<Sauce Viejo, provincia de Santa Fe,
Argentina>
Antes de ser transferido a la División Homicidios de la Policía Federal
en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Laureano Borrell era inspector de la
misma División pero en la Policía de la provincia de Santa Fe, en la pequeña
localidad de Sauce Viejo. Los pocos casos de asesinato que allá había eran
relativamente sencillos, ya que giraban en torno a las mismas cuestiones: un
campesino que se peleaba con otro por su ganado, por la clientela de los
negocios o por una mujer adorada por más de un hombre en el pueblo. Y se daba
muy de vez en cuando alguna muerte por accidente, ya sea accidente doméstico o
accidente vial en la ruta, o por suicidio. En los últimos diez años, las
muertes como consecuencia de los factores expuestos en su conjunto, no llegaban
a treinta. Había que admitir que Sauce Viejo era una localidad muy tranquila.
Pero en todo pueblo, la tranquilidad reinante que lo caracteriza siempre se ve
seriamente abrumada por un caso que conmueve por sus detalles excepcionales y
poco claros.
Estela Lleral vivía en el ingreso a la localidad de Sauce Viejo, al
costado de la ruta, en una casa aislada del pueblo, en medio de una zona de
confort, campo y calma absoluta. Pero no vivía sola, sino que estaba casada
desde hacía años con Arturo Compdecalvo, un médico rural muy conocido en todo
Sauce Viejo y alrededores, con quien compartía la vivienda. Y según la
apreciación de algunos residentes del pueblo y allegados, la pareja estaba
atravesando por muchos problemas últimamente.
Y como consecuencia o no de dichas dificultades, Arturo Compdecalvo
apareció asesinado en el interior de su propia casa de un fuerte golpe en la
cabeza, propinado con un atizador de chimeneas. El cuerpo fue descubierto por
su esposa, Estela Lleral, después de que volviera de hacer unos trámites en la
ciudad. El cuerpo yacía boca arriba sobre el piso del living de la casa, por lo
que se lo podía contemplar mirando desde afuera por la ventana. La ventana en
sí estaba abierta parcialmente, y justo debajo de ella y hasta donde terminaba el sendero a la vera del
camino que bordeaba la ruta, había una serie de pisadas de tierra, que sin
embargo estaban ausentes en el interior de la morada. Había además sobre la
mesa del comedor, dos tazas de café prolijamente dispuestas. La primera estaba
por la mitad y la segunda vacía. No habían revuelto nada en general, las sillas
que hacían juego con la mesa estaban perfectamente colocadas y la cerradura de
la puerta de calle no había sido forzada, según las primeras apreciaciones
forenses. El inspector Borrell fue el encargado de dirigir la investigación del
caso. Examinó cada detalle de la escena minuciosamente. Estudió las tazas de
café, las tomó, las miró y las volvió a dejar apoyadas en la mesa en su
posición original. Luego caminó circularmente alrededor de la mesa analizándola
en profundidad, miró el piso en todos los aspectos, revisó la ventana, las huellas
que había afuera y por último abrió y cerró la puerta de calle repetidas veces.
Cuando concluyó con la pesquisa, le expuso su opinión a su oficial asistente,
sargento Mauricio Ávila.
_ Buscamos a un sólo asesino que montó la escena para que pareciera que
había tres personas_ expresó seguro de sus deducciones, Borrell._ Es decir, la
víctima junto a un acompañante y un tercero que perpetró el crimen.
_ ¿Cómo llega a ésa conclusión, inspector?_ le preguntó Ávila.
_ Las dos tazas de café están dispuestas muy prolijamente en la mesa,
pero no hay ninguna azucarera puesta. Además, los platos que las contienen no
tienen ninguna aureola marcada que indicase que el contenido de la taza fue
servido y bebido. Y para colmo, las sillas están estéticamente muy bien colocadas.
Todo esto me dice que el asesino tomó él mismo las dos tazas de la cocina
después de que asesinara al señor Compdecalvo, una la llenó de café hasta el
tope, acto seguido pasó de ésa taza a otra un poco más de la mitad del
contenido para dar así la apariencia de que alguien más la había bebido, las
llevó hasta la mesa, se quitó el calzado, abrió la ventana y escapó, lo que
culmina la idea de la presencia de un tercero que sorprendió a dos personas que
estaban armoniosamente compartiendo un desayuno juntas. Si esto hubiese
ocurrido realmente así, ¿qué le pasó al acompañante de la víctima? ¿Huyó? ¿Se
escondió? Y si era así, ¿por qué no nos llamó ni bien el desconocido corrió de
la escena?
Tampoco la teoría explica, de ser cierta, que el asesino haya dejado con
vida a un potencial testigo del asesinato de Arturo Compdecalvo. Por otra
parte, sólo había rastros de un pie sólo del lado de afuera de la casa. Y si el
asesino hubiera entrado verdaderamente por la ventana, tendría que haber restos
de tierra y barro también adentro de la morada. Y sin embargo, no hay nada. Ni
siquiera indicios de que el piso haya sido limpiado. No, definitivamente todo
esto fue acto de una sola y única persona.
Su oficial asistente, Mauricio Ávila, aplaudió simbólicamente con sutileza
y majestuosidad a Laureano Borrell.
_ Me cerró la boca, inspector_ le dijo con orgullo.
_ No es para tanto, Ávila, no exagere_ repuso Borrell, modestamente._
Tome moldes de las huellas del sendero, revise si hay huellas en la ventana y
mándelas al laboratorio a analizar, que tengan listos los resultados enseguida.
Y tome todo tipo de muestras de cada uno de los sospechosos que entrevistemos
para cotejarlas con los resultados que obtengan los peritos, ¿entendió?
_ Perfectamente. Ya me encargo.
Mauricio Ávila se estaba alejando, pero la voz de Borrell pronunciando
su nombre con autoridad y firmeza lo obligó a retroceder.
_ Dígame_ dijo.
_ Quiero hablar con la esposa de la víctima, Estela Lleral. Búsquela y
mándemela de inmediato_ le ordenó Laureano Borrell.
_ Muy bien. Usted es el jefe, usted manda.
El sargento Mauricio Ávila se retiró definitivamente. Unos minutos más
tarde, Estela Lleral estaba sentada frente a frente con el inspector Laureano
Borrell. Era una mujer de unos sesenta años de edad, facciones atractivas, de
grandes ojos azules y cabello negro. Pero su rostro no lucía sano. Tenía el
labio superior hinchado, la mandíbula sensiblemente desviada, hematomas
alrededor del ojo y en otras partes de la cara, leves cortes superficiales
arriba de las cejas y tenía magulladuras dispersas por los brazos y cuello.
Miró a Borrell afligida y angutiada, y él le devolvió una mirada compasiva y
afectuosa.
_ ¿Su esposo le hacía esto, cierto?_ le preguntó el inspector a la
viuda, con algo de pudor y sensibilidad.
_ Era muy agresivo conmigo_ repuso Estela Lleral, avergonzada._ Se
enojaba conmigo y me golpeaba por cualquier cosa. Era un infierno vivir al lado
de él. Ya no aguantaba más.
Se largó a llorar compulsivamente. Borrell se apiadó de ella y cuando se
incorporó de nuevo, el inspector la siguió interrogando.
_ ¿Hace cuánto que empezó a comportarse de ésa forma tan agresiva y
violenta para con usted?_ fue lo siguiente que quiso saber Laureano Borrell.
_ Desde unos meses después que nos casamos_ contestó la señoral Lleral,
ya aliviada y recuperada por completo._ Una noche salí con unas amigas y llegué
más tarde a casa, y cuando entré, me estaba esperando despierto. Me hizo una
escena por eso y me acusó de haberme visto con otro hombre. Intenté explicarle
que estaba equivocado pero no quiso entrar en razón y me dio una bofetada tan
fuerte que me desvió el tabique. Al otro día, me pidió perdón y me dijo que iba a
cambiar, que no sabe que le pasó y demás excusas de siempre. Pero eso no pasó
nunca y cada vez se ponía más y más violento. Hasta que un día me cansé y
radiqué la denuncia en la Comisaría del pueblo. Se enteró y me castigó
severamente por eso. Y amenazó con matarme si lo volvía a hacer. Nunca se
detuvo. Logré que el juez le impusiera una orden de restricción pero no
alcanzó. La violó y no hicieron absolutamente nada. Denuncia tras denuncia y la
situación no cambiaba. Incluso, me había mudado hace dos años atrás
transitoriamente a casa de una amiga que vivía por ese entonces en la ciudad,
pero Arturo lo averiguó. Fue a buscarme hasta allá y armó tal escándalo que los
vecinos llamaron a la Policía. Pero no sirvió de nada. Arturo no era ni la
sombra del hombre que conocí y del que me enamoré con locura. Ése caballero que
era desapareció.
_ Entonces, asumo que no le pidió la separación por temor.
_ Así es, inspector.
_ ¿Hace cuánto que estaba casada con el señor Compdecalvo?
_ Diez años. Los peores diez años de mi vida.
_ Se casaron de grandes.
_ Porque nos conocimos de grandes
en un crucero de solos y solas.
_ ¿Familiares del señor Compdecalvo?
_ Ninguno.
_ ¿Y suyos, señora Lleral?
_ Patricio Lleral, mi único hermano, tres años mayor que yo. Soltero sin
hijos.
_ ¿Ustedes nunca tuvieron hijos con el señor Compdecalvo, Estela?
_ No. Afortunadamente, no. Porque no sé qué hubiera sido de ellos con un
padre como él.
_ ¿Por decisión de quién no tuvieron hijos?
_ De Arturo. Dijo varias veces que detestaba los chicos.
_ ¿Su hermano, Patricio me dijo que se llama, estaba al tanto de las
bajezas a las que el señor Compdecalvo la sometía, señora Lleral?
_ Sí. Estaba furioso. Lo confrontó varias veces y hasta llegó a decirle
que si no paraba de hacerme daño, lo iba a lamentar para siempre. Patricio es
un buen hombre. Siempre me defendió y me apoyó en todo.
_ Tengo que preguntarle por rigor dónde estaba hoy a la mañana cuando su
esposo fue asesinado.
_ Haciendo unos trámites personales en la ciudad. Estuve en varios
lados. Puede confirmarlo.
_ Y cuando volvió, encontró el cuerpo, ¿cierto?
_ Exactamente.
_ ¿La puerta estaba cerrada o abierta?
_ Más bien, entornada.
_ ¿Y no vio a nadie merodear cerca de la casa ni percibió nada inusual
ni ninguna clase de movimientos extraños?
_ No, inspector. Estoy segura que no. Perdone.
_ ¿Y lo siguiente que hizo fue llamar al 911?
_ Correcto.
_ Comprendo. Tendré que pedirle que se saque los zapatos para que un
perito le tome un molde de su pie y le tomen también las huellas dactilares.
Son las marcas descuidadas que dejó el asesino cuando mató a su marido.
_ Lo entiendo. Sólo cumple con su trabajo.
_ ¿Tengo que suponer entonces que la muerte de su esposo, Arturo
Compdecalvo, no la afecta en lo más mínimo?
_ Supone usted bien.
Estela Lleral se sacó los zapatos y se sometió inmediatamente a las
órdenes dispuestas por Laureano Borrell. En tanto que el inspector de
Homicidios contactó y entrevistó en segundo lugar a Patricio Lleral, hermano de
la viuda. Era un hombre de espaldas anchas, postura firme, rostro prominente,
ojos marrones y cabello canoso con tintes negros, y de espíritu eficazmente servicial.
Confirmó que lo dijo su hermana, Estela Lleral, sobre las veces que confrontó a
Arturo Compdecalvo y lo amenazó. La última vez había sido cuatro días antes del
homicidio. Dijo, además, que estaba en una reunión de trabajo al momento del
crimen y que podía confirmar fehacientemente su coartada. Aun así, Laureano
Borrell presumía que pudo haber contratado a alguien para que matara a Arturo
Compdecalvo. Lo mismo aplicaba para Estela Lleral, ya que eran los dos
sospechosos principales del crimen con un potencial motivo en común ambos, por
lo que Borrell le encomendó al sargento Mauricio Ávila, su ayudante de campo,
revisar las cuentas bancarias de cada uno de ellos para comprobar los últimos
movimientos que habían efectuado en las últimas setenta y dos horas.
_ ¿Le tomaron los moldes a Patricio Lleral también?_ le preguntó Borrell
a Ávila.
_ Sí. Tenemos todo, inspector_ remarcó el sargento._ Analicé las huellas
de la escena y son de un calzado masculino número cuarenta y dos.
_ Bien, Ávila. ¿De qué tipo de calzado estamos hablando?
_ De unas zapatillas tipo alpargatas de lona.
_ Eso lo pone como sospechoso principal del homicidio de Arturo
Compdecalvo a Patricio Lleral, el hermano de la viuda.
_ Pero, si mal no me fijé, tiene puestos ahora un par de mocasines.
_ Se los pudo haber cambiado tranquilamente.
_ ¿Hago las comparaciones de los dos moldes? ¿El del asesino y el de
Patricio Lleral?
_ Prosiga.
Los resultados arrojaron que el asesino calzaba un número cuarenta.
_ Definitivamente, la huella no pertenece a Patricio Lleral_ remarcó con
frustración, Ávila.
_ Nada es definitivo_ convino Borrell._ No todas las hormas de los
calzados son iguales ni todos los pies son iguales. Una misma persona puede
calzar cuarenta y dos en zapatos y cuarenta en alpargatas, sólo por poner un
ejemplo al azar.
_ ¿Al azar? Sí, claro._ dijo eso con altivez.
_ Está bien. ¿Pero, estamos de acuerdo que es algo perfectamente lógico
y posible?
_ Absolutamente de acuerdo. Pero también los rastros pueden pertenecer a
la persona que contrataron. Convengamos que los dos hermanos pueden estar
juntos en esto. ¿Qué piensa usted, inspector?
_ Podría ser, sí. ¿Por qué no?
Laureano Borrell examinó el cuerpo una vez más, que todavía no había
sido removido de la escena, y notó un corte hexagonal en la nariz.
_ ¿Cómo se hizo el corte de la nariz?_ preguntó Borrell, con interés.
_ Lo golpearon con algo_ replicó Ávila.
_ La herida es muy sugerente.
Laureano Borrell siguió examinando el cuerpo un poco más y luego realizó
una requisa más minuciosa que la primera en cada uno de los rincones de la
casa. Lo último que inspeccionó fue la cocina, en donde descubrió escondida
adentro de un táper la correspondencia del día. Reflexionó unos instantes y le
pidió urgentemente a su ayudante, el sargento Ávila, que averiguase qué cartero
era el encargado de llevar las cartas a la casa en cuestión. Se trataba de
Sergio Otrera, del Correo zonal y el que llevaba la correspondencia siempre a
la casa en cuestión. Laureano Borrell lo contactó y lo entrevistó en privado.
_ ¿Qué número de zapatillas calza, señor Otrera?_ preguntó Borrell con
hostilidad.
_ Cuarenta. ¿Por qué?_ contestó el cartero de manera soberbia.
_ ¿Y qué clase de calzado utiliza para el trabajo?
_ Calzado de lona, muy cómodo para caminar horas y horas llevando cartas
de acá para allá. Termino exhausto, ¿sabe?
El inspector Borrell puso frente a sus ojos las cartas que encontró
ocultas en la cocina.
_ Las entregó hoy, ¿no es así? Correspondencia del día sin abrir en una
escena del crimen hubiese resultado altamente sospechoso, por lo que tuvo que
esconderla en un lugar seguro.
_ Créame que no lo entiendo, inspector.
_ Me entiende perfectamente, Otrera. Fue a casa de Compdecalvo a dejarle
la correspondencia como lo hacía habitualmente. Miró por la ventana y notó que
estaba solo. Golpeó, él le abrió y apenas lo hizo, le empujó la puerta encima
causándole en la nariz un corte con el borde del marco. Agarró el atizador de
la chimenea, lo golpeó en la cabeza y lo mató. Después, valiéndose de dos tazas
de café, simuló que Arturo Compdecalvo estaba acompañado por alguien más y
luego, para simular la presencia de un tercer intruso en la escena para
aparentar otra situación diferente a la realmente ocurrida, abrió la ventana y
escapó por el sendero, dejando sus huellas de pie impregnadas en la tierra.
_ Tiene una imaginación extraordinaria, ¿sabe, inspector? Pero nada de
lo que dice es cierto.
_ Analizamos las huellas recabadas de la escena y son de una persona que
calza cuarenta, casualmente
como usted. Y que usaba un calzado tipo de lona al momento del asesinato, como
el que confesó que también usa usted para trabajar, señor Otrera. ¿Cuánto
quiere apostar a que si tomo muestras de su pie y su calzado coinciden en un
cien por ciento con las muestras extraídas de la escena del crimen?
Por primera vez, el rostro del cartero cambió súbitamente, tornándose de
una palidez inusitada.
_ Y no podía devolver las cartas al correo porque se delataría solo_
prosiguió Borrell con su explicación._ Entonces, simplemente las escondió
adentro de un táper en la cocina.
_ ¡Está bien! ¡Usted gana! Sí, yo maté al desgraciado de Arturo
Compdecalvo. ¿Y qué? Le hice un favor a la humanidad. Cada vez que venía a
traer la correspondencia del mes, lo veía maltratando e insultando impunemente
a la señora Lleral. ¿Sabe las veces que lo vi golpearla sin piedad?
_ ¿Por qué no lo denunció?
_ ¡Porque no hacen nada! La pobre mujer pidió una orden de restricción,
este hijo de su madre la violó y nadie hizo nada. Denuncia tras denuncia, una
atrás de la otra, y la Justicia no hizo absolutamente nada por ayudar a la
pobre señora Lleral. Ella me lo contó todo. Ése malparido pudo haberla matado
tranquilamente. Ya no aguantaba más verlo golpearla salvajemente. Intenté detenerlo
más de una vez inútilmente. Asesinarlo era la única manera de frenarlo.
_ No coincido con usted en eso.
_ Usted no sabe la impotencia que se siente, inspector, ver que torturan
a la mujer que ama en secreto, a la mujer por la que está loco y haría todo por
ella. Hasta matar. Ojalá ella supiera lo importante que es para mí.
_ Queda arrestado por el asesinato de Arturo Compdecalvo.
Se escuchó el clic de las esposas.
_ Quiero un abogado_ exigió Sergio Otrera, intranquilo.
_ Va a necesitar uno demasiado bueno, se lo aseguro_ le contestó
Laureano Borrell con premura.
Los medios locales reflejaron unos meses después que Sergio Otrera fue
condenado a quince años de prisión efectiva por el asesinato de Arturo
Compdecalvo, en tanto que la señora Estela Lleral estaba lista y decidida a
dejar ése pasado tortuoso atrás y empezar y rehacer su vida de nuevo desde
cero. Para entonces, el inspector Laureano Borrell ya era oficialmente
inspector de Homicidios de la Policía Federal en la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires.
No hay comentarios:
Publicar un comentario