miércoles, 17 de enero de 2018

La aventura del fotógrafo de Rauch (Gabriel Zas)



_ Prepárese para hacer un viaje al interior de Buenos Aires, doctor_ me dijo Dortmund, cierta tarde de junio de 1988._ Nos vamos a Rauch.

_ Encantado de acompañarlo_ le repliqué gustoso._ ¿Un caso?

_ ¿Ha oído hablar alguna vez de Renzo Durán?

_ ¿El fotógrafo?

_ Ése mismo. Su especialidad son las fotos a diferentes personalidades del mundo artístico. Trabaja de forma independiente, pero muchas veces grandes multimedios y corporaciones lo contratan de forma particular. El fin de semana pasado lo pasó en su pequeña residencia campestre que tiene en la ciudad de Rauch, su ciudad natal. Y según declaró públicamente en varias oportunidades a la prensa, su gran pasión son las fotografías de paisajes y retratos de su querida Rauch. Ése no era ningún secreto, lo sabía todo el mundo. El fin de semana pasado se dedicó a sacar una serie de fotos a patrimonios naturales de Rauch. Las reveló y las guardó en una gaveta, que ocultó debajo de su cama. A la mañana siguiente, se levantó con fuertes dolores de cabeza y algo mareado, y cuando buscó las fotografías en cuestión, no estaban. Y encontró la cerradura de la puerta de calle forzada. La Policía local confirmó el robo de las fotos de los paisajes que había sacado y también cercioró que el intruso sedó con cloroformo al señor Durán. Por eso se levantó tenuemente laxo y con jaquecas.

_ ¿Vamos a ir hasta Rauch para investigar el robo de unas fotos de paisajes?

Me parecía totalmente inadecuado que Sean Dortmund haya aceptado encargarse de un caso así. Por un lado, me sentía fascinado y atraído por lo sorprendente y atípico del caso. Pero, por otra parte, me sentía decepcionado de que mi amigo haya aceptado colaborar en la investigación de un caso que no estaba a su altura y que no era digno de él. Y así se lo hice saber.

_ ¿Es que acaso, doctor, un robo de una serie de fotografías de paisajes no merece la misma dedicación e importancia que los tipos de casos de los que habitualmente me hago cargo?_ me reprimió Dortmund con énfasis.

_ Bueno, si lo pone de ésa manera, no lo voy a cuestionar. Después de todo, tiene usted mucha razón en eso.

_ El señor Renzo Durán me contrató especialmente para que recupere su trabajo y eso haré. Es un ciudadano más y merece justicia como todos. ¿Me va a decir, doctor, que no le resulta altamente llamativo que forzaran la cerradura de su casa y lo narcotizaran mientras dormía para evitar así que despertara, todo para sustraer una serie de fotografías de paisajes de varios puntos de Rauch recientemente tomadas y de carácter puramente artístico y personal?

_ Me rindo. El caso es digno de usted, Dortmund. Y no niego que sea extraño. Hicieron inteligencia previa para robarlas y ciertamente, no veo nada claro en todo eso.

_  Si el robo fue premeditado, es porque alguien descubrió algo oculto en esos sitios en particular. Y al enterarse de que el señor Durán los fotografió, diseñó y perpetró el golpe implacablemente, ya que no se recuperaron huellas en la escena, porque puede fiarse de las imágenes para encontrar lo que busca.

_ Debe ser algo muy grande para arriesgarse tanto. ¿Y los negativos?

_ ¡Excelente observación, doctor! Empieza a usted a pensar como yo. Los negativos también fueron robados. El señor Renzo Durán tenía todo junto guardado y el ladrón se lo llevó todo.

Dortmund consultó su reloj de pulsera.

_ El tren parte dentro de exactamente dos horas. ¿Vamos? Analizaremos el asunto durante el viaje, si lo prefiere. Tenemos que llegar a Rauch con la mayor cantidad de información que nos sea posible. Cualquier observación que podamos realizar, nos va a servir de mucho. ¿Qué dice?

Acepté frenético y ansioso por la aventura que estábamos pronto a emprender. Durante el viaje en tren el silencio le ganó a las palabras. Dortmund durmió un buen rato y yo contemplaba los hermosos paisajes que acompañaban las vías. Llegamos a Rauch a las nueve de la noche, nos hospedamos en un cómodo hotel de estilo familiar y no fue sino hasta el día siguiente que nos pusimos en campaña. Nuestra primera diligencia fue visitar al señor Renzo Durán. Era un hombre de aspecto rústico, de unos cuarenta años, facciones ásperas y que lucía una sonrisa ensordecedora. Nos recibió amablemente en su morada y después de aceptar cortésmente su invitación a desayunar, Dortmund procedió a interrogarlo. En concreto, no pudo decirnos mucho sobre el incidente sufrido con sus fotos. Sólo que las fotos de paisajes que sacó eran las únicas que faltaron. Encontró gran parte de sus efectos personales revueltos y desordenados, pero no faltaba nada más. Según nos aseguró, tenía fotos realmente comprometedoras de personas por las que valdría la pena arriesgarse a robar. Y sin embargo, estaban todas. Y el hecho de que el intruso haya revuelto su casa de pies a cabeza, implicaba que no sabía dónde estaban ocultas las fotos que individualmente buscaba. Es decir, sabía de su existencia pero no conocía su escondite. Por último, Dortmund le preguntó si desconfiaba de alguien en particular y el señor Durán respondió enérgicamente convencido que no.

El inspector me solicitó que me quedase acompañando al señor Renzo Durán por su seguridad mientras él hacía una investigación afuera. Sinceramente, desconozco qué fue lo que hizo, qué pasos lógicos y metódicos dio para encontrar al culpable y recuperar las fotos porque jamás lo aclaró. A veces le gustaba hacerse humildemente el misterioso sólo para darse más importancia de la que merecía.  Por lo demás, estaba absolutamente conforme de que mi amigo hubiera triunfado porque la expresión de alegría que adoptó el rostro del señor Durán cuando Dortmund se las restituyó fue invalorable y no encontró palabras de agradecimiento para con el inspector.

_ ¿Cómo hizo para recuperarlas?_ le pregunté a Dortmund, una vez instalados de nuevo en nuestro departamento.

_ Trabajando como es debido_ me respondió con arrogancia.

_ Si no quiere contarme todos los detalles, no lo haga. Pero, al menos, póngame al corriente sobre su desempeño en este asunto, que aún no termino de comprender del todo.

_ En realidad, cuando identifiqué al ladrón, le ofrecí un trato.

_ ¿Qué especie de trato, Dortmund?

_ Si me devolvía las fotos, yo pagaría por ellas y no lo delataría con la Policía. Pero si se rehusaba, lo denunciaría y ya lo que pasara con él en lo sucesivo escaparía a mi control.

_ ¿Pagó por las fotos? ¿Enserio?

Me irrité. Pero permití que mi amigo me lo contara todo.

_ Sí. Después de todo, doctor, el ladrón no tenía muchas alternativas a su favor. Hace seis meses atrás asaltaron en medio de la ruta un camión de caudales que llevaba consigo la recaudación del mes de todos los impuestos de todos los organismos municipales.  En total, eran más de veinte millones de australes. La banda que asaltó el camión estaba conformada por al menos cuatro integrantes, que actuaron con mucha cautela y gran profesionalidad. Redujeron a los conductores del vehículo, al personal que seguridad que viajaba a bordo, controlaron la situación, concretaron el golpe y huyeron sin dejar el menor rastro. Nunca pudieron identificar a ninguno de los atacantes porque llevaban sus rostros protegidos con máscaras. Fue un golpe coordinado desde adentro, eso era indudable. Pero jamás hasta ahora pudieron descubrir al cómplice que facilitó el robo.

Era claro, por otro lado, que los ladrones no podían gastar el dinero robado de entrada porque serían capturados rápidamente ya que el robo era la noticia principal de todos los medios locales y nacionales. Por consiguiente, debían esconderlo muy bien hasta que pudieran recuperarlo. Y eligieron ocultarlo en unas cuevas que hay en las afueras de Rauch, cerca de unos acantilados. La Policía, en conjunto con la ayuda de otras fuerzas federales, lo descubrió y montaron un gran operativo. Pero cuando revisaron todas las cuevas y sus alrededores, no había ni el mínimo rastro de la plata robada. Creo que los ladrones fueron extremadamente hábiles en ése sentido con algo de ayuda exterior. Su cómplice dentro del Estado los puso en alerta al respecto y ellos escondieron perfectamente las bolsas con el dinero detrás de una piedra dentro de cada una de las cuevas, distribuidas en dos o tres a la vez en simultáneo. El operativo de búsqueda, como era un espacio grande, se llevó a cabo en un espacio máximo de tres días. Durante la noche, que era el momento más propicio y oportuno, los ladrones iban trasladándolas a una cueva que ya había sido registrada, y que por ende, era improbable que volviera a serlo. No había peligro entonces de que lo robado fuese descubierto con posterioridad y ahí en las cuevas seguiría tan seguro como siempre estuvo. Pero uno de los ladrones no lo consideró así, quizás como una excusa barata para quedarse él con todo, y lo cambió de lugar. El resto de la banda se sintió traicionada y hubiesen matado de buena gana a su Judas si no fuese porque aquél era el único que sabía el lugar exacto del nuevo escondite. Dijo que se las diría si le daban a cambio cincuenta mil australes.

_ Chantaje.

_ Así es, doctor. Pero ellos se rehusaron a aceptar la condición de su traidor y lo único que aquél les dijo fue un nombre propio como única pista. Nadie sabía qué significaba exactamente hasta que uno de sus integrantes vio casualmente al señor Renzo Durán sacando varias fotos a unos paisajes muy peculiares. E interpretó enseguida que allí, en algún rincón, estaban escondidos los más de veinte millones de australes robados. Así que, siguió discretamente al señor Durán hasta su casa y esperó a la noche para entrar y robar ésas fotos que obrarían como una suerte de mapa y guía a la vez. La Policía ya está avisada. Por lo tanto, nuestro trabajo concluyó. El señor Renzo Durán me convocó para recuperar las fotos y alcancé ése objetivo exitosamente. Fin de la historia.

_  Me ha dejado sin palabras. Una historia extraordinaria. Y yo que lo juzgué al comienzo cuando aceptó hacerse cargo del caso. Retiro cada una de mis palabras.

_ Le agradezco el gesto, doctor.

_ Sólo a modo de curiosidad, ¿cómo localizó usted a ése ladrón?

_ Es confidencial._ Dijo con presunción.

_ ¿Su identidad también lo es?

_ Se llama Rafael Rouco. Pero como todo criminal, no delató a sus cómplices.

_ Evidentemente, la Policía tiene un arduo trabajo por delante.

_ Ahora entiendo mucho mejor el peso de cierto refrán popular, doctor.

_ ¿Cuál, Dortmund?

_ Una imagen vale más que mil palabras.

Me dio una palmada en el hombro, me sonrió con arrogancia y me guiñó el ojo.     

 

 

                                                                                                                         

 

 

 

 

 

 

 

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