jueves, 4 de enero de 2018

Primeros casos breves (Gabriel Zas)




 

"Será un gran placer ayudarlo, capitán Riestra" fue lo último que le dijo mi amigo, el inspector Sean Dortmund, al jefe máximo de la División Homicidios de la Policía Federal cuando lo ayudó a resolver el caso de la red ferroviaria, aquél asesino que mataba siguiendo el orden de las estaciones de la línea Mitre. Mi amigo creía que se trataba del mismo asesino que persiguió arduamente en Irlanda durante los últimos meses antes de viajar y radicarse definitivamente en Buenos Aires. Por eso se presentó de forma espontánea en el despacho del capitán Riestra a brindar información del caso y ofrecer su ayuda en la investigación del mismo. Riestra se mostró reticente al comienzo a aceptar la colaboración de un extraño recién llegado de Europa, pero se abrió a su ayuda y el resultado final fue un éxito indiscutido. Quedó al descubierto así el método implacable del inspector y la falta de sentido común y voluntades del capitán Eugenio Riestra. 

A partir de ése caso, que tuvo lugar entre agosto y noviembre de 1975, siguieron miles más. Algunos fueron resueltos en conjunto por ambos, y le doy un mérito inmerecido al capitán Riestra sólo por cortesía, y otros fueron de carácter privado. Pero muchos de los primeros casos que Dortmund le ayudó a resolver al capitán Riestra sucedieron entre noviembre de 1975 y abril de 1976. Y aunque el inspector me pidió nunca darlos a conocer, decidí hacer caso omiso a su solicitud de privacidad y revelar los seis más sobresalientes desde mi propia opinión personal. Y como fueron casos que no demandaron demasiadas complicaciones ni muchos detalles, los resumiré en pocas líneas de manera excesivamente concisa. Pero no por eso menos impactantes que todos los que fueron narrados en mayor extensión de carillas. Y ahora, creo que es momento de comenzar.

 




CASO 1: El rapto del hijo del arquitecto

 

 Emilio Araujo era un reconocido arquitecto oriundo de la ciudad de Rio Cuarto, provincia de Córdoba. Su padre, Esteban Araujo también fue un gran arquitecto que diseñó y remodeló los principales edificios municipales de la ciudad. El señor Emilio siguió el legado que dejó su padre y construyó grandes edificios y establecimientos tanto para el Estado como para entidades privadas en  varias ciudades de Córdoba y de otras provincias como Mendoza, La Pampa, San Juan y Catamarca, entre otras. Tenía un único hijo que era su antítesis total: se llamaba Germán Araujo y era un chico conflictivo, que no terminó el Secundario y tuvo varias entradas en la Comisaría por diversos delitos. Emilio Araujo lo sacó siempre y Germán una y otra vez volvía a reincidir como si no le importara absolutamente nada. Y sinceramente, Emilio Araujo ya estaba harto de toda ésa situación porque su hijo, con las fechorías que promovía, lo único que lograba era desprestigiar su nombre y el honor de la familia.

Y un día pasó lo que se anticipaba que pasaría de un momento a otro: Germán Araujo fue secuestrado mientras volvía a su casa en un tramo de calle completamente desierto. Durante los primeros días, que resultan cruciales en casos de dicha naturaleza, no hubo comunicación por parte de los captores y eso le hizo pensar a la Policía que el rapto respondía a una cuestión más personal. Se especuló con que le debía dinero a quien no debía pero nunca se pudo confirmar nada por ése lado. Se creyó que traicionó a alguien a quien no debía, pero las investigaciones no arrojaron nada por ése lado, tampoco. Inclusive, dos días antes de su desaparición se había separado de su esposa. Pero la Policía nunca contempló ésa posibilidad. Entonces, Dortmund tomó parte activa de la investigación por expresa recomendación del capitán Riestra. Lo primero que hizo mi amigo fue ver varias fotos suyas y después lo que hizo en lo sucesivo fue un consumado entresijo porque nunca se supo ya que jamás se lo comentó a nadie, ni siquiera a mí. Hasta que una llamada anónima al teléfono de línea del señor Emilio Araujo por parte de alguien desconocido le exigió  un pago de quinientos mil pesos por su liberación. El dispendio se llevó a cabo bajo una estricta operación montada por la Policía Federal y a las tres horas de realizado, Germán Araujo apareció muerto al pie de un cerro con el rostro desfigurado. El capitán Riestra se encargó de la investigación y convocó a Sean Dortmund, que con sólo mirar y estudiar detalladamente el cuerpo, descubrió la verdad.

_ ¿Por qué los secuestradores se tomaron su tiempo en llamar al señor Emilio Araujo para pedirle rescate por la liberación de su hijo Germán, por qué pese a todo lo mataron y por qué encima desfiguraron el rostro del cuerpo?_ inquirió audazmente el inspector.

El capitán Riestra lo miró con cierto desconcierto sin saber qué responder.

_ Supongo que habrán descubierto que había policías involucrados de por medio y por eso lo mataron_ repuso el capitán, vacilante.

_ Los captores matan, pero no desfiguran, capitán Riestra. Este es el segundo caso que enfrenta donde aparece un cuerpo desfigurado y por lo visto, no ha aprendido absolutamente nada de las enseñanzas que le dejó ésa experiencia anterior.

_ No se me ocurre otra cosa. Le digo lo que me resulta obvio, Dortmund.

_ Y ése es su error: cerrarse en lo obvio, en vez de abrirse a otras posibilidades.

_ ¿Qué pasó con Germán Araujo, en definitiva?

_ Está vivo.

_ ¿¡Qué!? No es posible. Vi el cuerpo.

_ Usted vio un cuerpo desfigurado, capitán Riestra. No el cuerpo del señor Germán Araujo. Él planeó todo su rapto, lo planificó con lujo de detalle. Y lo hizo por el dinero. Finge su propio rapto, se esconde, busca a alguien físicamente idéntico o parecido a él que esté en situación de vulnerabilidad para que nadie note su ausencia, lo mata, le desfigura el rostro para que nadie note el engaño, lo viste con sus ropas y lo abandona en donde fue encontrado. Uno de sus cómplices llama al señor Emilio Araujo, le pide el rescate, lo paga y huye con el dinero. El objetivo fue alcanzado con total precisión y su engaño resultó tal cual lo pensó, en todas sus formas.

_ ¿Está seguro, Dortmund?_ le preguntó el capitán Riestra, como dudando de la versión expuesta por mi amigo.

_ Absolutamente. Vi varias fotos del señor Germán Araujo y en algunas percibí una marca de un anillo en su dedo anular. Eso significa que estuvo casado hasta hace poco y que se separó. Y su piel era muy regular y estaba perfectamente cuidada, además de que lucía una dentadura impecable. Pero el cuerpo que yo examiné no tenía ninguna marca reciente de ningún anillo en ninguno de sus dedos, su piel se notaba que estaba ligeramente deteriorada y nada cuidada, y sus dientes estaban algo amarillentos y descoloridos, como quien usualmente fuma seguido o no se los higieniza regularmente.  Ahí lo tiene usted, capitán Riestra.

_ No lo comprendo, Dortmund. ¿Para qué tomarse la molestia de articular semejante artimaña?

_ Quería empezar una nueva vida dejando atrás su pasado para siempre. Pero para eso, el señor Germán Araujo necesitaba dos cosas esenciales: dinero y fingir que se había separado de su esposa para que ella no quedase envuelta en medio de la investigación. Los dos están juntos ahora en algún lugar quién sabe en dónde.

_ Germán Araujo con su esposa o por decisión personal, asesinó a un hombre inocente. ¿Y todo para cambiar él como persona  y empezar una nueva vida en otra parte con su mujer?  Suena paradójixco. ¡Es una locura!

_ Hay dos grandes misterios en esta vida que jamás tendrán respuesta alguna, capitán Riestra: el amor y la psicología humana.

 

 

CASO 2: El caso del empresario italiano

 

"El hombre que fue 3 veces asesinado", clamaban las portadas de los principales diarios del país. Los medios sensacionalistas hicieron de este caso un espectáculo masivo, que atrapó a toda la opinión pública de forma enormemente seductora. Y si bien Sean Dortmund individualmente no tuvo una participación muy destacada en él, lo expongo por las extraordinarias circunstancias que lo rodean.

Nicola Foccini era un empresario italiano, dueño de una financiera ubicada en pleno corazón de Barrio Norte. Pero no tenía buena fama entre sus clientes, ya que todos salieron perjudicados a raíz de sus reiteradas estafas hábilmente perpetradas. Así que, más de una persona tenía motivos suficientes para matarlo. Y una noche, alrededor de las nueve, apareció muerto de varias puñaladas que le efectuaron, de un disparo en el pecho y envenenado con arsénico. Se supo del envenenamiento por un vaso de vino que estaba a medio llenar al lado de su cuerpo y las pericias arrojaron rastros de arsénico, compatibles con las cantidades encontradas en el cuerpo más tarde cuando de efectuó la autopsia.

Los sospechosos fueron identificados una semana más tarde después de arduas investigaciones, de las que participó Dortmund por intermedio del capitán Riestra y sobre las que me atrevo a afirmar que todas fueron méritos suyos: Mariano Casiani, Justo Álvarez y Catalina Rueda. Resumiré brevemente sus declaraciones en forma organizada:

- Mariano Casiani declaró que llegó al local del señor Foccini minutos antes de las nueve de la noche, que lo confrontó por toda la plata por la que lo estafó y le robó, y discutió con él en fuertes términos hasta que perdió la paciencia, sacó su revólver de la cintura y le disparó. Vio que Nicola Foccini se precipitó al suelo, lo dio por muerto y se retiró del lugar, no antes sin limpiar la escena para no quedar implicado. Le dijo al fiscal que lo mató por un sentimiento de impotencia que lo invadió en ése momento, motivo que no resultó muy convincente, ya que si llevó el arma de antemano, implicaba premeditación.

- Justo Álvarez alegó que arribó a la financiera alrededor de las nueve y cinco de la noche y que cuando llegó, vio al señor Foccini tendido en el suelo y agonizando. Y que lejos de adoptar una actitud humanitaria para intentar ayudarlo, buscó un cuchillo que sabía que la víctima tenía guardado ahí mismo en el local y lo apuñaló para terminar el trabajo que había empezado el señor Casiani, sin que hasta ése momento supiera quién había sido el autor del disparo.

- Catalina Rueda declaró que llegó al negocio de Nicola Foccini pasadas las nueve y cuarto y que lo encontró muy debilitado yacer en el piso. Le sirvió un vaso de vino con el pretexto de darle algo dulce para intentar reanimarlo, pero secretamente vertió una alta dosis de arsénico en el vaso y lo obligó a beberlo. Lo vio convulsionar durante unos segundos con frialdad pura y cuando el señor Foccini pereció, se retiró como si nada hubiera sucedido.

A partir de estos hechos, era claro que la muerte se produjo sólo por un mecanismo. La gran duda era saber cuál de los tres lo había matado. La ventaja de ésa situación era que el asesino iría a la cárcel y la desventaja que encaminaba el mismo contexto a la vez era que los otros dos quedarían absueltos ya que no se les puede imputar cargos por tentativa cuando la víctima ya murió.

Lo que a Dortmund le resultó altamente sospechoso, y admito que a mí también me resultó raro cuando me lo contó, fue la diferencia de pocos minutos entre los tres ataques, lo que le hizo suponer que fue un plan hábil ideado por los tres juntos, así de ése modo le darían a la Justicia una duda razonable sobre la causa y la hora de la muerte, y de ésa manera se garantizaban absoluta impunidad. 

Pero la autopsia reveló algo concluyente: la dosis de arsénico que la señora Rueda vertió en el vaso de vino era dañina, pero no letal. Es decir, que la misma dosis aplicada a una persona sana puede producirle serios problemas gástricos, curables con el tiempo con un tratamiento apropiado, pero no la muerte. Las lesiones que el señor Álvarez le infringió al señor Foccini con el propio cuchillo de la víctima fueron todas superficiales, lo que tampoco resultó ser causal de deceso. El disparo que le efectuó el señor Casiani le dio en el pecho, justo al lado del corazón, lo que después de varios minutos de agonía, le produjo la muerte. Por lo tanto, el señor Mariano Casiani fue condenado a 20 años de prisión por homicidio simple agravado por la premeditación y el uso de arma de fuego sin la autorización legal correspondiente, en tanto Catalina Rueda y Justo Álvarez fueron sobreseídos. Y eso, francamente, molestó mucho a Sean Dortmund, porque lo consideró una injusticia absoluta. Y en verdad, lo fue. Pero más lo frustró no haber podido comprobar jamás la complicidad de los tres en este plan de asesinar al señor Nicola Foccini por venganza porque los estafó a los tres por varios millones de pesos y nunca los pudieron recuperar. Había que admitir luctuosamente que se habían salido con la suya. 

 

 

CASO 3: El instructor

 

Ricardo Pietrela era instructor de tiro en el Polígono Federal de Buenos Aires. Era uno de los mejores que había en el país por aquélla época. Pero su reputación se desmoronó en un segundo cuando quedó envuelto en el asesinato de Silvia Larrazábal, ya que la bala que se recuperó del cuerpo contenía sus huellas y la víctima era alumna suya. Solamente faltaba el motivo. Pero el señor Pietrela sostenía firmemente que él era inocente, lo que no convenció a nadie y el juez lo procesó con prisión preventiva, pese a que el arma utilizada jamás fue encontrada. Pero el Polígono de Tiro daba en su parte de atrás al Río de la Plata, y el fiscal del caso arguyó que el señor Pietrela lanzó el arma a sus aguas, un argumento que convenció decididamente al magistrado. Pero no a Sean Dortmund, que estaba seguro de la inocencia del señor Ricardo Pietrela.

_ Según la autopsia_ decía el capitán Riestra, _ la señora Larrazábal murió alrededor de las ocho y veinte de la noche. En ése horario, ella estaba tomando clases con el señor Pietrela. No había nadie más en el Polígono, ya todos se habían ido, y ellos dos quedaron solos. Sin testigos, fue el momento ideal para el asesinato. Para mí, la culpabilidad del señor Pietrela es irrefutable.

_ Se olvida usted del motivo, capitán Riestra_ lo disintió mi amigo con temeridad._ El señor Pietrela carece de motivos suficientes para asesinar a la señora Silvia Larrazábal.

_ Perdone que discrepe con usted, Dortmund. Pero las circunstancias no lo favorecen en absoluto. Y recuerde además que la bala recuperada del cuerpo de la víctima contiene sus huellas.

_ Eso es porque él es instructor de tiro y es el único que tiene autorización para tocar las balas y cargar las armas. Y por su profesión, sus huellas están cargadas en el sistema.

_ No es suficiente para demostrar que es inocente.

Dortmund le extendió una carpeta, que el capitán Riestra tomó y revisó con asombro.

_ ¿Qué es esto?_ preguntó con curiosidad.

_ Es el resultado de mis investigaciones y de un trabajo correctamente realizado_ respondió mi amigo, quedamente._ Lo que usted tiene en la mano, capitán Riestra, son registros de adopción. La víctima adoptó a tres criaturas de forma irregular a través del pago de sobornos. Y tiene además todos los datos de los padres biológicos de las tres criaturas, todos con motivos más que suficientes para querer asesinar a la señora Silvia Larrazábal. Dos son descartados automáticamente. Pongo mi atención entonces en el matrimonio Ochoa. El padre de Jeremías Ochoa, el niño de cinco años adoptado ilegalmente por la señora Larrazábal, Enrique Ochoa; practicó tiró al blanco rigurosamente todos los días desde hace cinco meses atrás y tiene un arma registrada a su nombre.

El capitán Riestra, aunque un poco renuente por la teoría del inspector, accedió a entrevistar al señor Ochoa que confesó que compró un arma pero aduciendo motivos de protección personal. El capitán Riestra le pidió que le mostrara el arma en cuestión y era casualmente calibre 22, el mismo con el que mataron a la señora Silvia Larrazábal. Por lo tanto, el capitán lo demoró en la casa con custodia policial y le pidió autorización al juez para periciar el arma. Los resultados estuvieron listos enseguida: no era el arma buscada, y el señor Enrique Ochoa fue liberado de inmediato.

El capitán Riestra volvió a ver a Dortmund y le expuso los resultados de su hipótesis, los cuales mi amigo no compartió bajo ningún punto de vista.

_ Es claro, capitán Riestra, que el señor Ochoa no iba a usar su propia arma para el crimen_ refunfuñó Dortmund.

_ ¿De dónde iba a sacar una, entonces?

_ De cualquier otro lado. Trabaje debidamente y lo resolverá. Esto me da la certeza absoluta de que el señor Pietrela es inocente.

_ El arma pertenecía al Polígono de Tiro y estaba registrada como todas las que pertenecen a entidades de servicio público. Por eso, después del asesinato, el señor Pietrela se deshizo de ella arrojándola a las aguas del Río de la Plata. Todo nos lleva irremediablemente al señor Pietrela.

_ Pues, sigo sin estar convencido.

_ ¿Se le ocurre algo mejor, Dortmund?

Mi amigo recobró la vivacidad de pronto y miró a Riestra con una sonrisa impertinente.

_ ¿Qué se supo del revólver de colección que robaron hace unos días del Museo de Armas?

_ Lo encontraron abandonado adentro de un pañuelo, enterrado en un concurrido parque de la Capital Federal. Lo hallaron siguiendo la evidencia y con un detector de metales. Hasta ahora, no se supo quién la robó ni porqué.

_ Corríjame si me equivoco, capitán Riestra. ¿Era calibre veintidós?

_ ¿Qué está insinuando?

_ Que es el arma homicida. Robaron la bala del Polígono, robaron el arma, cometieron el homicidio ahí mismo en el Polígono y ocultaron el arma en donde fue recuperada unos días después.

El capitán Riestra le solicitó hacer a Balística pruebas adicionales al arma para comprobar si había sido recientemente disparada. Después de todos los trámites de rigor para que fuese retirada del museo al que pertenecía, se autorizó el examen y el resultado fue positivo: había sido disparada hacía tres semanas atrás, en fecha coincidente con el asesinato de Silvia Larrazábal. Y las estrías de la bala pertenecían a la propia arma.

Dortmund sugirió arrestar al señor Ochoa y así sucedió. Enrique Ochoa le confesó al capitán Riestra haber matado a Silvia Larrazábal por haberse apropiado de su hijo de manera ilegal, después de que lo diera en adopción porque ni él ni su esposa podían darle una vida digna al pequeño Jeremías. Ahora era responsabilidad del Estado decidir sobre el futuro de la criatura.

Ricardo Pietrela fue liberado y sobreseído, y el capitán Riestra se rindió a la inteligencia del inspector Dortmund. Mi amigo se había lucido como pocas veces.

 

 

CASO 4: Motivo y oportunidad

 

_ La víctima, la señorita Elvira Cuello_ le explicaba el capitán Riestra al inspector Dortmund_ estaba sentada en su reposera en la terraza de su casa tomando sol y revisando unos papeles importantes, cuando una bala perdida que cayó de la nada, le entró por el hombro y se le alojó en el tórax, produciéndole la muerte de forma instantánea. Creemos que se trató de un francotirador, así que mandé a revisar todos los edificios y casa de pisos altos lindantes a la escena del crimen. Y una vez que identifiquemos el punto del disparo, recabaremos evidencia que nos lleve directamente a identificar al agresor.

_ ¿Se conocieron casos similares a este en el transcurso de los últimos diez días?_ le preguntó mi amigo al capitán Riestra, pensativamente.

_ No. Con igual o similar modus operandi, es el primero.

_ ¿Cuándo ocurrió?

_ Hace tres días, el sábado alrededor de las cuatro de la tarde.

_ ¿Y no se conoció ningún otro caso similar ni antes ni después de la muerte de la señorita Cuello?

_ Negativo, Dortmund.

_ Entonces, descarte al francotirador. El francotirador es una modalidad de ataque que emplean los asesinos seriales y por regla general, matan con una diferencia máxima de dos días entre un crimen y otro. Y lo hacen en zonas masivamente concurridas para generar el caos y el miedo entre la gente. Este caso, capitán Riestra, no cumple ninguno de esos parámetros.

_ ¿Sugiere entonces que fue un asesinato premeditado?

_ Así es. Y no dudo de que nuestro desconocido se posicionara desde una perspectiva aledaña a la casa de la señorita Cuello para lograr un blanco perfecto.

_ Compartiría su teoría, Dortmund, si no fuese por el hecho de que la bala le entró por el hombro derecho desde un ángulo superior abierto similar a los noventa grados, lo que resulta improbable si hubieran disparado desde enfrente.

_ Usted planteó inicialmente ésa conjetura, capitán Riestra. Y me la refutó por una conclusión que abordé a partir de los hechos. Reconozca que lo he hecho razonar_ y le dirigió una sonrisa soberbia.

_ Está bien, Dortmund_ repuso Riestra, agitando obstinadamente las manos._ ¿Desde dónde dispararon entonces si la bala le entró por arriba?

_  No desde enfrente porque le hubieran atinado al corazón o a la cabeza. Estamos frente a una circunstancia que presenta una incongruencia muy atípica.

_ No hay manera de que le dispararan desde enfrente y la bala le ingresara por el hombro. No tiene sentido, es imposible.

_ No es imposible puesto que ocurrió. Pero es cierto que si revisamos todos los ángulos posibles de disparo, ninguno será el correcto.

_ No coincido con usted. Haremos las pruebas necesarias para constatarlo.

El capitán Riestra junto al resto de los oficiales de su equipo reemplazó a la víctima por un muñeco y con armas falsas realizaron diversas pruebas disparando desde múltiples posiciones y ángulos distintos, y cada uno de los experimentos concluyó en un fracaso rotundo. Riestra, sencillamente, se afligió y se sintió abatido y más confundido que nunca.

Por su parte, Dortmund averiguó y se entrevistó con las personas más allegadas a la señorita Elvira Cuello. Santiago Obregón era su marido y fue quien descubrió el cuerpo sin vida de ella. Declaró que su horario habitual de trabajo era hasta las ocho de la noche, pero que ése día volvió antes porque en la oficina en donde trabajaba se había cortado la luz y todos los empleados se habían retirado antes por orden del gerente de la empresa. La historia parecía débil pero resultó cierta. Y por muy raro que resultase, no tenía motivos para asesinar a la señorita Cuello.

Oscar Cuello era el único hermano de la víctima, dos años mayor que ella. Y si bien tenía el fuerte motivo de la herencia para desear la muerte de su hermana, estaba en una reunión importante a la hora de su muerte.

Después de que el señor Obregón llegara a su casa, minutos después apareció de la nada el señor Luis Cuello, padre de la víctima, quien no se inmutó al ver a su hija muerta. Y era porque hacía tiempo que estaban peleados y no se hablaban ni se veían desde hacía más de un año. Era el sospechoso más fuerte hasta ése momento, pero varias personas confirmaron que estuvo demorado en el Banco casi toda la mañana haciendo trámites y de ahí fue directo a Aeroparque para sacar un pasaje a Neuquén para el otro día, aunque nunca quedó del todo claro porqué fue a ver a la señorita Elvira Cuello a su casa si ni se hablaba con ella por problemas irreparables.

Y finalmente, Dortmund habló con la señora María Cedrón, su vecina, con quien mantenía una relación extraordinaria con la víctima. Dijo que fue a su casa alrededor de las cuatro y cinco de la tarde a devolverle unas cosas que ella le había prestado el día anterior pero que tocó el timbre unas tres veces y que no recibió ninguna respuesta por parte de la señorita Elvira Cuello, por lo que decidió irse y regresar más tarde. Sean Dortmund creyó su historia porque el señor Santiago Obregón arguyó haber llegado a su casa entre las cuatro y diez y cuatro y cuarto. Y mi amigo, por supuesto, le expuso estas conclusiones al capitán Riestra.

_ Quien tenía motivo para el asesinato, no tuvo oportunidad para concretarlo. Y quien sí tuvo oportunidad, no tenía motivos para matar a la señorita Cuello. Y para colmo, siguen las incongruencias en torno al arma, a la trayectoria de disparo... Esto es increíble. Un caso como pocos_ protestó Riestra, visiblemente irritado.

_ ¿Qué arma se utilizó para el crimen?

_ 32 calibre corto.

_ Se me ocurre algo. Puede resultar improbable, pero sería lo único que tendría sentido_ dijo mi amigo, mientras reflexionaba el asunto en profundidad y se acariciaba la mandíbula.

A media cuadra de la casa de la señorita Cuello, había un hipódromo y el día del crimen, se realizó una carrera en horas próximas a la que se había cometido el hecho. El capitán Riestra no comprendía la insistencia de mi amigo de ir a ver a un responsable allí, pero accedió más que nada para saciar su sed de curiosidad, ya que no esperaba encontrar nada vinculante a la muerte de la señorita Elvira Cuello. Dortmund habló con uno de los organizadores del evento, quien se presentó oficialmente como Gustavo Mazorra.

_ ¿Qué señal emplean para anunciar las largadas de las carreras, señor Mazorra?_ preguntó interesadamente el inspector Dortmund.

_ Lo hacemos a la antigua: con un disparo de arma de fuego al aire_ respondió Gustavo Mazorra, inexpresivamente y de brazos cruzados.

_ ¿Usan balas reales o de salva?

_ Balas de verdad. Lanzadas al aire, resultan inofensivas.

_ ¿Qué calibre?

_ 32 corto. Es la más económica.

Y tras estas últimas palabras, mi amigo miró al capitán Riestra sobradamente y con impertinencia.

_ Cualquier bala es capaz de viajar por el aire hasta un kilómetro_ le dijo luego con vanidad.

Riestra secuestró el arma en cuestión y aprehendió preventivamente al señor Mazorra y a quien disparara el arma en el inicio de cada carrera. Balística comparó dicha arma con la bala que mató a la señora Cuello y obtuvo una coincidencia irrefutable. El hipódromo fue cerrado por orden judicial y los responsables fueron imputados por homicidio culposo por negligencia.

El capitán Riestra miró a Sean Dortmund fijamente a los ojos por una fracción de segundos sin decir ni una sola palabra. E inmediatamente se retiró, no sin antes darle a mi amigo una afectuosa palmada en el hombro.

 

 

CASO 5: El pequeño gran problema

 

Este caso llegó a conocimiento de mi amigo mediante el diario. Y Dortmund no tuvo que moverse de su sillón para resolverlo, siendo así el primer caso resuelto en tales condiciones de comodidad. La nota en cuestión aludía al asesinato de Orlando Blasco, muerto a manos de su amigo de toda la vida, Marcelo Lago. Al parecer, ambos estaban enamorados de la misma mujer, una tal Ana Peralta, según referenciaba el mismo artículo, y ella sentía una atracción muy particular por ambos hombres por igual, lo que incentivó la rivalidad amorosa entre los dos fieles amigos. La señorita Peralta, para decidirse en lo personal por alguno de ellos, les impuso como una especie de divertimento y como condición necesaria para ganar su corazón, una serie de pruebas que deberían cumplir con un cien por ciento de efectividad. Y el primero que resultara vencedor, se convertiría automáticamente en su amante. Fue así como los señores Blasco y Lago pasaron de amigos a rivales en un sólo segundo.

Según pudo saber mi amigo por boca del propio capitán Riestra que estaba al frente del caso, eran cuatro pruebas arriesgadas cuyo objetivo era resaltar, entre los valores primordiales que ella consideraba indispensables en un hombre,  la valentía.

La primera prueba consistió en robar una joyería mediante la implementación de cualquier estratagema para conseguirlo. Blasco, la víctima, simuló ser un oficial de Aduana que estaba tras la pista de mil millones de pesos de diamantes falsos ingresados al país recientemente en una prestigiosa joyería ubicada en plena calle Libertad. Los empleados creyeron el ardid y el señor Blasco logró hurtar mil dólares en piedras preciosas. Por su cuenta, el señor Lago recurrió a una pantomima similar y logró hurtar de otra joyería de Microcentro mil doscientos dólares en oro y plata. Por el momento, él ganaba, y los celos entre ellos dos afloraron sin retraso de forma esporádica y abrupta. Y la señorita Ana Peralta, parecía disfrutarlo enormemente. Lo hurtado por sus contendientes quedó enteramente para ella, como era de esperarse.

La segunda prueba consistió en hacer una compra millonaria en cualquier comercio abonando con cheques sin fondo. Los productos a comprar, naturalmente fueron todos decididos por la señorita Peralta y todos apuntaban a satisfacer sus propios deseos personales. El vencedor fue, en dicha ocasión, Orlando Blasco, lo que lo puso en justa ventaja con el señor Marcelo Lago. Los dos se exponían a ser detenidos por la Policía de un momento a otro, pero no les importó nada y siguieron hasta el final.

La tercera prueba resultó un robo encubierto a un Banco. Y el triunfador fue el señor Lago.

La cuarta no se conoció, pero fue en medio de su ejecución que Orlando Blasco resultó asesinado por el señor Lago. Y según el capitán Riestra, el móvil respondió a que Marcelo Lago había ganado ésa misteriosa cuarta y última prueba a las que fueron sometidos por la señorita Peralta, quien claramente los estaba usando para fines delictivos bajo pretextos románticos, y el señor Blasco fue neutralizado para quedarse el señor Lago con el premio mayor. O como presumían algunos oficiales, Ana Peralta y Marcelo Lago estaban en complicidad. Pero Dortmund no compartía la primera hipótesis, porque sostenía que de haber sido cierta, el asesinato hubiera sido al revés; es decir, que el señor Blasco hubiese matado al señor Lago. Y la segunda teoría no la compartía simplemente porque carecía de fundamentos, según  su apreciación personal.

Sean Dortmund llamó por teléfono al capitán Riestra para conocer algunos detalles más que los medios omitían publicar.

_ ¿De qué murió exactamente el señor Blasco, capitán Riestra?_ quiso saber mi amigo con sumo interés.

_ Según el forense, de lo que se desprende del análisis preliminar del cuerpo, murió por asfixia manual. El señor Lago le tapó a la víctima la boca y la nariz en simultáneo_ respondió el capitán._ Lo apretó tan fuerte, que le rompió el tabique. El médico encontró fibras y huellas en el cadáver que pertenecen al señor Lago. Además, en la escena recuperamos un botón que pertenecía al saco que él llevaba puesto al momento del crimen y recuperamos las huellas de sus zapatos. Todo coincide. El caso está cerrado.

_ ¿El motivo, capitán Riestra?

_ Ana Peralta y Marcelo Lago eran parte de un mismo complot encubierto en contra del señor Blasco, que aprovechándose de la debilidad que la víctima sentía por ella, lo usaron para que robara e hiciera todo lo ellos anhelaban. Y cuando ya no les servía, simplemente lo mataron. Así que, el señor Marcelo Lago no sólo será acusado de homicidio simple sino también de todos los otros delitos que cometió en asociación con Ana Peralta. Ella confesará, despreocúpese.

_ ¿Es posible que el señor Blasco haya descubierto la verdad y por eso el señor Lago lo asesinó?

_ Absolutamente Plausible. Pero me juego a que eso no lo convence para nada, Dortmund.

_ Admito que su teoría es buena, capitán Riestra. Pero tiene razón: no me convence en absoluto.

_ ¿Se le ocurre algo mejor que eso?

_ Por el momento, no. Pero le haré saber enseguida cuando tenga alguna idea más sólida al respecto. Y usted manténgame informado sobre el resultado definitivo de la autopsia cuando esté a su disposición.

_ Cuente con eso, Dortmund.

Unas tres horas más tarde, Dortmund llamó por teléfono al capitán Riestra con una novedad que lo descolocó por completo.

_ ¿Ya tiene a su disposición los resultados de la autopsia, capitán Riestra?_ quiso saber primero mi amigo.

_ Estarán listos a última hora del día, me dijo el forense_ confirmó Riestra._ ¿Qué se le ocurrió? Porque no me llamó por eso ni mucho menos para saber cómo estoy.

_ Sí_ admitió el inspector con arrogancia._ Puede juzgar al señor Lago por todos los actos ilícitos que cometió en honor a la señorita Peralta, pero no por asesinato, porque el señor Blasco murió de muerte natural.

_ ¿Enserio, Dortmund? Es difícil creerlo.

_ La señorita Ana Peralta dijo algo fundamental y clave cuando planteó el desafío de las pruebas: la mayor cualidad que ponderaba ella en un hombre era la valentía. Y el asesinato por el honor de una dama es un acto muy honroso y provisto de valentía desbordada.

_ No estará usted hablando enserio...

_ El señor Lago encontró muerto al señor Orlando Blasco. Y no tardó en pensarlo. Lo asfixió con la mano de tal manera que le rompió el tabique y dejando evidencia suya adrede, incluyendo el botón del saco que él mismo se arrancó, simuló un asesinato. No quería quedar como un cobarde ante la dama a la que pretendía conquistar. Igualmente, ella no es inocente si se quedó con las posesiones robadas por los dos caballeros que pretendían despojarla. Pero, se presenta la dificultad de que no se encontró nada en poder suyo y por ende, negó todo.

_ Oiga, yo nunca dije nada referente a la señorita Peralta. ¿Cómo lo adivinó?

_ Deduciéndolo. Simplemente, deduciéndolo.

_ Su teoría, de todas formas, me parece demasiado endeble.

_ Llámeme cuando tenga en poder suyo los resultados definitivos de la autopsia.

A la noche, el capitán Riestra habló con Dortmund y le confirmó que el señor Orlando Blasco falleció a causa de un aneurisma.

_ Bien, Dortmund_ proclamó Riestra, rendidamente._ Definitivamente, usted es único. Lo resolvió una vez más. ¿Es mucho pedir que me ayude a reunir evidencia para encarcelar a la señorita Ana Peralta?

_ Ése es su pequeño, pero gran problema. Mi parte ya está hecha_ le replicó el inspector con aire de grandeza y superioridad.

 

CASO 6: Muerte en la playa

 

El presente caso dejó de manifiesto lo mal que muchas veces se desenvuelve la Justicia argentina en ciertas investigaciones criminales. El hecho concreto ocurrió en la playa Punta Mogotes, en Mar del Plata. Fiorella Arribalzaga, campeona olímpica de natación en los Juegos de 1972, murió ahogada en las profundidades del océano Atlántico mientras se preparaba arduamente para una competición local que tendría lugar dentro de exactamente tres meses. La encontró el conductor de una lancha que pasó casualmente por el lugar, Ignacio Olaya. Según su testimonio, vio desde lejos que alguien pedía desesperadamente ayuda, así que no dudó en arrimarse y asistirla. Declaró que la señorita Arribalzaga estaba flotando en una zona comprometida, por lo que tuvo que extenderle una soga, enlazarla, rodearla y traerla hacia su lancha. Pero que cuando por fin pudo subirla a bordo, ya era tarde: estaba muerta. Llamó a la Policía, que por orden del juez de turno se le practicó al cuerpo la autopsia y la misma reveló que la señorita Arribalzaga tenía agua en sus pulmones y los labios azules, por lo que decretó la muerte accidental por inmersión y archivó el caso.

Al mes, el caso llegó a oídos del inspector Dortmund cuando el capitán Riestra se lo comentó y captó su interés de forma inmediata cuando aquél le expuso en detalle todos los pormenores del incidente.

_ Eso no fue ningún accidente, capitán Riestra_ dijo alarmante y preocupado, Dortmund.

_ ¿Cree que la asesinaron?_ replicó Riestra.

_ No hay dudas al respecto.

_ Coincidimos. Sólo que no me imagino cómo pudieron asesinar a la señorita Fiorella Arribalzaga en medio del océano.

_ El caso presenta varios puntos interesantes. Primero está el hecho de que la víctima era una nadadora olímpica de renombre y muy profesional. Pero estamos de acuerdo en que no se metería en una zona tan comprometida del agua sin un salvavidas a mano.

_ Sí, no se encontró ninguno.

_ Sin embargo, ella debió tenerlo. ¿Y, cómo resulta eso posible tratándose de una nadadora experta?

_ ¿A qué se refiere exactamente, Dortmund?

_ Una nadadora de la talla de la señorita Arribalzaga tendría que estar lo bastante preparada y capacitada como para enfrentar aguas difíciles y toda serie de obstáculos que pudieran presentársele.

_ Concuerdo en todo. Es más, los labios azulados no necesariamente son signos de ahogamiento.

_ Explíquese, capitán Riestra_ le dijo mi amigo con un fulgor destellante que emanaba de su mirada.

_ Generalmente_ repuso Riestra, dándose importancia, _ los labios suelen tomar ése color también en una muerte por estrangulación. Pero, si la mataron, el agua borró toda clase de evidencia y rastro.

_ ¡Bravo, capitán Riestra! Depositó usted en mi mente una idea extraordinaria.

  Durante dos meses consecutivos, mi amigo y el capitán Riestra siguieron exhaustivamente día y noche todos los movimientos del señor Olaya. Nada comprometedor ni sospechoso ni por fuera de una rutina ordinaria. Trabajaba, se reunía con amigos, con la familia, iba a reuniones de trabajo, asistía a eventos, llegaba temprano a su hogar para estar con su esposa y sus hijos, se levantaba temprano para ir a trabajar y los fines de semana casi no salía.

Entonces, a Sean Dortmund se le ocurrió una idea arriesgada pero efectiva para atrapar al señor Ignacio Olaya, quien fuera el único que tuvo ocasión de cometer el crimen aunque quedó establecido en las declaraciones ante el juez que ni él ni la señorita Arribalzaga se conocían de antes. Mi amigo lo contactó y pidió tener una reunión en privado con él porque dijo que quería encomendarle un pequeño trabajito y que habían llegado a sus oídos excelentes referencias suyas.

Sean Dortmund e Ignacio Olaya se vieron a solas en unas grutas alejadas de la playa. El inspector le dijo al señor Olaya, adoptando una actitud totalmente acorde a las circunstancias, que se había enterado de la existencia de unas joyas con un valor incalculable. Que estaba seguro que el señor Olaya se iba a interesar en ellas porque eran únicas en su especie y en el mundo, y él era una inminencia en el contrabando internacional de joyas. Que sabía en poder de quién estaban y que si lo mataba, podía quedarse con ellas y meterlas de contrabando a Europa con la ayuda de un contacto suyo que le debía un favor, y que particularmente mi amigo se encargaría de cubrirlo todo. El señor Olaya puso su ego por encima de todo y confesó haber matado hacía poco a una mujer en medio del mar porque se había metido en su camino y que sabía muy bien cómo borrar las evidencias. Dortmund le preguntó si ésa mujer era en efecto la señorita Arribalzaga y él contestó afirmativamente. Después de varias horas de negociaciones, Ignacio Olaya aceptó. Y tanto mi amigo como el capitán Riestra estaban listos para atrapar al señor Olaya en la ingeniosa trampa que ambos le tendieron.

Cuando el señor Olaya se presentó supuestamente a cumplir con lo acordado, fue arrestado sin demoras.

_ Fue un asesinato muy ingenioso_ le explicaba Dortmund a Riestra de visita en nuestro departamento al día siguiente._ El señor Olaya, desde su lancha, anudó la soga a medida y la lanzó directo al cuello de la señorita Arribalzaga. Con un poco de fuerza, tiró fuertemente hasta que ella quedó moribunda. Ya sin fuerzas para intentar sobrevivir ni mantenerse a flote, la señorita Fiorella Arribalzaga se hunde en el agua y muere ahogada a los pocos segundos. Entonces, el señor Olaya esperó un poco y luego se acercó hacia ella, la sacó del agua, la subió a su nave y contó la historia que ya conocemos.

_ Increíble_ dijo el capitán Riestra._ ¿Por qué la mató?

_ Como le dije al comienzo, nadie se mete en aguas profundas sin llevar un salvavidas como soporte, sea quien sea. Por lo tanto, eso me hizo pensar que el salvavidas que ella tenía puesto escondía en su interior diamantes y gemas que el señor Olaya junto a una red de cómplices se encargaban de traficar y vender a otros países. Y que después de consumado el asesinato, él robó. Los salvavidas se alquilan en varios puntos de la playa, sólo que a la señorita Arribalzaga fue al lugar incorrecto y le cedieron el equivocado, y no lo permitieron. El señor Olaya solo o en compañía de alguien más, la siguieron y cuando se alejaron lo bastante de la playa, la mataron. Ella debió notar el sobrepeso que tenía el salvavidas, por lo que deduzco que debió descubrirlo.  

El señor Olaya confesó ante el juez el asesinato y Riestra estaba orgulloso de que Dortmund hubiera llevado una vez más a un criminal a la cárcel y haberle llevado paz y justicia a la familia de la víctima.

 

A la par de estos seis casos narrados de forma muy concisa, no quiero cerrar el presente apartado sin mencionar otros dos de manera muy escueta. El primero de ellos se lo podría describir bajo el título Pedido de auxilio, ocurrido durante un viaje en avión de regreso a Buenos Aires. Uno de los ochenta pasajeros que viajaban a bordo deslizó secretamente en el bolsillo de mi amigo una nota que rezaba: "Ayuda, estoy secuestrada". Sin dudas, era una mujer quien lo había dejado y eso reducía en un cincuenta por ciento las posibilidades. Y Dortmund dedujo que la víctima se trataba de una mujer, no sólo por el género del adjetivo, sino por el tipo de letra. Nunca nos quedó del todo claro si le dejaron la nota a mi amigo intencionalmente porque sabían que era investigador o fue una mera casualidad del destino. Sea la razón que haya sido, Sean Dortmund montó una treta muy hábil que le permitió identificar a la mujer en cuestión, dar aviso a las autoridades pertinentes sin alertar a los captores y desbaratar a una banda que se dedicaba al negocio de la trata de blanca y al tráfico de estupefacientes. Por razones obvias, no puedo dar a conocer la identidad de la misteriosa dama que solicitó ayuda ni mucho menos del resto de las víctimas. Sólo puedo decir que mi amigo se lució como nunca y que la dama en cuestión fue muy valiente al arriesgarse a tomar una decisión como dejar una nota en poder de un desconocido y más aún, haberla escrito en secreto.

Y el otro caso fue uno de los más sencillos que resolvió Dortmund en toda su vasta carrera. Se trató de un estafador que se hacía pasar por agente inmobiliario, entre otras tantas profesiones, robaba información privilegiada de distintas familias al azar y usaba la misma para luego extorsionarlas y sacar un beneficio personal de la situación. Sean Dortmund se metió en su juego para atraparlo y entregarlo al capitán Riestra, quien luego lo entregara a la División de la Policía competente.

Podía haber muchos investigadores en el mundo, pero decididamente un solo Sean Dortmund.

No hay comentarios:

Publicar un comentario