"Será un gran placer
ayudarlo, capitán Riestra" fue lo último que le dijo mi amigo, el
inspector Sean Dortmund, al jefe máximo de la División Homicidios de la Policía
Federal cuando lo ayudó a resolver el caso de la red ferroviaria, aquél asesino
que mataba siguiendo el orden de las estaciones de la línea Mitre. Mi amigo
creía que se trataba del mismo asesino que persiguió arduamente en Irlanda
durante los últimos meses antes de viajar y radicarse definitivamente en Buenos
Aires. Por eso se presentó de forma espontánea en el despacho del capitán
Riestra a brindar información del caso y ofrecer su ayuda en la investigación
del mismo. Riestra se mostró reticente al comienzo a aceptar la colaboración de
un extraño recién llegado de Europa, pero se abrió a su ayuda y el resultado
final fue un éxito indiscutido. Quedó al descubierto así el método implacable
del inspector y la falta de sentido común y voluntades del capitán Eugenio
Riestra.
A partir de ése caso, que tuvo lugar entre agosto y noviembre de 1975,
siguieron miles más. Algunos fueron resueltos en conjunto por ambos, y le doy
un mérito inmerecido al capitán Riestra sólo por cortesía, y otros fueron de
carácter privado. Pero muchos de los primeros casos que Dortmund le ayudó a
resolver al capitán Riestra sucedieron entre noviembre de 1975 y abril de 1976.
Y aunque el inspector me pidió nunca darlos a conocer, decidí hacer caso omiso
a su solicitud de privacidad y revelar los seis más sobresalientes desde mi
propia opinión personal. Y como fueron casos que no demandaron demasiadas
complicaciones ni muchos detalles, los resumiré en pocas líneas de manera
excesivamente concisa. Pero no por eso menos impactantes que todos los que
fueron narrados en mayor extensión de carillas. Y ahora, creo que es momento de
comenzar.
CASO 1: El rapto del hijo del arquitecto
Emilio Araujo era un reconocido
arquitecto oriundo de la ciudad de Rio Cuarto, provincia de Córdoba. Su padre,
Esteban Araujo también fue un gran arquitecto que diseñó y remodeló los
principales edificios municipales de la ciudad. El señor Emilio siguió el
legado que dejó su padre y construyó grandes edificios y establecimientos tanto
para el Estado como para entidades privadas en varias ciudades de Córdoba y de otras
provincias como Mendoza, La Pampa, San Juan y Catamarca, entre otras. Tenía un
único hijo que era su antítesis total: se llamaba Germán Araujo y era un chico
conflictivo, que no terminó el Secundario y tuvo varias entradas en la
Comisaría por diversos delitos. Emilio Araujo lo sacó siempre y Germán una y
otra vez volvía a reincidir como si no le importara absolutamente nada. Y
sinceramente, Emilio Araujo ya estaba harto de toda ésa situación porque su
hijo, con las fechorías que promovía, lo único que lograba era desprestigiar su
nombre y el honor de la familia.
Y un día pasó lo que se anticipaba que pasaría de un momento a otro:
Germán Araujo fue secuestrado mientras volvía a su casa en un tramo de calle
completamente desierto. Durante los
primeros días, que resultan cruciales en casos de dicha naturaleza, no hubo comunicación por
parte de los captores y eso le hizo pensar a la Policía que el rapto respondía
a una cuestión más personal. Se especuló con que le debía dinero a quien no
debía pero nunca se pudo confirmar nada por ése lado. Se creyó que traicionó a
alguien a quien no debía, pero las investigaciones no arrojaron nada por ése
lado, tampoco. Inclusive, dos días antes de su
desaparición se había separado de su esposa. Pero la Policía nunca contempló
ésa posibilidad. Entonces, Dortmund tomó parte activa de la investigación por
expresa recomendación del capitán Riestra. Lo primero que hizo mi amigo fue ver
varias fotos suyas y después lo que hizo en lo sucesivo fue un consumado entresijo
porque nunca se supo ya que jamás se lo comentó a nadie, ni siquiera a mí.
Hasta que una llamada anónima al teléfono de línea del señor Emilio Araujo por
parte de alguien desconocido le exigió un pago de quinientos mil pesos por su liberación.
El dispendio se llevó a cabo bajo una estricta operación montada por la Policía
Federal y a las tres horas de realizado, Germán Araujo apareció muerto al pie
de un cerro con el rostro desfigurado. El capitán Riestra se encargó de la
investigación y convocó a Sean Dortmund, que con sólo mirar y estudiar
detalladamente el cuerpo, descubrió la verdad.
_ ¿Por qué los secuestradores se tomaron su tiempo en llamar al señor
Emilio Araujo para pedirle rescate por la liberación de su hijo Germán, por qué
pese a todo lo mataron y por qué encima desfiguraron el rostro del cuerpo?_
inquirió audazmente el inspector.
El capitán Riestra lo miró con cierto desconcierto sin saber qué
responder.
_ Supongo que habrán descubierto que había policías involucrados de por
medio y por eso lo mataron_ repuso el capitán, vacilante.
_ Los captores matan, pero no desfiguran, capitán Riestra. Este es el
segundo caso que enfrenta donde aparece un cuerpo desfigurado y por lo visto,
no ha aprendido absolutamente nada de las enseñanzas que le dejó ésa
experiencia anterior.
_ No se me ocurre otra cosa. Le digo lo que me resulta obvio, Dortmund.
_ Y ése es su error: cerrarse en lo obvio, en vez de abrirse a otras
posibilidades.
_ ¿Qué pasó con Germán Araujo, en definitiva?
_ Está vivo.
_ ¿¡Qué!? No es posible. Vi el cuerpo.
_ Usted vio un cuerpo desfigurado, capitán Riestra. No el cuerpo del
señor Germán Araujo. Él planeó todo su rapto, lo planificó con lujo de detalle.
Y lo hizo por el dinero. Finge su propio rapto, se esconde, busca a alguien
físicamente idéntico o parecido a él que esté en situación de vulnerabilidad
para que nadie note su ausencia, lo mata, le desfigura el rostro para que nadie
note el engaño, lo viste con sus ropas y lo abandona en donde fue encontrado.
Uno de sus cómplices llama al señor Emilio Araujo, le pide el rescate, lo paga
y huye con el dinero. El objetivo fue alcanzado con total precisión y su engaño
resultó tal cual lo pensó, en todas sus formas.
_ ¿Está seguro, Dortmund?_ le preguntó el capitán Riestra, como dudando
de la versión expuesta por mi amigo.
_ Absolutamente. Vi varias fotos del señor Germán Araujo y en algunas
percibí una marca de un anillo en su dedo anular. Eso significa que estuvo
casado hasta hace poco y que se separó. Y su piel era muy regular y estaba
perfectamente cuidada, además de que lucía una dentadura impecable. Pero el
cuerpo que yo examiné no tenía ninguna marca reciente de ningún anillo en
ninguno de sus dedos, su piel se notaba que estaba ligeramente deteriorada y
nada cuidada, y sus dientes estaban algo amarillentos y descoloridos, como
quien usualmente fuma seguido o no se los higieniza regularmente. Ahí lo tiene usted, capitán Riestra.
_ No lo comprendo, Dortmund. ¿Para qué tomarse la molestia de articular
semejante artimaña?
_ Quería empezar una nueva vida dejando atrás su pasado para siempre.
Pero para eso, el señor Germán Araujo necesitaba dos cosas esenciales: dinero y
fingir que se había separado de su esposa para que ella no quedase envuelta en
medio de la investigación. Los dos están juntos ahora en algún lugar quién sabe
en dónde.
_ Germán Araujo con su esposa o por decisión personal, asesinó a un
hombre inocente. ¿Y todo para cambiar él como persona y empezar una nueva vida en otra parte con su
mujer? Suena paradójixco. ¡Es una
locura!
_ Hay dos grandes misterios en esta vida que jamás tendrán respuesta
alguna, capitán Riestra: el amor y la psicología humana.
CASO 2: El caso del empresario italiano
"El hombre que fue 3 veces asesinado",
clamaban las portadas de los principales diarios del país. Los medios
sensacionalistas hicieron de este caso un espectáculo masivo, que atrapó a toda
la opinión pública de forma enormemente seductora. Y si bien Sean Dortmund
individualmente no tuvo una participación muy destacada en él, lo expongo por
las extraordinarias circunstancias que lo rodean.
Nicola Foccini era un empresario italiano, dueño de una financiera
ubicada en pleno corazón de Barrio Norte. Pero no tenía buena fama entre sus
clientes, ya que todos salieron perjudicados a raíz de sus reiteradas estafas
hábilmente perpetradas. Así que, más de una persona tenía motivos suficientes
para matarlo. Y una noche, alrededor de las nueve, apareció muerto de varias
puñaladas que le efectuaron, de un disparo en el pecho y envenenado con
arsénico. Se supo del envenenamiento por un vaso de vino que estaba a medio
llenar al lado de su cuerpo y las pericias arrojaron rastros de arsénico,
compatibles con las cantidades encontradas en el cuerpo más tarde cuando de efectuó la autopsia.
Los sospechosos fueron identificados una semana más tarde después de
arduas investigaciones, de las que participó Dortmund por intermedio del
capitán Riestra y sobre las que me atrevo a afirmar que todas fueron méritos
suyos: Mariano Casiani, Justo Álvarez y Catalina Rueda. Resumiré brevemente sus
declaraciones en forma organizada:
- Mariano Casiani declaró que llegó al local del señor Foccini minutos
antes de las nueve de la noche, que lo confrontó por toda la plata por la que
lo estafó y le robó, y discutió con él en fuertes términos hasta que perdió la
paciencia, sacó su revólver de la cintura y le disparó. Vio que Nicola Foccini
se precipitó al suelo, lo dio por muerto y se retiró del lugar, no antes sin
limpiar la escena para no quedar implicado. Le dijo al fiscal que lo mató por
un sentimiento de impotencia que lo invadió en ése momento, motivo que no resultó
muy convincente, ya que si llevó el arma de antemano, implicaba premeditación.
- Justo Álvarez alegó que arribó a la financiera alrededor de las nueve
y cinco de la noche y que cuando llegó, vio al señor Foccini tendido en el
suelo y agonizando. Y que lejos de adoptar una actitud humanitaria para
intentar ayudarlo, buscó un cuchillo que sabía que la víctima tenía guardado
ahí mismo en el local y lo apuñaló para terminar el trabajo que había empezado
el señor Casiani, sin que hasta ése momento supiera quién había sido el autor
del disparo.
- Catalina Rueda declaró que llegó al negocio de Nicola Foccini pasadas
las nueve y cuarto y que lo encontró muy debilitado yacer en
el piso. Le sirvió un vaso de vino con el pretexto de darle algo dulce para
intentar reanimarlo, pero secretamente vertió una alta dosis de arsénico en el
vaso y lo obligó a beberlo. Lo vio convulsionar durante unos segundos con
frialdad pura y cuando el señor Foccini pereció, se retiró como si nada hubiera
sucedido.
A partir de estos hechos, era claro que la muerte se produjo sólo por un
mecanismo. La gran duda era saber cuál de los tres lo había matado. La ventaja
de ésa situación era que el asesino iría a la cárcel y la desventaja que
encaminaba el mismo contexto a la vez era que los otros dos quedarían absueltos
ya que no se les puede imputar cargos por tentativa cuando la víctima ya murió.
Lo que a Dortmund le resultó altamente sospechoso, y admito que a mí
también me resultó raro cuando me lo contó, fue la diferencia de pocos minutos entre
los tres ataques, lo que le hizo suponer que fue un plan hábil ideado por los
tres juntos, así de ése modo le darían a la Justicia una duda razonable sobre
la causa y la hora de la muerte, y de ésa manera se garantizaban absoluta
impunidad.
Pero la autopsia reveló algo concluyente: la dosis de arsénico que la
señora Rueda vertió en el vaso de vino era dañina, pero no letal. Es decir, que la misma dosis aplicada a una persona sana
puede producirle serios problemas gástricos, curables con el tiempo con un
tratamiento apropiado, pero no la muerte. Las lesiones que el señor Álvarez le
infringió al señor Foccini con el propio cuchillo de la víctima fueron todas
superficiales, lo que tampoco resultó ser
causal de deceso. El disparo que le
efectuó el señor Casiani le dio en el pecho, justo al lado del corazón, lo
que después de varios minutos de agonía, le
produjo la muerte. Por lo tanto, el señor Mariano Casiani fue condenado a
20 años de prisión por homicidio simple agravado por la premeditación y el uso
de arma de fuego sin la autorización legal correspondiente, en tanto Catalina
Rueda y Justo Álvarez fueron sobreseídos. Y eso, francamente, molestó mucho a
Sean Dortmund, porque lo consideró una injusticia absoluta. Y en verdad, lo
fue. Pero más lo frustró no haber podido comprobar jamás la complicidad de los
tres en este plan de asesinar al señor Nicola Foccini por venganza porque los
estafó a los tres por varios millones de pesos y nunca los pudieron recuperar.
Había que admitir luctuosamente que se habían salido con la suya.
CASO 3: El instructor
Ricardo Pietrela era instructor de tiro en el Polígono Federal de Buenos
Aires. Era uno de los mejores que había en el país por aquélla época. Pero su
reputación se desmoronó en un segundo cuando quedó envuelto en el asesinato de
Silvia Larrazábal, ya que la bala que se recuperó del cuerpo contenía sus
huellas y la víctima era alumna suya. Solamente faltaba el motivo. Pero el
señor Pietrela sostenía firmemente que él era inocente, lo que no convenció a
nadie y el juez lo procesó con prisión preventiva, pese a que el arma utilizada
jamás fue encontrada. Pero el Polígono de Tiro daba en su parte de atrás al Río
de la Plata, y el fiscal del caso arguyó que el señor Pietrela lanzó el arma a
sus aguas, un argumento que convenció decididamente al magistrado. Pero no a
Sean Dortmund, que estaba seguro de la inocencia del señor Ricardo Pietrela.
_ Según la autopsia_ decía el capitán Riestra, _ la señora Larrazábal
murió alrededor de las ocho y veinte de la noche. En ése horario, ella estaba
tomando clases con el señor Pietrela. No había nadie más en el Polígono, ya
todos se habían ido, y ellos dos quedaron solos. Sin testigos, fue el momento
ideal para el asesinato. Para mí, la culpabilidad del señor Pietrela es
irrefutable.
_ Se olvida usted del motivo, capitán Riestra_ lo disintió mi amigo con temeridad._
El señor Pietrela carece de motivos suficientes para asesinar a la señora
Silvia Larrazábal.
_ Perdone que discrepe con usted, Dortmund. Pero las circunstancias no
lo favorecen en absoluto. Y recuerde además que la bala recuperada del cuerpo
de la víctima contiene sus huellas.
_ Eso es porque él es instructor de tiro y es el único que tiene
autorización para tocar las balas y cargar las armas. Y por su profesión, sus
huellas están cargadas en el sistema.
_ No es suficiente para demostrar que es inocente.
Dortmund le extendió una carpeta, que el capitán Riestra tomó y revisó
con asombro.
_ ¿Qué es esto?_ preguntó con curiosidad.
_ Es el resultado de mis investigaciones y de un trabajo correctamente
realizado_ respondió mi amigo, quedamente._ Lo que usted tiene en la mano,
capitán Riestra, son registros de adopción. La víctima adoptó a tres criaturas
de forma irregular a través del pago de sobornos. Y tiene además todos los
datos de los padres biológicos de las tres criaturas, todos con motivos más que
suficientes para querer asesinar a la señora Silvia Larrazábal. Dos son
descartados automáticamente. Pongo mi atención entonces en el matrimonio Ochoa.
El padre de Jeremías Ochoa, el niño de cinco años adoptado ilegalmente por la
señora Larrazábal, Enrique Ochoa; practicó tiró al blanco rigurosamente todos
los días desde hace cinco meses atrás y tiene un arma registrada a su nombre.
El capitán Riestra, aunque un poco renuente por la teoría del inspector,
accedió a entrevistar al señor Ochoa que confesó que compró un arma pero
aduciendo motivos de protección personal. El capitán Riestra le pidió que le
mostrara el arma en cuestión y era casualmente calibre 22, el mismo con el que
mataron a la señora Silvia Larrazábal. Por lo tanto, el capitán lo demoró en la
casa con custodia policial y le pidió autorización al juez para periciar el
arma. Los resultados estuvieron listos enseguida: no era el arma buscada, y el señor Enrique Ochoa fue liberado de
inmediato.
El capitán Riestra volvió a ver a Dortmund y le expuso los resultados de
su hipótesis, los cuales mi amigo no compartió bajo ningún punto de vista.
_ Es claro, capitán Riestra, que el señor Ochoa no iba a usar su propia
arma para el crimen_ refunfuñó Dortmund.
_ ¿De dónde iba a sacar una, entonces?
_ De cualquier otro lado. Trabaje debidamente y lo resolverá. Esto me da
la certeza absoluta de que el señor Pietrela es inocente.
_ El arma pertenecía al Polígono de Tiro y estaba registrada como todas
las que pertenecen a entidades de servicio público. Por eso, después del
asesinato, el señor Pietrela se deshizo de ella arrojándola a las aguas del Río
de la Plata. Todo nos lleva irremediablemente al señor Pietrela.
_ Pues, sigo sin estar convencido.
_ ¿Se le ocurre algo mejor, Dortmund?
Mi amigo recobró la vivacidad de pronto y miró a Riestra con una sonrisa
impertinente.
_ ¿Qué se supo del revólver de colección que robaron hace unos días del
Museo de Armas?
_ Lo encontraron abandonado adentro de un pañuelo, enterrado en un concurrido
parque de la Capital Federal. Lo hallaron siguiendo la evidencia y con un
detector de metales. Hasta ahora, no se supo quién la robó ni porqué.
_ Corríjame si me equivoco, capitán Riestra. ¿Era calibre veintidós?
_ ¿Qué está insinuando?
_ Que es el arma homicida. Robaron la bala del Polígono, robaron el
arma, cometieron el homicidio ahí mismo en el Polígono y ocultaron el arma en
donde fue recuperada unos días después.
El capitán Riestra le solicitó hacer a Balística pruebas adicionales al
arma para comprobar si había sido recientemente disparada. Después de todos los
trámites de rigor para que fuese retirada del museo al que pertenecía, se
autorizó el examen y el resultado fue positivo: había sido disparada hacía tres
semanas atrás, en fecha coincidente con el asesinato de Silvia Larrazábal. Y
las estrías de la bala pertenecían a la propia arma.
Dortmund sugirió arrestar al señor Ochoa y así sucedió. Enrique Ochoa le
confesó al capitán Riestra haber matado a Silvia Larrazábal por haberse
apropiado de su hijo de manera ilegal, después de que lo diera en adopción
porque ni él ni su esposa podían darle una vida digna al pequeño Jeremías.
Ahora era responsabilidad del Estado decidir sobre el futuro de la criatura.
Ricardo Pietrela fue liberado y sobreseído, y el capitán Riestra se
rindió a la inteligencia del inspector Dortmund. Mi amigo se había lucido como pocas
veces.
CASO 4: Motivo y oportunidad
_ La víctima, la señorita Elvira Cuello_ le explicaba el capitán Riestra
al inspector Dortmund_ estaba sentada en su reposera en la terraza de su casa
tomando sol y revisando unos papeles importantes, cuando una bala perdida que
cayó de la nada, le entró por el hombro y se le alojó en el tórax,
produciéndole la muerte de forma instantánea. Creemos que se trató de un
francotirador, así que mandé a revisar todos los edificios y casa de pisos
altos lindantes a la escena del crimen. Y una vez que identifiquemos el punto
del disparo, recabaremos evidencia que nos lleve directamente a identificar al
agresor.
_ ¿Se conocieron casos similares a este en el transcurso de los últimos
diez días?_ le preguntó mi amigo al capitán Riestra, pensativamente.
_ No. Con igual o similar modus operandi, es el primero.
_ ¿Cuándo ocurrió?
_ Hace tres días, el sábado alrededor de las cuatro de la tarde.
_ ¿Y no se conoció ningún otro caso similar ni antes ni después de la
muerte de la señorita Cuello?
_ Negativo, Dortmund.
_ Entonces, descarte al francotirador. El francotirador es una modalidad
de ataque que emplean los asesinos seriales y por regla general, matan con una
diferencia máxima de dos días entre un crimen y otro. Y lo hacen en zonas
masivamente concurridas para generar el caos y el miedo entre la gente. Este
caso, capitán Riestra, no cumple ninguno de esos parámetros.
_ ¿Sugiere entonces que fue un asesinato premeditado?
_ Así es. Y no dudo de que nuestro desconocido se posicionara desde una
perspectiva aledaña a la casa de la señorita Cuello para lograr un blanco
perfecto.
_ Compartiría su teoría, Dortmund, si no fuese por el hecho de que la
bala le entró por el hombro derecho desde un ángulo superior abierto similar a
los noventa grados, lo que resulta improbable si hubieran disparado desde
enfrente.
_ Usted planteó inicialmente ésa conjetura, capitán Riestra. Y me la
refutó por una conclusión que abordé a partir de los hechos. Reconozca que lo
he hecho razonar_ y le dirigió una sonrisa soberbia.
_ Está bien, Dortmund_ repuso Riestra, agitando obstinadamente las
manos._ ¿Desde dónde dispararon entonces si la bala le entró por arriba?
_ No desde enfrente porque le hubieran
atinado al corazón o a la cabeza. Estamos frente a una circunstancia que
presenta una incongruencia muy atípica.
_ No hay manera de que le dispararan desde enfrente y la bala le
ingresara por el hombro. No tiene sentido, es imposible.
_ No es imposible puesto que ocurrió. Pero es cierto que si revisamos
todos los ángulos posibles de disparo, ninguno será el correcto.
_ No coincido con usted. Haremos las pruebas necesarias para
constatarlo.
El capitán Riestra junto al resto de los oficiales de su equipo
reemplazó a la víctima por un muñeco y con armas falsas realizaron diversas
pruebas disparando desde múltiples posiciones y ángulos distintos, y cada uno
de los experimentos concluyó en un fracaso rotundo. Riestra, sencillamente, se
afligió y se sintió abatido y más confundido que nunca.
Por su parte, Dortmund averiguó y se entrevistó con las personas más
allegadas a la señorita Elvira Cuello. Santiago Obregón era su marido y fue
quien descubrió el cuerpo sin vida de ella. Declaró que su horario habitual de
trabajo era hasta las ocho de la noche, pero que ése día volvió antes porque en
la oficina en donde trabajaba se había cortado la luz y todos los empleados se
habían retirado antes por orden del gerente de la empresa. La historia parecía
débil pero resultó cierta. Y por muy raro que resultase, no tenía motivos para
asesinar a la señorita Cuello.
Oscar Cuello era el único hermano de la víctima, dos años mayor que
ella. Y si bien tenía el fuerte motivo de la herencia para desear la muerte de
su hermana, estaba en una reunión importante a la hora de su muerte.
Después de que el señor Obregón llegara a su casa, minutos después
apareció de la nada el señor Luis Cuello, padre de la víctima, quien no se inmutó
al ver a su hija muerta. Y era porque hacía tiempo que estaban peleados y no se
hablaban ni se veían desde hacía más de un año. Era el sospechoso más fuerte
hasta ése momento, pero varias personas confirmaron que estuvo demorado en el Banco
casi toda la mañana haciendo trámites y de ahí fue directo a Aeroparque para
sacar un pasaje a Neuquén para el otro día, aunque nunca quedó del todo claro
porqué fue a ver a la señorita Elvira Cuello a su casa si ni se hablaba con
ella por problemas irreparables.
Y finalmente, Dortmund habló con la señora María Cedrón, su vecina, con
quien mantenía una relación extraordinaria con la víctima. Dijo que fue a su
casa alrededor de las cuatro y cinco de la tarde a devolverle unas cosas que
ella le había prestado el día anterior pero que tocó el timbre unas tres veces
y que no recibió ninguna respuesta por parte de la señorita Elvira Cuello, por
lo que decidió irse y regresar más tarde. Sean Dortmund creyó su historia
porque el señor Santiago Obregón arguyó haber llegado a su casa entre las
cuatro y diez y cuatro y cuarto. Y mi amigo, por supuesto, le expuso estas
conclusiones al capitán Riestra.
_ Quien tenía motivo para el
asesinato, no tuvo oportunidad para concretarlo. Y quien sí tuvo oportunidad,
no tenía motivos para matar a la señorita Cuello. Y para colmo, siguen las
incongruencias en torno al arma, a la trayectoria de disparo... Esto es
increíble. Un caso como pocos_ protestó Riestra, visiblemente irritado.
_ ¿Qué arma se utilizó para el crimen?
_ 32 calibre corto.
_ Se me ocurre algo. Puede resultar improbable, pero sería lo único que
tendría sentido_ dijo mi amigo, mientras reflexionaba el asunto en profundidad
y se acariciaba la mandíbula.
A media cuadra de la casa de la señorita Cuello, había un hipódromo y el
día del crimen, se realizó una carrera en horas próximas a la que se había
cometido el hecho. El capitán Riestra no comprendía la insistencia de mi amigo
de ir a ver a un responsable allí, pero accedió más que nada para saciar su sed
de curiosidad, ya que no esperaba encontrar nada vinculante a la muerte de la
señorita Elvira Cuello. Dortmund habló con uno de los organizadores del evento,
quien se presentó oficialmente como Gustavo Mazorra.
_ ¿Qué señal emplean para anunciar las largadas de las carreras, señor
Mazorra?_ preguntó interesadamente el inspector Dortmund.
_ Lo hacemos a la antigua: con un disparo de arma de fuego al aire_
respondió Gustavo Mazorra, inexpresivamente y de brazos cruzados.
_ ¿Usan balas reales o de salva?
_ Balas de verdad. Lanzadas al aire, resultan inofensivas.
_ ¿Qué calibre?
_ 32 corto. Es la más económica.
Y tras estas últimas palabras, mi amigo miró al capitán Riestra
sobradamente y con impertinencia.
_ Cualquier bala es capaz de
viajar por el aire hasta un kilómetro_ le dijo luego con vanidad.
Riestra secuestró el arma en cuestión y aprehendió preventivamente al
señor Mazorra y a quien disparara el arma en el inicio de cada carrera.
Balística comparó dicha arma con la bala que mató a la señora Cuello y obtuvo
una coincidencia irrefutable. El hipódromo fue cerrado por orden judicial y los
responsables fueron imputados por homicidio culposo por negligencia.
El capitán Riestra miró a Sean Dortmund fijamente a los ojos por una
fracción de segundos sin decir ni una sola palabra. E inmediatamente se retiró,
no sin antes darle a mi amigo una afectuosa palmada en el hombro.
CASO 5: El pequeño gran problema
Este caso llegó a conocimiento de mi amigo mediante el diario. Y
Dortmund no tuvo que moverse de su sillón para resolverlo, siendo así el primer
caso resuelto en tales condiciones de comodidad. La nota en cuestión aludía al
asesinato de Orlando Blasco, muerto a manos de su amigo de toda la vida,
Marcelo Lago. Al parecer, ambos estaban enamorados de la misma mujer, una tal
Ana Peralta, según referenciaba el mismo artículo, y ella sentía una atracción
muy particular por ambos hombres por igual, lo que incentivó la rivalidad
amorosa entre los dos fieles amigos. La señorita Peralta, para decidirse en lo
personal por alguno de ellos, les impuso como una especie de divertimento y como
condición necesaria para ganar su corazón, una serie de pruebas que deberían
cumplir con un cien por ciento de efectividad. Y el primero que resultara
vencedor, se convertiría automáticamente en su amante. Fue así como los señores
Blasco y Lago pasaron de amigos a rivales en un sólo segundo.
Según pudo saber mi amigo por boca del propio capitán Riestra que estaba
al frente del caso, eran cuatro pruebas arriesgadas cuyo objetivo era resaltar,
entre los valores primordiales que ella consideraba indispensables en un
hombre, la valentía.
La primera prueba consistió en robar una joyería mediante la implementación
de cualquier estratagema para conseguirlo. Blasco, la víctima, simuló ser un
oficial de Aduana que estaba tras la pista de mil millones de pesos de
diamantes falsos ingresados al país recientemente en una prestigiosa joyería
ubicada en plena calle Libertad. Los empleados creyeron el ardid y el señor
Blasco logró hurtar mil dólares en piedras preciosas. Por su cuenta, el señor
Lago recurrió a una pantomima similar y logró hurtar de otra joyería de
Microcentro mil doscientos dólares en oro y plata. Por el momento, él ganaba, y
los celos entre ellos dos afloraron sin retraso de forma esporádica y abrupta.
Y la señorita Ana Peralta, parecía disfrutarlo enormemente. Lo hurtado por sus
contendientes quedó enteramente para ella, como era de esperarse.
La segunda prueba consistió en hacer una compra millonaria en cualquier
comercio abonando con cheques sin fondo. Los productos a comprar, naturalmente
fueron todos decididos por la señorita Peralta y todos apuntaban a satisfacer
sus propios deseos personales. El vencedor fue, en dicha ocasión, Orlando
Blasco, lo que lo puso en justa ventaja con el señor Marcelo Lago. Los dos se
exponían a ser detenidos por la Policía de un momento a otro, pero no les
importó nada y siguieron hasta el final.
La tercera prueba resultó un robo encubierto a un Banco. Y el triunfador
fue el señor Lago.
La cuarta no se conoció, pero fue en medio de su ejecución que Orlando
Blasco resultó asesinado por el señor Lago. Y según el capitán Riestra, el
móvil respondió a que Marcelo Lago había ganado ésa misteriosa cuarta y última
prueba a las que fueron sometidos por la señorita Peralta, quien claramente los
estaba usando para fines delictivos bajo pretextos románticos, y el señor
Blasco fue neutralizado para quedarse el señor Lago con el premio mayor. O como
presumían algunos oficiales, Ana Peralta y Marcelo Lago estaban en complicidad.
Pero Dortmund no compartía la primera hipótesis, porque sostenía que de haber
sido cierta, el asesinato hubiera sido al revés; es decir, que el señor Blasco
hubiese matado al señor Lago. Y la segunda teoría no la compartía simplemente
porque carecía de fundamentos, según su
apreciación personal.
Sean Dortmund llamó por teléfono al capitán Riestra para conocer algunos
detalles más que los medios omitían publicar.
_ ¿De qué murió exactamente el señor Blasco, capitán Riestra?_ quiso
saber mi amigo con sumo interés.
_ Según el forense, de lo que se desprende del análisis preliminar del
cuerpo, murió por asfixia manual. El señor Lago le tapó a la víctima la boca y
la nariz en simultáneo_ respondió el capitán._ Lo apretó tan fuerte, que le
rompió el tabique. El médico encontró fibras y huellas en el cadáver que
pertenecen al señor Lago. Además, en la escena recuperamos un botón que
pertenecía al saco que él llevaba puesto al momento del crimen y recuperamos
las huellas de sus zapatos. Todo coincide. El caso está cerrado.
_ ¿El motivo, capitán Riestra?
_ Ana Peralta y Marcelo Lago eran parte de un mismo complot encubierto
en contra del señor Blasco, que aprovechándose de la debilidad que la víctima
sentía por ella, lo usaron para que robara e hiciera todo lo ellos anhelaban. Y
cuando ya no les servía, simplemente lo mataron. Así que, el señor Marcelo Lago
no sólo será acusado de homicidio simple sino también de todos los otros
delitos que cometió en asociación con Ana Peralta. Ella confesará,
despreocúpese.
_ ¿Es posible que el señor Blasco haya descubierto la verdad y por eso
el señor Lago lo asesinó?
_ Absolutamente Plausible. Pero me juego a que eso no lo convence para
nada, Dortmund.
_ Admito que su teoría es buena, capitán Riestra. Pero tiene razón: no
me convence en absoluto.
_ ¿Se le ocurre algo mejor que eso?
_ Por el momento, no. Pero le haré saber enseguida cuando tenga alguna
idea más sólida al respecto. Y usted manténgame informado sobre el resultado
definitivo de la autopsia cuando esté a su disposición.
_ Cuente con eso, Dortmund.
Unas tres horas más tarde, Dortmund llamó por teléfono al capitán
Riestra con una novedad que lo descolocó por completo.
_ ¿Ya tiene a su disposición los resultados de la autopsia, capitán
Riestra?_ quiso saber primero mi amigo.
_ Estarán listos a última hora del día, me dijo el forense_ confirmó
Riestra._ ¿Qué se le ocurrió? Porque no me llamó por eso ni mucho menos para
saber cómo estoy.
_ Sí_ admitió el inspector con arrogancia._ Puede juzgar al señor Lago
por todos los actos ilícitos que cometió en honor a la señorita Peralta, pero no por asesinato, porque el señor Blasco
murió de muerte natural.
_ ¿Enserio, Dortmund? Es difícil creerlo.
_ La señorita Ana Peralta dijo algo fundamental y clave cuando planteó
el desafío de las pruebas: la mayor cualidad que ponderaba ella en un hombre
era la valentía. Y el asesinato por el honor de una dama es un acto muy honroso
y provisto de valentía desbordada.
_ No estará usted hablando enserio...
_ El señor Lago encontró muerto al señor Orlando Blasco. Y no tardó en
pensarlo. Lo asfixió con la mano de tal manera que le rompió el tabique y
dejando evidencia suya adrede, incluyendo el botón del saco que él mismo se
arrancó, simuló un asesinato. No
quería quedar como un cobarde ante la dama a la que pretendía conquistar.
Igualmente, ella no es inocente si se quedó con las posesiones robadas por los
dos caballeros que pretendían despojarla. Pero, se presenta la dificultad de
que no se encontró nada en poder suyo y por ende, negó todo.
_ Oiga, yo nunca dije nada referente a la señorita Peralta. ¿Cómo lo
adivinó?
_ Deduciéndolo. Simplemente, deduciéndolo.
_ Su teoría, de todas formas, me parece demasiado endeble.
_ Llámeme cuando tenga en poder suyo los resultados definitivos de la
autopsia.
A la noche, el capitán Riestra habló con Dortmund y le confirmó que el
señor Orlando Blasco falleció a causa de un aneurisma.
_ Bien, Dortmund_ proclamó Riestra, rendidamente._ Definitivamente,
usted es único. Lo resolvió una vez más. ¿Es mucho pedir que me ayude a reunir
evidencia para encarcelar a la señorita Ana Peralta?
_ Ése es su pequeño, pero gran problema. Mi parte ya está hecha_ le
replicó el inspector con aire de grandeza y superioridad.
CASO 6: Muerte en la playa
El presente caso dejó de manifiesto lo mal que muchas veces se
desenvuelve la Justicia argentina en ciertas investigaciones criminales. El
hecho concreto ocurrió en la playa Punta Mogotes, en Mar del Plata. Fiorella
Arribalzaga, campeona olímpica de natación en los Juegos de 1972, murió ahogada
en las profundidades del océano Atlántico mientras se preparaba arduamente para
una competición local que tendría lugar dentro de exactamente tres meses. La
encontró el conductor de una lancha que pasó casualmente por el lugar, Ignacio
Olaya. Según su testimonio, vio desde lejos que alguien pedía desesperadamente
ayuda, así que no dudó en arrimarse y asistirla. Declaró que la señorita
Arribalzaga estaba flotando en una zona comprometida, por lo que tuvo que
extenderle una soga, enlazarla, rodearla y traerla hacia su lancha. Pero que
cuando por fin pudo subirla a bordo, ya era tarde: estaba muerta. Llamó a la
Policía, que por orden del juez de turno se le practicó al cuerpo la autopsia y
la misma reveló que la señorita Arribalzaga tenía agua en sus pulmones y los
labios azules, por lo que decretó la muerte accidental por inmersión y archivó
el caso.
Al mes, el caso llegó a oídos del inspector Dortmund cuando el capitán
Riestra se lo comentó y captó su interés de forma inmediata cuando aquél le
expuso en detalle todos los pormenores del incidente.
_ Eso no fue ningún accidente, capitán Riestra_ dijo alarmante y
preocupado, Dortmund.
_ ¿Cree que la asesinaron?_ replicó Riestra.
_ No hay dudas al respecto.
_ Coincidimos. Sólo que no me imagino cómo pudieron asesinar a la
señorita Fiorella Arribalzaga en medio del océano.
_ El caso presenta varios puntos interesantes. Primero está el hecho de
que la víctima era una nadadora olímpica de renombre y muy profesional. Pero
estamos de acuerdo en que no se metería en una zona tan comprometida del agua
sin un salvavidas a mano.
_ Sí, no se encontró ninguno.
_ Sin embargo, ella debió tenerlo. ¿Y, cómo resulta eso posible
tratándose de una nadadora experta?
_ ¿A qué se refiere exactamente, Dortmund?
_ Una nadadora de la talla de la señorita Arribalzaga tendría que estar
lo bastante preparada y capacitada como para enfrentar aguas difíciles y toda
serie de obstáculos que pudieran presentársele.
_ Concuerdo en todo. Es más, los labios azulados no necesariamente son
signos de ahogamiento.
_ Explíquese, capitán Riestra_ le dijo mi amigo con un fulgor
destellante que emanaba de su mirada.
_ Generalmente_ repuso Riestra, dándose importancia, _ los labios suelen
tomar ése color también en una muerte por estrangulación. Pero, si la mataron,
el agua borró toda clase de evidencia y rastro.
_ ¡Bravo, capitán Riestra! Depositó usted en mi mente una idea
extraordinaria.
Durante dos meses consecutivos,
mi amigo y el capitán Riestra siguieron exhaustivamente día y noche todos los
movimientos del señor Olaya. Nada comprometedor ni sospechoso ni por fuera de
una rutina ordinaria. Trabajaba, se reunía con amigos, con la familia, iba a
reuniones de trabajo, asistía a eventos, llegaba temprano a su hogar para estar
con su esposa y sus hijos, se levantaba temprano para ir a trabajar y los fines
de semana casi no salía.
Entonces, a Sean Dortmund se le ocurrió una idea arriesgada pero
efectiva para atrapar al señor Ignacio Olaya, quien fuera el único que tuvo
ocasión de cometer el crimen aunque quedó establecido en las declaraciones ante
el juez que ni él ni la señorita Arribalzaga se conocían de antes. Mi amigo lo
contactó y pidió tener una reunión en privado con él porque dijo que quería
encomendarle un pequeño trabajito y que habían llegado a sus oídos excelentes
referencias suyas.
Sean Dortmund e Ignacio Olaya se vieron a solas en unas grutas alejadas
de la playa. El inspector le dijo al señor Olaya, adoptando una actitud
totalmente acorde a las circunstancias, que se había enterado de la existencia
de unas joyas con un valor incalculable. Que estaba seguro que el señor Olaya
se iba a interesar en ellas porque eran únicas en su especie y en el mundo, y
él era una inminencia en el contrabando internacional de joyas. Que sabía en
poder de quién estaban y que si lo mataba, podía quedarse con ellas y meterlas
de contrabando a Europa con la ayuda de un contacto suyo que le debía un favor,
y que particularmente mi amigo se encargaría de cubrirlo todo. El señor Olaya
puso su ego por encima de todo y confesó haber matado hacía poco a una mujer en
medio del mar porque se había metido en su camino y que sabía muy bien cómo
borrar las evidencias. Dortmund le preguntó si ésa mujer era en efecto la
señorita Arribalzaga y él contestó afirmativamente. Después de varias horas de
negociaciones, Ignacio Olaya aceptó. Y tanto mi amigo como el capitán Riestra
estaban listos para atrapar al señor Olaya en la ingeniosa trampa que ambos le
tendieron.
Cuando el señor Olaya se presentó supuestamente a cumplir con lo
acordado, fue arrestado sin demoras.
_ Fue un asesinato muy ingenioso_ le explicaba Dortmund a Riestra de
visita en nuestro departamento al día siguiente._ El señor Olaya, desde su
lancha, anudó la soga a medida y la lanzó directo al cuello de la señorita
Arribalzaga. Con un poco de fuerza, tiró fuertemente hasta que ella quedó
moribunda. Ya sin fuerzas para intentar sobrevivir ni mantenerse a flote, la
señorita Fiorella Arribalzaga se hunde en el agua y muere ahogada a los pocos
segundos. Entonces, el señor Olaya esperó un poco y luego se acercó hacia ella,
la sacó del agua, la subió a su nave y contó la historia que ya conocemos.
_ Increíble_ dijo el capitán Riestra._ ¿Por qué la mató?
_ Como le dije al comienzo, nadie se mete en aguas profundas sin llevar
un salvavidas como soporte, sea quien sea. Por lo tanto, eso me hizo pensar que
el salvavidas que ella tenía puesto escondía en su interior diamantes y gemas
que el señor Olaya junto a una red de cómplices se encargaban de traficar y
vender a otros países. Y que después de consumado el asesinato, él robó. Los
salvavidas se alquilan en varios puntos de la playa, sólo que a la señorita
Arribalzaga fue al lugar incorrecto y le cedieron el equivocado, y no lo
permitieron. El señor Olaya solo o en compañía de alguien más, la siguieron y
cuando se alejaron lo bastante de la playa, la mataron. Ella debió notar el
sobrepeso que tenía el salvavidas, por lo que deduzco que debió descubrirlo.
El señor Olaya confesó ante el juez el asesinato y Riestra estaba
orgulloso de que Dortmund hubiera llevado una vez más a un criminal a la cárcel
y haberle llevado paz y justicia a la familia de la víctima.
A la par de estos seis casos narrados de forma muy concisa, no quiero
cerrar el presente apartado sin mencionar otros dos de manera muy escueta. El
primero de ellos se lo podría describir bajo el título Pedido de auxilio, ocurrido durante un viaje en avión de regreso a
Buenos Aires. Uno de los ochenta pasajeros que viajaban a bordo deslizó
secretamente en el bolsillo de mi amigo una nota que rezaba: "Ayuda, estoy
secuestrada". Sin dudas, era una mujer quien lo había dejado y eso reducía
en un cincuenta por ciento las posibilidades. Y Dortmund dedujo que la víctima
se trataba de una mujer, no sólo por el género del adjetivo, sino por el tipo
de letra. Nunca nos quedó del todo claro si le dejaron la nota a mi amigo
intencionalmente porque sabían que era investigador o fue una mera casualidad
del destino. Sea la razón que haya sido, Sean Dortmund montó una treta muy
hábil que le permitió identificar a la mujer en cuestión, dar aviso a las
autoridades pertinentes sin alertar a los captores y desbaratar a una banda que
se dedicaba al negocio de la trata de blanca y al tráfico de estupefacientes.
Por razones obvias, no puedo dar a conocer la identidad de la misteriosa dama
que solicitó ayuda ni mucho menos del resto de las víctimas. Sólo puedo decir
que mi amigo se lució como nunca y que la dama en cuestión fue muy valiente al
arriesgarse a tomar una decisión como dejar una nota en poder de un desconocido
y más aún, haberla escrito en secreto.
Y el otro caso fue uno de los más sencillos que resolvió Dortmund en toda
su vasta carrera. Se trató de un estafador que se hacía pasar por agente
inmobiliario, entre otras tantas profesiones, robaba información privilegiada
de distintas familias al azar y usaba la misma para luego extorsionarlas y
sacar un beneficio personal de la situación. Sean Dortmund se metió en su juego
para atraparlo y entregarlo al capitán Riestra, quien luego lo entregara a la
División de la Policía competente.
Podía haber muchos investigadores en el mundo, pero decididamente un
solo Sean Dortmund.
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