miércoles, 17 de enero de 2018

Regla de tres (Gabriel Zas)




Encontré a Dortmund muy atareado aquélla mañana y consideré una impertinencia irracional molestarlo por cosas banales. Así que, me reservé mis dudas para planteárselas en una ocasión más propicia. No sabía muy bien en qué estaba trabajando, pero debía ser algo de mucha importancia porque mi amigo no se movió de su escritorio en toda la mañana. Al fin, cuando se hizo el mediodía, me atreví a interrumpirlo.

_ Necesita descansar un rato_ le sugerí._ No ha dejado de hacer lo que está haciendo en toda la mañana. Ha bebido sólo un café negro cuando se levantó y no ha ingerido ningún alimento. Y un estómago lleno hace que el cerebro funcione mejor. Usted lo repite siempre.

_ Es verdad, doctor_ replicó Dortmund, poniéndose de pie y frotándose los ojos._ Aprecio su preocupación. He recibido la boleta del servicio de luz y me han llegado ochenta australes de más respecto al período anterior que me parece completamente injusto abonar. Estoy un cien por ciento seguro de que ha habido un error de facturación y estuve toda la mañana revisando el detalle de la cuenta para detectarlo. ¿Y puede creer que todavía no tuve éxito? No pagaré ésa cifra adicional si no existe una buena razón para hacerlo.

Miré al inspector con incredulidad y decepción. Pues supuse que su problema revestía una gravedad mayor. Le iba a exteriorizar lo que pensaba pero preferí refugiarme en el silencio de mis propias palabras para evitar cualquier desavenencia sobre el asunto.

_ Creo que tocaron el timbre_ me dijo con el oído atento.

_ No oí nada.

Se escuchó un ring por lo bajo y fui a atender por orden de Dortmund. Nuestro visitante resultó ser el buen capitán Riestra, que sin dudas se traía un caso entre manos y vino para solicitarle ayuda profesional al inspector. Le comenté sobre la pequeña preocupación que lo mantuvo inquietado durante toda la mañana y Riestra soltó una risa tal que bordeaba el límite con la carcajada. Y sin embargo, Dortmund no lo asimiló. Recibió al capitán, lo invitó a sentarse y a que explicara el motivo de su visita, aunque era bien sabido cuál era.

_ Vengo a ver si puede echarme mano en un caso que me tiene bastante desconcertado, Dortmund_ precisó Riestra, aprensivo.

MI amigo se acomodó cómodamente en su sillón y miró al capitán con entera satisfacción.

_ Soy todo oídos_ lanzó con predisposición y entusiasmo.

_ El caso en cuestión ocurrió hace tres días en Villa Gesell, partido de la Costa Atlántica Argentina. Los hechos fueron resumidamente los siguientes. Un matrimonio oriundo de la provincia de La Rioja estaba caminando pacíficamente por la playa y a pleno sol cuando se encontraron con una amiga que parece que hacía tiempo no veían. Él se llama Norberto Font, su esposa Úrsula Lobo y la amiga con la que se encontraron se trataba de Jimena Ocaña. La señorita Ocaña lucía un vestido al ras color caoba, un pañuelo floreado en la cabeza, unos anteojos de sol que le cubrían gran parte de su rostro y un collar artesanal con sus iniciales. En tanto,  el matrimonio Font y Lobo estaba vestido con ropa más informal y ojotas. Él una camisa de estilo hawaiana y ella una remera negra con grandes letras en blanco.

<Según la declaración de algunos testigos ocasionales, los tres estuvieron hablando durante algunos minutos hasta que se pusieron de acuerdo para ir a refrescarse a una pequeña laguna que hay cerca de los médanos. Se alejaron lo suficiente en dirección al lugar indicado y no habrán pasado más de diez minutos cuando el señor Font volvió del balneario acompañado sólo por la señorita Ocaña y preguntándole a varios transeúntes que estaban en la playa si habían visto a la señora Lobo. Naturalmente, se las describió cómo estaba vestida y les mostró una foto, pero todos negaron haberla visto. Ya en un estado de desesperación incondicional, el señor Font se separó de la señorita Ocaña y ambos buscaron por lugares diferentes con resultados nulos. El señor Norberto Font regresó a la playa, inquieto y enormemente preocupado porque su mujer había desaparecido misteriosamente. Dijo que se estaban bañando los tres juntos en la laguna para refrescarse un poco, y que en un momento dado, la señora Úrsula Lobo se retiró con el pretexto de que iba a su auto a buscar un poco de protector solar, pero nunca volvió. Y cuando se dispuso a llamar a la Policía, ella apareció de la nada. El señor Font le preguntó dónde había estado y ella le respondió que se había perdido porque no estaba muy familiarizada con la zona.>

<Todo parecía haber acabado ahí, pero ahora era la señorita Jimena Ocaña la que no había vuelto de ayudarlo a buscar a Norberto Font a la señora Lobo. Entre tanta conmoción por la desaparición de ésta última, no percibió la ausencia de la señorita Ocaña. La buscaron ligeramente y desistieron porque tanto la señora Lobo como el señor Font supusieron que se había marchado sin avisar, por lo que le restaron importancia al asunto. Hasta que un pescador que estaba intentando pescar en la zona de las grutas sacó del mar algo que llamó poderosamente su atención y no era precisamente un pez de gran tamaño, sino el collar de la señorita Jimena Ocaña. Se asustó y dio rápida intervención a la Policía, que a través de unos buzos tácticos, recuperó de las aguas el cuerpo sin vida de Jimena Ocaña. Como el cuerpo estuvo expuesto al agua durante un tiempo prolongado, al forense le está costando bastante determinar la hora exacta de su muerte, pero la establecerá cuando realice todos los análisis complementarios que requiere para precisarlo con esmero. Pero sí pudo afirmar con plena convicción que murió ahogada. Y no cree para nada que se trate de un accidente, sino más bien de un asesinato. Sus manos presentaban heridas de defensa. Pero desgraciadamente no pudo recuperar ningún rastro que pudiera decirnos quién es el asesino y el caso es un completo misterio.

La señorita Ocaña se va a bañar con sus amigos, la señora Lobo desaparece, ella ayuda al señor Font a buscarla, se separan, la señora Lobo aparece al rato alegando que se había perdido, la señorita Jimena Ocaña no regresa y aparece horas más tardes flotando en la inmensidad del mar. No sé, todo me resulta extraordinariamente curioso y muy extraño.>

La actitud de Dortmund al escuchar el relato del capitán Riestra dejó en claro que se había interesado por el caso desde un primer momento. Al fin, después de unos segundos de reflexión, dirigió una serie de interrogantes a nuestro amigo.

_ ¿Vieron los testigos a la señorita Ocaña en compañía de alguien más mientras se avocaba en la labor de búsqueda de la señora Lobo?

_ No, Dortmund. Estuvo sola en todo momento, según el testimonio de tres testigos que lo aseguran porque dijeron que la vieron nerviosa, que se acercaron para ofrecerle ayuda y que ella los rechazó de muy malas maneras.

_ ¿Pudieron ver estos mismos testigos si la seguía alguien?

_ Lo dudo. Después de eso,  se ofendieron por los tratos recibidos, la dejaron sola y volvieron a lo que estaban haciendo antes.

_ Asumiremos entonces, sólo hasta que podamos demostrar otra cosa, que el señor Norberto Font y su esposa, la señora Úrsula Lobo, fueron los últimos en ver con vida a la señorita Jimena Ocaña.

Riestra afirmó con un leve movimiento de cabeza.

_ ¿Estaba nerviosa cuando la encontraron los señores Lobo y Font?_ siguió indagando Sean Dortmund.

_ ¿La señorita Ocaña? No, lucía espléndida. Estaba feliz de habérselos encontrado_ respondió Riestra.

_ ¿Hacía cuánto que no se veían?

_ Cinco años. Se conocían de La Rioja, su provincia natal.

_ ¿ Y qué hacían en Villa Gesell?

_ Vacaciones y placer. Como todo el mundo, Dortmund. Usted debería considerarlo, también.

_ Su única preocupación latente por el momento_ intervine en tono de broma,_ es lo que le vino de más en la factura de luz.

Y tanto el capitán Riestra como yo dejamos escapar una carcajada amigable. Sin embargo, Dortmund nos miró circunspecto y mosqueado.

_ Hay una mujer muerta y un caso que resolver_ reprochó._ No es un momento ideal para hacer bromas, señores.

_ Perdón, Dortmund_ dijo Riestra, avergonzado.

_ ¿Hacía cuánto que el señor Font y la señora Lobo habían llegado a Villa Gesell?_ siguió preguntando mi amigo, de nuevo con mesura.

_ Una semana_ contestó Riestra._ Pensaban quedarse dos semanas y después volver para La Rioja.

_ ¿Y la señorita Jimena Ocaña?

_ No lo sabemos con exactitud. Por lo poco que pudimos averiguar, habría viajado sola por trabajo. 

_ Cuando la señorita Ocaña ayudó al señor Font a buscar a su esposa, ¿en qué sentido emprendió la búsqueda?

_ Hacia el lado este y el señor Font lo hizo hacia el lado oeste.

_ Bien, creo que me ha referido usted todo lo que necesito saber. Le tendré respuestas a la brevedad, capitán Riestra.

_ Tenemos un punto interesante en este caso_ me dijo mi amigo, luego de que Riestra se retirara cortésmente de nuestro departamento.

_ ¿Cuál, según usted, Dortmund?_ le pregunté.

_ Que el único momento que la señora Lobo y la señorita Ocaña fueron vistas juntas fue cuando se encontraron en la playa. Luego, la señora Lobo desapareció, entró en escena la señorita Ocaña, ella desaparece, reaparece la señora Lobo y más tarde el cuerpo de la señorita Jimena Ocaña aparece flotando en el mar. Además, existe el hecho inconmensurable de que cuando la señora Lobo hizo su reaparición, ella y el señor Font plasmaron una búsqueda  ligera para intentar localizar a la señorita Ocaña. Y más tarde, cuando su pesquisa no arrojó resultados favorables, propusieron la teoría de que simplemente los había abandonado por voluntad propia y declinaron de buscarla. ¿Por qué? Es inquietante, ¿no le parece, doctor?

_ No lo había notado.

_ Porque usted no presta demasiada atención a los detalles. Es igual que el capitán Riestra, en ése sentido.

_ Nunca me voy a poner a la par de su inteligencia. Pero su deducción concretamente me remite al caso de la actriz de radioteatro, Isabel Colombo, muerta a manos de su colega, la renombrada estrella Leticia Morales, quien escondió su cuerpo y se hizo pasar por ella con la complicidad del señor Gerardo Cae. ¿Lo recuerda?

_ ¡Perfectamente! Usted lo atrapó cuando lo corrió por media ciudad, más o menos. Estuvo impecable en ésa ocasión. Y sí, este caso puntual tiene algo de eso. La señora Úrsula Lobo y Norberto Font se encontraron casualmente con la señorita Jimena Ocaña, a quien estoy seguro, no conocían de antes. Por algún motivo, la señorita Ocaña intercepta a la pareja y con algún pretexto, van hasta la laguna del balneario. Allí la pareja comete el crimen. No importa cuál de los dos ahogó a la señorita Ocaña, ambos son igualmente responsables por su asesinato. Una vez consumado el crimen, arrojan al mar su collar y la señora Lobo quita del cuerpo el vestido, los anteojos de sol y el pañuelo y los viste. En apariencia, la señora Lobo es la señorita Jimena Ocaña. Seguidamente, ella y su esposo vuelven a la playa y ponen en práctica la farsa de que la señora Lobo había desaparecido. Sencillamente, la señora Úrsula Lobo tiene que abandonar las prendas de la señorita Ocaña y reaparecer como ella misma.

_ Nunca deja de sorprenderme, Dortmund. Apoyo su teoría. ¿Pero, cómo lo demostramos?

_ Piense, doctor. Si usted fuese la señora Lobo, ¿en dónde escondería la ropa para que no sea fácilmente encontrada?

Pensé unos segundos antes de emitir una respuesta.

_ La enterraría en la arena, sin dudarlo, en un rincón de la playa poco concurrido_ repuse satisfecho de mí mismo.

_ Exacto. Y para ratificar la hipótesis, el capitán Riestra debe cerciorar con los tres testigos que involucró en su explicación si realmente la señorita Ocaña a la que se acercaron para intentar ayudar porque la notaron algo nerviosa, otro detalle dicho sea de paso, lucía el collar que fue recuperado del agua.

Y me sonrió con su característica sonrisa impertinente. Por indicación suya, le envié un fax al capitán Riestra, cuya respuesta concisa nos llegó a las pocas horas.

<Los testigos dijeron que Ocaña no lucía ningún collar y encontramos sus prendas enterradas en la arena, en un sector aislado y solitario de la playa, como usted nos sugirió. Recuperamos huellas que había marcadas en la zona y esperamos confirmación para saber si pertenecen a la señora Lobo. Tenemos su molde. Ambos están aprehendidos>.

Nos enteramos al día siguiente que los análisis de las huellas recabadas en la zona en donde fueron recuperadas las ropas de la señorita Jimena Ocaña pertenecían sin lugar a dudas a la señora Úrsula Lobo. Y el capitán Riestra, como señal de agradecimiento a los servicios de Sean Dortmund, vino en persona a contarnos lo que aún nos faltaba conocer.

_ La señorita Jimena Ocaña estaba en Gesell por trabajo. Era tesorera general de un banco_ nos explicaba Riestra,_ y estaba en la Costa supervisando otras sucursales. Pero nunca antes había ido a Gesell y no conocía demasiado. Tenía que ir a cierta dirección a la que le costaba llegar y paró a Norberto Font y Úrsula Lobo para preguntarles si sabían cómo llegar. Y acá viene la parte más enfermiza de toda la historia. La señora Lobo creyó que Jimena Ocaña coqueteaba con su marido y que encima él lo disfrutaba. Que la cuestión de la dirección fue una excusa para hablarle. Úrsula Lobo se puso obsesivamente celosa, miró a su marido con hostilidad y luego observó a la señorita Ocaña con un profundo odio que no supo disimular. Norberto Font lo advirtió y se encontró en una situación incómoda. Inmediatamente intercambiaron una mirada con la señora Lobo y se entendieron enseguida. Decidieron asesinar a Jimena Ocaña para salvar su matrimonio porque comprendieron que ella se había interpuesto y podría separarlos después de quince años de casados. Y con ella muerta, estaban salvados. Creo que la emoción y la adrenalina que sintieron al matar era lo que realmente estaban necesitando. O era la excusa que requerían para salvar su matrimonio que ya experimentaba desde hacía un tiempo una crisis bastante profunda y se negaban por alguna razón a recibir cualquier tipo de ayuda profesional. Es lamentable, a falta de un calificativo mejor.

_ Lamentable, capitán Riestra_ dijo Dortmund_ es que no haya interpretado los hechos correctamente desde un comienzo como sí lo hice yo. ¿Cuándo va a aprender?

El capitán miró a Dortmund con inquisición y reproche, y yo tuve que contenerme para evitar reírme por la expresión de ambos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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