jueves, 4 de enero de 2018

Los planos del ARA Rosario (Gabriel Zas)



_ Quieren entrevistarse con usted con suma urgencia, Dortmund_ le dijo el capitán Riestra con impaciencia.

_ ¿De qué se trata?_ repuso el inspector con el ceño fruncido.

_ Desaparecieron los planos de un nuevo submarino que el Gobierno pretende construir como refuerzo ante el temor que una inminente guerra contra el enemigo.

_ ¿En qué basa sus sospechas su Gobierno para creer que ciertos conflictos devengarán en una guerra?

_ El ministro de Relaciones Exteriores, el doctor Julio Piedamonte, se reunió con su par de Gran Bretaña, el doctor William McRogers, para intentar firmar un pacto de paz entre ambas naciones por la soberanía de las islas Malvinas, que están en litigio desde el siglo pasado cuando Inglaterra nos invadió. Y es que, como nosotros no renunciamos a ellas, amenazaron con hacernos la guerra.

_ ¿Inglaterra quiere que Argentina le ceda la soberanía de las islas a través de la firma de un tratado de consentimiento mutuo entre ambas Repúblicas?

_ Exactamente, Dortmund. El conflicto se reavivó después de muchos años de permanecer dormido porque nuestro Gobierno empezó a hacer experimentos secretos en las islas, a explotar alguna clase de recursos y cosas por el estilo. Dichas pruebas acarrearían millones y millones de pesos, que sin dudas Inglaterra consideró injusto al considerar que se estaba practicando en su propio territorio. Al menos, se escudaron bajo los pretextos de soberanía para quedarse ellos con todo el dinero de la operación y apaciguar de ése modo las diferencias. Pero Argentina claro que anticipó la maniobra y rechazó cualquier intento por regalar las islas Malvinas al enemigo.

_ Y Gran Bretaña les juró guerra.

_ Tal cual. Por eso, ante la falta de armamento y logística para enfrentarlos en ocasión de un ataque sorpresa, se decidió construir el submarino ARA Rosario. Los planos ya estaban proyectados. Pero de la nada, desaparecieron. Y es preciso que la información no trascienda porque eso implicaría un gran escándalo mundial.

_ Si Inglaterra se entera de que están desarmados y no están preparados para un ataque sorpresa, sin dudas atacaría sin piedad. Caso contrario, necesitarían de una excusa más justificable para emprender una batalla contra Argentina.

_ El doctor Piedamonte, que es amigo personal mío, me preguntó si conocía a alguien idóneo que pudiera recomendarle para que investigue y recupere los planos del submarino. Y no dudé en hacerle mención de su nombre y su prestigio, Dortmund.

El inspector agradeció con una inclinación de cabeza las alabanzas de Riestra.

_ ¿Le costó convencerlo para que aceptara mi ayuda?_ preguntó Dortmund con precaución.

_ Sí_ dijo el capitán, _ ya que usted viene precisamente de ésas tierras. Pero supo de los casos que usted nos ayudó a resolver hasta ahora y se convenció de que es de los nuestros.

_ Me honran con la confianza que tienen en mí.  Y ahora, si es tan amable, refiérame las circunstancias en las que desaparecieron los planos del submarino, si es tan amable, capitán Riestra.

_ Los planos estaban apoyados arriba del escritorio del doctor Piedamonte, en su oficina que tiene en su casa. Una de las sirvientas lo interrumpió para anunciarle la visita del doctor Ferraro, a quien esperaba para discutir unos asuntos de negocio, y salió a recibirlo personalmente. Cuando volvieron a la oficina, los planos no estaban.

_ ¿Cuánto tiempo se tarda en ir y volver desde la oficina del doctor Piedamonte hasta la puerta de entrada a la casa?

_ No más de cinco minutos, Dortmund.

_ ¿Cómo se llama la sirvienta en cuestión?

_ Beatriz Molina.

_ ¿Acompañó al señor Piedamonte a recibir al ingreso al señor Ferraro?

_ El doctor Julio Piedemonte salió de su despacho, la señorita Molina salió detrás de él y entornó la puerta.

_ ¿Sabía la señorita Molina de la existencia de dichos planos?

_ Nadie lo sabía. Era un secreto de Estado.

_ ¿Ni siquiera el señor Ferraro?

_ Absolutamente.

_ ¿Por qué entonces el señor Ferraro visitó al doctor Piedamonte la noche del robo?

_ ¿Cómo sabe que era de noche?_ preguntó Riestra con asombro.

_ Una reunión importante de negocios entre dos representantes del Estado es más plausible de noche que de día_ repuso Sean Dortmund, sombrío.

_ Sí, tiene razón, creo. Volviendo a su pregunta anterior, adujo motivos de carácter privado. Pero que era algo totalmente desvinculado al tema del submarino ARA Rosario.

_ ¿Quiénes más estaban presentes en la casa al momento del robo?

_ La esposa del doctor Piedamonte, la señora Ema González; y el único hijo que tuvieron, Darío Piedamonte, un empresario joven de veinticuatro años, pero un muchacho insensible y muy testarudo.

_ ¿Hablaron con ellos, capitán Riestra?

_ El doctor Piedamonte quiere que usted en persona se encargue de entrevistarlos personalmente a cada uno de ellos.

_ Lo haré si es su deseo. ¿Tienen sólo una sirvienta?

_ No, también hay una señora que limpia la casa los fin de semanas, Paula Bruno. Un jardinero que va una vez al mes, Carlos Ruy Díaz. Y una cocinera, que justo ése día le tocó franco, la señora María Sucena.

_ Tenemos, entonces, tres sospechosos. ¿Creen el doctor Piedamonte o usted, sinceramente, que los planos del ARA Rosario fueron robados con el propósito de ser entregado en manos enemigas?

_ Él no lo cree así y yo menos, aún. Nadie conocía su existencia, excepto el propio doctor Piedemonte.

_ ¿Por qué los planos se encontraban en poder suyo?

_ Por su condición de ministro de Relaciones Exteriores y porque así bajó la orden. Y cuando una orden así viene de las altas esferas, hay que acatarla sin objeciones.

_ ¿De quién fue la idea de la construcción del submarino?

_ De un allegado de la señora Presidente por expresa orden suya. El asunto se mantuvo en absoluto secreto.

_ Sin embargo, accidentalmente o no, pudo haberse filtrado la información y haber llegado a oídos equivocados.

_ Lo creo muy improbable.

_ No obstante, pudo pasar. Así que, no creeré en la palabra de ninguno de los involucrados en este drama hasta no tener plena certeza del desarrollo de los acontecimientos que devinieron en la sustracción de los planos del ARA Rosario. Sobre todo, si los planos estaban arriba de su escritorio antes de que saliera a recibir en persona al señor Ferraro, lo que hace dudosa la versión suya acerca de que iba a tratar con él asuntos de otra índole. De ser eso cierto, tuvo que haber guardado los planos antes.

_ Estoy de acuerdo. Si le parece ir yendo, el doctor Piedamonte lo está esperando para hablar personalmente con usted y conocerlo.

Llegaron a su residencia enseguida. El doctor Julio Piedamonte era un hombre muy servicial y virtuoso, de hombros caídos y cabellos blancos. Dortmund le hizo de arranque una serie de preguntas que en nada se relacionaban con el incidente del robo de los planos del submarino. Creo que el objetivo de dichas preguntas era entender su personalidad. Más enseguida, le formuló consultas concisamente ceñidas a la cuestión.

_ ¿Siempre suele recibir a los visitantes usted en persona, doctor Piedamonte?_ inquirió el inspector.

_ Sí. Es mi casa. Me gusta hacerlo y es además un acto de cortesía y respeto para con mis invitados_ respondió el ministro de buena gana.

_ ¿Por qué lo visitó el señor Ferraro anoche?

_ Teníamos que tratar un asunto privado. Suelo recibir a varios ministros, secretarios y senadores con mucha frecuencia en mi casa. Hay asuntos que no pueden esperar el día siguiente para ser tratados.

_ ¿Me da su palabra de honor, doctor Piedamonte, de que el señor Ferraro no sabía nada respecto al ARA Rosario?

_ Le doy mi palabra de honor, inspector.

_ ¿Cuánto tiempo se quedó?

_ Unos diez minutos, no más. Discutimos por una diferencia ideológica y se marchó. Y ni bien se fue, busqué inútilmente los planos por todos los rincones de mi oficina y de la casa.

_ ¿En qué momento exacto descubrió su falta?

_ Antes de despedir al señor Ferraro. Cuando entramos a mi oficina la primera vez, estaba tan  compenetrado en la consulta de mi visitante, que no advertí el robo hasta unos minutos después.

_ ¿Dónde los guardaba habitualmente?

_ En una caja fuerte que tengo muy bien escondida.

_ ¿Y por qué ayer a la noche los tenía usted encima de su escritorio?

_ Porque los estaba revisando, porque debía entregarlos hoy a primera hora del día al ingeniero naval que se haría cargo de su construcción. Hablé con él y lo retrasé lo más que pude. Pero ya no puedo seguir poniéndole excusas. Entienda que es un caso de vida o muerte, señor Dortmund.

_ Yo no lo pondría tan así, doctor Piedamonte. Si el robo tuvo lugar dentro de los cinco minutos en los que usted salió al vestíbulo a recibir al señor Ferraro, entonces el ladrón no dispuso de mucho tiempo para deshacerse de ellos, por lo que todavía continúan en su poder o muy bien ocultos en algún rincón de la casa. Así que, confío plenamente en recuperarlos de un momento a otro.

_ Deposito toda mi fe en usted. Eugenio... Bueno, el capitán Riestra mejor dicho, me dio referencias intachables y privilegiadas sobre su labor y los métodos que emplea para resolver cualquier caso sin importar los obstáculos que éste presente.

_ Su veneración hacia mí me genera una gran satisfacción personal, doctor Piedamonte. Una última cosa, ¿está seguro que no habló con nadie más acerca de los planos?

_ Le doy mi palabra de honor de que no.

_ ¿Entonces, descarta de plano la posibilidad de que alguien haya escuchado sobre ellos de manera accidental?

_ Indudablemente.

Sean Dortmund entrevistó en segundo lugar a la sirvienta, la señora Beatriz Molina, diciéndole que había desaparecido un documento muy importante pero sin decirle exactamente de qué clase de documento se trataba, respetando la confidencialidad que le fue exigida cuando le encomendaron encargarse del caso. Su declaración no arrojó mucha luz al asunto. Lo que dijo concordaba con lo expuesto por el capitán Riestra. Y agregó que escuchó discutir en fuertes términos al doctor Piedamonte con el señor Ferraro, lo que confirmó que aquél dijo la verdad al corriente de ése hecho. Y para despejar toda duda sobre su inocencia, la hizo repetir los mismos movimientos de la noche del robo cuando fue a avisarle al doctor Piedamonte de la visita del señor Ferraro. La señora González obedeció y el inspector cronometró el tiempo por reloj. Cinco minutos exactos fue lo que demoró en total la teatralización. La sirvienta adujo concluida la comedia que después que le avisara a su señor sobre la llegada de su invitado, lo abandonó a mitad del pasillo para dirigirse a la cocina. Ir desde la cocina al despacho del doctor Piedamonte, tomar los planos, salir y regresar a la cocina le hubiese demandado tres minutos más, lo que no pudo concretarse porque el doctor Piedamonte la hubiese agarrado in fraganti cuando se dirigía a su oficina en compañía del señor Ferraro.

Entrevistó luego a la esposa de aquél, a la señora Ema González. No dijo demasiado, ya que resultó ser una persona abrumadoramente reservada y muy introvertida. Sólo que estaba encerrada en el cuarto de invitados buscando algo personal, que estaba situado a unos metros de la oficina de su esposo. La señora Molina alegó que nunca la vio salir y que no era posible que la señora González saliera sin que ella la viese. Y el hijo del matrimonio, un joven algo rebelde pese a su madura edad y sus responsabilidades, dijo que todo el tiempo permaneció en su habitación del primer piso y que no salió de ella para nada, sino hasta las once y media de la noche, en que vio a su padre preocupado. Le agradeció el tiempo y lo dejó ir.

Lo siguiente que hizo Dortmund fue revisar todos los recovecos de la casa pero sin conseguir ningún resultado satisfactorio. Había que admitir que estaba perdido y carente de ideas aunque intensamente absorto en varios tipos de pensamientos referidos al caso. Pero igualmente eso irritó considerablemente al doctor Piedamonte, que hizo quedar a su vez mal parado al capitán Riestra que fue quien recomendó a Sean Dortmund.

El inspector estaba sumergido profundamente en el asunto, cuando la señora Ema González, la esposa del doctor Piedamonte, lo interrumpió y pidió hablar con él a solas. Dortmund aceptó y se encerraron ambos en el cuarto de invitados.

_ Prométame que si le cuento la verdad, usted no dirá nada_ le hizo darle su palabra la señora González a Dortmund, algo preocupada y excitada.

_ No puedo prometerle algo que no puedo cumplir, señora González_ repuso él con honestidad y sin prejuicios.

_ Tiene que jurármelo. Quiero dormir tranquila ésta noche.

_ ¿Usted sabe dónde está el documento que falta?

_ No contestaré a su pregunta si usted no me jura solemnemente lo que le pedí.

_ Evaluaré cumplirle su deseo sólo si me dice en dónde están los documentos robados anoche del escritorio del despacho de su esposo. Él depositó su fe ciega en mí para ayudarlo y no voy a defraudarlo y mucho menos para satisfacerla a usted, señora.

_ Está bien, usted gana. Están rotos, triturados. Ya no existen. Es la verdad, ¿contento?

_ ¿Puede ser más concisa, por favor?

_ Hace dos noches atrás iba a llevarle a mi marido una taza de café a su despacho y antes de entrar escuché, a través de la puerta, que hablaba con alguien por teléfono_ hizo una pausa y siguió._ Lo escuché todo, Dortmund. Escuché del pacto que Inglaterra pretendía que nuestro país firmara, escuché de las amenazas de ellos ante la negativa de nuestro Gobierno de cederle la soberanía de las Malvinas y escuché que Argentina quería construir un nuevo submarino potente, con toda la última tecnología para enfrentarlos, lleno de armas y equiparado con las más sofisticadas innovaciones. Y Gran Bretaña iba a saberlo de un momento a otro, ellos se enteran de todas estas cosas enseguida porque en todo Gobierno existe un traidor que filtra información por dinero. No iba a permitir que le hicieran daño a la Argentina tan injustamente. Ése submarino significaba el motivo perfecto para que Inglaterra nos declarara la guerra.

_ Así que, robó los planos.

_ No, exactamente. Sabía que el señor Ferraro era el ingeniero naval que se encargaría de construirlo, así que sabía muy bien a qué venía, aunque mi marido intentara ocultármelo y ocultárselo a usted. Le entregaría los planos disimuladamente cuando lo recibiera en el vestíbulo, lo haría pasar unos minutos a su oficina sólo para distraer y luego se iría. Mi esposo tomó los planos y se los guardó en el bolsillo de su saco doblados en cuatro partes. Pero Julio no sabía que yo le había hecho discretamente un tajo con una navaja al forro del bolsillo cuando lo supe todo, y los guardó ahí confiado. Cuando salió junto a la señora Molina para recibir al señor Ferraro, espié y vi cómo los planos se le cayeron al piso sin que él jamás lo notara. Me apresuré a salir, los recogí y volví a la habitación de huéspedes en un segundo, y me aseguré así de que nadie me viera.

_ Por eso el doctor Piedamonte y el señor Ferraro discutieron, lo comprendo.

_ Así es, inspector. Más tarde, cuando me aseguré de que tenía el campo libre, tomé los planos y los hice añicos en la máquina trituradora que tenemos en una de las dos oficinas auxiliares de la planta alta. Los mezclé luego con el resto de la basura y me deshice de todo. Prométame, entonces, que no dirá nada. Sin esos planos, no habrá conflicto, ¿lo entiende usted, inspector? Seremos una Nación libre de conflictos.

Miró a Dortmund con una mirada estremecedora que inspiraba compasión y suplicación en conjunto.  

_ Es usted una mujer patriótica y muy leal a su Patria. Confíe en mí, señora González. Le deseo que tenga usted buenos días. Déjelo todo en mis manos_ le dijo el inspector con una sonrisa sincera que surcó indomablemente sus labios.

Ella le sonrió tímidamente y Dortmund abandonó la habitación con cierta urgencia.

El inspector le pidió al doctor Piedamonte verse a solas. Una vez en privado, Sean Dortmund le entregó un sobre sellado que el otro recibió conmovido.

_ Ahí los tiene usted, muy seguros_ le dijo Dortmund al ministro con galantería.

_ ¿Dónde estaban? ¿Quién los robó?_ preguntó el doctor Piedamonte, con voz emocionada y absolutamente agradecido.

_ Prometí devolverlos a cambio de mantener el asunto así. Nadie conoce la existencia de los planos, así que no hay riesgo alguno en perjuicio de nadie. Sólo le diré que el ladrón está arrepentido de lo que hizo. Pero le doy mi palabra de que tuvo una buena razón que lo motivó a hacer lo que hizo, y no fue por dinero, precisamente. Ábralo cuando yo me haya ido y esté lejos. Me olvidaré del asunto ni bien ponga un pie fuera de ésta casa, si así lo prefiere usted.

Y se retiró, sin dejar del todo muy claro qué había en verdad adentro del sobre ya que los planos originales habían sido destruidos por la propia señora González.

Tristemente, todo eso sirvió de muy poco ya que la guerra se inició el 2 de abril de 1982 a raíz de otro conflicto y bajo otros pretextos.    

 

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