lunes, 27 de febrero de 2017

El afán de ser detective (Gabriel Zas)


Soy por naturaleza un gran observador de las cosas que acontecen diariamente a mí alrededor. Más que un complejo de personalidad, es un capricho irremediable.
Soy financiero de una gran empresa trasnacional abocada a la fabricación de repuestos para aviones y helicópteros, labor que me tiene las veinticuatro horas del día fuera de mi casa. No tengo otras responsabilidades más que las propias del trabajo y ésa debe ser la razón principal por la que nunca me casé.  Pero eso no me priva de compartir un rato agradable con alguna señorita de compañía. Me gustan los lujos y la ostentosidad en sus máximos exponentes, y no soy hombre que se despoja  fácilmente de las diversiones a todo trapo.
Los últimos hechos que tuve el agrado de apreciar carecían de interés absoluto: discusiones de temas banales, altercados por problemas financieros, diferencias familiares habituales, entre otros más.
Pero el pequeño y breve incidente ocurrido en un reconocido restaurante de Puerto Madero situado en plena avenida Alicia Moreau de Justo rompió con lo tradicional: el robo de un anillo de oro que pasó desapercibido ante la vista de todos y que nadie notó en absoluto. Soy, si se puede decir así, un detective aficionado, y como tal, siempre sostuve que los lugares públicos de concurrencia masiva son los más adecuados para perpetrar alguna clase de ilícito en el momento más preciso e indicado. Todos se distraen, su atención está retenida en otras cuestiones y todo sucede en un abrir y cerrar de ojos ante la visual perpleja de mil testigos que no pueden explicar lo que acaeció  porque no vieron nada, lo que le da una coartada sólida e infranqueable al culpable. Y esto fue exactamente, o casi exactamente, lo que pasó aquélla desafortunada noche en el restaurante. Voy a ir al grano con los hechos.
Yo estaba sentado solo en una mesa para dos del lado de la ventana y de espalda a la puerta de entrada. En diagonal a mi ubicación sentido hacia la barra había una mesa para cuatro donde había sentadas cuatro mujeres jóvenes en una suerte de celebración. Como ignoro sus nombres y describirlas físicamente abarcaría demasiado espacio innecesario y además acapararía la confusión de los lectores porque sos rasgos eran paralelamente similares, las voy a nombrar simplemente A, B, C y D. Y como soy un acérrimo enemigo de la escritura, voy a disponer los hechos en orden cronológico en oraciones concisas y en forma de columna, así dicho sea de paso, todo queda más claro y sin lugar a dudas.


_ 20.30: llegué al restaurante, ellas ya estaban. Como apenas estaban ordenando el menú, no debieron llegar mucho antes que yo. 
_ 20.45: el mozo le llevó a cada una un vaso de cerveza rubia envueltos en servilletas de tela. Los dejó sobre la mesa apoyados arriba de un posavasos (cada una de las chicas tenía uno propio) y se retiró. 
_ 21:15: A y C fueron al baño. B y D se quedaron solas esperando y hablando entre ellas.
_ 21.20: A y C regresaron.
_ 21.43: el mozo levantó los vasos y dejó la cuenta. 
_ 21.48: A, B y D fueron al baño. C quedó sola sin inmutarse.
_ 21.57: A, B y D regresaron. El mozo les cobró en ése momento.
_ 22.05: C revisó su cartera y se desesperó: le faltaba un anillo de oro que le regaló su pareja, según escuché. 

Las amigas le preguntaron si había salido con él y C les respondió que sí con absoluta vehemencia y seguridad. Recordó que lo tenía cuando sacó la plata para pagarle al taxista que las llevó hasta el restaurante. Dijo que lo tenía puesto en el dedo mayor, como se acostumbra, pero que para evitar extraviarlo se lo sacó y lo guardó en la cartera.  Vi que lo hizo, doy fe de eso. Pero claro que no fui el único que lo advirtió, también lo hizo el ladrón. Y acá entramos en el segundo punto: ¿quién tuvo oportunidad de robarlo? ¿Quién podía haberlo hecho? En respuesta al segundo interrogante, la lista de sospechosos se reducía a las amigas, porque nadie más que ellas, o al menos podía interpretarlo así, que el anillo fue introducido en el interior de la cartera.  Después, se me ocurrió pensar que fue un robo planificado y requería del momento justo para efectuarlo. Y cuando una de ellas vio que C no tenía el anillo puesto en el dedo, supo que era su oportunidad tan ansiada. Por lo tanto, una de las tres amigas era una traidora. En su lugar, C llevaba en el dedo la marca flamante del anillo, lo que implicaba que se lo había quitado recientemente. Entonces, la ladrona supo que lo había guardado y conociendo al dedillo sus hábitos, no fue difícil darse cuenta que lo había ocultado en la cartera. Es increíble toda la madeja de situaciones que se pueden inferir a partir de un hecho puntual.
Después de descubierta la desaparición de la alianza, el escándalo no tardó en hacerse presente. Todas se culpaban entre sí, se gritaban, discutían, se insultaban grotescamente, lo que rompió inconmensurablemente la armonía del lugar y obligó a personal del restaurante a intervenir en el conflicto casi de manera inmediata. Como las aguas no calmaban, vieron la necesidad de llamar a la Policía, que llegó poco más de diez minutos después. Pero eso no llevó serenidad a la situación, sino que la acrecentó desmedidamente al borde de erosionarse. Por suerte, antes de que las cosas se saliesen completamente de control, me levanté de mi lugar, me acerqué hasta el mozo que las atendió y le pedí que hiciera el favor de devolver el anillo. Hubo un silencio perpetuo y resonante en el que todas las miradas estaban concentradas en mí con aire de perplejidad y asombro indiscutidos. No faltó quienes estaban además un tanto confundidos y ciertamente no los culpó por eso. El mozo se quedó estupefacto frente a la mirada atónita de la muchedumbre, pero cuando le indiqué a B como su cómplice; habló, devolvió el anillo y la delató. Todo quedó aclarado enseguida.
¿Cómo lo deduje? Aquí la solución. El siguiente boceto muestra cómo era la disposición de las cuatro amigas sentadas en  la mesa.



                                                     C       B
                                                     A       D





Primero: B y D se quedaron solas a las 21.15 y estaban sentadas una enfrente de la otra. Por lo tanto, ninguna pudo robar el anillo sin que la otra la viera. Esto las excluía inmediatamente de las sospechas. Podía ser A entonces la ladrona, pero estaba sentada enfrente de C, lejos del alcance del anillo. Y cualquier movimiento brusco por intentar obtenerlo hubiera resultado dudoso. Y a las 21.48 A fue al baño junto a B y D. C podía entonces haber fingido el robo, porque tuvo exactamente nueve minutos para crear la escena hasta que B, D y A volvieran del baño. Pero recuerden que yo estaba sentado enfrente en diagonal y no pudo haber hecho nada sin que yo no lo advirtiera. Así llegué al segundo punto.

Segundo: B percibió ni bien se sentaron a la mesa que C se despojó de su anillo. Hablaban, se reían y mientras tanto, B introducía en secreto la mano en la cartera de C para extraer la alianza y esconderla muy bien entre sus cosas. El mozo llevó el pedido a la mesa y mientras le dejaba la cerveza a B, ella deslizó discretamente el anillo en su bolsillo.  Las charlas, las risas y la distracción le vendaron los ojos al resto que no insinuaron lo que estaba ocurriendo.

Tercero: cuando el mozo llevó la cuenta, junto a la factura había un recado dirigido a B. Por eso, ella recogió la carpeta. Disimuladamente extrajo la misiva y seguidamente volvió la atención sobre el importe total a pagar para evitar levantar sospechas.

Cuarto: después, aprovechó que A y D fueron al baño para ir ella también, leer el recado y responderlo en secreto. Cuando el mozo se acercó para cobrar, B deslizó en su bolsillo ahora la respuesta al mensaje anterior que, sin dudas, era una negociación para concertar la entrega del anillo.

Admito que estuve un buen rato hablando y tratando de convencer a la Policía de cómo se dieron las cosas en base a las deducciones que acabo de compartir con ustedes, porque no me creían y además, me querían apresar por interferir en una investigación en curso e intentar obstaculizarla. Pero finalmente el mozo se quebró y la historia tuvo un final feliz.
B confesó que el prometido de C era su expareja, amigo en común de las cuatro mujeres. Estuvieron cinco años de novio y él jamás se interesó en querer comprometerse con ella. Pero al mes que la relación entre ellos terminó, se puso de novio con C y a los seis meses de noviazgo concretó el compromiso. Esto la enojó considerablemente a B pero fingió que no había lugar para los rencores. Hasta aparentó sentirse feliz por C. Así  le propuso ir a ése restaurante a tomar algo para celebrar el compromiso, pero fue un engaño: el mozo era íntimo amigo de B y juntos lo planearon todo. Y D y A fueron invitadas por la amistad que mantenían pero principalmente para generarse una coartada sólida y consistente. Pero creo que nunca tomaron en cuenta que un tipo vulgar y silvestre como yo los fuera a descubrir. En fin, eso fue lo más interesante que me pasó en estos últimos años y me alegro haber sido útil, aunque lamento profundamente que nunca más se repitiera un episodio de semejantes características. Así que estoy pensando seriamente en abrir una agencia privada de detectives. Ya quedó demostrado que soy bueno para el negocio y le doy a mi vida la acción que necesita.


viernes, 24 de febrero de 2017

La aventura del anfitrión rumano (Gabriel Zas)




Es de público conocimiento que Argentina firmó un acuerdo con Rumania para la venta y exportación de hidrocarburos, y para la explotación de unos yacimientos al norte de la Patagonia. Con tales propósitos, se esperaba que el ministro de Relaciones Exteriores y anfitrión de honor en su visita oficial al país, el rumano Aurel Bogdan, brindase una conferencia de prensa abierta a las 12 del mediodía en el Salón Dorado del Congreso de la Nación, explicando en profundidad los detalles del acuerdo bilateral.

Los protocolos de seguridad se respetaron con extrema seguridad hasta el más mínimo detalles. Más de 300 agentes federales custodiaban el lugar y el perímetro se cercó 500 metros a la redonda. Todo salió tal cual a lo pactado y no se registraron incidentes de ninguna consideración. La exposición comenzó puntual a las 12. Toda la atención de los presentes estaba ceñida en cada palabra que salía de boca del diplomático rumano. Era un hombre relativamente alto, piel semi oscura, de rostro imponente y de una complexión física más bien atlética. Su cabello era canoso y estaba perfectamente peinado con la raya hacia un costado. Vestía un elegante traje negro con una corbata bordó y en apariencia ostentaba unos 57 años, ya que su edad verdadera nunca trascendió. Poco se sabía de su vida personal ya que era una persona herméticamente reservada porque no le gustaba mezclar su intimidad con la política.

Hablaba en un español fluido y claro, aunque preservando su tonada europea. A los pocos minutos de iniciada la exposición, el capitán Riestra, quien fue encomendado como jefe general del operativo de seguridad, se aisló discretamente de la multitud, se dirigió a una de las oficinas de planta baja y pidió prestado un teléfono de línea. Los empleados se alarmaron, pero el capitán les dijo que la llamada era de escrupuloso carácter personal y la expresión de alarma de sus rostros se desvaneció al instante. Levantó el tubo, discó y cuando del otro lado lo atendieron, procuró hablar en voz baja para que nadie pudiese vislumbrar nada sobre el curso de la conversación.

_ No puedo hablar ahora. Lo veo en diez minutos en donde le indiqué. Por favor, sea puntual. Algo grave está sucediendo y si no lo descubrimos a tiempo, las consecuencias pueden ser irreversibles.

E inmediatamente, después de terminada la frase, colgó, agradeció la gentileza de que le hayan permitido usar el teléfono  y abandonó la oficina.

Exactamente, diez minutos más tarde, el capitán Riestra estaba cara a cara con su amigo, el inspector Sean Dortmund.

_ Dígame qué puedo hacer por usted_ dijo el inspector._ Lo escuché muy preocupado por teléfono.

_ Por mí no, por el país_ rectificó el capitán Riestra.

Dortmund se impacientó severamente. El capitán continuó.

_ No quiero hacer un escándalo público y masivo hasta no tener alguna certeza sobre lo que realmente está sucediendo. Por eso lo llamé, inspector Dortmund.

Y lo puso al tanto sobre la visita del señor Bogdan al país. Le contó de principio a fin todo con lujo de detalle.

_ Estoy al tanto de este asunto_ comentó Sean Dortmund, después de que Riestra terminara de hablar, _ pero no veo un problema claro en todo esto que me acaba de exponer, capitán Riestra. ¿A dónde pretende llegar?

_ Lo escuché hablar hace un rato y maneja el español con un dominio completo sobre el idioma. Pero sabemos muy bien que el señor Aurel Bogdan no habla ninguna otra lengua extranjera. Y siempre que viaja al exterior, lo hace en compañía de un intérprete. Acá no vino ninguno.

_ ¿Un impostor?_ sugirió Dortmund, paralizado.

_ Eso creo. Y creo también que el verdadero señor Bogdan fue secuestrado junto a su intérprete para evitar que diera ése discurso. Quien habla ahora en su lugar lo hace a exclusiva conveniencia de los verdaderos intereses que hay detrás de ésta trama que debemos descifrar cuanto antes.

_ ¿Cuánto tiempo durará en total toda la exposición de nuestro anfitrión rumano?

_ Se pactó para que durase una hora_ y el capitán Riestra consultó su reloj.

_ Tenemos cuarenta minutos antes de que termine_ confirmó enseguida.

_ Tiempo suficiente para mí_ afirmó con vanidad el inspector Dortmund._ ¿Cuál es su hipótesis respecto al secuestro, capitán Riestra?

_ Que lo tuvieron que haber raptado en una zona muy concurrida. El protocolo de seguridad de la Nación para casos así establece que en la mitad del trayecto desde el punto de origen hasta el Congreso, el anfitrión debe cambiar de vehículo para mayor resguardo. Así lo hicieron: uno de los coches oficiales de la caravana traía al impostor mientras que en otro viajaban unos cómplices. Cuando el verdadero señor Bogdan y su intérprete cambiaron de vehículo, lo hicieron al infiltrado sin saberlo. Así entonces, desvió su marcha y el auto que traía al falso señor Bogdan tomó su lugar. Además, no olvidemos que son autos con vidrios polarizados. Muy bien pensado e inteligentemente perpetrado.

_ Una gran teoría que comparto, por cierto. Y la que implica que irremediablemente hubo complicidad por parte de la Policía Federal.

_ Sin dudas, de otras fuerzas federales también.

_ Muéstreme el mapa del recorrido de la caravana y empecemos rápido a trazar un plan de acción. No disponemos de mucho tiempo.

El capitán Riestra obedeció y extendió un enorme plano sobre una pequeña mesa de caoba que se interponía entre ambos hombres.

_ Este es el punto del relevo_ dijo el capitán señalando con el dedo un lugar específico del mapa._ La calle es mano sentido hacia el norte. Sin dudas, tuvieron que haber doblado por ahí. Fíjese que no hay más alternativa que ésa.

_ ¿En dónde desemboca?_ inquirió Dortmund.

_ En un barrio humilde de Barracas.

_ Un auto de alta gama en dichos suburbios llamaría enormemente la atención. Definitivamente, no lo llevaron ahí.

Los dos hombres estuvieron alrededor de cinco minutos más barajando diversas posibilidades y opciones, todas ellas con resultado negativo y sin ninguna idea clara aparente.

_ ¡El tiempo se agota y estamos en cero!_ protestó el capitán Riestra, perdiendo los estribos.

_ Pensemos con calma_ propuso Dortmund.

_ Ya estoy harto de pensar en vano.

_ El pensamiento es la mejor arma que tenemos a nuestro favor. Usémosla con inteligencia.

El capitán Riestra, con gran sobre esfuerzo, recuperó la mesura.

_ No hay un lugar posible en donde lo puedan tener cautivo.

_ ¿Qué motivo tendrían para hacer esto?

_ Rumania se llevaría la mayor parte del capital y le pagaría a Argentina un porcentaje muy inferior por la rentabilidad del negocio y por la explotación de los yacimientos de la Patagonia.

_ Y su país, capitán Riestra, no quiere perder ni un solo centavo. Su gobierno es ambicioso y quiere quedarse con todo el negocio para él solo. Secuestran al señor Aurel Bogdan y un impostor toma su lugar. Modifica el discurso original, el acuerdo original y adapta ambos a sus intereses como Nación. El falso señor Bogdan se hace ver como si fuera el real trasformando su apariencia por completo. Pero hay dos puntos que el plan no contempla.

_ El idioma y el intérprete.

_ Exacto, capitán Riestra. Y mientras el doble está ahora dando un extenso y elocuente discurso en el Congreso, el verdadero señor Bogdan está en su hotel creído que, por un problema de protocolo, tuvo que suspender su exposición. Y como su rostro no es conocido por casi nadie acá en Argentina, el engaño pasa desapercibido. Desde luego, no sabe nada sobre un doble que tomó su lugar. Su habitación carece de radio y televisión y no tiene forma de enterarse lo que está ocurriendo afuera. Cuando la elocuencia finalice, le dirán que su país rompió todos los vínculos diplomáticos  con Argentina y todo habrá resultado tal cual lo planearon. Sólo tienen que cuidar de mantenerlo alejado de la prensa de ahí en más.

_ Así lograron desviar la marcha y regresarlo al hotel. Y lo peor del caso es que desconoce que en verdad está secuestrado.

_ Por Handy, le anunciaron al chofer cómplice de todo el drama que pusiera en marcha el plan y sólo tuvieron que notificarle al señor Bogdan que debieron retornar al hotel por una cuestión protocolar y de formalidad surgida a último minuto.

_ ¿Qué hacemos, Dortmund?

_ Darles en mano el queso a los ratones.

_ ¿Cuál es su idea?

_ Llame a sus hombres y dígales que la verdad, manteniendo el asunto bajo la más estricta confidencialidad. Se dispondrán dos grupos en el ingreso principal del Congreso como respaldo y preparados para afrontar cualquier eventualidad y efectivizar algún inminente arresto.  Por otro lado, cuando el falso señor Bogdan baje del atril dispuesto a irse, será escoltado por dos oficiales que lo arrestarán muy discretamente, fuera de la vista del público.

_ Perfecto. ¿Y usted, qué hará?

_ Desempeñaré mi papel en este drama, naturalmente. Traeré al señor Bogdan aquí y lo haré ingresar por un lugar privado para evitar que sea visto. Allí sus hombres abordarán a los impostores a mi llegada y a mi señal. En marcha.

Dortmund se dirigió al hotel a toda prisa. Fingió ser un representante del Gobierno y así averiguó exitosamente cuál era el cuarto del anfitrión rumano. Subió por el ascensor y simuló tener órdenes concretas de culminar con el plan y trasladar de inmediato al ministro Aurel Bogdan al sitio acordado. Su poder de convicción fue de un cien por ciento. Le brindaron al diplomático las excusas pertinentes y lo subieron al auto que Sean Dortmund les indicó. Subió primero uno de los secuestradores en el asiento trasero, luego lo hizo el señor Bogdan junto a su intérprete y finalmente el segundo de los secuestradores, quien cerró la puerta al subir. Dortmund viajó en el asiento del acompañante. El chofer del vehículo era un comisario encubierto, pero esos tipos lo ignoraban por completo. Una vez todos a bordo del coche, tapearon las ventanas para evitar que se viera al exterior, más allá de que los vidrios eran polarizados y la visibilidad de las ventanillas escasa. Pero no podían permitirse correr ninguna clase de riesgos y eso implicaba desde luego no ver el camino que seguían. Su vehículo iba escoltado adelante por otro idéntico que transportaba a oficiales de la Policía, aunque también era otro detalle que los captores desconocían por completo. Suponían, naturalmente, que era parte de su equipo.

_ Sígalos. Nos llevarán a donde vamos_ le indicó Dortmund al chofer.

_ ¿Son órdenes que vienen de arriba?_ preguntó el comisario, encarnando una impecable actuación.

_ Cambios de última hora. Todo está bien. Créame.

Y así llegaron hasta el Congreso. Dortmund descendió del rodado, abrió la puerta de atrás e hizo bajar al señor Bogdan junto a su intérprete. Uno de los raptores reaccionó pero ya era demasiado tarde: ambos fueron arrestados in situ tras un gesto que Sean Dortmund lanzó con la mano. Enseguida ingresaron al señor Bogdan por atrás, mientras que con un pretexto hicieron salir de escena al falso Aurel Bogdan arrestándolo segundos después. Se persuadió inteligentemente a la audiencia, que no sospechó nada inusual, y el genuino ministro de Relaciones Exteriores de Rumania, Aurel Bogdan, pudo dar su disertación y presentar el proyecto, tal como estaba previsto por agenda.

_ Brillante, Dortmund, brillante_ le dijo el capitán Riestra al inspector con un esbozo en sus labios y estrechándole la mano._ Le debo la vida. No tiene una idea de todo lo que ha hecho.

_ Sólo seguí la pista que me proporcionó un gran capitán de la Policía Federal y un gran amigo personal_ lo elogió Sean Dortmund.

 

 

martes, 21 de febrero de 2017

El caso de la actriz arrepentida (Gabriel Zas)




Una de las principales reglas que teníamos Dortmund y yo cuando investigábamos los casos era no exponer abiertamente aquéllos que involucrasen a figuras públicas por diversas razones ampliamente conocidas. La principal era evitar la divulgación de falsas especulaciones que involuntariamente impidieran direccionar la investigación correctamente. Pero toda regla tiene sus excepciones y por eso decidí compartir el siguiente caso preservándome el derecho de ramificar información en exceso y limitándome sólo a revelar los hechos relevantes de forma prudencial y altamente discreta.
Como es de público conocimiento, la mayoría de los casos nos llegaban por intermedio del capitán Riestra, ya que mi amigo era asesor oficial de la Policía Federal y colaboraba de muy buena fe en los casos que presentaban algún obstáculo que sólo Dortmund podía flagelar gracias al poder de su inteligencia. Y otros, en cambio, eran de carácter particular por estricta recomendación de alguien que quedó agradablemente satisfecho con los servicios del inspector.
Sin más, paso a explicar en cuestión. Dortmund contemplaba la emoción de escuchar por radio uno de los grandes dramas que conmovieron a la opinión pública: Una noche en el paraíso, un radioteatro que lo tenía todo y que gracias a su tan destacado éxito se convirtió en menester cotidiano para todos los argentinos. Prácticamente escucharlo se había vuelto una obligación. Los protagonistas principales eran cuatro: Vicente Del Prado, Isabel Colombo, Leticia Morales y Patricio Gonzaga, actores de renombre que trascendieron en la profesión gracias a ésta historia tan bien contada y tan perfectamente guionada. Y claro que cada actor aportó su grano de arena, lo que la enalteció apasionadamente y la convirtió en una pieza tan sublime. Se emitían dos episodios por día: a la mañana, de 11 a 11:15 se trasmitía el primero. Y a la tarde, de 18 a 18:10 daban el segundo.
Dortmund estaba escuchando el de las 18 y mientras disfrutaba la obra estaba prohibido molestarlo sea por lo que fuera, inclusive por un asesinato. Y afirmar eso era sinceramente preocupante.
_ La mejor historia en muchos años_ dijo mi amigo, después de que terminara.
_ La he escuchado varias veces en profundidad y no le encuentro ninguna emoción al drama_ repliqué sin darle demasiada importancia al tema.
_ Porque usted es hombre que no sabe apreciar la belleza de las cosas, doctor Tait.
_ La belleza se dirime en opiniones diversificadas y claramente muy contradictorias unas de otras.
_ ¿Habla del concepto de belleza, cierto?
_ Por supuesto. A eso me refería.
_ Los significados que se le atribuyen pueden variar, es verdad, como así también pueden variar las apreciaciones. Pero la esencia, no, no cambia jamás. Y sólo los más sabios saben apreciarla con regocijo y sensibilidad propia.
La conversación se mantuvo en torno a lo mismo hasta pasadas las 19:50, cuando fuimos interrumpidos por el capitán Riestra. El inspector se alegró de verlo.
_ Dígame, capitán Riestra_ presumió irónico Dortmund_ que viene a proponerme que lo ayude en la resolución de un caso que embiste el mismo dramatismo que el radioteatro Una noche en el paraíso y de muy buen gusto le diré que acepto.
El capitán lo miró extrañado, pero con cierta simpatía expresada en su sonrisa y en su mirada. Pero volvió a ponerse serio inmediatamente.
_ El drama es inherente a dicha ficción_ comentó luego,_ pero la tragedia es real.
Sean Dortmund abrió los ojos enormemente, tornando su rostro una expresión algo peculiar mediando entre el drama y la emoción.
_ Hable_ insistió él.
_ La actriz Isabel Colombo fue encontrada muerta cinco minutos después de finalizada la grabación.
_ ¿Muerta?_ inquirió Dortmund vacilante.
_ Asesinada_ confirmó Riestra._ La encontraron en el baño de la radio 18:15, estrangulada. Tenía una soga gruesa atada alrededor del cuello, que por cierto carece de huellas dactilares.
_ Terminó la función, la siguieron y la mataron_ reflexioné en voz alta.
_ Exacto. No hay ninguna pista sólida. Esperamos que pueda ayudarnos, inspector Dortmund.
_ Sí, claro, cuente con eso_ repuso mi amigo, visiblemente consternado por la noticia._ Cuénteme los pormenores del caso, si es tan amable.
_ No es gran cosa lo que hasta ahora sabemos. A la mañana fue a grabar el primer capítulo del día en vivo, como lo hacía habitualmente. Estaba normal, lúcida, rozagante, nada fuera de su comportamiento usual. Grabaron y se retiró lo más bien. Según el propio director de la obra, a eso de las 15:40, Isabel Colombo lo llamó diciéndole que no se encontraba bien de salud y que no sabía si iba a poder asistir a la grabación del episodio de las 18. No podía faltar, era la estrella principal del programa. El director, el señor Gerardo Cae, le negó tajantemente toda posibilidad de ausentarse y la obligó a ir. Le importaba más el programa que el propio estado de salud de la señorita Colombo. Según declaró el señor Cae, discutieron por varios minutos hasta que finalmente la convenció para que fuese. Los otros dos actores la notaron muy cambiada y hasta llegaron a decir que no era la misma Isabel Colombo que vieron el mismo día a la mañana. Realmente, la pobre estaba muy mal. Y era raro, porque a la mañana estaba perfectamente y no presentaba ningún problema de salud ni de nada.
_ Pero, aun así y todo, el programa se hizo, porque grabó sin problemas_ interrumpió Dortmund._ Escuché el programa y la percibí muy lúcida y tan inspiradora como siempre. Es sorprendentemente contradictorio lo que plantea, capitán Riestra.
_ Por eso requerimos su ayuda_ confió Riestra.
_ ¿Qué declararon el resto de los actores?
_ Sólo lo que le comenté antes. Nada más.
_ ¿No vieron si alguien la siguió cuando terminó la grabación?
_ No. Nadie vio nada.
_ 18.10 terminó la función y 18.15 apareció muerta y estrangulada_ dije._ Cinco minutos para ahorcar a alguien con un lazo me parecen irrisorios.
A Dortmund se le iluminó el rostro de repente.
_ ¡Le parecen imposibles, doctor Tait, porque son imposibles!
_ ¿A qué se refiere?
_ Apuesto a que ya se le ocurrió algo_ lanzó el capitán Riestra, obstinado.
_ Vamos para el estudio, capitán Riestra. Necesito confirmar una sola cosa.
_ Bien. ¿Precisa algo más, aparte?
_ Sí: una orden de arresto para el señor Cae.
Con el capitán, intercambiamos una mirada de sorpresa. Para cuando reaccionamos, el inspector ya estaba en la vereda abordando un taxi. Sin perder tiempo subimos y a los quince minutos estábamos adentro del estudio cara a cara con Leticia Morales, la actriz coprotagonista del drama; y Patricio Gonzaga, quienes nos contaron lo mismo que nos reseñó el capitán Riestra antes.
_ ¿Y están seguros de que nadie siguió a la señorita Colombo después que terminara de grabar?
_ Sí, claro, segurísima_ afirmó la señorita Morales.
_ Más que seguro_ ratificó el señor Gonzaga.
_ ¡Pues, los dos mienten! Y si ahora mismo no me dicen toda la verdad_ dijo Dortmund enardecido, _ los voy a acusar por encubrimiento.
_ No le ocultamos nada. Ya dijimos todo lo que sabemos_ confirmó Patricio Gonzaga.
_ ¡No, no y no! No podré hacer nada si no son honestos conmigo_ reafirmó.
Los dos actores se miraron uno a otro y finalmente confesaron.
_ El episodio de las 18 no salió en vivo, lo preparamos con antelación_ confesó Leticia Morales, visiblemente sonrojada y arrepentida.
_ ¿Por qué me mintieron al respecto, entonces?
_ Porque queríamos preservar el trabajo_ aseguró Gonzaga.
_ Y también, por temor_ agregó la dama.
_ El señor Cae_ se animó a hablar Patricio Gonzaga_ amenazó con terminar el radioteatro porque Isabel había presentado su renuncia, que por supuesto, él no aceptó.
_ Discutieron en más de una ocasión_ continuó narrando la señorita Morales_ en fuertes términos, hasta que finalmente Gerardo Cae, viendo que Isabel no declinaba su postura, la convenció para grabar algunos capítulos más en diferido al menos para cubrir lo que restaba de este mes y luego aceptaría su decisión de abrirse paso de la obra sin oponerse.
_ Un buen motivo para el homicidio_ justifiqué.
_ Pero, no sólo el señor Cae perdería con la renuncia de la señorita Colombo_ dijo el capitán Riestra, reflexivo, _ porque tengo entendido que usted, señorita Morales, tiene depositadas muchas acciones en los derechos de autor de la obra y su cancelación implicaría pérdidas millonarias para usted, ¿o me equivoco? Tenía mucho más que perder que un simple protagónico.
_ ¿Cómo lo sabe, capitán Riestra?_ preguntó Dortmund con interés.
_ Por su padre, Ruperto Morales. Es oficial de la División  Delitos Financieros. Su oficina está dos pisos más arriba que la nuestra y solemos hablar a menudo. Él me lo comentó hace unos días. Y hasta se corrían rumores de que Isabel Colombo, nuestra víctima, sufría los malos tratos tanto suyos como del señor Cae, y eso la hartó, porque es una rivalidad de larga data, de hace como tres años atrás, cuando se pelearon por el protagónico de una obra de teatro. El papel fue finalmente de Isabel Colombo y usted, le juego lo que quiera, que le guarda rencor desde ése día.
_ La señorita Morales_.continuó Dortmund, maravillado por el relato y las deducciones del capitán Riestra_ adquirió las acciones mayoritarias del radioteatro, no por caballerosidad, sino porque eran y son amantes con Gerardo Cae. El señor Cae la hizo socia mayoritaria de su propia producción, algo que quizás ella no se esperaba. O tal vez, sí. Ellos dos tienen personalidades casi idénticas y saben muy bien lo que el otro quiere sin necesidad de que se lo diga, como sabe cada uno asimismo de lo que es capaz el otro si no satisface sus demandas.
Una vez socios, todo cambió radicalmente para la señorita Morales cuando se enteró que Gerardo Cae convocó nada más ni nada menos que a su antigua enemiga de elenco, Isabel Colombo, para el coprotagónico. Supuso que evitar problemas era lo mejor, así que la señorita Morales conservó las diferencias que mantenía con Isabel Colombo para sí. Pero no pudo evitar maltratarla una y otra vez, una y otra vez sin parar. Acosarla y maltratarla constantemente. Isabel Colombo sin dudas se arrepintió de haber aceptado el papel y quiso renunciar. Aunque no creo que se haya arrepentido, porque no era ésa clase de persona. Supuso que el pasado había quedado atrás. Pero la intimidación de Leticia Morales fue tan persistente, que decidió abandonar la obra. Entonces, fue ahí cuando la señorita Morales se dio cuenta de que si la señorita Colombo renunciaba, la obra correría un gran riesgo de concluir y ella perdería toda su parte de las acciones y también el protagónico. Fue entonces cuando le blanqueó al señor Cae sus diferencias con Isabel Colombo para intentar disuadirlo que hable con ella para convencerla y asegurarse  lo que era suyo, lo que me lleva a la inevitable injerencia de que la situación económica en general del programa no era muy buena ni muy estable. Y como Isabel Colombo rechazó permanecer en el elenco, tanto el señor Cae y Leticia Morales se pusieron de acuerdo para matarla, procurando deshacerse sutilmente del único testigo que podía descubrir el engaño: Vicente Del Prado. Lograron persuadirlo inteligentemente.
Después de unos segundos de silencio, el señor Gonzaga miró a Leticia Morales algo desvariado y con una mirada intensamente interrogativa.
_ ¿De qué hablan? Deciles que vos no tenés nada que ver con todo esto, que vos no tenés acciones de ninguna clase en ningún lado ni que hiciste nada de lo que ellos dicen que hiciste.
_ Te aseguro, Patricio, que no sé de qué están hablando_ aseguró ella, vacilante.
_ ¡Pará!_ reaccionó de golpe el actor._ Vos hoy saliste un rato antes a la tarde porque dijiste que te había surgido algo de última hora. Y después no te volví a ver.
_ ¿A qué hora fue eso, señor Gonzaga?_ interpuso Dortmund.
_ A eso de la una del mediodía. Siempre nos quedábamos un rato más después de terminar de grabar el capítulo del mediodía para analizar cómo salió, para debatir sobre el programa en general y para ultimar detalles sobre el episodio de las 18. Después nos íbamos y regresábamos a las pocas horas.
_ Pero Leticia se fue antes_ añadió el capitán Riestra._ Luego, volvieron a las 18 creyendo que grabarían, pero usted la vio a Isabel y jamás a Leticia.  Y cuando se descubrió el cuerpo, Leticia reapareció de repente de la nada.
_ Creo que imagino el ardid que planearon para asesinar a la señorita Morales_ dije con la voz algo débil y en tono de duda.
_ Seré breve_ dijo Dortmund, con su característica sagacidad._ La señorita Leticia Morales se fue antes de la reunión para disponerse asesinar a la señorita Isabel Colombo. Fue al baño y se escondió muy bien. Una vez allí, la atacó por sorpresa, la mató, ocultó su cuerpo y tomó algunas prendas suyas. Luego, para crearse una coartada consistente y creíble, ella y su cómplice, el señor Gerardo Cae; inventaron la historia de que Isabel Colombo llamó por teléfono para avisar que se sentía mal. Así, entonces, la señorita Morales, como buena actriz que resulta ser, vistió las ropas de la señorita Colombo tomando su lugar. Por eso el cambio de actitud tan repentino. Leticia Morales se encargó de convencer de que ella era en verdad Isabel Colombo. Los cinco minutos que estuvieron presentes a la tarde bastaron para cumplir con el propósito. Luego, regresó al baño, volvió a vestir el cuerpo, lo dejó a la vera para que sea encontrado por cualquiera y se marchó lo más tranquila por donde vino como si nada hubiera pasado. Y para culminar este brillante plan, pusieron al aire un capítulo grabado con anticipación creando la falsa idea de que la historia se estaba desarrollando en vivo y en directo. Así, pues, al rato descubrirían el cuerpo y nadie sospecharía nunca de ustedes. Sólo que el hallazgo tuvo lugar antes de lo esperado.
_ Una historia muy interesante y creativa_ dijo Leticia Morales, con altivez,_ pero carece de pruebas para respaldarla.
La dama cambió completamente su actitud. Ya no era la mujer complaciente de hasta hace unos momentos. Ahora parecía que el diablo había tomado posesión de su personalidad por completo.
_ ¿Cree que no?_ la desafió Dortmund._ Tendré el testimonio del operador del programa. Nadie mejor que él sabe lo de la cinta grabada porque es el encargado de manejar el aire de la radio.
_ Lo dudo. Está…
Y se calló abruptamente, palideciendo terriblemente. Su rostro era de una lividez asombrosa.
_ ¿Muerto?_ completó la frase mi amigo_ Eso en nuestra labor se llama confesión. Era lógico suponer que tenían que deshacerse de él para silenciarlo porque era un potencial testigo en su contra.
El capitán Riestra, junto a dos oficiales, corrieron a la cabina del operador en donde, al ingresar, encontraron el cuerpo de un pobre hombre que yacía sentado sobre una silla y con una corbata atada alrededor del cuello. Riestra volvió enseguida a reunirse con nosotros y moviendo singularmente la cabeza, confirmó el deceso.
_ Hágase un favor, señorita Morales, y dígale a mis amigos dónde se oculta el señor Cae_ sugirió Sean Dortmund.
_ Declaró y se les escapó sin que se percataran. Ni crean que lo voy a traicionar.
_ Peor para usted.
_ Leticia Morales_ expresó el capitán Riestra decidido y autoritario: _ queda detenida por los asesinatos de Isabel Colombo y de…
Nuestro amigo enmudeció súbitamente y quedó reflexivo.
_ El operador se llamaba Miguel Martínez_ acotó el señor Gonzaga.
El capitán Riestra le guiñó el ojo al actor, esposó a la señorita Morales y unos oficiales se la llevaron detenida.
_ Me cuesta procesar todo esto_ se lamentó Patricio Gonzaga.
_ ¿Puedo preguntarle por Vicente Del Prado? ¿De qué forma lograron persuadirlo para que no asistiera?_ preguntó Dortmund.
_ El señor Cae lo llamó por teléfono alrededor de las 17 y le dijo que no viniera porque la locación se había cancelado a última hora_ respondió el actor, todavía abrumado por lo sucedido.
_ Dos testigos habrían notado el ardid rápidamente_ disipé fugazmente.
_ Vicente Del Prado lo hubiera notado enseguida_ siguió mi amigo_ y no era buena idea cargar con tres cuerpos.
_ ¿Pero, no dijo el capitán Riestra que fueron dos los actores que declararon después del crimen?
_ Leticia y yo_ afirmó el señor Gonzaga._ Yo declaré primero y es claro que ella se agarró de mi testimonio para ajustar el suyo a su plan.
_ Es claro_ reprendió Dortmund_ que no es usted quien saca las conclusiones acá. Puede retirarse. Ya no se hace indispensable su presencia en el lugar.
Patricio Gonzaga se mostró ofendido y desapareció tan rápido que dejó una estela de remordimiento impregnada en el ambiente.
_ ¿Quién descubrió el cuerpo?_ indagué una vez que se fue.
_ El personal de limpieza, sin dudas_ afirmó el inspector._ Fue a limpiar el baño y se encontró con el horror. Los empleados acá, se habrá dado cuenta que son contados con los dedos de la mano. Pero no creo que siempre sea así. Estimo que también fueron persuadidos bajo cualquier pretexto para ejecutar el plan sin la presencia de testigos.
_ ¿Y Gerardo Cae?
_ Se encargará de él el capitán Riestra. Después de que declarara, se escabulló discretamente como un fantasma y abandonó a su cómplice, así ella cargaría con todo el peso de la culpa. Vamos, nuestro trabajo terminó.
_ La traicionó. Y pensar que la señorita Morales se abstuvo de hacerlo. Pero, sáqueme de una duda: ¿cómo hizo para descifrar el asunto en tiempo récord?
_ Un pequeño detalle, por más ínfimo que resulte, revela una gran historia. La imaginación y la intuición hacen el resto.
En ése instante, el capitán Riestra volvió por nosotros y fue en ése momento cuando se oyó un fuerte portazo. Los tres nos miramos en alerta.
_ ¡Se escapa!_ se lo escuchó a un oficial decir desde la calle.
Corrimos de inmediato hasta la entrada.
_ Un hombre salió de la nada de adentro del estudio y está huyendo_ le dijo un agente al capitán Riestra, y señaló el lugar de la huida emprendida también por varios oficiales más tanto a pie como en patrulleros.
Sin pensarlo, dejé todo, dispuesto a perseguir al sujeto. Dortmund intentó persuadirme pero sin éxito. Empecé a correr a toda velocidad. Me metí por atajos, por pasajes, crucé semáforos en rojo exponiéndome a que me atropellaran, me metí por lugares recónditos, hasta que me abalancé bruscamente sobre el objetivo y lo reduje sin mayores problemas.
_ ¿Gerardo Cae, cierto?_ le dije con la voz algo cansada y agitada, producto de la travesía.
Apenas unos segundos después, llegaron unos oficiales que se encargaron de arrestar el señor Cae. Se había escondido muy bien pero ésa manobra del final no fue algo muy inteligente de su parte. Otro patrullero arribó al lugar unos instantes después y Dortmund descendió de su interior. Me miró agradablemente emocionado y algo perplejo, a la vez. Yo, en cambio, más bien le devolví una mirada inexpresiva.
_ ¿Acaso un médico forense no puede también ser hombre de acción?_ le reproché insolentemente.
_ Nunca dije lo contrario_ respondió él satisfecho y sin despegar los ojos de mí.



lunes, 20 de febrero de 2017

Vidrio empañado (Gabriel Zas)


Viajé a Buenos Aires por una oferta de empleo que culminó en una farsa absoluta. Pensé que había conseguido el trabajo de mi vida, pero después de descubrir el engaño me sentí el más estúpido del planeta. Afortunadamente, saqué el pasaje de micro ida y vuelta pero la fecha de regreso estaba programada para dentro de un día y medio, y entre tanto, me las tuve que arreglar como pude. Tenía el dinero suficiente para subsistir sin mayores problemas. Consulté los avisos clasificados y encontré una habitación cuyo propietario la rentaba a solamente 10 australes por noche. Tenía miedo de volver a caer en otra tertulia semejante a la de la oferta laboral, pero no tenía otra alternativa y me dirigí a la dirección indicada en el anuncio. Quedaba en pleno barrio de Once, a unas pocas cuadras de Plaza Miserere. Hablé con el encargado del lugar y aceptó alquilarme la pieza sin mucho rodeo. Era un cuarto acogedor que tenía simplemente un baño y cuatro camas, de las cuales tres estaban ocupadas por un padre con sus dos hijos prácticamente adultos. Había además una mesa en el centro y una reducida cocina en un rincón. Y la iluminación era bastante tenue y pobre. Los tres hombres parecían ser de nacionalidad extranjera por su apariencia y por su modo de hablar. Ni bien puse un pie en la morada, los tres sin excepción me miraron con odio. Era lógico, yo era un extraño que de la nada invadió su espacio. El ambiente era hostil y los caballeros en cuestión muy antisociales. Pero no me preocupé demasiado porque sólo era una noche y nada más. Cenamos. Cada quien se preparó lo suyo. A eso de las 22, el padre de familia entró al baño y atrás lo hicieron sus hijos por turnos. Cuando entré yo, vi que el vidrio del espejo estaba empañado y que alguien a mano alzada escribió: “A las 23”. Me estaban advirtiendo sobre algo. Pero, ¿sobre qué? No mantenía ninguna especie de trato con ellos y no había forma de que yo averiguase qué significaba aquello y más aún, quién lo había escrito sin que el resto no se diera cuenta. Así que, simplemente salí y recorrí los ojos de los tres hombres con mi mirada pero por ése lado fue inútil encontrar algo. Decidí entonces que lo mejor era sacar el tema de mi cabeza y restarle importancia, aunque no me resultó fácil. Agarré un diario que había dando vueltas por ahí y me puse a hojearlo recostado en mi cama. Estaba relajado y sumido en pensamientos propios, cuando mis ojos hicieron contacto con una noticia sobre un intento de asesinato en un humilde habitáculo del barrio de Once. Entonces, comprendí todo al instante: las 23 era la hora señalada para un nuevo intento y quien me haya dejado eso escrito en el vidrio del baño, lo hizo para que yo lo evitara. Y no pude soslayar preguntarme cómo ésa persona tenía ése dato tan preciso. Fue ahí cuando escuché que el padre les decía a sus hijos que no se olvidaran de recordarle que a las 23 tenía que tomar el remedio para el colesterol. Y fue ahí cuando yo empecé a ver todo más claramente.
A la hora marcada, uno de los hijos le dio la pastilla y el otro un vaso con agua. Inmediatamente, cuando el padre se estaba llevando el vaso a sus labios, fingí torpeza y lo estrellé intencionalmente contra el piso. Claro que el pobre hombre se mojó por completo y me profirió un sinfín de insultos. Pero le salvé la vida. El ambiente se impregnó de golpe de un fuerte olor a almendras, lo que sugería una sola cosa: cianuro. Vi que uno de sus hijos llevaba puesto un anillo que tenía una pequeña abertura como si fuese una cajita empotrada en la base superior de la alianza y lo asocié a que ahí llevaba oculto el veneno. Me hice el distraído y en secreto le avisé al propietario, quien de inmediato llamó a la Policía, que en cuestión de minutos llegó al lugar y apresó al joven (creo que era el mayor de los dos) por tentativa de homicidio agravado por el vínculo. Entonces, entendí que el otro muchacho (digamos que el menor de ellos, para dejar las cosas bien claro) fue quien me dejó la señal en el vidrio empañado y que fue él quien verdaderamente salvó a su padre de la tragedia. Me enteré un poco después a través de los medios que el accionar del joven respondió a que estaba en disconformidad con el estilo de vida que llevaban, cuando su padre les había prometido a ambos una vida de lujo y más digna, quien no pudo reponerse de una fuerte crisis económica y por ende no pudo cumplir lo que prometió.
No paso un solo día sin preguntarme que hubiese pasado si yo no estaba ahí o si por una casualidad jamás hubiese leído el recado en el espejo, ya que estaba escrito con letra chica en un extremo inferior para no llamar la atención. Pero ante esto, prefiero no conocer la respuesta. Por el contrario, un hombre salvó su vida.

viernes, 17 de febrero de 2017

El problema del falso alquiler (Gabriel Zas)




Nada interesante sucedió aquélla mañana. Yo me levanté más tarde de lo habitual, desayuné, leí el diario y me puse a hacer ejercicios hasta casi al mediodía. Dortmund se levantó al rato, me deseó los buenos días y se puso a leer un libro sobre casos sin resolver en el mundo. El diálogo entre ambos fue escueto y reducido, más próximo al silencio.
Mientras me entrenaba en la cinta, miré de casualidad por la ventana y vi a un hombre relativamente alto, cabello negro corto y desprolijo, vestido con un traje gris y algo confundido. Se paró en medio de la vereda con los brazos entrelazados por detrás de su cabeza, siempre de espalda a mí. Pero de repente dio la vuelta y lo reconocí enseguida: se trataba del doctor Reinaldo Castro, uno de los más prestigiosos abogados de Familia que existía en Argentina por esos días. Su reputación era exageradamente elevada y era además sumamente popular dentro del mundo de la farándula. Si un famoso de divorciaba, si tal o cual otro famoso le era infiel a zutanito con fulanita o cosas semejantes, indudablemente se contactaban con él. Y para adquirir sus servicios de forma privada, había que disponer de un capital realmente extraordinario. Era un hombre que lo tenía todo. Hacía cuatro años que estaba casado y tenía una hija de dos años y medio de nombre Rocío. Lo último que se supo de él es que había ganado uno de los casos más difíciles y comprometidos que enfrentó a lo largo de su extenuante y sobresaliente labor profesional, y eso le había significado un reconocimiento muy especial y memorable. Apenas había pasado una semana de ello.
Así que, al verlo en ésas condiciones, me generó una preocupación relevante. Sin dudas, algo grave le había sucedido. Pero, ¿qué hacía frente a nuestra residencia? Le advertí al respecto al inspector Dortmund. Dejó lo que estaba haciendo, vino hacia mí, le expuse mi inquietud y le señalé la ventana. Mi amigo se asomó y contempló la escena por varios segundos, y sin palabra mediante, volvió a retomar lo que estaba haciendo antes de mi interrupción. Me molesté, di un salto brusco desde la cinta hacia el suelo, sequé mi sudor con una toalla y con ostensible enojo confronté a Dortmund.
_ Se fija y se preocupa por él_ me dijo en un tono relajado_ simplemente porque es una figura pública. Pero, para mí, es una persona vulgar como cualquier ser humano en la faz de ésta tierra.
_ Todo en su vida es perfecto_ reprimí ofuscado._ Es muy extraño su comportamiento en detrimento con su repentino cambio de actitud. No se condice en absoluto ni con su estilo de vida ni con el éxito de su trabajo ni con sus cosas en general…
_ Fuera de los medios, es una persona como usted y como yo, con problemas como los nuestros o como los de cualquier otra persona. No se altere, doctor Tait.
Inmediatamente, después de que el inspector concluyera la frase, se oyó que alguien tocó el timbre de nuestra residencia con cierta impaciencia que no supo disimular nada bien.
_ ¡Es él!_ anticipé eufórico_ ¿Lo ve?
Dortmund hizo caso omiso a mi intuición y abrió la puerta. No me equivoqué: nuestro visitante era el doctor Castro.
Mi sonrisa fue elocuente al verlo cruzar el umbral y sentarse en una de las sillas de la sala principal. Después de los saludos de rigor y las formalidades, comenzó una charla interesante.
_ Dudé en venir a verlo_ dijo algo nervioso el señor Castro, _ pero su reputación es tal, inspector Dortmund, que… Bueno, acá estoy. Y francamente, carezco de motivos suficientes para que crea este breve incidente que pretendo revelarle.
Agachó la mirada y guardó silencio. Dortmund carraspeó y se frotó las manos.
_ No hay motivo para que crea eso, señor Castro_ dijo Dortmund en tono alentador._ Pero primero, dígame algo: ¿quién me recomendó?
Reinaldo Castro alzó la mirada un poco más confiado.
_ El señor Irrizága_ soltó casi como en un susurro.
_ ¡Ah! Lo recuerdo, y recuerdo muy bien el caso por el que solicitó mi ayuda.
_ Ahora, quien la solicita soy yo_ dijo Castro algo más tranquilo y cándido.
_ Soy todo oídos_ invitó mi amigo.
_ Gustavo Bordovsky es un viejo cliente mío, pero es sobre todo,  un viejo y gran amigo. Es uno de los empresarios más ricos de Bahía Blanca y me atrevo a afirmar que del país. Tiene tres propiedades a su nombre en Bahía Blanca, otra en Torquinst y una última en Capital Federal, en el barrio de Caballito. Tiene una hija: Roxana. Él se casó de grande, a los 34 años. Tuvo a Roxana a los 36 y su esposa falleció a los dos meses en un accidente de tránsito, por lo que Roxana era su mundo. La crió solo a regañadientes y siempre se las arregló para salir adelante. Gracias a su inmenso poder adquisitivo, pagó a las mejores niñeras y a las mejores guarderías para que cuidaran de su retoño mientras él estaba ausente por su trabajo. Su vacío nunca fue económico, sino más bien emocional, pues los tres eran muy unidos. Y con la muerte de su esposa, los vínculos con Roxana se volvieron muchos más fuertes.  Después que volvía de trabajar, se dedicaba de lleno a su hija, el resto no importaba en absoluto. Creció y ella se mudó sola a un departamento en Recoleta. Él la mantenía y ella sólo pagaba el arrendamiento. Estudiaba Psicología en la Universidad de Buenos Aires, estaba en tercer año. Pero de la nada, me enteré de que Roxana falleció de muerte súbita. Y la noticia, francamente, devastó terriblemente a Gustavo. Le di mis condolencias y me dispuse a ayudarlo en todo lo que necesitara, no sólo por mi carácter de abogado de Familia sino más bien por nuestra amistad tan arraigada de muchos años.
Pero, de repente y para asombro personal mío, al día siguiente de la muerte de Roxana Bordovsky, me llamaron por teléfono al número de línea de mi casa, atendí  y… ¡Era Roxana! Me quedé helado. Reaccioné después de unos segundos y le pregunté de qué se trataba todo eso. Pero sólo me respondió que fue un error: me dijo que se quedó dormida y que la dieron por muerta por las bajas pulsaciones que presentaba, y que el acta de defunción fue desestimada.
Pude reconocer su voz, pero no entiendo porqué no me avisó el propio Gustavo de todo esto. Lo llamé a la casa después de que cortara con Roxana y me confirmó la historia. Pero aun así, tenía mis propias dudas al respecto y pedí a un juez amigo para que autorice un estudio dactilográfico para estar completamente seguro. Respondió a mi solicitud, realizamos las pericias, que confirmaron que era ella. Está viva. La vi el día de los estudios, la vi de frente y algo de ella no me cuadra, aunque sí es ella…
Hizo una pausa y se tapó la cara con ambas manos, prorrumpiendo un prolongado suspiro. Estaba aturdido, no cabían dudas al respecto. Y confieso que yo también lo estaba.
Dortmund, por el contrario, se mostraba inmutado y bastante insensible, por cierto.
_ Y, aun así_ siguió el inspector, _ tiene sus dudas. Y por eso vino a verme, para que descubra si oculta algo y qué es, ¿me equivoco, señor Castro?
_ No_ respondió en seco nuestro visitante._ El tema del pago por sus servicios no es problema para mí. Despreocúpese en ése sentido, inspector Dortmund. Sé que además asesora a la Policía Federal y…
Mi amigo lo interrumpió bruscamente.
_ El dinero es secundario. Mi mayor pago es la satisfacción de ayudar a quien lo necesite. Y volviendo al asunto, ¿cómo tomó el señor Bordovsky el hecho de practicarle pericias a su hija para convalidar su historia?
_ Mal, como era de esperarse. No le gustó para nada que desconfiara de él después de tantos años de conocernos, pero en fin. Todo quedó ahí.
_ ¿En qué basa sus sospechas?
_ En los hechos en sí, en la intuición… Hay algo fuera de lugar. ¡Nadie resucita, inspector Dortmund!
_ ¿Empresario de qué rubro es el caballero en cuestión?
_ Automotriz.
_ ¿Y hace cuánto de esto?
_ Tres días. Me puse en campaña y acá estoy. Necesito que me ayude, ¿podrá?
_ Soy infalible_ replicó Dortmund con vanidad.
El señor Castro se retiró satisfecho, confiado de la lógica de Dortmund para resolver este pequeño pero interesante incidente.
_ ¿Qué piensa?_ le pregunté a Dortmund después que nuestro visitante se retiró.
_ Creo que extremiza un asunto de perfecta sencillez_ me respondió Dortmund, seguro de sí mismo.
Lo miré extrañado.
_ ¿Ya conoce la solución al problema?_ dije al fin.
_ La hija del señor Bordovsky alquila un departamento en pleno corazón de Recoleta, solventada económicamente asimismo por su padre. La joven muere y por lo tanto el asunto ha de acabarse en este punto. Significa, a su vez, un alivio al bolsillo del desafortunado señor Bordovsky. Todo el trámite que sigue requiere la rescisión del contrato de renta  con la inmobiliaria, una cuestión burocrática natural. Pero parece que la fallecida hija resurge como el Ave Fénix y el asunto parece solucionarse por arte de magia.
Si el señor Bordovsky consultó al señor Castro respecto del proceder legal luego de la muerte de su hija, era prudente que fuese él mismo quien lo notificara del error, pero sin embargo lo hizo la propia Roxana y cuando el señor Castro lo confrontó para pedirle explicaciones al respecto, adoptó una actitud defensiva e infructuosa, que puso al descubierto que hay algo más de fondo y que sacarlo a la luz implicaría un gran escándalo masivo.
_ Buen punto, Dortmund_ le indiqué._ Pero aún no veo una luz brillar al final del túnel.
_ No obstante, tengo una idea.
Abordamos un taxi y nos dirigimos hasta la concesionaria en donde trabajaba el señor Bordovsky, cuyo domicilio fue amablemente proporcionado por el señor Castro un poco antes de retirarse.
_ El señor Bordovsky oculta algo_ le dije a Dortmund durante el viaje._ El señor Castro mantiene una serie de sospechas al respecto y por eso emprendió toda una estratagema judicial para realizar una serie de estudios dactilares complementarios sobre Roxana Bordovsky. Pero cuando creyó que podía sacar algo en limpio por ése lado, los resultados positivos de las pericias echaron por tierra su hipótesis. Aún veo todo muy oscuro.
_ Yo no_ repuso Dortmund con una modesta sonrisa desplegada a lo ancho de su rostro.
Los minutos restantes del viaje fueron de un silencio incómodo. A Dortmund no se le borraba la sonrisa del rostro y a mí me carcomían las dudas y la impaciencia. Finalmente, llegamos a la concesionaria, que estaba ubicada en Caballito, a unas tres cuadras de la estación de tren. Nos recibió su secretaria, una muchacha de unos treinta años, de facciones duras y ásperas, pero de unos modales muy suaves y encantadores. Le preguntamos por el señor Bordovsky pero nos respondió que había salido por cuestiones de trabajo y que no sabía en cuánto tiempo estimado iba a regresar.
_ Salió de urgencia_ repitió mordaz, Dortmund.
_ ¿Quiere dejarle algo dicho?_ preguntó la joven.
_ No. Preferiría esperarlo acá, si mi presencia no la incomoda_ respondió mi amigo, bastante más perseverante.
_ Por supuesto que no. Tomen asiento por allá, por favor_ nos dijo, y señaló unos sillones planos en el extremo opuesto del local y en diagonal a su escritorio. Obedecimos amablemente. Dortmund recogió de una mesita ratona que estaba situada justo enfrente de donde estábamos sentados un diario al azar y lo hojeó a ritmo apresurado, pero se detuvo a leer un aviso clasificado, y consumada la lectura, lo dobló y lo devolvió de nuevo a su sitio. Ya nos íbamos, cuando ingresaba en ése instante el señor Bordovsky. Era un hombre alto, corpulento, algo malhumorado y de una apariencia muy desprolija, que no se condecía con la elegancia del lugar. Su secretaria lo puso en conocimiento sobre nuestra espera y a los pocos segundos estaba frente a nosotros. Después de que nos hubiera saludado formalmente, el inspector le hizo saber sobre el motivo de nuestra visita. La expresión del señor Bordovsky se desvirtuó aplacadamente.  Debió pensar que estábamos interesados en adquirir alguno de los modelos de coche que comercializaba. Pero intuyo que se llevó una desilusión impensada.
_ Lo que le sucedió a Roxana fue una fortuita confusión en virtud de la patología que padece_ nos explicó algo molesto. Hizo silencio, pero Dortmund le clavó la mirada y prolongó ése silencio adrede.
_ ¿Sí?_ lo instó mi amigo después de un rato.
_ Ella padece de narcolepsia. Se queda dormida por varios minutos sin darse ni siquiera cuenta de ello. El médico le recetó un antidepresivo muy potente y efectivo para combatir la enfermedad, a tal punto que mi hija abusó deliberadamente de su consumo y cayó en un coma inducido, por lo que la creyeron muerta. Tenía las pulsaciones tan débiles, que fue casi imposible detectárselas.
_ Pero usted no le notificó esto al señor Castro… Me refiero al doctor Reinaldo Castro.
Sus ojos se abrieron enormemente.
_ Si yo lo llamaba, no iba a creerme_ repuso sensiblemente.
_ Y por eso lo llamó ella_ siguió el inspector._ Pero su gran amigo no le creyó y se enojó cuando ordenó las pericias.
_ Fue una ofensa a nuestra amistad de tantos años_ refunfuñó Gustavo Bordovsky.
_ Por supuesto, no le creyó lo de la enfermedad. Estipulo que ése fue el punto de inflexión que acentuó la discordia entre ustedes.
_ Bueno, es una enfermedad que por motivos aún desconocidos puede aparecer en cualquier etapa de la vida. Preferí mantenerlo en secreto. Ella me lo pidió.
Después de hablar algunas palabras más, le agradecimos el habernos recibido y nos retiramos complacientes.
_ Así que el buen señor Castro no le creyó lo de la narcolepsia_ dije después de que nos hubiéramos alejado unas cuantas cuadras del lugar._ Lo que dijo sobre la enfermedad y los medicamentos es absolutamente cierto.
_ Yo tampoco le creo_ apuntó mi amigo, mucho más seguro que antes y haciendo caso omiso a la última oración.
Ignoré esto último y proseguí algo incierto:
_ ¿Por qué el señor Castro no nos refirió nada referente al tema de la narcolepsia?
_ Porque el señor Bordovsky nunca se lo mencionó, desde luego_ replicó audaz el inspector Dortmund.
Lo miré con gravedad pero él no me devolvió la mirada. Cada minuto que pasaba lo veía más convencido al respecto de lo que realmente sucedió, pero su pronunciado hermetismo era una incógnita infranqueable, y ésa vulgaridad implicaba una sola cosa: Dortmund ya conocía en buena parte la verdad de la milanesa, como acostumbran a decir los argentinos. Admito que me siento ligeramente extraño aduciendo ésta expresión, pero ya me considero parte del rebaño.
Los métodos que Dortmund implementaba para resolver los casos eran bien diferentes unos en relación a otros, ya que siempre empleaba el que creía más conveniente en detrimento al asunto en cuestión, y era esto lo que indudablemente lo hacía único e impredecible, a la vez.  A veces seguía la evidencia y otras tantas su intuición, pero le hacía más caso a ésta última que a la primera.
_ ¿Usted le cree?_ me interrumpió mi amigo.
_ ¿Perdón?_ repuse.
_ Digo si le creyó al señor Bordovsky el tema de la narcolepsia.
_ Francamente, tengo mis dudas. ¿Existen registros con antecedentes similares?
_ No, que yo sepa.
_ ¿A dónde nos dirigimos ahora?
_ Para estar seguros, deseo ver la historia clínica de la señorita Roxana.
El inspector telefoneó al capitán Riestra para conseguir un pleno y total acceso a la información requerida. El capitán aprobó la petición y unos minutos más tarde recibíamos por fax la documentación solicitada. Dortmund la leyó atentamente y casi de inmediato hizo un gesto afirmativo con la cabeza. Sin mediar palabra alguna, contactó al señor Castro y le pidió los resultados de las pericias practicadas. Después de que el propio Reinaldo Castro nos trajera personalmente dichos estudios, Dortmund los examinó y volvimos a la concesionaria. Nos recibió la misma muchacha de antes.
_ ¿Viene a ver al señor Bordovsky de nuevo?_ preguntó la joven muy  educadamente.
_ No, a usted_ dijo Dortmund para sorpresa, inclusive mía.
Y extrajo un trozo de papel en blanco y un lápiz y se los extendió.
_ ¿Quiere hacerme el favor de regalarme su firma?_ le indicó Dortmund.
La muchacha no comprendía el motivo de la petición, pero obedeció de buena gana aunque algo desconfiada. Creo que la imponente figura de mi amigo la inhibió un poco. Cuando hubo terminado, la señorita Arregui le devolvió los utensillos a mi amigo y el inspector visulmbró una marcas peculiares en sus dedos, tras lo que discernió su mirada en los ojos desorbitados y engañados de la joven.
_ ¿Pasa algo malo?_ preguntó ella algo desorientada.
_ Usted se hizo pasar por la hija del señor Bordovsky. ¿Adiviné?
Miré a Dortmund completamente estupefacto.
_ La contrató a usted_ continuó mi amigo_ por su sobresaliente parecido físico con la señorita Roxana Bordovsky. Cuando el señor Bordovsky halló muerta a su hija en su departamento no podía arriesgarse a perder millones en pesos e ideó un ingenioso plan: empleando la técnica del yeso o de la acetona o cualquier otro método efectivo, falsificó las huellas dactilares de su hija recientemente sucumbida y muy cautelosamente se las transfirió a usted, señorita…
Hizo una pausa.
_ Silvina Arregui_ agregó la joven visiblemente abatida.
_ Lamento mis modales_ se disculpó Sean Dortmund, y prosiguió._ Pero eso no era suficiente y alteró completamente su apariencia haciéndola ver como Roxana Bordovsky para resguardarse de cualquier posible eventualidad. Y de hecho, apareció una: Reinaldo Castro. Lo llamó por teléfono haciendo un gran esfuerzo por adulterar la voz pero él notó que algo no andaba bien y solicitó pericas dactilográficas complementarias. Cuando la vio en persona, confirmó su sospecha y decidió consultarme a mí cuando los resultados de los estudios lo descolocaron por completo.  Por eso, Gustavo Bordovsky se inquietó ante la actitud del señor Reinaldo Castro, porque temía que descubriera todo y echara por tierra su plan. Cuando usted gentilmente firmó ése papelito a expreso encargo personal, vi sus dedos y tienen una serie de impresiones consistentes con un proceder quirúrgico, habrá dolido mucho. Estimo que la idea de la narcolepsia fue suya, porque revisé el historial médico de Roxana Bordovsky y no existen antecedentes de enfermedades de ninguna clase, pero le sirvió como coartada. Fue la gota que rebalsó el vaso para que yo me diera cuenta de todo.
La señorita Arregui cayó rendida ante la explicación de Dortmund.
_ Él quería desfigurar el rostro del cuerpo de su propia hija y no sé qué más, tergiversar identidades_ reveló sin más remedio, _ involucrar a un médico forense amigo… Pero lo convencí de que la idea de la narcolepsia era la mejor salida y la aceptó. Y todo ése enredo lo ocasionó su fidelidad al señor Castro, porque ni bien falleció, fue al primero en avisarle, pero se dio cuenta tarde de que echaría todo a perder y supo que se había metido en un lío.
_ ¿Qué cosa?_ intervine confundido.
_ La casa de Roxana Bordovsky era alquilada a través de una inmobiliaria_ explicó Dortmund_ a un importe bastante inferior al valor real de la propiedad, más por tratarse de una zona ostentosa como es Recoleta. Así que se la rentaban los fin de semana a turistas y estudiantes por la módica suma de U$S 900, dinero extra que se repartían entre padre e hija, fraguando de éste modo a la inmobiliaria misma. Con Roxana muerta, el negocio se terminaba. Había conseguido por su influencia que el precio del alquiler sufriera una rebaja, algo así como un favor al propio señor Bordovsky por tratarse de su hija. Pero ya ve cuál era el verdadero propósito de la demanda.
Y Dortmund extrajo del bolsillo de su saco un recorte de un diario, cuyo aviso clasificado ofertaba el departamento en cuestión.
_ ¿Ve?_ me dijo mi amigo, satisfecho_ Resultó mucho más sencillo de lo que aparentaba a simple vista.
_ ¿Y dónde está el cuerpo de la señorita Bordovsky?_ inquirí vivamente.
_ Oculto en un arcón en casa del señor Gustavo_ repuso la señorita Arregui con aire derrotista.
_ Le confortará saber que su muerte se debió a una falla cardíaca como consecuencia de una sobrecarga de estrés.
_ Muerte natural…_ solté aliviado.
Si hubiese reparado de entrada en el hecho de que Dortmund nunca se interesó en hablar desde un comienzo con Roxana Bordovsky (era lo más sensato, creo), hubiera descifrado todo el asunto muy fácilmente.



martes, 14 de febrero de 2017

El cuadro (Gabriel Zas)




Francisco Echagüe fue arrestado, acusado de robar un cuadro de Antonio Berni valuado en $500.000.
Era un hombre de aspecto jovial pese a sus casi sesenta años, de mirada fría, calvo y regularmente encorvado. Era conserje del museo de Bellas Artes durante el horario nocturno. Trabajaba de lunes a sábados de 22 a 6, con un franco fijo los días domingos.
La imputación se basaba en que las cámaras de seguridad del museo lo filmaron exactamente a las 03:38 devolviendo el cuadro del mismo lugar de donde lo había sustraído, por lo que se encuadraba dentro de la figura de hurto con el agravante de que abusó de su condición de sereno y cuidador de la galería, pese al gesto que tuvo de restituirlo. Era curioso, porque ningún ladrón se apoderaría de una obra tan valiosa para posteriormente devolverla así como si nada. Había algo fisgonamente inquietante en ése asunto.
Según como se dio en orden cronológico la cadena de eventos, el cuadro llegó al museo de Bellas Artes el día seis del corriente mes después de una ardua negociación con los responsables legítimos de la pintura para adquirirla. La llevaron al museo mediante una empresa de traslados privados contratada frecuentemente y la expusieron en el palier central del primer piso. Sin embargo, muchos visitantes habían notado algo extraño en la pintura, pero no supieron diseminar concretamente cuál era la falacia a la que referían, si bien viendo el cuadro de un solo vistazo todo parecía estar perfectamente normal. Y además, los concurrentes que lo juzgaron no tenían conocimientos asiduos en arte, y como tampoco ningún experto en la materia que pudiera emitir una opinión más idónea nunca lo hizo, entonces toda clase de comentario proveniente de terceros era rigurosamente desacreditado y excluido de la opinión de los autorizados.
La pintura de Berni permaneció exhibida por más de una semana sin mayores inconvenientes. Pero, una noche simplemente desapareció. Cuando personal del museo revisó las cámaras de seguridad, vio que un individuo que cubría su rostro con un pasamontañas robó el cuadro y escapó por las ventilaciones sin ser detectado en ningún momento por nadie. Se descubrió más tarde que las alarmas fueron deliberadamente desactivadas y considerando que el robo duró exactamente cuatro minutos, no sólo era difícil que alguien notara algo sino que implicaba a su vez que el responsable era alguien profesional y además, que conocía a la perfección la lógica interna del museo. Y cuando las cámaras de seguridad mostraron dos días después del incidente al señor Echagüe reponiendo el cuadro, la Policía no tuvo dudas y lo arrestó a las pocas horas por orden del juez de Instrucción de turno, el doctor Héctor Soruaga.
Al principio, se pensó que la restitución había sido enmendada por un cuadro falso, pero peritos de la Policía Federal dieron cuenta de la autenticidad de la pintura y concluyeron que se trataba simplemente de un caso de un ladrón arrepentido. Pero yo nunca estuve de acuerdo con ésa versión. ¿Por qué desactivar las alarmas y cubrirse el rostro para robarlo, y restituirlo a cara descubierta y sin ninguna precaución, después? Definitivamente, el caso era bastante más complejo de lo que aparentaba a simple vista. El señor Echagüe proclamó todo el tiempo su inocencia y repetía constantemente que él devolvió el cuadro y que la empresa encargada de transportarlo no era lo que parecía.
Pero la Policía nunca le creyó ya que el museo de Bellas Artes realizaba todas las encomiendas siempre a través de la misma firma desde hacía seis años y jamás registró problemas de ninguna índole, y él apenas tenía una semana trabajando ahí. Y además, estaba el hecho irrefutable de las cámaras de seguridad. Pero yo siempre creí en el señor Echagüe y necesitaba pruebas que demostraran que era inocente, y estaba decidido a no descansar hasta encontrarlas y exonerar concluyentemente al pobre hombre de toda culpa y cargo.
Estuve un poco más de un mes investigando el asunto sin éxito, hasta que tropecé con un detalle muy significativo: el cuadro de Berni iba a ser subastado dentro de cuatro días por remate judicial. Y cuando puse en conocimiento al museo sobre este hecho, ellos negaron categóricamente que eso fuese verdad. Supe entonces que ahí estaba la clave de todo, y fue cuando una idea me atacó de repente: que el señor Echagüe hubiese sustituido el cuadro falso por el verdadero.  Ésta suposición sonaba extraordinariamente desopilante hasta para mí inclusive y quise reservármela para no ser el hazme reír de todos y hasta disponer de algo más concreto al respecto.
Seguí investigando un poco más y descubrí dos detalles fundamentales: primero, que la Policía tenía un pedido de captura nacional e internacional que pesaba sobre Carlos Mancebo, uno de los estafadores y falsificadores más buscados y más peligrosos de Argentina, y cuya descripción física era similar a la del hombre que llevó el cuadro al museo y que era el chófer del camión, que a su vez, coincidía con las características del hombre que robó el cuadro del museo la primera vez.
Y segundo, que el señor Echagüe fue a retirar la pintura personalmente por orden del museo, entonces ahí vi todo con mayor claridad y confirmé que la idea de la sustitución del cuadro falso por el verdadero resultó descabelladamente acertada.
Cuando el señor Echagüe fue a buscar la pintura en nombre del museo, accidentalmente se encontró con que había dos cuadros exactamente iguales. Ambos debieron estar visibles (aunque uno bastante más disimulado que el otro) creyendo que nadie lo notaría, lo que fue un error porque el señor Echagüe lo percibió y entendió al instante cuál era el plan: llevar al museo la pintura falsa y subastar la original. Supongo entonces que las dos debían reposar por separado en lugares diferentes dentro de la oficina y el señor Echagüe aprovechó un descuido para hacer el intercambio de uno por el otro. El señor Mancebo sabía en dónde había dejado cada cuadro pero no sabía de la maniobra del señor Echagüe, así que tomó el cuadro falso creyendo que se trataba del verdadero.
La encomienda al museo de realizó de manera reglamentaria y el cuadro lo exhibieron, claro. Pero para algunos ojos no pasó desapercibido y hubo quienes sospecharon de que se trataba de una imitación, aunque después de todo el tema quedó ahí estancado.
A la semana, tiempo prudencial, el señor Mancebo, que ya estuvo otras veces dentro del museo y lo conocía como la palma de su mano, ingresó y consumó el robo en tan sólo cuatro minutos, pero creyendo que robaba el cuadro verdadero cuando en realidad sustraía el falso. Cuando el señor Echagüe descubrió la substracción al igual que personal del museo cuyas autoridades dieron inmediata intervención a la Policía, asumió el rol de un hombre interesado en la subasta, así como el señor Mancebo tomó el rol de… Digamos, un falso empleado en complicidad de un falso propietario y funcionarios reales. El señor Echagüe entonces se presentó ante la gente de Mancebo con la apariencia algo cambiada y se hizo del cuadro verdadero muy cautelosamente, que en la ocasión anterior doy por sentado que lo ocultó muy bien y por eso Carlos Mancebo y los suyos jamás notaron nada fuera de lo habitual. Francisco Echagüe recuperó el cuadro original y lo restituyó tal como se vio en las filmaciones. Y reitero que Mancebo tuvo sin dudas una gran red de complicidad tanto de los propietarios del cuadro como por parte de la empresa de transporte y logística, sino nunca hubiese sido posible llevar a cabo algo así. Creo en este punto que el motivo responde a que una subasta oferta mucho más que lo que pueda pagar un museo por comprar una reliquia.
Sinceramente, siempre quise estar en la piel de Carlos Mancebo porque me intrigaba tormentosamente saber qué se sentía subastar con un piso mínimo de $300.000 un cuadro falso creyendo todo el tiempo que en realidad se trataba del original.


Asesinato en el Belgrano Palace (Gabriel Zas)


Cuando mi amigo, el inspector Sean Dortmund, arribó a Argentina en mayo de 1975, nunca lo hizo con intenciones de resolver ningún asesinato. Ésa idea no la tenía en mente. Y sin embargo, una fortuita casualidad lo puso al frente de un caso que se relacionaba con un antiguo caso suyo y gracias a su gran capacidad de análisis, logró ver en una prueba un detalle que le dio la pronta solución del incidente y logró sobreponerse notablemente a la Policía Federal, que no lograba dilucidar toda una serie de homicidios que tuvieron lugar en una red ferroviaria local. Así entonces Dortmund se adjudicó un tanto importante, conoció al capitán Riestra y fue su inicio como asesor de la División Homicidios de la misma Fuerza, aunque también tomaba casos de carácter privado que le llegaban por recomendación de clientes anteriores que quedaron sumamente satisfechos con su servicios, lo que asimismo le abrió las puertas para conocer a nuevos clientes y expandirse por todo el territorio nacional. Desde 1976 hasta 1983, inclusive, la situación en el país era crítica y los casos eran un poco más restrictivos y enmarañados. Y así y todo, mi amigo logró brillar admirablemente. Y ahora creo, llegó el momento de exponer todo lo referente en cuanto sé del caso que pretendo narrar, que tuvo lugar en la segunda torre del hotel Belgrano Palace de Rosario, situado en el corazón de la Plaza de la Bandera, en pleno centro de la ciudad.
Debo confesar que por expreso deseo de mi amigo, el inspector Sean Dortmund, no figuró su nombre en el suceso ya que no intervino en él por voluntad propia. El premio mayor, por lo tanto, se lo llevaron los demás.  Desde su punto de vista, aquello constituyó un fracaso, ya que si por fin se puso sobre la verdadera pista del criminal, fue por mera casualidad al oír la conversación que mantenían dos personas personas y a raíz de un viaje que realizó a España un año antes del suceso, en 1985.. Por lo que  concluí resueltamente que aquello no representó ningún fracaso, contrariamente a la presunción de mi amigo. 
La historia empieza en un popular teatro de Santa Fe. Por entonces, hacia furor la artista venezolana, Carlota Lozada. Era una muchacha encantadora y con un gran talento. Se presentaba en escena sola, sin ningún maquillaje ni vestuario alguno. Su función consistía en hacer diferentes monólogos con matices de humor, imitando a las principales personalidades de todo el mundo.  Uno de los gestos imitando a Sofía de Leones, una popular cantante mexicana, me hizo soltar una carcajada. 
Después de la función, nos fuimos a tomar algo a un lujoso bar sobre la calle Paso, en las inmediaciones del barrio Lisandro de la Torre. En la mesa próxima a la nuestra estaban la esposa de Laplaza, la señora Raquel Villafañe; Esteban Vedia, y otras dos personas que no conocíamos. Aquella fue una coincidencia inesperada pero agradable. Le hice notar a Dortmund que estábamos al lado de la mismísima señora Villafañe. Mientras se lo estaba diciendo, otras dos personas se sentaron en la mesa de al lado. Una me era familiar. Era nada más y nada menos que Carlota Lozada. Le dije a mi amigo de la recién llegada. Miró a su mesa y también desvió su mirada hacia la mesa de Raquel Villafañe.
_ ¿Es ésa la señora Villafañe?_ preguntó indeciso_ ¡Ah, sí! ¡Ya la recuerdo! He visitado, en carácter de invitado de honor, su palacio de Barcelona, el año pasado. Aquella fue una visita encantadora.
_ Y es una mujer muy atractiva_ agregué.
_ Quizás.
_ No parece muy convencido.
_ Vera usted, doctor Tait. A usted sólo lo atraen las señoras de clase alta, con poder y cuyo nombre es reconocido en todo el mundo. No se fija en otra clase de mujeres. Cuando se cruza con alguna dama humilde siempre propone una excusa para evadirla. No es usted, lo que se dice, un caballero. Las mujeres así son de gran peligro.
_ Gran peligro_ Repetí.
_ Así es. Esas mujeres no ven más que una sola cosa: su persona. No se dan cuenta de lo que las rodean; no tienen presente ciertas situaciones que las involucran; no conocen ni de dolor ni de tristeza. Sólo les importa la fama, el dinero y tener un hombre de su mismo rango a su lado. No aman, no sienten y se acuestan con cuan hombre adinerado se cruce en su camino, sin importarles que estén legalmente casadas. Son sus preocupaciones y nada más. Y más tarde… Sobreviene el desastre. 
Su apreciación era inteligente y se me había ocurrido pensar porqué nunca se me ocurrió a mí. 
_ ¿Quién es la otra mujer?_ Preguntó intrigado.
_ La actriz venezolana, Carlota Lozada_ Respondí con entusiasmo.
_ ¿Qué quiere que diga de ella?
_ Qué piensa.
_ ¿Acaso ésta noche soy un tarotista?
_ Sin dudas, lo haría mejor que muchos otros.
_ Admiro la confianza que tiene en mí, doctor Tait. Y eso me emociona. Cada persona es un misterio, un laberinto difícil de recorrer. Uno se forma una idea de ella, pero nueve de diez veces está equivocado.
Inesperadamente, sorprendimos a la señora Villafañe nerviosa. Hablaba, preocupadamente, con el caballero que acompañaba a Carlota Lozada.
_ Tengo que hablar contigo en privado_ dijo aquél.
Murmuraron unas palabras en voz baja. Ella tomó, intempestivamente, su saco del respaldo de la silla y se lo puso con la evidente urgencia de retirarse.
_ Ahora te vas a ir, ¿verdad?_ preguntó Carlota_ Ya van a servir la cena.
_ La dejamos pendiente para otro momento. Luego hablamos.
Y salió a la calle, casi en un suspiro.
_ ¡Oh!_ Exclamó_  De una manera u otra, quiero verme libre de mi marido.


***


Paralelo a este problema, la cantante Sofía de Leones  estaba solicitando asesoramiento legal para divorciarse. Residía en el mismo hotel. Tenía su habitación un piso más arriba que el de la señora Villafañe. Todo nos resultaba una coincidencia demasiado extraordinaria. Una extraña trama se estaba entretejiendo. Al menos eso suponíamos. Pero no era posible probarlo, al menos por esos momentos. Y, además, desconocíamos de qué se trataba todo. Esteban Vedia habló con Carlota un rato largo y luego lo acompañó al hotel. La dejó y él subió a la habitación de Raquel Villafañe. Estuvo allí escasos segundos y luego descendió hacia su piso con un papel en la mano. A simple vista parecía una carta. Lo que advertimos fue que el señor Vedia estaba bastante interesado en conservarla. Más bien, se preocupó más de lo necesario y tuvo intenciones de destruirla, pero optó por devolverla. La dejó en manos de otra mujer y volvió a su cuarto, prácticamente sudando de nervios. Nadie notó nuestro seguimiento. Nos encerramos en nuestra habitación sin darle demasiada importancia al asunto. Creíamos que era algo de carácter íntimo. Cuando estaba borrado de nuestras mentes, un botones del hotel interrumpió nuestro descanso para avisarle a mi amigo, el inspector Dortmund, que el señor Laplaza aspiraba verlo con urgencia. Me solicitó que lo acompañara. Nos dirigimos hacia su habitación, por lo que bajamos por el ascensor. Al descender, le preguntamos a un hombre que estaba de casualidad en el piso, qué número era el cuarto del señor Laplaza. Nos señaló el último de la izquierda, siguiendo derecho por el pasillo. Llegamos, pero algo no andaba bien. La puerta estaba abierta de lado a lado. Ingresamos y nos dirigimos hacia la cama, como si nuestro instinto nos hubiese guiado hasta ahí. Vimos al señor Laplaza yacer boca abajo sin moverse. Dortmund le tomó el pulso. Estaba muerto.
_ Parece que el  asesino nos preparó la escena para que el crimen fuese descubierto_ dijo mi amigo, pensativo_ Aún no sabemos si estaba muerto o no, cuando el botones nos avisó que el occiso deseaba verme.
Me exalté un poco. Dortmund me detuvo.
_ Aún no lo sabemos_ acotó._ Hay otras cosas que debemos evaluar antes  y que merecen una intervención primordial.
Quedó un momento en silencio. Continuó.
_ Todo este asunto instituye una casualidad muy…Atractiva. La esposa de la víctima manifestó sus deseos de divorciarse. Ahora él está muerto…
_ Y una carta tensionó lo nervios de un hombre que nada tiene que ver con ninguno de los dos_ agregué con satisfacción.
_ Exacto_ repuso Dortmund_ Dígame, ¿cuánto tiempo lleva muerto?
Lo examiné.
_ Por la rigidez y la temperatura del cuerpo, alrededor de unas tres horas, aproximadamente._ confirmé._ De modo que con la señora Villafañe en el restaurante y los constantes movimientos en el hotel, le resultó muy fácil escapar al asesino. De todas formas, el Cuerpo Forense de la Policía será el encargado de juzgar las causales del deceso del señor Laplaza y sus circunstancias. Nosotros, usted cabe aclarar, sólo podría involucrarse en carácter de asesor si así lo requirieran.
_ La Policía ya debe estar llegando y me agradaría ver a nuestro pequeño y buen amigo, el capitán Riestra . Pero ahora me explico la desesperación de la señora Villafañe y su repentina salida del restaurante. ¿Y la carta? ¿Dónde está la señora Villafañe en estos momentos?
Sonó el teléfono de la habitación en la que estábamos. Naturalmente, atendí yo.
_ La señora Villafañe nos espera en la sala principal_ le comuniqué a mi amigo, luego de concluida la llamada.
_ Bajaremos enseguida. Me interesa el botones. Quiero averiguar quién es en verdad y qué papel desempeña en todo este drama.
A cabo de unos minutos, bajamos hasta el palier del hotel. La dama en cuestión estaba sentada, con las dos manos cubriéndose la cara y desecha en llantos. Nuestro amigo y colaborador, el capitán Riestra, estaba presente, firme y con una actitud pensativa, parado al costado derecho de la viuda. Dos oficiales junto a algunos peritos subieron a la escena del crimen y otros dos custodiaron la puerta de entrada del hotel.
_ ¡Capitán Riestra!_ enfatizó Dortmund_ Me alegra verlo.
_ ¡Dortmund!_ se contentó aquel._ Qué grata sorpresa. ¿Qué hace acá?
_ Cenábamos con el doctor Tait en el mismo restaurante que la señora Villafañe y las casualidades nos implicaron en este incidente.  Dígame, ¿pudo hablar con ella?
_ No. Prefiere que sea usted quien la interrogue. Por eso enviaron a buscarlo. Pensé que era una broma su presencia en el hotel. Pero, afortunadamente, veo que no.
_ ¿Justificó la señora Villafañe el porqué de su petición de hablar solamente conmigo?
_ No confía en nosotros, al parecer. No dijo lo mismo sobre usted.
_ La conozco de una visita que le hice el año pasado en Barcelona.
_ Ahora lo comprendo. Está justo ahí, aunque creo que ya la vio cuando bajó_ y le señaló a la dama en cuestión.
_ Gracias, capitán Riestra. Con permiso.
Mi amigo esperó unos minutos a que dicha mujer se calmase. Cuando sus nervios cesaron, él intervino con sus preguntas.
_ Usted deseaba divorciarse de su esposo. ¿Es correcto?
_ ¿Qué está insinuando?_ sentenció con  hostilidad.
_ Es sólo una pregunta. 
_ Sí_ respondió en seco.
_ ¿Por qué razón?
_ ¿Acaso importa eso?
_ Todo es importante en un caso así. ¿Por qué razón pretendía el divorcio?
_ Por una crisis. Algo inevitable, naturalmente.
_ ¿Naturalmente?
_ Cuando una relación no es estable, sobreviene la crisis. Es algo que ocurre con reiterada frecuencia.
_ ¿Habló con su esposo de esto?
_ Sí, pero me negó la separación rotundamente. Él creía que las cosas se podían recomponer.
_ ¿Y usted, creía lo mismo?
_ No. Pero acepté la idea de esperar un tiempo más. Dicen que el tiempo todo lo cura. 
_ En particular, hay algo que me intriga sobre la cena en el restaurante. El caballero que acompañaba a la señorita Lozada habló con usted en privado. Se puso nerviosa y vino corriendo hasta acá. ¿Qué fue eso, exactamente?
_ Lo conozco hace muchos años. Es mi asesor personal. Lo conocí por intermedio de la señorita Lozada. Él es su pareja. Tuve las peores sospechas respecto a Jorge…
_ ¿A qué se refiere?
_ Por nuestra crisis… Él se veía con otra mujer. Buscaba olvidar nuestros problemas en brazos de alguien más. Cuando advirtió que yo temía algo, entonces fue que quiso arreglar las cosas y pasó más tiempo conmigo. Me convenció de que sólo eran ideas mías. Mientras estaba en el restaurante, me llegó la noticia de que estaba con su amante en el hotel. Al llegar ahí… Me encontré con el horror_ se quebró._ Parece que el asesino quería que sea yo quien encuentre el cadáver de Jorge.
Me conmoví con lo último relatado. Dortmund, en cambio, no expresó ninguna clase de emociones. Esperó a que la señora Villafañe se sosegase para continuar indagándola. Procedió cuando lo creyó oportuno.
_ ¿Y la carta que entregó en manos del señor Vedia?
_ Ésa es la peor parte… Esteban tenía motivos para matar a mi marido. Fue del primero que sospeché cuando vi muerto a Jorge. Dicha carta… Es una acusación en su contra, en realidad.
_ Y usted lo extorsionó. ¿Adiviné?
_ Sí, pero lo hice porque no tengo pruebas que lo vinculen con el crimen. Es una manera de confirmar mis sospechas. 
_ Es una mujer muy audaz. ¿Dónde consiguió esa carta?
_ Es un duplicado de la original. No tiene sentido saber de dónde la saqué.
_ Claro que no. Puedo imaginármelo. Recuerdo que cuando la visité el año pasado en su palacio de España la relación entre ustedes estaba mucho más tensa que ahora y la discusión giró en torno a un supuesto hijo, si mal no recuerdo.
_ Yo quería tener hijos y él no. Peleamos por ese tema varias veces. Pero decidimos esperar un tiempo en común acuerdo. Puede pensar lo que quiera, pero yo no le maté.
_ Los problemas entre su marido y usted, señora Villafañe, eran moneda corriente.
_ ¿Y qué pareja no los tiene? No existe el matrimonio perfecto, si de ello estaba usted convencido, Dortmund. Es un hombre de poca experiencia en el terreno del amor.
_ No esté usted tan segura al respecto. Estaba felizmente casado y muy bien cuando vivía en Irlanda. Pero todo cambió sustancialmente cuando vine para Argentina.
_ Lo sabía. Los rumores vuelan como aves en jaurías. Uno ya no puede tener secretos sin que el resto no se entere.
_ ¿No quiere decirme nada con respecto a la muerte de su criado? Fue un hecho que conmocionó a la opinión pública de todo el mundo.
_ ¿Qué tiene que ver con el asesinato de mi marido? Lo de Raimundo fue un desgraciado accidente. Así lo entendió la Justicia española. Está cerrado, es pasado.
_ Tiene que ver todo y nada, a la vez. Aunque no la veo muy conmovida por ése tema.
_ En estos instantes mi marido es la prioridad y quiero que se resuelva su muerte, lo que no implica que no me importe su lamentable deceso. Era un gran empleado y una persona maravillosa.
Finalmente, mi amigo la dejó ir. Un oficial la respaldó, con estrictas ordenes de un comisario de mantenerla vigilada en todo momento. 
_ Es un caso bastante desconcertante_ dijo Dortmund, cuando la señora Villafañe se retiró_ Ella tenía motivos para matar a su marido. Pero usted y yo, doctor Tait, sabemos que estaba en el restaurante cuando todo sucedió. 
_ Al igual que Vedia_ acoté.  
_  ¿Entonces, quién asesinó al señor Laplaza y por qué? Es algo que subleva la inteligencia.
_ Y bien caballeros, ¿pudieron averiguar algo?_ nos preguntó el capitán Riestra. 
_ Muy poco_ confesó mi amigo_ Pero ese poco es mucho. ¿Y usted?
_ Casi nada. Interrogué a algunos residentes; a personal del hotel… Nadie oyó nada ni vio movimientos extraños.
_ Es imposible percibir algo fuera de lo común en un hotel de estas dimensiones_ dije consternado. 
_ ¿De qué murió?_ indagó Dortmund.
_ De un golpe en la cabeza, dado con total precisión_ replicó el capitán Riestra_ Fue con un cenicero. Lo golpearon con la punta del mismo. Hay vestigios de sangre en uno que hay sobre la mesa de luz que está en el comedor. La herida es compatible con la punta de tal objeto. Estoy convencido que el señor Laplaza estaba de espalda y el asesino lo sorprendió por detrás. Las cenizas desparramadas por el piso lo confirman.
Dortmund miró al capitán Riestra extrañado.
_ Sí, Dortmund_ acoté._ Había algunas cenizas dispersas por el piso de la habitación. Pero usted estaba tan concentrado en la historia en sí y en lo que pasó en el restaurante, que lo pasó por alto.
_ Había mucha cenizas y varias colillas de cigarrillos_ continuó el capitán Riestra,_ todas de la misma marca. Parece que el señor Laplaza estaba solo cuando murió y que era un fumador en exceso compulsivo. 
_ O la otra persona no fumaba _ deduje en voz alta.
_ ¿Golpearlo con un cenicero sucio por un arrebato emocional de momento del asesino? No, eso sí que no, absolutamente no es posible. Pudo ir a la cocina y tomar un cuchillo, pudo agarrar cualquier otro adorno u objeto romo para matarlo.  ¿Pero, un cenicero lleno de cenizas y de colillas de cigarrillos? No, es demasiado improbable_ reflexionó Sean Dortmund. Y su reflexión admito que era muy acertada.
_ No había olor a humo en el ambiente y la ventana estaba cerrada. Lo mataron en otra habitación y subieron el cuerpo_ agregó el capitán Riestra.
_ Imposible subir un cadáver de un cuatro a otro en un hotel, aunque pudieron esconderlo en el canasto de la ropa sucia y haberlo subido por el ascensor de servicio_ repuso mi amigo._ Pero es cierto que no había olor a humo en el ambiente, lo que sugiere que disfrazaron la escena adrede. Capitán Riestra, vea si las colillas de los cigarrillos tienen ADN y revisé las demás habitaciones, todas las que pueda, para descartar que la escena primaria sea otra, por favor, si es tan amable. 
_ Haré lo que esté a mi alcance_ respondió complaciente nuestro amigo.
_ ¿Encontraron algo más de interés en la escena, capitán Riestra?
_ Un vaso de whisky lleno hasta la mitad. Le pedí a los técnicos que rescataran huellas, pero no espero encontrar más que las propias del señor Laplaza. 
_ ¿La Embajada española está al tanto de lo sucedido?
_ Sí. Quería que sus miembros junto a investigadores traídos especialmente desde España resolviesen el caso. Lo querían para ellos solos. Pero pudimos mantenerlos al margen al hacerles ver que eso vulneraba todas las leyes y tratados internacionales y se abstuvieron de interceder por la fuerza. Es nuestra jurisdicción y así lo entendieron. Por supuesto, exigen que los mantengamos informados sobre todos los avances que surjan durante la investigación. Pero si en cuarenta y ocho horas no lo resolvemos, irremediablemente intervendrán, nos guste o no. No van a tolerar incongruencias de ninguna clase de parte de la Policía Federal.
_ Es tiempo suficiente para mí, capitán Riestra. Lo veo luego.
Y el capitán se retiró enseguida.
_ Muy interesante_ dijo mi amigo reflexivo, después de que Riestra se alejara._ En mi mente, las piezas del rompecabezas están sueltas pero estructuradas. Sólo falta unirlas.
Inmediatamente nos dirigimos a la habitación de Carlota Lozada. Nos recibió amablemente, con una agradable predisposición para ayudarnos a resolver este caso. Después de haberle hecho algunas preguntas de rutina, Dortmund examinó el cuarto detenidamente con la autorización pertinente de la señorita Lozada. Encontró varias pelucas y un vestuario variado distribuido entre vestidos, blusas, zapatos, remeras y pantalones de todos los estilos y formas.
_ ¿Estas prendas son parte de su show?_ demandó Dortmund.
_ Naturalmente_ respondió la actriz, calmadamente.
_ ¿Inclusive las pelucas?
_ Desde luego.
_ ¿Cuándo fue la última vez que vio al señor Laplaza con vida?
_ Ayer a la tarde, cuando volví de ensayar del teatro. Lo fui a ver a su habitación para hablar un rato y estaba muy nervioso, como si algo lo preocupara. Fumó una veintena de cigarros para intentar estabilizarse, pero nada pareció aliviarlo.
_ ¿Le dijo o le dio a entender el motivo de su preocupación?
_ No. Intenté disuadirlo para poder sonsacárselo pero no hubo forma. Jorge no abrió la boca en absoluto.
_ ¿Estaba solo cuando fue a verlo?
_ Sí, señor.
_ ¿Sabe dónde estaba la señora Villafañe en esos momentos?
_ Lo desconozco por completo, inspector Dortmund.
_ ¿La vio después?
_ No, no volví a verla hasta hoy a la tarde. Y luego la crucé en el restaurante. Usted estaba ahí, inspector Dortmund. Así que sabe que le estoy diciendo la verdad.
_ Nunca lo puse en duda, señorita Lozada. Una última cosa. ¿Los vio o los escuchó discutir al señor Laplaza y a la señora Villafañe?
_ No, para nada, señor.
_ ¿Y supongo que ustedes hablaron de diversas cosas de carácter personal?
_ En el estado de conmoción en el que se hallaba, fue imposible hablar algunas palabras con él.
_ ¿Permaneció mucho tiempo en la habitación del señor Laplaza, señorita Lozada?
_ Cerca de una hora, señor
_ ¿Nadie interrumpió en el cuarto durante el tiempo que usted permaneció allí?
_ No, inspector Dortmund, nadie ha molestado al señor Laplaza.
_ Le agradezco su tiempo. Su ayuda ha resultado muy valiosa, señorita Lozada.
La joven actriz hizo una mueca en respuesta al agradecimiento de mi amigo. E inmediatamente nos retiramos de la habitación.
_ Capitán Riestra_ dijo mi amigo, cuando lo encontramos abajo._ Revisaron el vaso de whisky y encontraron restos de nicotina. ¿O deduzco mal?
Tanto el capitán como yo miramos a Dortmund completamente perplejos.
_ Sí, su deducción es correcta_ confirmó nuestro amigo algo confundido._ Pero, el señor Jorge Rafael Laplaza murió por la contusión del golpe en la cabeza.
_ Es difícil creer eso estando recostado en la cama boca arriba y con los brazos perfectamente apoyados sobre los bordes de la almohada. Desde el comienzo del caso supe que todo se trató de una vil farsa desde siempre. Ya sé quién asesinó al señor Laplaza y sé el motivo del asesinato. Y reconozco que sobre ése punto estuve equivocado completamente en un principio, hasta ahora que lo veo todo con mucha mayor claridad y transparencia. Capitán Riestra, haga el favor de convocar a una reunión personal a las señoritas Lozada y Villafañe. Deseo hablar con ellas sobre algo que me carcome el pensamiento.
El capitán obedeció. Dortmund las invitó a sentarse juntas en dos sillas que el inspector dispuso especialmente para la ocasión en el centro de la sala de reuniones del hotel. El capitán y yo tomamos nuestros respectivos lugares al lado suyo, en tanto que Dortmund se quedó de pie.
_ Voy a contarles en detalle y brevemente lo que pasó_ comenzó mi amigo_ Usted y yo, doctor Tait, vimos a la señora Villafañe que cenaba en el restaurante la noche del asesinato, ¿cierto?
Asentí con la cabeza.
_ El show continuó para la señorita Lozada_ siguió_ cuando tomó el lugar de Raquel Villafañe, ayer a la noche, mientras ella mataba a su propio marido.
_ ¡¿Qué?!_ Exclamé estupefacto.
_ Así es. Acabo de encontrar pelucas guardadas en el armario de la actriz. Una en particular me llamó la atención_ y nos la exhibió._ Como ven, es igual al cabello de la señora Villafañe. Y no resulta nada difícil para alguien con experiencia, como la señorita Lozada, tomar el lugar de otra persona. Fue sencillo deducirlo porque la señora Villafañe que yo vi en el restaurante no era físicamente igual a la que interrogué horas más tarde. Se darán cuenta que ambas son bastantes diferentes entre sí. La excusa perfecta de la señorita Lozada fue decirme que las pelucas y el vestuario eran parte de su espectáculo, pero sabemos que ella sale a escena de manera natural: sin maquillaje ni pelucas ni vestuario alguno. Pero el plan tiene una segunda parte y consiste en inculpar a Esteban Vedia. La solución fue la carta. ¿Por qué el señor Vedia?  Supongo porque sabía todo y no era propicio matarlo porque las sospechas se acrecentarían. Ésa carta fue escrita por él mismo y yo era su destinatario. Villafañe lo descubrió y, en vez de matarlo, optó por alterar algunos rasgos de la carta. Suprimió el “la” de “ella”, que hacía alusión a su persona, y acentuó la “e” del “el” resultante. Luego eliminó la firma y el remitente. El problema estaba resuelto y no fue difícil para ella manipularlo y extorsionarlo. Además, en su declaración, acusó al señor Vedia, desde luego. Pero no resultó ser tan inteligente como yo suponía. Si realmente hubiera estado en el restaurante, sabría que él nunca pudo cometer el asesinato porque estaba cenando allí, cuando todo sucedió. Ahora bien. Vedia necesitaba, de alguna forma, comunicarme la verdad. Fue discretamente hasta el cuarto de servicio del personal del hotel y se apropió de un traje de botones que encontró al azar. Entonces ya, bajo la apariencia de un empleado del hotel, fue a buscarme personalmente para decirme que el señor Laplaza quería hablar conmigo, y aprovechó la ocasión para deslizar en mi bolsillo una nota que decía: “Raquel Villafañe. Búsquela a ella”. Ella observó, desde el piso de arriba, que yo bajaba a su piso por el ascensor principal. Se apresuró a subir por el otro ascensor y preparó la escena, rápidamente. Luego volvió por las escaleras. Creo que fue la situación de la carta lo que la alteró en el restaurante, señorita Lozada. Y tuvo que ir a avisarle a la verdadera señora Villafañe lo acaecido.
Este era el plan madre para asesinar resueltamente al señor Laplaza. Torpemente planificado pero efectivo. Y algunos detalles de este plan me abrieron los ojos frente a algunos detalles que a primera vista no cuadraban en la escena. Pero algo lo alteró , algo que no estaba en la mente de nadie y que obligó a un cambio de planes a último momento.
Para comprenderlo de mejor manera, empecemos desde el comienzo. ¿Cómo fue en sí el asesinato del señor Laplaza? La posición del cuerpo boca arriba sobre la cama contradecía de forma concluyente el hecho de que le asestaron un golpe en la nuca con un cenicero. Y más aún, existía el hecho de que el cenicero conservaba restos de cenizas y de colillas de cigarrillos que ensuciaron el piso de la habitación deliberadamente. Cuando examinè el cuarto, torpe de mí, omití inconscientemente ése detalle tan obvio y singular a primera vista. Yo, que soy un gran observador y detallista por naturaleza, no lo percibí. Y luego, el capitán Riestra, me hizo ver que no había olor a humo impregnado en el ambiente. Al principio no lo entendí, pero luego lo supe: todo ése cúmulo de cigarrillos fueron fumados el día anterior. Y ése detalle me lo confirmó la señorita Lozada cuando la interrogué recientemente, que me dijo que visitó al señor Laplaza ayer y que una situación crítica lo mantenía intranquilo y fumó una gran cantidad de puros en poco tiempo. ¿Y hoy no fumó ni uno? Quizás sí, pero no precisamente dentro del cuatro propiamente dicho o mismo dentro del hotel, sino en algún lugar afuera. O quizás nunca lo hizo porque estaba muerto desde hacía mucho antes de lo que suponíamos.
Había algo que me parecía inusual en todo este asunto, y casi inmediatamente lo recordé cuando me puse a pensar en la visita que le hice a usted, señora Villafañe, el año pasado en Barcelona, en la que tuve el honor de conocer y trabar algunas conversaciones con el mismísimo señor Jorge Rafael Laplaza. Y tengo en mente, muy a flor de piel, un dato trascendental que el señor Laplaza me confió aquélla vez: odiaba los cigarrillos, los detestaba con toda su alma. Había algo inquietante detrás de todo esto. Una persona que admite odiar los cigarrillos no va a fumar de a mil al año siguiente de su declaración. Y fue ahí cuando lo asocié al hecho de que la persona que era realmente un adicto férreo a los cigarrillos era Horacio Gaspacho, un doble del señor Laplaza, quien tomaba su lugar frente a la prensa o frente a un grupo de personas que pudiera reconocerlo mismo en la calle o en grandes eventos a nivel nacional. La misión del señor Gaspacho era desviar la atención del verdadero señor Laplaza para que no lo atocigaran todo el tiempo, para que no lo presionaran y que pudiera disfrutar más de su vida como cualquier persona normal. Ésa es la misión de cualquier doble que ocupa el lugar de una celebridad. Y le pagan muy bien por sus servicios. Pero ése recuerdo me llevó a otro anterior: el extraño accidente que sufrió uno de los sirvientes del Palacio Real al caer escaleras abajo y fracturarse el cuello, lo que le produjo la muerte al instante. La versión oficial daba cuenta de que este pobre sirviente de la Corona Española le bajó la presión de golpe, se mareó y entonces fue cuando se precipitó al vacío rodando por las escaleras hasta la planta baja y muriendo en el acto. Su muerte fue declarada como accidental y el caso se cerró. ¿Pudo esto generar una crisis emocional en el señor Laplaza y haber querido aplacar ésa crisis a través del consumo desmedido de cigarrillos? La idea me seguía resultando absolutamente improbable. Y recuerdo que desde ése momento me pregunté: "¿Y si realmente al sirviente lo mataron? ¿Y si el sirviente no era en realidad un sirviente y se trataba en verdad del verdadero Jorge Rafael Laplaza?". Ésa idea, admito, me convenció más que todas las demás. Supuse que al señor Laplaza lo envenenaron con nicotina que le suministró la propia señora Villafañe en alguna bebida o comida. Recuerdo perfectamente que había un frasco de ésa sustancia dando vueltas adentro del palacio y al alcance de cualquiera. Inmediatamente después de su ingesta, el señor Laplaza comenzó a sentir los efectos del veneno, se acercó hasta la escalera para bajar a pedir ayuda y cuando se puso justo sobre el borde a punto de bajar, la señora Villafañe lo empujó por atrás y le dio el toque de gracia final. Y con ayuda del señor Gaspacho, vistieron el cuerpo del señor Laplaza como si fuera uno de los sirvientes de la Corona para evitar un gran escándalo tanto a nivel nacional como a nivel internacional. Y por la misma razón, el señor Horacio Gaspacho tomó definitivamente el lugar de su reemplazado, claramente bajo las constantes amenazas de la propia señora Villafañe. Por eso, capitán Riestra, asocié que el vaso de whisky de la escena debía contener restos de nicotina en su interior. Una dosis considerablemente elevada en el organismo de un fumador compulsivo produce la muerte en cuestión de escasos segundos. Bebió un sorbo, se mareó y cayó muerto sobre su cama. El asesino fue a ver a la víctima con alguna excusa convincente, entró, vio el vaso de whisky recién servido y vertió en su interior cautelosamente la nicotina. Y fue verdaderamente esto lo que alteró a la falsa Raquel Villafañe en el restaurante cuando se enteró de la repentina muerte del señor Gaspacho, porque sabía que yo podía relacionar este incidente con el que acabo de exponer ocurrido el año pasado en Barcelona, del que ella tenía pleno conocimiento por boca de la genuina señora Villafañe; y por ésa asociación, podría descubrir toda la verdad y no podía arriesgarse. Así qué, fue urgente a avisarle de todo esto a ella, quien ni bien se enteró, fue corriendo hasta la habitación del señor Laplaza, mejor dicho, del señor Gaspacho; tomó el cenicero casi por instinto y sin pensar, se acercó hasta el cuerpo y le asestó un golpe seco en la parte de atrás de la cabeza, a la altura de la nuca, para crear la falsa idea de que lo atacaron por atrás de sorpresa. Pero cuando se dispuso a acomodar el cuerpo boca abajo, yo ya estaba notificado del crimen y se apresuró a escapar antes de que yo llegara. Por eso encontré la puerta abierta cuando llegué. Esteban Vedia debió sospechar algo cuando presenció toda la escena montada que tuvo lugar en el restaurante y se apresuró a actuar de inmediato. Escribió rápidamente la carta que iba dirigida a mí y cuando iba a buscarme, la señora Villafañe lo interceptó y lo extorsionó, modificando el aspecto de la misiva y fingiendo que eso era una acusación en contra del propio señor Vedia. Pero él se acercó a mí y me hizo saber la verdad de una manera hábilmente pensada.
_ ¿Es que acaso no pensaban matarlo de todas formas?_ protesté indeciso.
_ Sí, por supuesto_ respondió Dortmund._ Pero, la repentina muerte del señor Gaspacho alteró completamente todos los planes. Lo que yo expuse al comienzo del relato era, reitero; el plan original, no el ejecutado en realidad. Pero seguí la idea del plan original para que me guiara a la verdad irrefutable de lo realmente sucedido a partir del detalle del cuerpo porque como bien dije al comienzo, había algunos aspectos que me resultaban sospechosamente inusuales.
_ ¿Cómo se supo que el señor Laplaza, Gaspacho o quien sea que fuera, había muerto?_ interrogó el capitán Riestra, desorientado.
_ Sólo podía saberlo la persona que lo envenenó.
_ El asesor personal de Raquel Villafañe.
_ Se equivoca, capitán Riestra. Fue el señor Vedia el que lo pensó, el que le dio a su asesor personal la nicotina y aquél lo ejecutó. La carta que originalmente serviría de coartada para el señor Vedia, en realidad lo fue también para la señora Villafañe porque así lo planearon y así debía ser. Al echarse la culpa entre ambos y con la carta intencionalmente alterada, nadie se fijaría en ellos dos como potenciales sospechosos del asesinato, porque la Policía averiguaría de un momento a otro la muerte del aparente criado el año pasado, sus circunstancias y lo relacionarían enseguida con el asesinato ocurrido en este hotel.
_ Es una historia admirable_ intervino con lascivia, Raquel Villafañe. _ Pero le falta el motivo. Según su manera de interpretar los hechos, ¿a qué responde toda este sensacional despliegue?
_ Recuerdo muy bien que usted discutió con su esposo hace un año atrás por un hijo que apareció de por medio. Me lo confirmó cuando la interrogué hoy y le restó importancia al tema, diciéndome que sólo habían hablado de la idea de tener un hijo y que se pusieron de acuerdo para esperar el momento adecuado para llevarlo a cabo. Pero en realidad, el señor Laplaza no quería tener hijos, a diferencia suya, que sí quería. Y de hecho, usted quedó embarazada, lo que enfureció al señor Laplaza y la obligó a abortar. Usted accedió a satisfacer los deseos de su esposo porque lo amaba mucho y haría cualquier cosa en sacrificio suyo, inclusive abortar un embarazo. Pero usted no abortó, sino que dio a luz igual al bebé, al que dejó en cuidado de sus padres, o de algún otro pariente o conocido de confianza. Pero Jorge Rafael Laplaza descubrió que lo engañó, y antes de que un gran escándalo viera la luz, lo mató envenenádolo, como describí anteriormente para silenciarlo. Entonces, Horacio Gaspacho tomó su lugar y se cruzó con otro secreto más, que ni él mismo se esperaba: su relación sentimental con Esteban Vedia. Y ante el temor de que el señor Gaspacho pudiera hablar y ventilar todo el drama al público, decidieron matarlo. Y eligieron su visita oficial acá a Argentina para llevar a cabo su extraordinario plan. Pero lo cierto es que uno no sabía del plan del otro. Ambos querían matarlo por una misma causa en común, pero la señora Villafañe no pensó que su amante ya había planificado algo, que lo involucraba a su asesor personal como cómplice del asesinato y Esteban Vedia no se imaginó a su vez que la señora Villafañe también tenía en mente un plan para asesinar al señor Gaspacho, que lo excluía a él de sus propósitos. Sólo fue cuestión de que uno de los dos atacara primero. ¿Fue una traición? Quizás sí, pero eso es lo de menos, porque después de todo, ambos se pusieron de acuerdo para cubrirse mutuamente. Yo creo que en verdad el ardid del señor Vedia fue un claro caso de traición hacia Raquel Villafañe por haberle ocultado su plan. Ella quería cometer el crimen para mantener a resguardo su secreto, y el señor Vedia para ocultar su romance con la señora Villafañe, del que el señor Gaspacho tenía pleno conocimiento, no lo dudo.
_ ¡No tiene pruebas!_ protestó la actriz.
_ ¿Cree que no?_ Y extrajo de su bolsillo la carta, la nota y una fotografía en la que Raquel Villafañe alzaba en sus brazos a un bebé, felizmente emocionada._ Nunca esconda pruebas incriminatorias en los lugares más previsibles, porque en esos rincones es donde la Policía suele hurgar de arranque. 
_ ¿Dónde lo encontró?
_ Estaba oculta entre sus cosas, ciertamente. Por eso mi sincero consejo y por eso jamás me preocupé en ir a buscar al botones, porque sabía que se trataba del señor Vedia. Cuando veo un rostro por primera y única vez, difícilmente se me olvida. Pero, me atrevo a asegurar que la fotografía no estuvo muy bien oculta. Así Horacio Gaspacho la encontró por mero accidente y supo la verdad de todo. Y su moral, arriesgo lo que sea, no le permitió sobornar a la señora Villafañe. Aún así, el señor Gaspacho hubiese muerto asesinado igual.
_ Pero si Carlota Lozada hizo el papel de Raquel Villafañe en base a la idea del plan original,  ¿quién era  la Carlota Lozada que vimos en el restaurante?_ indagué indeciso.
_ Una amiga de ella. Tienen la misma contextura física y con las mismas ropas, nadie notaría la diferencia a simple vista. Vi también una foto de ella entre sus pertenencias.
La señora Villafañe se puso de pie, ofuscada, y clavó su mirada en el rostro de mi amigo.
_ Nunca creí que fuera usted tan listo, inspector Dortmund_ dijo al fin, la señora Villafañe._ De todos modos, si le sirve de consuelo, Esteban tampoco sabe nada de mi hijo.
_ Por eso la idea original del plan era inculparlo y extorsionarlo con su propia carta. Porque si descubría que usted era la asesina, tarde o temprano lo averiguaría, ¿no es así, señora Villafañe?
_ Usted no debería haber venido aquí, nunca. 
_ Para desgracia suya, señora Villafañe, mi memoria es mi mayor privilegio y lo que me dio tanto prestigio a lo largo del tiempo en ésta profesión. Pero eso no sería nada si mi capacidad de observación, análisis y deducción también fuese una virtud prodigiosa.
_  Se portó mal conmigo. Pero según creo, hay que aprender a perdonar a los enemigos. Y un caballero de su rango no debería darle jamás estos tratos especiales a una dama tan refinada como yo.
_ No soy experto en tratos especiales con damas que asesinaron a su marido_ remató Dortmund, con vital precisión.