_ Prepárese
para hacer un viaje al interior de Buenos Aires, doctor_ me dijo Dortmund,
cierta tarde de junio de 1988._ Nos vamos a Rauch.
_ Encantado
de acompañarlo_ le repliqué gustoso._ ¿Un caso?
_ ¿Ha oído
hablar alguna vez de Renzo Durán?
_ ¿El
fotógrafo?
_ Ése mismo.
Su especialidad son las fotos a diferentes personalidades del mundo artístico.
Trabaja de forma independiente, pero muchas veces grandes multimedios y
corporaciones lo contratan de forma particular. El fin de semana pasado lo pasó
en su pequeña residencia campestre que tiene en la ciudad de Rauch, su ciudad
natal. Y según declaró públicamente en varias oportunidades a la prensa, su
gran pasión son las fotografías de paisajes y retratos de su querida Rauch. Ése
no era ningún secreto, lo sabía todo el mundo. El fin de semana pasado se
dedicó a sacar una serie de fotos a patrimonios naturales de Rauch. Las reveló
y las guardó en una gaveta, que ocultó debajo de su cama. A la mañana
siguiente, se levantó con fuertes dolores de cabeza y algo mareado, y cuando
buscó las fotografías en cuestión, no estaban. Y encontró la cerradura de la puerta de calle
forzada. La Policía local confirmó el robo de las fotos de los paisajes que
había sacado y también cercioró que el intruso sedó con cloroformo al señor
Durán. Por eso se levantó tenuemente laxo y con jaquecas.
_ ¿Vamos a
ir hasta Rauch para investigar el robo de unas fotos de paisajes?
Me parecía
totalmente inadecuado que Sean Dortmund haya aceptado encargarse de un caso
así. Por un lado, me sentía fascinado y atraído por lo sorprendente y atípico
del caso. Pero, por otra parte, me sentía decepcionado de que mi amigo haya
aceptado colaborar en la investigación de un caso que no estaba a su altura y
que no era digno de él. Y así se lo hice saber.
_ ¿Es que
acaso, doctor, un robo de una serie de fotografías de paisajes no merece la
misma dedicación e importancia que los tipos de casos de los que habitualmente
me hago cargo?_ me reprimió Dortmund con énfasis.
_ Bueno, si
lo pone de ésa manera, no lo voy a cuestionar. Después de todo, tiene usted
mucha razón en eso.
_ El señor
Renzo Durán me contrató especialmente para que recupere su trabajo y eso haré.
Es un ciudadano más y merece justicia como todos. ¿Me va a decir, doctor, que
no le resulta altamente llamativo que forzaran la cerradura de su casa y lo
narcotizaran mientras dormía para evitar así que despertara, todo para sustraer
una serie de fotografías de paisajes de varios puntos de Rauch recientemente
tomadas y de carácter puramente artístico y personal?
_ Me rindo.
El caso es digno de usted, Dortmund. Y no niego que sea extraño. Hicieron
inteligencia previa para robarlas y ciertamente, no veo nada claro en todo eso.
_ Si el robo fue premeditado, es porque alguien
descubrió algo oculto en esos sitios en particular. Y al enterarse de que el
señor Durán los fotografió, diseñó y perpetró el golpe implacablemente, ya que
no se recuperaron huellas en la escena, porque puede fiarse de las imágenes
para encontrar lo que busca.
_ Debe ser
algo muy grande para arriesgarse tanto. ¿Y los negativos?
_ ¡Excelente
observación, doctor! Empieza a usted a pensar como yo. Los negativos también
fueron robados. El señor Renzo Durán tenía todo junto guardado y el ladrón se
lo llevó todo.
Dortmund
consultó su reloj de pulsera.
_ El tren
parte dentro de exactamente dos horas. ¿Vamos? Analizaremos el asunto durante
el viaje, si lo prefiere. Tenemos que llegar a Rauch con la mayor cantidad de
información que nos sea posible. Cualquier observación que podamos realizar,
nos va a servir de mucho. ¿Qué dice?
Acepté
frenético y ansioso por la aventura que estábamos pronto a emprender. Durante
el viaje en tren el silencio le ganó a las palabras. Dortmund durmió un buen
rato y yo contemplaba los hermosos paisajes que acompañaban las vías. Llegamos
a Rauch a las nueve de la noche, nos hospedamos en un cómodo hotel de estilo
familiar y no fue sino hasta el día siguiente que nos pusimos en campaña.
Nuestra primera diligencia fue visitar al señor Renzo Durán. Era un hombre de
aspecto rústico, de unos cuarenta años, facciones ásperas y que lucía una
sonrisa ensordecedora. Nos recibió amablemente en su morada y después de
aceptar cortésmente su invitación a desayunar, Dortmund procedió a
interrogarlo. En concreto, no pudo decirnos mucho sobre el incidente sufrido
con sus fotos. Sólo que las fotos de paisajes que sacó eran las únicas que
faltaron. Encontró gran parte de sus efectos personales revueltos y
desordenados, pero no faltaba nada más. Según nos aseguró, tenía fotos
realmente comprometedoras de personas por las que valdría la pena arriesgarse a
robar. Y sin embargo, estaban todas. Y el hecho de que el intruso haya revuelto
su casa de pies a cabeza, implicaba que no sabía dónde estaban ocultas las fotos
que individualmente buscaba. Es decir, sabía de su existencia pero no conocía
su escondite. Por último, Dortmund le preguntó si desconfiaba de alguien en
particular y el señor Durán respondió enérgicamente convencido que no.
El inspector
me solicitó que me quedase acompañando al señor Renzo Durán por su seguridad
mientras él hacía una investigación afuera. Sinceramente, desconozco qué fue lo
que hizo, qué pasos lógicos y metódicos dio para encontrar al culpable y
recuperar las fotos porque jamás lo aclaró. A veces le gustaba hacerse
humildemente el misterioso sólo para darse más importancia de la que
merecía. Por lo demás, estaba
absolutamente conforme de que mi amigo hubiera triunfado porque la expresión de
alegría que adoptó el rostro del señor Durán cuando Dortmund se las restituyó
fue invalorable y no encontró palabras de agradecimiento para con el inspector.
_ ¿Cómo hizo
para recuperarlas?_ le pregunté a Dortmund, una vez instalados de nuevo en
nuestro departamento.
_ Trabajando
como es debido_ me respondió con arrogancia.
_ Si no
quiere contarme todos los detalles, no lo haga. Pero, al menos, póngame al
corriente sobre su desempeño en este asunto, que aún no termino de comprender
del todo.
_ En
realidad, cuando identifiqué al ladrón, le ofrecí un trato.
_ ¿Qué
especie de trato, Dortmund?
_ Si me
devolvía las fotos, yo pagaría por ellas y no lo delataría con la Policía. Pero
si se rehusaba, lo denunciaría y ya lo que pasara con él en lo sucesivo
escaparía a mi control.
_ ¿Pagó por
las fotos? ¿Enserio?
Me irrité.
Pero permití que mi amigo me lo contara todo.
_ Sí.
Después de todo, doctor, el ladrón no tenía muchas alternativas a su favor.
Hace seis meses atrás asaltaron en medio de la ruta un camión de caudales que
llevaba consigo la recaudación del mes de todos los impuestos de todos los
organismos municipales. En total, eran
más de veinte millones de australes. La banda que asaltó el camión estaba
conformada por al menos cuatro integrantes, que actuaron con mucha cautela y
gran profesionalidad. Redujeron a los conductores del vehículo, al personal que
seguridad que viajaba a bordo, controlaron la situación, concretaron el golpe y
huyeron sin dejar el menor rastro. Nunca pudieron identificar a ninguno de los
atacantes porque llevaban sus rostros protegidos con máscaras. Fue un golpe
coordinado desde adentro, eso era indudable. Pero jamás hasta ahora pudieron
descubrir al cómplice que facilitó el robo.
Era claro,
por otro lado, que los ladrones no podían gastar el dinero robado de entrada
porque serían capturados rápidamente ya que el robo era la noticia principal de
todos los medios locales y nacionales. Por consiguiente, debían esconderlo muy
bien hasta que pudieran recuperarlo. Y eligieron ocultarlo en unas cuevas que
hay en las afueras de Rauch, cerca de unos acantilados. La Policía, en conjunto
con la ayuda de otras fuerzas federales, lo descubrió y montaron un gran
operativo. Pero cuando revisaron todas las cuevas y sus alrededores, no había
ni el mínimo rastro de la plata robada. Creo que los ladrones fueron
extremadamente hábiles en ése sentido con algo de ayuda exterior. Su cómplice
dentro del Estado los puso en alerta al respecto y ellos escondieron
perfectamente las bolsas con el dinero detrás de una piedra dentro de cada una
de las cuevas, distribuidas en dos o tres a la vez en simultáneo. El operativo de
búsqueda, como era un espacio grande, se llevó a cabo en un espacio máximo de
tres días. Durante la noche, que era el momento más propicio y oportuno, los
ladrones iban trasladándolas a una cueva que ya había sido registrada, y que
por ende, era improbable que volviera a serlo. No había peligro entonces de que
lo robado fuese descubierto con posterioridad y ahí en las cuevas seguiría tan
seguro como siempre estuvo. Pero uno de los ladrones no lo consideró así,
quizás como una excusa barata para quedarse él con todo, y lo cambió de lugar.
El resto de la banda se sintió traicionada y hubiesen matado de buena gana a su
Judas
si no fuese porque aquél era el único que sabía el lugar exacto del nuevo
escondite. Dijo que se las diría si le daban a cambio cincuenta mil australes.
_ Chantaje.
_ Así es,
doctor. Pero ellos se rehusaron a aceptar la condición de su traidor y lo único
que aquél les dijo fue un nombre propio como única pista. Nadie sabía qué
significaba exactamente hasta que uno de sus integrantes vio casualmente al
señor Renzo Durán sacando varias fotos a unos paisajes muy peculiares. E
interpretó enseguida que allí, en algún rincón, estaban escondidos los más de
veinte millones de australes robados. Así que, siguió discretamente al señor
Durán hasta su casa y esperó a la noche para entrar y robar ésas fotos que obrarían como una suerte de mapa y guía a la vez. La Policía ya está avisada. Por lo tanto, nuestro
trabajo concluyó. El señor Renzo Durán me convocó para recuperar las fotos y
alcancé ése objetivo exitosamente. Fin de la historia.
_ Me ha dejado sin palabras. Una historia
extraordinaria. Y yo que lo juzgué al comienzo cuando aceptó hacerse cargo del
caso. Retiro cada una de mis palabras.
_ Le
agradezco el gesto, doctor.
_ Sólo a
modo de curiosidad, ¿cómo localizó usted a ése ladrón?
_ Es
confidencial._ Dijo con presunción.
_ ¿Su
identidad también lo es?
_ Se llama
Rafael Rouco. Pero como todo criminal, no delató a sus cómplices.
_
Evidentemente, la Policía tiene un arduo trabajo por delante.
_ Ahora
entiendo mucho mejor el peso de cierto refrán popular, doctor.
_ ¿Cuál,
Dortmund?
_ Una imagen
vale más que mil palabras.
Me dio una
palmada en el hombro, me sonrió con arrogancia y me guiñó el ojo.
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