo acallara, declara bajo coacción lo que aquél le indicó
si no quería morir. Eso explicaría porqué Octavio Cruz volvió a tomar el arma
después de bajar del baño. Pero una parte de la teoría no tenía sentido. Era
impensado que el señor Cruz subiera al baño a lavarse y volviese a tomar el
arma una vez de nuevo abajo y ante la presencia de Lucena.
Sin
embargo, tanto Cruz como Lucena, tenían en común algo no menos importante: el
motivo. Los dos carecían de motivaciones
fundamentadas para el homicidio, aunque las circunstancias descartaban la
presencia de un tercero y la hora de la muerte los pusiera a ambos en el centro de la escena, ya que el
forense estableció un rango de horario para el asesinato de entre las 10:30 de
la mañana y 12:30 del mediodía.
Otra
teoría sugerida por la Policía fue la del disparo a media distancia. Y eso lo
ponía a Adrián Lucena como principal sospechoso del homicidio de Astrid Boix.
La misma refería que aquél llegó de imprevisto al consultorio, se asomó
sigiloso, vio a la licenciada Boix sola y en un perfecto ángulo de disparo,
apretó el gatillo y entró para cerciorarse de que realmente estaba muerta,
momento en el que inesperadamente apareció el Octavio Cruz. Pero si ésa segunda
versión resultaba cierta, la declaración de Cruz perdía credibilidad porque
atestiguó que se encontró con el crimen cuando regresó del baño y que agarró el
arma de la escena para defenderse porque había escuchado ruidos extraños que
terminaron anunciando la llegada de Adrián Lucena. Y si ése era el caso, se
avalaba la postura de que ambos eran igualmente responsables de asesinato,
aunque sólo uno fue el que disparó el arma porque en la escena sólo se recabó
evidencia que apuntaba a un único autor material. Además, el forense alegó en
su análisis que el disparo indiscutiblemente se hizo de cerca. La nueva
hipótesis entonces se caía por su propio peso.
Inmediatamente,
se procedió a realizarle la prueba de parafina a ambos para detectar residuos
de pólvora en sus manos, que podrían indicar quién efectuó el disparo. Pero el
juez cometió el error de autorizar el estudio varias horas después de la
aprehensión de los sospechosos, lo que implicaba sin lugar a dudas que los
resultados podrían dar negativo, ya que los residuos no perduran en la piel por
mucho tiempo y más aún, son fáciles de eliminar lavándose las manos
adecuadamente. Y sin embargo, la evidencia apuntaba a que el asesino era uno de
los dos, en tanto el juez sostenía que sólo uno era el culpable y el otro
inocente. Se revisó la escena minuciosamente hasta el hartazgo pero fue
imposible localizar indicios incriminatorios en contra de uno o de otro. Y más
aún, estaba el hecho de que cuando la Policía llegó a la escena y revisó el
consultorio de pies a cabeza, no encontró a nadie más escondido en ningún
rincón, y nadie había visto salir a nadie de ahí desde que se cometió el
homicidio. La primera duda que quedó flotando en el aire y a la que nunca se le
pudo hallar una respuesta sensata y satisfactoria era: ¿quién llamó a la
Policía?
Se
decidió entonces investigar a la víctima, a la licenciada Astrid Boix para
conocer más sobre su trabajo y de qué manera este pudo influir en alguno de los
dos sospechosos para posteriormente desear su muerte. La instrucción duró casi
cuatro meses y no arrojó demasiadas certezas. Antes de abrir su consultorio
particular, Astrid Boix trabajaba en el hospital Santojiani, en la parte de
Psicología Social. Y según las autoridades mismas del establecimiento médico,
la echaron porque la acusaron de robarse expedientes e historias clínicas de
algunos pacientes, sin relación aparente entre ellos. Nada de eso se pudo
recuperar y jamás pudieron demostrar que Boix los hurtara, por lo que la causa
en contra de la psicóloga se archivó por falta de mérito. Tampoco se pudo
establecer un nexo entre ella y un tercero que le hubiera pagado para que
robara esos documentos con fines presumiblemente criminales. Sí se descubrió
que había dentro del hospital una gran red de corrupción que acarreaba venta de
medicamentos ilegales, recetas falsas y médicos que ejercían sin título, motivo
por el que la Justicia lo intervino. Pero tampoco pudieron vincular ése hecho
ni con la doctora Boix ni con ninguno de los dos sospechosos de su asesinato.
La
Policía requirió información precisa sobre los expedientes e historias clínicas
faltantes y la comparó con los elementos confiscados en la escena del crimen. El
resultado fue nulo. ¿EN dónde estaban esos archivos, entonces? ¿Los robó el
asesino del hospital, inculpó a la licenciada Astrid Boix y cuando ella lo
descubrió, él la mató para silenciarla? Y si fue así, ¿tuvo tanta suerte como
para que aparecieran en la escena, a falta de uno, dos chivos expiatorios? Esto
abría una tercer teoría, hasta ése momento jamás contemplada: que tanto Octavio
Cruz como Adrián Lucena fuesen inocentes. Se continuó investigando por varios
años más pero todos los caminos desandados condujeron a un callejón sin salida.
El caso no se resolvió nunca y los dos fueron sobreseídos de la imputación de
homicidio simple. Las conjeturas se multiplicaron terriblemente en poco más de
un año luego del crimen. Pero para el juez y una gran parte del equipo de
investigadores la real era una sola: uno resultaba inocente y el otro culpable.
¿Pero, quién? ¿Cruz inocente y Lucena culpable o al revés? La verdad algún día
quizás vea la luz... O quizás no lo haga nunca.
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